Hace
escasamente un año, publicaba un primer escrito en este espacio. Lleva por título, El fin del mundo. En esa
ocasión hacía referencia a la posibilidad de que se cumplieran las profecías
mayas y/o los augurios del juicio final.
Para bien o para mal, todo fue una falsa alarma, y aquí estamos doce
meses después, escribiendo otros disparates.
Antes de continuar con mis desvaríos, (los cuales son cada vez más recurrentes), quiero agradecer a todos
los que han colaborado, con el decido propósito de darle sentido a esta
bitácora cibernética. Angelo Negrón (Recolecta), Ana María Fuster Lavín (Aché, Aché…tambores de libertad),
Mariella Rivera (Educar con valores: unreto mayor cada día), Ángel Parrilla (Poderde cambio), Yolanda Arroyo (Carimbo),
Luis A. Pérez (El regreso), Sherly
Rivera (Mucho más que un misil), Jean
D. Pagán (¡Despierta ya!), Oscar Ruiz
(La guerra de clases), y Luis Antonio
Rodríguez (LARO) con su visita poética. No puedo obviar la gran aportación de nuestro
colaborador permanente, Carlos Esteban Cana, con su periodismo cultural y sus
ideas conceptuales, quien desde el inicio ha mostrado fe en este loco proyecto. Estos escritores han dado balance entre el
delirio y la cordura en el transcurso de este año.
En
lo que a mí respecta, continúo con una Persistencia peligrosa de adentrarme en una Oscuridad permanente que me lleva a confundir y asociar todo a mi alrededor con El cisne negro. Y es que el fallido final del mundo del 2012,
me ha llevado a ver cómo llegamos, en definitiva, al final de los tiempos. Esto no necesariamente significa un juicio
final, un desastre natural de magnitud global o un Armagedón. Al menos no literalmente. Más bien puede compararse con la conformidad
y aceptación que vivimos actualmente de El Statu Quo. Es que para mi entender (aunque no entiendo muchas cosas)
mientras los años pasan sin detenerse, nosotros, el pueblo de la constitución
de avanzada, nos quedamos estancados sin posibilidad de cambios reales. Nos recluimos en un círculo vicioso, en una
especie de cápsula que no permite
movimiento ni evolución. Estamos
condenados a vivir perpetuamente Perdidos en el espacio. Sin opciones para
mejorar, sin alternativas para salir de esta burbuja que no admite visión de
futuro.
Desde
hace varios decenios hemos visto como la Troika boricua conspira contra nuestro pueblo, coartando toda posibilidad de
progreso. La connivencia entre el
triunvirato que la compone ha resultado nociva para nuestras aspiraciones. Los grandes poderes y los que los ostentan
conspiran sin pausa para lucrarse de sus posiciones, para abusar de sus pedestales
sociales y para actuar en detrimento del bien común. Nos han sumergido en una Esquizofrenia mediática, que lejos de informar y orientar, nos conduce
cada cuatrienio a las urnas, hipnotizados e idiotizados por sus falsas promesas
y burdas representaciones. De ahí que en
cada conversación informal y pueblerina que se escucha en las calles, en los
bares y cafeterías ordinarias, se eleve, como palabras al viento, el reclamo de
un voto de castigo. Un voto que le
demuestre a los imcumbentes que no son permanentes en sus cargos, y que les
recuerde que el poder realmente pertenece al pueblo. Lo absurdo de esta premisa es que el pueblo,
el soberano, sale a ejercer su derecho escogiendo a candidatos sin preparación
académica, corruptos sin escrúpulos, narcotraficantes disfrazados de políticos,
y toda suerte de malandrín oportunista.
Perdemos el tiempo en este juego electoral sustituyendo pillos, ineptos
y personajes pendencieros por personeros de la misma calaña. Los alternamos en el poder por diferentes
razones y motivaciones. Ya sea por
fanatismo político, por apego partidista, o simplemente por ejercer el mal
llamado voto de castigo, terminamos eternizando la mediocridad de un sistema
que nos consume, agotando nuestros recursos y explotando nuestras fuentes de
producción y nuestro trabajo.
Es
así como llegamos al fin de los
tiempos. Vivimos lo mismo cada
día. Nos pasa lo mismo cada cuatro
años. Nos sucede igual, y no se
vislumbra nada positivo a largo plazo.
Ciertamente nos hemos aclimatado a los estilos de vida establecidos por
los “grandes intereses”. Nos consume el Desapego cultural, que nos mantiene
enajenados de las verdaderas razones para nuestra precaria situación. Asumimos
por bueno, el hecho de que todos los que aspiran a gobernar sean los
testaferros de los caníbales capitalistas.
Aceptamos que los que anhelan con tanta vehemencia dirigir y legislar,
lo hagan solo por interés y conveniencia personal. Nos vale madre que actúen como verdaderos
filibusteros, y le damos el voto de confianza solo por el placer de decir al
final de la jornada eleccionaria: “ganamos”. Pero después del sufragio universal, solo nos
queda ser meros observadores del saqueo del cual somos víctimas (y victimarios). Donde quiera que nos paramos solo se escuchan
los gritos de lamentos y las quejas por la triste realidad que experimentamos. La deuda pública, las casas acreditadoras,
los altos costos de agua, luz y teléfono; los peajes y los hoyos en las
carreteras, amen de los tapones interminables; los impuestos, los bajos
salarios, la carga impositiva, la mediocre educación, el enfermizo sistema de
salud, y la paupérrima seguridad, son solo algunos de los tópicos más consabidos
en cada conversatorio o coloquio familiar.
Este
círculo vicioso nos ha conducido a la gran fatalidad que hoy vivimos. En este País sin prensa se reportan las noticias con el fin de polarizar la atención en
superficialidades y banalidades. Tal es
el caso de la protesta magisterial de los últimos días, y la micción de un
maestro en la silla parlamentaria. Esto
es evidencia de cómo los medios de información masiva se prestan para
desvirtuar las verdaderas problemáticas que nos corroen. Hacen un escándalo que sirve como cortina de
humo para la agresión legislativa. Mientras que los honorables nos mean desde
la casa de las leyes desde hace poco más de cincuenta años. Y así, hemos visto con tal indiferencia el
despido masivo de empleados, el endeudamiento desmedido, la privatización
injustificada, el derroche de dinero, la corrupción rampante, la agresión
laboral y el desempleo creciente, el menoscabo del retiro de los trabajadores, la
prominencia de la pobreza, la degradación de los créditos y el éxodo de
profesionales, y todos los demás males sociales con los cuales convivimos. No hemos entendido y mucho menos
internalizado que, castigando los políticos votando por otros “menos malos”, nos hemos castigado y
condenado nosotros mismos. Hemos
paralizado nuestro reloj evolutivo del progreso para perpetuarnos en una
situación estéril y sin serias posibilidades de mejorar. Nos hemos detenido en tiempo y espacio para
ver como los países que nos miraban como ejemplo a seguir, nos han superado en
todos los aspectos. Ya no estamos a la
vanguardia de ninguna “república
bananera”. Ahora somos espectadores
desde la retaguardia, desde el patio trasero, del crecimiento y desarrollo de
las naciones latinoamericanas.
Por
eso este fin de año nos sentaremos (luego
de los vítores y los fuegos artificiales) a lamentarnos y a repasar como el
extinto 2013 nos ha dejado atrás.
Rezagados y con nuestra vida colectiva comprometida hasta las próximas
generaciones. Recibiremos entonces el nuevo
y joven 2014, como de costumbre, con falsas expectativas personales, modelos
equivocados de bienestar y la eterna mentalidad del colonizado. Por mi parte, dentro de mi Locura que no se cura, pienso que única
y exclusivamente, cuando seamos capaces de reclamar lo que por derecho nos
corresponde como sociedad, sin pensar meramente en el individualismo egoísta;
cuando podamos protestar contra las injusticias, aunque estas no tengan efecto
directo en nuestras vidas personales; cuando podamos pensar en el futuro de
nuestra raza y nuestra patria, sin estar ensimismados en nuestros apartados
mundos; cuando tengamos la voluntad de concebir un Nuevo Estado de Derecho que responda a nuestras verdaderas
necesidades y que fomente una digna continuación de nuestro tiempo y nuestra
historia, superando las divisiones azulgranas; solamente en ese momento, en ese
preciso instante, romperemos el circulo vicioso de tribalismos políticos en el
que estamos encerrados e inmovilizados.
Ya es hora. Estamos a tiempo de
caminar con las manecillas del reloj a nuestro favor.
Solo
me resta desearles no solo un próspero dos mil catorce, sino un prometedor
porvenir. Hasta la victoria.