No existe algo que sea peor que imaginarse cosas que,
aparentemente más nadie puede o quiere ver.
Hace unos meses comencé a imaginar que estoy viviendo en un país que
está totalmente desconectado de su realidad.
Algunos expertos nos brindan promoción internacional como la isla de los
sumergidos y perdidos. Aunque hay quien
dice que en esta mínima extensión de tierra nadie se pierde. Otros, tratan de mantener la moral alta con
optimismo extremo. Dentro de ese
pensamiento perturbador en el que me hundía, buscaba las posibles causas para
tal incoherencia. Era el tiempo de las
elecciones, y me pareció encontrar uno de los principales promotores de tal
enajenación insular.
Pronto llegaron las famosas encuestas sobre la
carrera electoral. Para mi sorpresa,
confirmaron lo que presentía. En estas,
se presentaron lo que se suponía era la tendencia en materia eleccionaria, y lo
que era el posible panorama sobre los resultados. Nada más lejos de la realidad. Los resultados fueron diametralmente opuestos
a lo que presentaban los medios de informativos. Cualquier persona dentro de su sano juicio
pensaría que simplemente fallaron los pronósticos. Pero en mi caso, y a juzgar por la
trayectoria de dichas encuestas, lo que viene a mi mente es que son un burdo
intento por influenciar el psiquis del electorado hacia un candidato
determinado.
He tratado de ignorar esos malos pensamientos,
pero no he podido. Todos los días al ver
los noticieros locales, estos abonan a mi locura aparente. Durante la casi una hora de malas y
desagradables noticias, secciones como: “El Relámpago Mundial”, “El Mundo en medio
Minuto”, entre otros de la misma índole, son sintomáticos de un medio
informativo que muestra y hace alarde de su realidad. Mientras en el mundo real suceden eventos y
actividades que generan consecuencias globales y que se convierten en historia,
los medios locales reportan una ínfima parte, y a vuelo de pájaro. Prefieren utilizar el tiempo al aire para
polarizar las masas en la locura tropical.
Al final del día, si una hora no es suficiente para presentar un buen
noticiario local, mucho menos para presentar lo que sucede más allá del
mar. Adicional, esa operación cumple con
el objetivo de mantener los espectadores en el aire. Eso pienso yo, para subsanar mi carencia de
confianza.
Confianza que he perdido, debido a que los
medios han sacrificado su credibilidad por sensacionalismo. Esto se percibe, y es evidente en el
contenido de la inmensa mayoría de los programas noticiosos del país. Todo lo
reportado no es más que noticias amarillistas, marcadas por los problemas
sociales que nos acechan. Lo cual
acentúa cada vez más, que la sociedad enfrenta una grave crisis. Se presentan con una especie de morbo solo
para obtener los mejores “ratings” frente a la competencia. Un canal local muy conocido se ha
comprometido a reportar notas positivas al final de su espacio noticioso. Al anunciarlo, lo han hecho con el mensaje
subliminal de que todo es nuestra responsabilidad. Que ellos reportan lo que el país produce. Es
decir, que el país no produce suficientes notas positivas para completar un
espacio de una hora en su totalidad.
A esto se suma, el pobre análisis que se realiza
cuando se trata de informar. Se realizan
debates parecidos a cuadriláteros de boxeo, donde los adversarios se enfrentan
por un minuto esperando que suene la campana.
Minuto que utilizan para ataques personalistas, más que para abundar
sobre la materia discutida. Mientras, el
reportero o reportera que funge (debiera escribir finge) como moderador, asume
un rol que en nada abona al análisis serió y profundo, formando así parte del
espectáculo. Esto contribuye a la
transformación de dicho escenario, en una arena circense. Todo lo anterior tiene como consecuencia, la
verdad solapada. Recibimos verdades a
medias, mentiras enmascaradas. Y las
asimilamos todas.
Mi mente continúa dando bandazos entre ideas que
son abrumadoras. He llegado hasta pensar,
que todo es concertado. Que todo es
parte de un plan mayor para distraernos. Donde el único fin de los medios es
hipnotizarnos, idiotizarnos. Manejar
nuestros sentidos y manipular así, la opinión pública. Todo para insertarse e
influenciar en la política partidista. Cada canal televisivo, cada empresa
periodística, tiene un partido político y candidato de predilección. A tal grado, que algunos se ofrecieron de
manera gratuita durante el periodo electoral.
Siempre vence el interés privado, el interés capital y comercial. Al final de la jornada, el partido y su
respectivo candidato en el poder, los tocará con limón y con algunos contratos
de publicidad, dulces para sus bolsillos.
Todo esto redunda en el secuestro de
periodistas. El país cuenta con
excelentes periodistas que toman muy en serio su trabajo. Que su vocación es transmitir la verdad. Pero
terminan tras los barrotes impuestos por los empresarios dueños de los medios,
que censuran, coartan, y editan todo cuanto se informa. Y se transforman en marionetas de los
intereses de sus jefes y supervisores. Se
muestran indefensos y rezagados ante los entrevistados. Hacen gala de poca preparación, o en su
defecto, del control ejercido por los poderosos. Mientras, los entrevistados nos dan gato por
liebre. Dicen cada disparate, argumento,
explicación y expresión. Tergiversando, evadiendo y manipulando todo asunto
relevante, convirtiéndolo en bazofias superficiales. Recibimos así, un pobre y mediocre servicio
mediático, al menos para los mejores intereses del pueblo. Donde, como dice una de mis canciones
favoritas de Rubén Blades, la verdad es mentira y viceversa.
El resultado para los que esperamos una prensa
que tenga credibilidad, veracidad, y que sea confiable, es la desilusión. Solo vivimos inmersos en la
desinformación. Desinformación que nos
lleva a creer muchas cosas que, en realidad son falsas, y otras tantas que no
existen. Opinamos basado en lo que
leemos y escuchamos en medios. Opiniones
que nos degradan y autodestruyen nuestras posibilidades de crecimiento y
superación, por su déficit de sustancia y coherencia. Vivimos en una total enajenación de lo que
sucede en el resto del globo.
Sobrevivimos como sonámbulos, como zombis, sin conocer nuestra verdadera
condición actual. No sabemos nada de lo
que se cocina detrás de esa cortina de humo ficticia. Creada, desarrollada y mantenida para
controlar nuestros pensamientos, acciones y decisiones.
Llego entonces a la conclusión inexorable, dentro mi paranoia
irrisoria, que habitamos en un País sin Prensa. Solo nos queda buscar por nosotros mismos la
verdad oculta. Buscar la realidad a
través de ese muro levantado entre nosotros y el resto del mundo. Romper las barreras mediáticas impuestas entre nuestro
presente y nuestro futuro. Pensar
diferente a la oficialidad.
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