Estoy libre… escapé del calabozo de Morfeo.Ha sido un largo año perdido entre sueños y
pesadillas.No es de extrañarse, con la
cronificación de la pandemia era lo más natural refugiarse en una coma
inducida.Admito que he pasado toda la
emergencia pandémica encerrado, en cama y en aislamiento total.La cuarentena se convirtió para mí en
permanencia.Salidas solo a las tiendas
de abarrotes y suministros (no voy a especificar aquí de qué clases).Enajenación selectiva de las redes sociales,
noticias o cualquier otro medio de información utilizado para alternar y
exacerbar los nervios.En fin, mantenido
en vida por alguna sustancia química, alcohólica y maquinaria para la
existencia artificial.
He de agradecer a un gran amigo, que en un encuentro
funerario me sacó de ese trance eterno (al menos por algún tiempo).Entre velas, flores, ataúdes y cantos
gregorianos, este me cuestionaba sobre el porqué de mi ostracismo
voluntario.En deferencia a este gran
hermano escritor, aquí van algunas de mis Confesiones…
Los casos, las pruebas, los falsos positivos, la tasa
de positividad, las estadísticas y las ordenes ejecutivas; las restricciones,
las mascarillas, el alcohol y el sanitaizer; las vacunas, las filas, la
temperatura y el distanciamiento; las conferencias de prensa, las muertes y los
hospitalizados; la burocracia y procesos virtuales, la ley seca (maldita
injusticia), el papel de baño, los servi-carros y las dosis de refuerzo; los
repuntes, los síntomas, los asintomáticos, los guantes, los protocolos y
medidas preventivas;todas y cada una de
estas putas cosas resonaban en mi cabeza magnificando mi sociopatía.
Abdicando a mi tan arraigado ateísmo radical y
abandonando el nihilismo práctico que me caracteriza, comencé a suplicar de
rodillas y hacia los elementos a la deidad creadora de todo:
-“¿por qué
nos has abandonado? ¡Oh, gran dueño y señor de las almas desalmadas, yo te
invoco!Temerosa y humildemente, claro
está.”
La confusión y la niebla mental se apoderaron
momentáneamente de mi cabeza.No sabía
cuál de los dioses iba a contestar mis suplicas.Es harto conocido que cada ser humano a
creado un dios que se ajusta a sus necesidades, impulsos, pasiones y deseos
personales.Por lo que deben copular en
el paraíso olímpico, al menos miles de dioses creados a imagen y semejanza de
cada fiel y creador terrenal; todos aguardando esa tan esperada y desesperada llamada
de auxilio.Todo para alimentar sus
infinitos egos.
Como neófito en materias religiosas y divinas, quise
darme la licencia poética y darme a la tarea de crear mi propio dios.Claro estaba para mí, que debía darle vida,
cual efecto Pigmalión, a un dios que sea digno de existir.Uno bueno y funcional; que no rehúya de su
responsabilidad para conmigo.Que esté
verdaderamente presente e interesado en intervenir en asuntos trascendentales,
y no solo materias triviales.Un ente que,
en lugar de exigir oraciones, frases, canticos, rituales huecos y banales, no
sea tan infantil, chismoso y exigente a la hora de ayudar a los más finitos y
mortales.En fin, un dios cojonudo que
tenga el poder de hacer hasta lo imposible y su día de descanso no se torne en
desapego, apatía y vacaciones eternas.
Para mi sorpresa, esta entidad bienhechora cuya
definición de libre albedrio es dejar que los demás se jodan y aniquilen como
buenos hermanos… contestó mis humildes y sinceros ruegos.Cual genio cartesiano salió de mi mente para
concederme tres deseos (No, perdón… me equivoqué de cuento).Cual mago providencial se apareció ante mis
ojos, y con su voz de ultratumba que retumba, me dijo:
-¿Se puede
saber para qué carajos has invocado mi presencia?
-Eh,
bueno, es que pensé que pudieras estar interesado en lo que sucede acá abajo
con tu magnifica y nunca bien ponderada creación.Específicamente con la parte humana.
Entre carcajadas celestiales me contestó:
-¡Ya veo
que lo de pensar no se te da mucho!
-¡Y lo
dice el que se supone me daría, aunque fuera un soplo de razón e inteligencia!
-¿QUE
DICES?
-No, nada…
que te necesito en estos momentos más que nunca antes en mi vida… si es que
esto puede llamarse vida.
-A ver, al
grano. Que ya escuché tu diatriba contra los dioses creados por las
maravillosas, pero poco iluminadas mentes humanas.; y tu no has pagado diezmos
como para dedicarte tiempo extra.
-Recurro a
ti como el último reducto de un impío desesperado.Ante la pandémica situación que nos agobia y
nos hunde en este valle de lágrimas, también tenemos que soportar guerras, corrupción,
abusos de poder, miseria, hambruna, pobreza y enriquecimiento de ciertos
sectores privilegiados, entre otros males sociales.Ni hablar del discrimen por razones de color,
raza, sexo, genero, preferencias sexuales, nacionalidad, peso, estatura, poder
adquisitivo, solo por mencionar algunos.¿Por qué lo permites?¿Es que
acaso te divierte tan dantesco espectáculo?
-Resulta
ahora que, para ti yo soy, y es así es como me hago llamar. el único culpable.Sin embargo, no piensas en que ustedes mismos
han sido los que han endiosado toda clase de personajes, figuras, animales y
hasta estatuas.Ustedes son los que
alaban y adoran todo tipo de posesiones materiales.Han entronizado en sus obtusas mentes todo
tipo de conceptos, contenidos e ideas que en nada se relacionan con lo que
soy.Han etiquetado mi nombre, cada uno
con la descripción más conveniente para sus propósitos personales más
mundanos.Me atribuyen toda suerte de
creaciones, dogmas, mandamientos, milagros y artilugios.Todos diseñados por hordas de feligreses como
subterfugios para su propia mezquindad.Y los utilizan, en mi santo nombre como mecanismos para atemorizar,
perseguir, hostigar y fustigarse los unos a los otros.Han elaborado tantas y tantas versiones de mí,
que ya padezco trastornos de identidades múltiples. Lo peor es que ninguna se acerca ni por milagro
a la bendita verdad.La verdad de que
solo existe un solo dios del cual no tienen ni la más ínfima noción de su
realidad, esencia y naturaleza, por ser esta inabarcable.Y que por no entender que ustedes comparten y
proceden de esa misma esencia y naturaleza, muy pronto regresaré a juzgar el
mundo por medio del fuego; y arderán todos, no en el purgatorio, sino en el
mismísimo infierno.
Al momento de escuchar tal maldición profética y
pseudo divina, desperté entre sudores, temblores, cólicos y escalofríos.Solo me contentó la sombría compañía y alentadoras
palabras del creador del anticristo que, con voz lúgubre me decía: ¡Tranquilo,
solo fue un sueño; dios está muerto!
Cuando
el fraile dominico Yamil Samalot OP, se dirigió a los presentes sintetizó el
sentir general de quienes escucharon atentamente a la teóloga uruguaya Maria
Cristina Robaina stj. Por espacio de dos horas Robaina interactuó con la
audiencia en una conferencia titulada La
profecía del diálogo, germen de comunidades nuevas.
“A la
verdad que ha sido un banquete de teología narrativa. Ella como buena Teresiana
que es, nos ha hecho meternos en las profundidades de lo que es la misma vida de
Dios, que es la vida de comunión, que es la vida de amor, que es la vida de
unidad. Con estos mensajes del Evangelii Gaudium que María Cristina ha
compartido esta noche nos da a entender que nuestro primer anuncio es la
amistad entre nosotros y que en la medida que en nuestras comunidades vivamos
la comunión el mundo va a creer. Esas son las palabras de Jesucristo”, así lo
manifestó Samalot, quien fungía como Director del Centro de Estudios de los
Dominicos del Caribe (CEDOC) en aquel momento.
Ante
la relevancia de tal conversatorio, que sucedió el 3 de septiembre de 2014 en
el Aula Magna fr. Félix Struik, O.P. en la mencionada Escuela de Teología de la Universidad
Central de Bayamón, comparto algunas de las reflexiones que María Cristina
Robaina stj obsequió esa noche. La teóloga uruguaya había sido invitada al País
por la Conferencia de Religiosas y Religiosos de Puerto Rico que efectuaba para
esos días su asamblea anual.
*****
María
Cristina Robaina: "El tema que me sugirieron es el de la Profecía del diálogo
como germen de las comunidades nuevas, esta convicción está vinculada a La Conferencia Latinoamericana de
Religiosos (LACLAR), que es desde donde yo quisiera compartir
especialmente. La Conferencia LACLAR tiene como horizonte inspirador en este
periodo 2012-2015, este lema: “Escuchemos
a Dios donde la vida clama”.
Hago
el planteamiento, desde la convicción profunda que tenemos, como religiosos y
religiosas, que es en el diálogo y en la escucha donde se da el terreno fecundo
para el surgimiento de esas comunidades nuevas que estamos necesitando ser y
vivir.
Pensando
en este encuentro me estaba acordando de la Era de los dinosaurios. Bueno, en
aquella Era, en la mesozoica, los dinosaurios parecían que se comían el mundo,
que ellos dominarían, que serían el futuro de la vida. Sin embargo, los
estudios paleontológicos han encontrado que antepasados de los marsupiales
-esos pequeños roedorcitos con sangre caliente que eran el comienzo de lo que
hoy son los mamíferos- andaban entre las patas de los dinosaurios viendo cómo
hacían para que los dinosaurios no los aplastaran. Y si hubiéramos visto aquella
escena de hace 80 millones de años seguramente hubiéramos apostado que la vida
continuaría con los dinosaurios gigantes, por su poder y potencia, su capacidad
ofensiva y defensiva que los hacía aptos para dominar el planeta. Y resulta que
aquellos otros chiquititos que andaban medio escondidos, medio correteando,
medio viendo cómo sobrevivir, desde una debilidad biológica real, esos fueron
los que dieron continuidad a la vida. Así nosotros tenemos muchas maneras de
entrar en la realidad que tanto nos confronta. Quizás tengamos que atender a
donde están los marsupiales, donde está esa debilidad vital que, sin embargo,
tiene la potencialidad y el futuro dentro de sí.
Se
habla de cambio axial, sin embargo si le ponemos nombre a esa experiencia
interior que vivimos, personalmente y como comunidades, como pueblos,
verdaderamente lo que estamos viviendo es una transformación, una metamorfosis.
Hay
una imagen semejante que es muy expresiva, en esas cuatro formas de este mismo
ser vivo: el huevo, la larva, la crisálida y la mariposa. Si no hubiéramos
observado el proceso de transformación, sería difícil asociarlas. No será que
vamos a tener que empezar a identificar entre nosotros y nosotras, larvas,
crisálidas que parecen que estuvieran muertas, que están ahí quietitas,
encerradas en una cáscara dura y parece que eso es algo vivo. Y un día se
produce aquel milagro de que la crisálida se rompe y sale volando una mariposa. Realidad y transformación. Aquí la primera pregunta es: ¿con qué mirada vamos a
entrar en esa realidad?
En
primer lugar, quizás necesitamos la toma de conciencia de que entramos en un Misterio. Que lo que llamamos realidad con tanta naturalidad y con tanta insistencia y la
aplicamos a tantas cosas es un Misterio, y más Misterio si es una realidad que
está en permanente transformación, y más Misterio si la realidad tiene
componentes tan diversos como nosotros y nosotras, que vivimos de manera
asincrónica esas transformaciones. Por lo tanto se hace muy difícil poder
catalogar y decidir éste por acá y éste por allá y otro por allá. Como que la
realidad nos pide una entrada humilde, una entrada de quien está aprendiendo,
con esa conciencia además sistémica de un mundo complejo en que todo se conecta
con todo.
Raimon
Pannikar que tiene un libro último que se titula “La puerta estrecha del conocimiento”, cuando
se refiere a la puerta estrecha del conocimiento está hablando de la que
menciona Jesús: “Pocos son los que entrareis por ella”. Y Pannikar nos dice que
para acceder a la realidad, para conocerla, para poder entrar en ella
necesitamos tres llaves: razón, fe y sensibilidad.
La
razón solo nos ofrece una serie de explicaciones. La fe nos traslada a algo que
trasciende lo que nuestra pobre razón llega a poder captar, pero además
necesitamos de la sensibilidad. Dicho de otra manera, sólo la persona
integrada, desde su sensibilidad, desde la racionalidad y desde la fe, y
pudiendo integrar dentro de sí misma esas diversas miradas o experiencias de lo
real, sólo así logramos ese ‘click’ que abre la puerta, que es la puerta de la
sabiduría. Es el verdadero contacto íntimo con lo real que no siempre es
expresable pero ciertamente experimentable.
Ya no es ‘lo real’, es nuestra
capacidad de poder tener empatía, sintonizar, tocar algo de lo que el otro
percibe, y de lo que podemos construir juntos y juntas. Esa es la Profecía del diálogo que genera comunión,
que genera comunidades nuevas.
Pero el tema es: ¿Qué estamos y
no estamos dispuestos a ver y no ver de la realidad? Percibimos lo que queremos
percibir y no percibimos lo que rechazamos. Hay un Misterio allí en la
percepción de lo real. Vemos y no vemos. Bueno, podemos preguntarnos: ¿Qué
tiendo a ver en la realidad? ¿Solamente los dinosaurios o solamente los
marsupiales? Y en ese ejercicio, cómo me
siento ante lo que veo y, simultáneamente, qué dejo de ver.
De hecho, así, como tocando
nuestro corazón y situándonos en esa transformación de lo real uno mira en
perspectiva su propia vida, y somos otra persona pero también somos la misma. En determinados momentos las cosas se ven así, de esta manera por acá. Pero
resulta que hoy somos conscientes de tantas experiencias y realidades humanas y
humanizadoras que están más allá de
nuestra compresión y de nuestras instituciones y que hablan al corazón del
hombre y de la mujer; que conmueven el corazón de la gente, que movilizan a las
personas. En esa extrema diversidad del Espíritu está la imagen y semejanza de
Dios en lo humano; en esa diversidad en todo. Tan compleja, tan a veces difícil
de vivir y de convivir; ahí es donde tenemos la puerta de la sabiduría, y ahí
es donde tenemos que ver esta invitación:
Dejarnos fecundar por
la diversidad del Espíritu, nos supera.
Y ahí hay una palabra que El
Señor está pronunciando:
Para
poder entrar en la realidad con sabiduría necesitamos una conversión profunda
en dos claves: personal y pastoral. Y Aparecida (texto
final de la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericano y del
Caribe, celebrado en Aparecida, Brasil, del 13 al 31 de mayo de 2007) las
describe, pero sobre todo también nos pide entrar sin excusas, entrar
decididamente con todas las fuerzas en los procesos constantes de renovación
misionera y abandonar estructuras caducas que ya no favorecen la transmisión de
la fe. Por lo tanto, previamente, entrar sin excusas y decididamente en la
realidad con otra mirada, con otra actitud, con otra disposición en la macro realidad
y en la micro realidad de mis diálogos con los cercanos, con aquellos con los
que convivo, con los que comparto, con los que proyecto, con los que evalúo,
con los que analizo.
Escuchar
La Palabra, esa actitud de escucha, esa actitud de escuchar a Dios donde La Vida
clama me abre el corazón para escuchar los susurros de La Palabra en medio de
esas realidades humanas, ante las cuales me quedo en actitud contemplativa,
mirando en profundidad, entrando en ellas por la puerta de la sabiduría. No
solamente por lo que entiende mi razón, sino por lo que intuye mi corazón y lo
que me revela la fe de aquella situación. Entonces sí que estamos en la Profecía del diálogo porque estamos
viviendo la Profunda Escucha que es, no solamente la premisa de Diálogo sino el
elemento constitutivo para que se genere La Comunión.
Hoy, (el
Papa) Francisco habla mucho de la Escucha y habla mucho de la Cultura del Encuentro. Es que el diálogo está bastante desprestigiado, porque a veces llamamos diálogo
a cualquier cosa. Uno tiene que percibir hasta qué punto esa instancia en que
yo digo “dialogamos”, en que yo nombro “dialogamos”, genera, produce un
encuentro; conmueve, transforma, es una Experiencia de Comunión. Este es el ícono
con el que LACLAR nos invita en este periodo, en este tiempo: a entrar en la
comunidad de Betania como comunidad.
Betania
nos ofrece una riquísima experiencia de comunidad. Comunidad de amor, corazón
de humanidad. Pero también entendamos que nuestras comunidades tienen algunos
personajes más. ¿Cuántos personajes hay acá? Jesús, Marta, María y Lázaro.
Bueno, resulta que nuestras comunidades son además de todo esto (‘Casa de Encuentro,
Comunidad de Amor, Corazón de Humanidad’), como toda relación humana, nuestras
comunidades también son lugares de conflicto. Y el desafío es la Escucha del
conflicto, a ver por dónde viene la cosa. Antes de empezar a defenderse y decir
‘porque tú, porque yo, porque él’, captar qué es lo que está sucediendo…
Cada cristiano y cada comunidad discernirá cuál es el camino que el Señor
le pide, pero todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la
propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la
luz del Evangelio.
Evangelii Gaudium, 20
Y a
veces la periferia está dentro de casa, la periferia está en la casa del
vecino, la periferia está… Porque reconozcamos, estos personajes los vemos como
separados pero también nos habitan a cada uno de nosotros y de nosotras. El
conflicto también nace dentro de nosotros. Jesús es también Presencia en
nuestro corazón. Marta y María, Lázaro, son modos de Ser, modos de estar. Son
sentimientos, son realidades: Lázaro la fragilidad ¿verdad?; Marta y María, la
literatura las ha situado a veces de una manera contrapuesta, sin embargo son
actitudes, protagonistas interiores que nos habitan; no solamente a nivel
externo sino interno. Todas y todos somos causa de conflicto para otros. Ahí
está donde se nos pide que pongamos nuestra energía en sumar y salir hacia las
periferias de lo humano. Y salir de la propia comodidad…
¿Por qué Jesús podía
convivir con Judas? Porque veía en él un hijo de Dios confundido, en el que se
había opacado la comunicación con el Padre; la experiencia de la bondad del
Padre. Era Jesús, el Maestro, que vive en nuestras comunidades, que acompaña y
que nos sigue enseñando si lo dejamos, si escuchamos, si escuchamos el susurro
de La Palabra de Dios en las palabras del otro que me genera conflicto porque
sé que es un hijo a quien el Padre ama entrañablemente; desde ahí puede nacer
la Profecía de la comunión, sino son
palabras huecas.
Aprender
a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, aprender a sufrir en un abrazo
con Jesús crucificado cuando recibimos agresiones injustas e ingratitudes y dar
el paso al perdón.
Redescubrir el gusto de estar juntos –muy bien las redes, las nuevas tecnologías de la
información y comunicación, la dirección espiritual por Skype, todo muy bien-
pero qué lindo que estemos acá juntos, que compartamos, que celebremos, que nos
lloremos juntos, que nos enojemos, que celebremos los cumpleaños, que compartamos
incluso los mosquitos estos que nos andan picando…
Y
otra vez, así en la inspiración de esta comunidad de Betania, que es una
inspiración de La Palabra de Dios, teniendo en cuenta todas estas dimensiones
que nos habitan y habitan nuestros vínculos interpersonales.
Una
manera de conocer la calidad de nuestros vínculos es si conocemos cuáles son
algunas de las heridas de nuestros hermanos y hermanas que consideramos
compañeros de camino, compañeras de camino. Si alguna vez les hemos escuchado
de corazón, porque el corazón habla en eso que les duele, se escapa en los
intersticios de las comunicaciones, los gestos. Es importante tener presente cómo
sentimos, cómo actuamos, cómo reaccionamos ante las heridas de nuestros
hermanos, porque a veces las heridas de nuestros hermanos ponen en carne viva
las propias… No es sólo que nos canse escucharlos, es que a veces no queremos
escuchar porque no queremos acordarnos que a mí me pasó tal cosa… Por eso acá la pregunta correlativa es qué
hacemos con nuestras propias heridas, nuestras experiencias de vida; vamos a
ponerles nombre. Las heridas que van siendo glorificadas y resucitadas como las
de Jesús. Las heridas de las que viene nuestra crucifixión y nuestra muerte,
pero de las que renace la Gloria, la Resurrección y la Vida.
De lo
que se trata es de vivir los vínculos que tenemos, esos mismos espacios de
comunidad, desde una dimensión de profundidad, de contemplación, de escucha; de
esa ascética, de ese acoger al otro… Lo importante es que le pidamos al Señor
la Gracia de descubrir todos los marsupiales, los marsupialitos que andan por
ahí entre nosotros; que no nos dejemos impresionar por los dinosaurios…
Lo importante es que
descubramos lo mucho que el Señor hace entre nosotros, y que nosotros lo
estamos haciendo para humanizar la vida y para que de verdad nuestras vidas
sean una profecía viviente; que eso es nuestra comunión, la Primera Profecía. La Profecía imprescindible que como cristianos tenemos que anunciar al mundo,
que es posible amarnos y que es posible ser hijos de un mismo Padre".
Carlos Esteban Cana – Comunicador y escritor. Nació en Bayamón, Puerto Rico, pero se crió en el pueblo costero de Cataño. Fundador de la revista y colectivo TALLER LITERARIO, publicación alternativa que marcó la última década de creación literaria boricua en el siglo XX. Ha trabajado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña como Coordinador Editorial, Director de Prensa para la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico y como Coordinador de Medios para el Encuentro de Escritores De-Generaciones. Su periodismo cultural ha sido publicado en periódicos y publicaciones como Dialogo, Cayey, CulturA, El Nuevo Día, y Resonancias, entre otras. Fue parte del colectivo El Sótano 00931. Colaboro con el poeta Julio Cesar Pol, junto a Nicole Cecilia Delgado y Loretta Collins, en la antología Los Rostros de la Hidra.
Su periodismo cultural es reproducido en diversos espacios y bitácoras cibernéticas, con columnas como: Breves en la cartografía cultural; Aquí allá y en todas partes; Crónicas urbanas y el boletín En las letras, desde Puerto Rico, en bitácoras como Confesiones, Sólo Disparates, Panaceas y placebos, Boreales, Revista Isla Negra y en periódicos como El Post Antillano. Tiene tres libros publicados: Universos (micro-cuentos); Testamento (antología poética; una selección de 46 cuadernos) y Catarsis de maletas (cuentos). Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y desarrolla la plataforma multi-mediática Servicios de Prensa Cultural. Para Carlos Esteban Cana profesar creación y cultura es como recibir oxígeno; vehículos que le permiten ejercer su libertad.
En
estos tiempos que parecen acercarnos cada día más al final de la humanidad,
parecería justo y necesario pasar juicio sobre las razones del creador, para
inhibirse. Partiendo del supuesto de que
existe, da la impresión de que se mantiene indiferente ante la hecatombe que
enfrentamos sus hijos. Para ser un dios
bondadoso según las descripciones cristianas, se le podrían atribuir muchos
adjetivos negativos. Entre la
indiferencia, la desidia y el desapego de lo que le sucede a su creación más
amada, podríamos decir que hay, al menos, visos de maldad.
Basta
con pasar revista sobre acontecimientos históricos que, aunque lastimosos para
la memoria de la civilización, encuentran paralelos en los tiempos modernos. Se repiten cada cierto tiempo, perpetuando en
un círculo vicioso la atrocidad social que vivimos. Haciendo patente la ausencia del ser supremo
que está supuesto a recibir las peticiones de armonía y de paz. Esto hace de la omnipresencia, una burla y una
falacia.
Desde
el comienzo de nuestra era, cuando esta divinidad envío su hijo para que fuera asesinado;
las torturas y muerte de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por
salvar su prójimo y sus pueblos, son más recurrentes que en los tiempos bíblicos. Hasta el sol de hoy, los que intenta de
alguna forma u otra mostrar el camino, la verdad y la vida digna a sus
semejantes, son inmolados sin persignarse.
En especial los que intentan luchar contra los imperios, las
injusticias, la intervención y dominación de fuerzas extranjeras. La inmensa mayoría de los pueblos tienen sus
mártires por estas causas.
A
partir de ahí, y hasta nuestros días, comenzaron las guerras de religión. Cacerías de brujas, cruzadas, inquisiciones,
persecuciones, y toda suerte de ultrajes en nombre de la adorada deidad. Si la omnipotencia fuera tal como describen
los antiguos escritos, no haría falta que el ser humano se enfrascara en estas
empresas que él mismo pudiera ejecutar con un solo chasquido de sus dedos. Siglos después, continúan las luchas por
creencias religiosas, esotéricas y/o místicas.
Amén de las pérdidas de vidas que han provocado la falta de tolerancia
por ideas políticas, prejuicios raciales, disparidad económica y de castas,
entre otros promotores de desigualdad.
Este
protagonista bíblico parece disfrutar a sus anchas cuando aparece algún
personaje perturbado mentalmente, que usurpa su trono aquí en la tierra; y somete
selectivamente al juicio final a ciertos feligreses. Lo peor de todo es que, no bien ha salido el
mundo de una dictadura, nace otra con más odio visceral hacia ciertos
grupos. Los casos de lesa humanidad son
incontables, pero el régimen moderno más cruel por antonomasia, el
nacionalsocialismo, ha encontrado en el actual gobierno americano, su mayor
contendiente. Con todas las señales
claras y distintas, esta presidencia se perfila como la próxima tiranía
neonazi. A todas luces, la omnisciencia
no le ha sido suficiente al todopoderoso para prever o evitar tales holocaustos. Esperando por la celeste intervención, nos
vemos condenados a pasar de genocidio en genocidio, sin la esperanza de que
venga un salvador. Nosotros creímos
tener la bendición de la versión criolla del mesías, pero se transfiguró en el
demonio que nos condenó al infierno que vivimos.
La providencial
misericordia aparenta ser solo para los elegidos, porque el resto solo estamos
llamados a vivir en la ignominia. Las
ciudades se convierten en purgatorios donde los inocentes expían el pecado de
no poseer la santa gracia que poseen los hijos predilectos. La pobreza, la hambruna, las pestes y
enfermedades que se vuelven pandemias que arropan el orbe; sentenciando a la miseria,
la mayoría de las veces, ya sea por exposición o falta de recursos, a los más
desventajados. El atributo del justo se
ve cancelado por su negligente manera de administrar su divina justicia. Mientras tanto, por poco más de dos milenios,
los parroquianos continúan creyendo en un dios que los invita, extorsiona e
intimida; solo con el pseudo poder de sus propias sagradas palabras escritas
como única evidencia. Escritas por otros
hombres subyugados, estos escritos históricos caen, sin duda alguna, en una petición
de principio.
Para
mí que soy un poco incrédulo y renuente a estos temas, me parece incongruente
todo lo anterior. La realidad que acá
abajo vivimos, dista mucho de un dios infinitamente bueno y bondadoso.
Cualquiera podría entender, y a groso modo, es lo que se desprende de la
cotidianidad; que la idea de un súper genio supremo, piadoso, clemente y
magnánimo; es mutuamente excluyente con el Estatus Quo. Pero, la única manera de entender la actitud
y la inacción del ausente rey de reyes es, extendiendo al cielo la máxima de
que todos tenemos derecho a reivindicarnos y a segundas oportunidades.
Así
que, partiendo de la premisa (y para
justificar lo injustificable) de que hemos recibido o simplemente poseemos
una luz natural o facultad de razonamiento; debemos pensar (los que puedan), que desde el inicio de la humanidad hemos tenido
la oportunidad y el conocimiento para entender, crear y desarrollar para todos,
la mejor manera de vivir. Esta facultad
es la que nos debería arrojar luz sobre lo más justo y la mejor manera de convivir
en justicia, paz e igualdad. Esta idea
clara y distinta, de que poseemos por naturaleza lo que muchos llaman sentido
común, razón, entendimiento o inteligencia; es el primer argumento para no
tener que esperar por fe, lo que podemos obtener por la propia capacidad mental
e intelectual. El segundo argumento es,
que siendo seres independientes, o no dependientes de fuerzas etéreas, no
deberíamos consentir el libre albedrío.
Más bien concebirnos enteramente dueños de nuestra voluntad. A su vez, entender que toda volición conlleva
unas consecuencias, y en el mejor de los escenarios, favorables resultados. Lo que nos debería llevar a concluir que
todas las concepciones que tenemos en nuestra mente, las podemos ejecutar como
actos libres de la voluntad, sin intervención divina; asumiendo así toda la
responsabilidad por actuar libre y voluntariamente.
El
tercer y último argumento por el que se puede justificar tal abstención del
dios paternal, es el arrepentimiento. No
es para menos. Observando atónito, desde
el paraíso, cómo el hombre con todas las facultades que posee y de las cuales
hace alardes; actúa con toda libertad, pero de manera insensata e irresponsable. Arrepentimiento por haber creído con ciega
fe, que seriamos capaces de mantener un orden y un balance saludable en todo lo
creado. Arrepentimiento por suponer que
a través de todo desarrollo y evolución, siempre procuraríamos el bien común; y
que a pesar de los avances tecnológicos, sociales, económicos, y de todos los
sistemas conocidos, nunca habría tantos dejados atrás.
Lo
que no puede ponerse en dudas es, que al final de los tiempos tendremos que
rendir cuentas. Ya sea a alguna deidad
del firmamento o del inframundo, a la posteridad, a las próximas generaciones;
o a nuestra propia conciencia individual y colectiva. Tendremos que recapitular sobre nuestra
contribución al bienestar o al estado actual de las cosas. Seremos nuestro propio juez en ese gran
juicio final sobre nuestras actuaciones u omisiones. No es un misterio que la única forma de ganar
indulgencias es aportando y colaborando para crear mejores condiciones para todos;
y evitar ser parte de ese fanático rebaño, por el cuál esta tragicomedia será
eterna, por los siglos de los siglos.
Nuevamente
me ha tocado escribir en el segundo aniversario del Papa Francisco. Algunas personas me cuestionan las razones
por las que solo escribo acerca de este tema.
La razón es sencilla... toda la vida he sido católico. Sin entrar en los méritos de si he sido un
buen o mal católico. Aparte de las
expectativas que tengo con relación al pontificado de Francisco, me mueve en
especial el hecho de que mis dos hijos comienzan a acercarse y a dar sus
primeros pasos en los caminos propios de esta religión. En los primeros dos escritos, el primero en la
entronización y el segundo en el aniversario, hablaba del poder de cambios que
tiene la figura del Papa. Cambios ya
imperativos e impostergables para una iglesia con una imagen desgastada por sus
realidades internas. Decía también que
no se pueden esperar cambios sustanciales en tan poco tiempo. La iglesia, con sus más de dos mil años de
fundación, sus estructuras e instituciones, amén del factor humano encargado de
su administración, es un hueso duro de roer.
A
dos años de su papado, el sumo pontífice ha logrado cautivar las masas con sus
actos, aparentemente espontáneos, que lo hacen ver muy cerca de la gente. Reuniones con grandes personalidades
políticas, sociales y religiosas, en las que ha intercedido por asuntos de
justicia y de paz (Obama y el caso de Cuba), expresiones controversiales sobre
temas de actualidad (la familia y la orientación sexual), la fiscalización
financiera del Instituto para las Obras de Religión y la reforma de la
estructura actual de la curia, son solo ejemplos del enfoque de su
gestión. Pero en realidad lo que
mantiene su figura tan presente y patente en el acontecer diario, son los
gestos simples con las personas. Los
saludos, los abrazos, las palabras de aliento, las entrevistas informales y su
proceder simple y ameno, han logrado que los que le siguen sientan a través de
él, manifestaciones del Poder Divino.
Como
todo agente de cambios, el Papa ha encontrado resistencia para su cargada
agenda. Con expectativas de un papado rápido
y corto, el tiempo no se detiene a esperar por el convencimiento de los
detractores y opositores, en su mayoría internos del propio Vaticano. A todas luces, Francisco quiere dirigir con
su ejemplo una iglesia en estado catatónico por siglos, enfatizando en un
proceder y en una actitud más cristiana y humanizada hacia el que nos
rodea. Una estrategia acertada, a mi
entender, pero a dos años de su ascensión, es meritorio acciones más concretas
y definitorias. Hemos visto en la
radiografía al cuerpo de la Esposa de Cristo, lo que ésta padece y el cáncer
que la consume desde sus adentros. No me
parece pertinente entrar en los detalles de estas enfermedades crónicas y socialmente
mortales. Pero sí me parece que debemos
tomar conciencia de que tal metástasis se refleja en lo que el papa llama, las
periferias de las iglesias esparcidas por el orbe. La corrosión que viaja por esas venas, desde
el corazón de la institución, corrompe los corazones de sus miembros. Entonces estos terminan por mostrarse incapaz
de hacer frente a la descomposición social y la ausencia de valores existentes
en las comunidades donde se desenvuelven.
Esto es una catástrofe globalizada que amerita cambios radicales.
En
mi opinión la Santa Iglesia Católica, experimenta en estos momentos un periodo
de anarquía. Mientras su máximo pastor
señala el camino en una dirección, el peso de las ovejas negras la mueve en
otra muy distinta a la señalada. Tan es
así de esta manera, que en Puerto Rico, la iglesia se ha insertado más en los
asuntos de política pública que en los relacionados a la fe. Esto haciendo caso omiso a la casi
inexistente, separación de iglesia y estado.
Sin pasar juicio sobre su incapacidad histórica en ambas materias. El antídoto debe ser suministrado con
celeridad para una rápida remisión del desprestigio y pronta recuperación de
fuerza moral, ética y cristiana.
Como
católico escéptico, lo que algunos llaman tibios y hasta fríos, sé que la
proyección papal ha logrado atraer adeptos a su causa. Lo ha logrado conmigo, que apuesto a que el
poder de cambio que posee Francisco puede transfigurar esta coyuntura histórica
en buenos tiempos de cambios.
______________________________________
Angel L. Parrilla López - Nació en Rio Piedras. Natural de Cataño, del Barrio Amelia, donde cursó toda su vida escolar. Tiene un Bachillerato en Recursos Humanos, y una Maestría en Gerencia. Por más de 20 años, fungió como Servidor en la comunidad, y asesor del Grupo de Jovenes Parroquial.
Primeramente, quiero pedir disculpas a todos los lectores a nombre mío. En la pasada publicación perdí la cordura que me caracteriza (la poca que aún conservo). Tanto, que muchos se acercaron a mí diciendo que en ese escrito, no era yo el que escribía. Prometo hacer todo lo posible por evitar esos lapsus mentales, que cotidianamente sufro. Admito que me sentía como poseído por algún espíritu realengo. Al comentarle todo esto a un gran amigo escritor, de nombre René, me recomendó sin ambages, buscar ayuda. Como es de conocimiento público, hace algún tiempo despedí a mi psicólogo. Más bien, el me dio de alta, y de paso, le dio pa' bajo a mi novia. Pero eso es historia vieja. No sabía a qué tipo de ayuda se estaba refiriendo mi viejo amigo. Lo último que mencionó fue algo parecido a un método, alguna especie de ayuda espiritual. No sé mucho de espiritismo ni nada por el estilo. Supuse que estaba sugiriendo a algún profesional que me expulsara el espíritu que me tiene poseso hace mucho tiempo. Así que, dejando a un lado mi ateísmo arraigado, salí una mañana directo a la iglesia más cercana. Quería una iglesia católica. Esto porque son las que más seguidores tienen y las que más rápido despachan los feligreses, luego de varios cánticos y un par de recolectas. Llegué a la que está frente a la plaza pública. Con algo de temor, entré sigiloso. Parecía no haber nadie allí presente. Solo veía las estatuas, las velas, las flores y los instrumentos musicales. Aunque nadie los tacaba, me parecía escuchar los cantos grecorromanos de las damas de cintas rojas.
Sentí el ambiente algo fúnebre para ser la casa de lo que llaman un dios vivo. Me desplacé casi hasta el fondo, cuando sentí una mano sobre mi hombro. Después del grito desesperado, volteé a ver qué cosa me estaba tocando. Con tantas noticias sobre los clérigos, esos toques por la espalda pueden ser muy peligrosos. En efecto, un hombre vestido de monje estaba allí. Me cuestionó sobre mi visita al lugar. Le comenté que me recomendaron buscar ayuda profesional. Me dijo: "entra ahí y arrodíllate". Amenacé con golpearlo y salir huyendo (pensando en las víctimas de abusos, maltratos y violaciones). Me pidió que me tranquilizara, que tuviera fe y que cooperara. Era solo un confesionario y él iba a estar del otro lado de la pared. Me contuve y decidí darle una oportunidad. Hice lo que me pidió aunque no entendía. ¿Para que estar del otro lado de la pared si ya vi su rostro? Al momento me dijo cuatro cosas y me volvió a pedir que tuviera fe. Lo interrumpí abruptamente. Lo primero que le confesé fue que, precisamente eso es lo que no tengo, fe. Que no soy creyente, cristiano, dogmático y mucho menos religioso. Ahora era el cura el que aparentaba estar espantado.
Comencé mi diatriba cuestionando los discursos hipócritas de la iglesia. Promover una fe religiosa donde su principal precepto es la antropofagia. Al menos eso predican al hacer galas de que consumen el cuerpo del dios que es mitad ser humano. De ese doble discurso es que nace mi aversión a las religiones, mi ateísmo visceral y el odio tan arraigado hacia la humanidad. No logro entender cómo se puede instruir a amar al prójimo cuando se come frente a un altar carne humana, y se presenta como la salvación. El ser humano es una maraña de contradicciones. No puedo tener confianza en un ser tan despreciable. El monje perturbado me regaña. Su principal argumento es que somos hechos a imagen y semejanza del dios creador (el mismo que se meriendan en cada misa). También adujo a que somos hijos de la divinidad, que somos seres diversos y que no somos perfectos en nuestro proceder. Además me recordó que yo formo parte de la misma humanidad a la que aborrezco y a la que hay que amar como a uno mismo. Lo increpo repentinamente. Entonces resulta que el altísimo que se jacta de perfecto y de que nos creó a imagen y semejanza, nos hizo diferentes a todos y carentes de perfección. Otra cosa que no me hace ningún sentido.
Lo primero que me pidió el ataviado clérigo fue tener fe y amar al prójimo. Pero como tener fe en el único animal (eso somos todos y todas) que tiene el don único de razonar, pero actúa en detrimento de su propia especie y del resto de la creación. Actúa como las sinnúmeros de especies existentes, por instinto. Y cuando usa el razonamiento y el sentido común, lo hace para beneficio individual exclusivamente. El sacerdote parece haber quedado sin respuestas o argumentos. Yo, continúo despotricando contra la raza humana. Esta creatura solo utiliza el don de pensamiento, palabra, obra y omisión para desarrollar toda clase de artilugio para beneficio y lucro personal a costa de los demás. Es la única especie que vive dañando su entorno, contaminado su ambiente y destruyendo su hábitat. Es el único que con su voluntad y libre albedrío ha afectado el balance natural de las cosas. El confesor parece ni inmutarse.
Insisto en la capacidad destructiva del hombre. Ese que en sus adentros continúa siendo bárbaro, cavernícola, y retrogrado. Y en el caso de los católicos, caníbales. Propenso por naturaleza a la auto-destrucción. Basta con mirar sus ejecutorias sobre la tierra. En la actualidad es el único que libra guerras por extensiones territoriales, motivaciones religiosas, económicas, políticas y/o expansionistas (o todas las anteriores). El único que desarrolla y disemina virus, epidemias y enfermedades mortales. El agente catalítico del calentamiento global y las alteraciones climatológicas. El único ser capaz de generar batallas bacteriológicas, químicas, nucleares a grandes distancias o a quemarropa. La realidad es que nosotros, y solamente nosotros somos los artífices de nuestra realidad actual. Pero para colmo de males, tenemos la capacidad de enajenarnos (en especial yo) de esa realidad tan patente en el diario vivir. Seguimos nuestras vidas como si nada estuviera pasando. Como si no fuéramos nosotros mismos, víctimas y victimarios. Mientras tanto, sigue la producción de toda suerte de mecanismos, procesos, productos, objetos e inventos que deterioran la calidad de vida de todos y la estabilidad del planeta entero. No conformes con eso, viajamos al espacio con el mismo espíritu colonizador de siempre, a contaminar el resto de la galaxia. Olvidamos que ha sido nuestra raza la que ha promovido los grandes genocidios, holocaustos, cruzadas, cacerías de brujas, masacres, matanzas y demás derramamientos de sangre. Muchos de ellos por la simple tendencia y debilidad humana por poder, la dominación, la avaricia, el reconocimiento y a meros caprichos. Le cuestiono al párroco cómo es posible tener fe y amar a en un ser tan despreciable. Percibo que el hombre ha quedado patidifuso con mi extensa disertación. Eso no me detiene ni me impide seguir fustigando al prójimo.
Estos hijos del gran poder divino nunca están conformes. En su incesante búsqueda por el "bienestar", el resultado siempre es fatal. Puesto en la tierra para dominarla, se ha encargado de consumirla hasta el punto de destrucción. No queda agua suficiente para todos, y la que existe está contaminada. El aire ya no es puro. Especies extintas y otras en proceso por nuestra negligencia. El desbalance perfecto para nuestra propia desaparición. Sin embargo, y simultáneamente, nuestros corazones se tornan grises. Solo producen indiferencia, apatía, parquedad, distanciamiento. Como si ese tsunami de barbarie nunca fuera a tocar nuestras puertas. Brotan los sentimientos individualistas, personalistas y egoístas. Cada uno en su mundo, en su trinchera, a la defensiva contra los propios hermanos. ¿Cómo mantener la fe en este tétrico panorama? Para mí no es posible por mi propio escepticismo. Soy un fiel creyente de que todo ese comportamiento es endógeno e inherente del propio ser humano. Pareciera que al único que le queda una chispa de fe, es al propio ser supremo de las alturas y que ustedes (con infinidad de motes) tanto veneran. Esa fe divina que emana del cielo, y que insiste en repoblar y sobrepoblar el orbe con seres humanos imperfectos, aun sabiendo (según los dogmas religiosos) todo el resultado con antelación. El silencio del eclesiástico ya es perturbador, considerando el tiempo que lleva mi ponencia cargada de odio y resentimiento.
Ignoro el hecho de que ha caído la noche y las velas de todo el templo se han apagado. También ignoro el suave repicar en el campanario. En ese ambiente frio y tenue, comencé a reconocer que es inspirador que el responsable de que el hombre camine sobre la faz de la tierra como un "ser pensante y racional" tenga todavía un rayo de esperanza. Aun cuando sus propios "hijos" lo niegan (más de tres veces), cuando aparentan ser seguidores, creyentes o discípulos, y aun cuando aparentan seguir todos sus mandamientos (aunque sea por una hora los domingos), continúa restituyendo (setenta veces siete) la especie. Es como si a pesar de tener conocimiento previo de las decisiones y acciones que estos nuevos enviados van a tomar en su vida sobre la tierra, el supremo sigue creyendo en su creación. Una fe divina por parte del todopoderoso, de que en algún día, en algún momento, la humanidad reivindicara su propósito de vida. Eso para lo que en realidad fue creado y para lo que está llamado. Y descubrirá entonces su verdadera naturaleza. Siento al instante un gran alivio en mi corazón. Agradezco al sacerdote la atención prestada y toda la ayuda.
Definitivamente no soy el mismo ser humano que cuando entre a esa iglesia oscura y vacía. Al no recibir respuesta del interlocutor, me dispuse a cruzar la pared de madera que nos separa. Al fijarme veo al anciano cura, dormido y babeando. La tertulia no fue tan buena para él, como lo fue para mí. Quiero saber su nombre para poder agradecerle su ayuda posteriormente. Diviso un anillo de oro con un grabado. Al retirarlo de su dedo con cuidado, coloco un dólar en su mano en solidaridad con la costumbre católica. Ya en la calle, pude leer el grado que leía: T. Merton.