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sábado, 14 de marzo de 2015

Tiempos de cambios

por Angel Parrilla



Nuevamente me ha tocado escribir en el segundo aniversario del Papa Francisco.  Algunas personas me cuestionan las razones por las que solo escribo acerca de este tema.  La razón es sencilla... toda la vida he sido católico.  Sin entrar en los méritos de si he sido un buen o mal católico.  Aparte de las expectativas que tengo con relación al pontificado de Francisco, me mueve en especial el hecho de que mis dos hijos comienzan a acercarse y a dar sus primeros pasos en los caminos propios de esta religión.  En los primeros dos escritos, el primero en la entronización y el segundo en el aniversario, hablaba del poder de cambios que tiene la figura del Papa.  Cambios ya imperativos e impostergables para una iglesia con una imagen desgastada por sus realidades internas.  Decía también que no se pueden esperar cambios sustanciales en tan poco tiempo.  La iglesia, con sus más de dos mil años de fundación, sus estructuras e instituciones, amén del factor humano encargado de su administración, es un hueso duro de roer.

A dos años de su papado, el sumo pontífice ha logrado cautivar las masas con sus actos, aparentemente espontáneos, que lo hacen ver muy cerca de la gente.  Reuniones con grandes personalidades políticas, sociales y religiosas, en las que ha intercedido por asuntos de justicia y de paz (Obama y el caso de Cuba), expresiones controversiales sobre temas de actualidad (la familia y la orientación sexual), la fiscalización financiera del Instituto para las Obras de Religión y la reforma de la estructura actual de la curia, son solo ejemplos del enfoque de su gestión.  Pero en realidad lo que mantiene su figura tan presente y patente en el acontecer diario, son los gestos simples con las personas.  Los saludos, los abrazos, las palabras de aliento, las entrevistas informales y su proceder simple y ameno, han logrado que los que le siguen sientan a través de él, manifestaciones del Poder Divino.


Como todo agente de cambios, el Papa ha encontrado resistencia para su cargada agenda.  Con expectativas de un papado rápido y corto, el tiempo no se detiene a esperar por el convencimiento de los detractores y opositores, en su mayoría internos del propio Vaticano.  A todas luces, Francisco quiere dirigir con su ejemplo una iglesia en estado catatónico por siglos, enfatizando en un proceder y en una actitud más cristiana y humanizada hacia el que nos rodea.  Una estrategia acertada, a mi entender, pero a dos años de su ascensión, es meritorio acciones más concretas y definitorias.  Hemos visto en la radiografía al cuerpo de la Esposa de Cristo, lo que ésta padece y el cáncer que la consume desde sus adentros.  No me parece pertinente entrar en los detalles de estas enfermedades crónicas y socialmente mortales.  Pero sí me parece que debemos tomar conciencia de que tal metástasis se refleja en lo que el papa llama, las periferias de las iglesias esparcidas por el orbe.  La corrosión que viaja por esas venas, desde el corazón de la institución, corrompe los corazones de sus miembros.  Entonces estos terminan por mostrarse incapaz de hacer frente a la descomposición social y la ausencia de valores existentes en las comunidades donde se desenvuelven.  Esto es una catástrofe globalizada que amerita cambios radicales. 
  

En mi opinión la Santa Iglesia Católica, experimenta en estos momentos un periodo de anarquía.  Mientras su máximo pastor señala el camino en una dirección, el peso de las ovejas negras la mueve en otra muy distinta a la señalada.  Tan es así de esta manera, que en Puerto Rico, la iglesia se ha insertado más en los asuntos de política pública que en los relacionados a la fe.  Esto haciendo caso omiso a la casi inexistente, separación de iglesia y estado.  Sin pasar juicio sobre su incapacidad histórica en ambas materias.  El antídoto debe ser suministrado con celeridad para una rápida remisión del desprestigio y pronta recuperación de fuerza moral, ética y cristiana. 
     

Como católico escéptico, lo que algunos llaman tibios y hasta fríos, sé que la proyección papal ha logrado atraer adeptos a su causa.  Lo ha logrado conmigo, que apuesto a que el poder de cambio que posee Francisco puede transfigurar esta coyuntura histórica en buenos tiempos de cambios. 
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Angel L. Parrilla López - Nació en Rio Piedras.  Natural de Cataño, del Barrio Amelia, donde cursó toda su vida escolar.  Tiene un Bachillerato en Recursos Humanos, y una Maestría en Gerencia.  Por más de 20 años, fungió como Servidor en la comunidad, y asesor del Grupo de Jovenes Parroquial.

viernes, 22 de agosto de 2014

Hipocresía Social

por Angel Parrilla


La muerte autoinfligida de una persona, mejor conocida como suicidio, puede analizarse de múltiples maneras.  Como yo veo las cosas, puede incluso llamarse homicidio social.  Soy una persona que lamenta todas las muertes, sin hacer distinción de persona.  Es por ese motivo que escribo sobre este tema.  La reciente muerte del famoso actor, Robin William, ha provocado en mí ciertos pensamientos.  Ver como el mundo se ha manifestado sobre la partida voluntaria de este mundo de Williams, me ha llevado a analizar y concluir algunas teorías. También me ha causado decepción, frustración, y hasta cierto punto, coraje.  Nada que ver en lo absoluto con el caso particular de Williams.  Más bien, algo generalizado.  Como escribí en líneas anteriores, soy del tipo de gente que lamenta todas las muertes, y quizás por tal razón miro siempre más allá de mis propias fronteras.  La inmensa mayoría de las personas que hoy lamentan la muerte del actor favorito de muchos,  han guardado silencio en lo relacionado a otras muertes.  Muchos de los que en estos casos su primera expresión  es clamando a Dios y a otros tantos dogmas religiosos, parecen no estar enterados de ciertos eventos, locales e internacionales, donde reina la muerte.  Al menos esa es la impresión que da su silencio, apatía o indiferencia.  Cualquiera que sea el caso, no deja de ser triste y lastimoso.  Mientras los puertorriqueños se desbordan en sentimientos de pésame por el intérprete de, Patch Adams, las cifras de suicidios en la isla continúa en aumento y las muertes en nuestras calles las inundan de sangre.  Ante este panorama muchos escogen la enajenación y se toma por normal y bueno que ese fenómeno se esté desarrollando en nuestro vecindario diariamente.  Paralelamente, todo el orbe parece ignorar las crueldades de las guerras, las invasiones, las pandemias y los genocidios.  

La libertad personal nos permite preocuparnos y ocuparnos de lo que mejor nos parezca.  Pero cada uno tiene que cumplir una responsabilidad social indelegable.  Responsabilidad que va más allá de las leyes y de lo establecido jurídicamente.  Incluso va más allá de los valores que pueda inculcar cualquier religión en su filosofía dogmática.  Se trata de la naturaleza, la moral y la razón de cada ser humano.  Me parece poco sincero expresar dolor y condolencia   sobre la muerte de un individuo, cuando nos hacemos de la vista larga en las demás instancias.  Instancias donde la muerte arropa y desuela pueblos y naciones enteras, incluida la nuestra.  Los recientes ataques a Irak, los bombardeos incesantes en Gaza, la epidemia del Ebola en África, la guerra infinita en Afganistán, las muertes buscando calidad de vida, en las fronteras de tantos otros países, son sólo algunos de los escenarios que cobran vidas de inocentes a diario.  No quisiera que me mal interpreten. No quiero decir que no se realicen ni se manifiesten, o que se contengan  las expresiones de duelo por Robin Williams y tantos otros que han aportado con sus respectivos talentos a la sociedad.  Lo que realmente quiero decir es, ¿por qué no hacerlo en todos los casos con la misma intensidad, fervor, indignación o cualquier otro sentimiento que emane de la moralidad pura de cada ser humano?  Todos, en su momento, hemos actuado con esta hipocresía social.

Todo lo anterior me lleva inevitablemente a evaluar si existe diferencia entre homicidios, asesinatos y suicidios. Sin querer entrar en cantidades que puedan ser consideradas masacres, exterminios, genocidios u holocaustos.  A mi parecer, la única diferencia entre estos es el mecanismo utilizado para efectuar el arrebatamiento de la vida a otra persona.  Y es que me parece que, como sociedad, somos igualmente responsables de velar por el bien común, lo que nos lleva a ser, tácitamente, cómplices de cada atentado violento contra la vida, incluso la propia.  Somos cómplices en la medida que consentimos, callamos o simplemente ignoramos la realidad de nuestro prójimo.  Más aún si pasamos de ser meros cómplices a ser activos colaboradores del detrimento social que nos afecta a todos como comunidad.  Al final del día, eso es lo que se refleja en la alta incidencia criminal que nos azota, sin entrar en el detalle de las mil y una maneras en que contribuimos a tal deterioro generalizado.  En la medida que una persona desarrolla tendencias delictivas; o se ve inducido a delinquir; o lo hace sin intención ni alevosía; o simple y llanamente se siente acorralado por las circunstancias sin encontrar más salida o refugio que la propia muerte; todos somos, moralmente como colectivo, igualmente responsables.
    
Concluyo mi análisis con la siguiente premisa: “cada asesinato, cada homicidio, incluso cada suicidio, es en realidad una muerte socialmente provocada”.  Ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión, somos responsables del estado actual de nuestra sociedad.  Quizás por indiferencia, apatía, enajenación, ignorancia, desinterés, o desidia, todos pecamos de hipocresía social.  Siendo esto último mutuamente excluyente con los valores realmente cristianos. 

¡Que Dios se apiade de nosotros y que descansen en paz y nos perdonen todos nuestros muertos, incluyendo a Robin Williams!       

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Angel L. Parrilla López - Nació en Rio Piedras.  Natural de Cataño, del Barrio Amelia, donde cursó toda su vida escolar.  Tiene un Bachillerato en Recursos Humanos, y una Maestría en Gerencia.  Por más de 20 años, fungió como Servidor en la comunidad, y asesor del Grupo de Jovenes Parroquial.

jueves, 20 de marzo de 2014

Poder de cambio (aniversario)

por Angel L. Parrilla


Hace exactamente un año, escribía sobre la ascensión al poder del nuevo Papa de la iglesia católica.  En ese momento fue elegido para dirigir el Vaticano, el primer pontífice latinoamericano.  Un hecho que motivó en mi ciertas reflexiones sobre el estado de la iglesia en esa coyuntura histórica, y sobre su futuro cargado de incertidumbre.  Pocos estuvieron de acuerdo, y muchos criticaron y fustigaron el escrito.  En el mismo hacía mención de lo que a mi entender, necesita la institución para retomar el verdadero camino y recobrar su credibilidad perdida.  Cambios en las condiciones que viven sus sacerdotes, basadas en toda suerte de votos; un rol más participativo de la mujer en la celebración de los ritos; y la cooperación necesaria con las autoridades en los casos de abusos contra menores alrededor del mundo; fueron las áreas que enumeré como prioridades para el nuevo papado.  Concluyendo en aquel entonces, que el poder de cambio de su figura para establecer el nuevo camino de la iglesia, iba a depender en gran medida de sus acciones afirmativas en esa dirección.

Pues bien, en el aniversario del nuevo pastor me parece pertinente evaluar sus posturas.  La realidad es que su comportamiento, decisiones y actuaciones publicas han resultado simpáticas para la inmensa mayoría.  Pero como en todos los ámbitos de la vida del hombre, no se puede complacer a todos.  Son muchos, incluso desde el interior del propio clero, los que lo han catalogado como el anticristo.  Esto por el hecho de lo controversial que ha resultado ver al nuevo entronizado, comportarse de forma diferente a sus antecesores.  Ciertamente, lo atípico de sus actos, pueden resultar en innumerables interpretaciones.  Partiendo de esa premisa, cada persona llegará a sus propias conclusiones al evaluarlas de manera personal.  En mi caso particular, no puedo verlas de manera individual o separadas.  Pienso que debo mirar todo el espectro de su conducta dentro del marco histórico.  


Al igual que Paco, no pretendo aspirar a que todos comulguen con mi opinión vertida en estas letras.  Cada cristiano, católico, romano y apostólico, tiene la oportunidad de ponderarlo según sus propias expectativas.  No cabe duda de que Francisco, con su santa candidez, ha impactado al mundo.  Desde su comienzo y hasta el sol de hoy, el papa se ha caracterizado por actuar con sencillez y humildad, en especial cuando se trata de interactuar con personas.  Más allá de su petición de rezos por una buena gestión, el uso de sus propios zapatos, el cambio en la indumentaria, y otras cosas relativamente estéticas, lo cierto es que ha tocado varios corazones y a mostrado tener los pies sobre la tierra.  

Mucho se ha resaltado la forma en que viaja para poder estar accesible para los fieles, sus llamadas a sus antiguos amigos y amigas, lo económico del menú que consume, entre otras bondades con las que sorprende a sus allegados.  Estas cosas han sido las que le han ganado la imagen de ser un gran partidario y defensor de las causas justas, de los pobres y desprotegidos.  Ya en asuntos más complicados de atender, el papa ha tomado iniciativas poco esperadas por los más escépticos, por tratarse de temas muy delicados sobre la administración vaticana.  Tal es el caso de la reforma de la curia.  Un consejo compuesto por cardenales para asesorar a Francisco sobre asuntos administrativos.  De este comité asesor surgió la propuesta para investigar y reformar la gestión del banco del Vaticano, el mismo que había estado envuelto en serios señalamientos sobre el manejo de sus fondos.  También puede incluirse el sínodo convocado el pasado año para discutir temas relacionados a la familia contemporánea, y la exhortación apostólica que trata sobre su visión de evangelización en el mundo actual.


Evidentemente sus primeras gestiones oficiales lo colocan como un pastor muy cercano a su feligresía y la esperanza de una pronta reivindicación de la iglesia "perseguida".  Pero cabe preguntarse con toda suspicacia, si solamente es una estrategia publicitaria o un mero truco mediático para mejorar su imagen desgastada.  Se necesita mucho más que bondadosos gestos aislados.  Aunque cierto es que se dirige con el ejemplo más que con palabras, es imperativo una ruta clara y contundente, amén de que sea definitoria para el resto de los componentes institucionales.  Aunque un reinado papal puede durar varios lustros, me parece que si bien Francisco quiere hacer alguna diferencia, debe apresurarse si quiere dejar algún legado importante.  A fin de cuentas, el futuro es incierto para todo ser humano.  

Las áreas de oportunidad, las posibilidades de crecimiento, y/o las necesidades de cambios son vastas.  No espero que las soluciones y resoluciones caigan como maná del cielo.  Pero al final del dia, todos esperan que la iglesia de Cristo sea de una vez, como El Salvador la concibió en su momento.  Después de haber leído su exhortación a una nueva evangelización, se que su corazón está colmado de buenas intenciones.  Pero como dice un viejo proverbio, "de buenas intenciones están construidas las paredes del infierno".  No se puede quedar en obras que se solo se recuerden al momento de su eventual beatificación.  El momento de sentar las pautas y marcar la diferencia, no solo en nacionalidad, sino en ejecutorias, es ahora.  Ciertos detalles le ganaran adeptos, credibilidad y fuerza moral.  Pienso que debe identificarlos con premura, por que también el diablo se esconde en los pequeños detalles.


La pandemia interna de pedofilia es visceralmente su mayor reto.  No solo por lo arraigado que se encuentra en sus adentros, si no por la presión social, ética y moral que supone la decisión de cooperar con las autoridades terrenales.  No en vano fueron las palabras de su fundador cuando dijo: "al Cesar lo que es del Cesar".  Dejando estipulado, según ciertas interpretaciones de la misma iglesia, que se debe someter el hombre al orden terrenal establecido.  Al traer la famosa frase al tiempo contemporáneo, me parece que todos debemos cumplir con nuestros deberes y responsabilidades sociales, sin distinción de personas, posiciones y jerarquía social, política y/o religiosa.  Por tanto, es meritorio que la iglesia comience a cumplir con su inherente deber institucional de servir al bienestar colectivo de las sociedades en donde se desenvuelven sus representantes.

Es imperativo para el mundo, para la humanidad en si misma, que es la religión más numerosa del orbe, al menos de las cristianas, comience a caminar los senderos de la verdad y la vida.Corresponde a su líder máximo dirigir su rebaño hasta la tierra prometida de la justicia, la igualdad y la hermandad.  Reconozco, y así lo admiro, que ha iniciado con el pie derecho su gesta.  También reconozco que es una ardua tarea la conversión de mentes y pensamientos, más que la de almas.  Igualmente recibo con esperanza las nuevas iniciativas, por pequeñas que parezcan.  Roma no se construyó en un día... pero se construyó conquistando.    

Su poder de cambio y convocatoria, serán sus mayores talentos, dones y sus mejores aliados para cumplir con el verdadero Plan Divino.  A un año de su entronización, me parece que es tiempo de separar el trigo de la cizaña



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Angel L. Parrilla López - Nació en Rio Piedras.  Natural de Cataño, del Barrio Amelia, donde cursó toda su vida escolar.  Tiene un Bachillerato en Recursos Humanos, y una Maestría en Gerencia.  Por más de 20 años, fungió como Servidor en la comunidad, y asesor del Grupo de Jovenes Parroquial.

domingo, 17 de marzo de 2013

Poder de Cambio

por Ángel L. Parrilla

Haciendo un paréntesis en el drama eclesiástico de la reciente elección del nuevo Papa, quisiera hacer una reflexión personal, sobre lo que debería significar dicho evento.  Entre la euforia de algunos que celebran de forma muy emotiva, y de otros que dentro de su escepticismo, no dan validez a esa figura, el día de hoy la iglesia tiene un nuevo dirigente.  Pero, ¿qué efecto debería tener la selección del primer Papa Latinoamericano en nuestras vidas?  En mi opinión muy personal, pienso que eso va a depender de las ejecutorias del nuevo Pontífice, tanto en el entorno clerical, como en el laicado. 

A lo largo de mi vida como cristiano practicante, conocí muchos seminaristas, monjas, y sacerdotes.  También fui testigo de muchas actitudes, comportamientos, y situaciones que en aquel momento, si bien no eran cónsonas con la vida cristiana, yo no las entendía en su fondo.  Al sol de hoy, puedo entender muchas de ellas, y explicar otras.  Aunque la inmensa mayorías de ellas no tienen justificación. 

Ciertamente, y no debe ser un secreto para nadie, gran parte de los hombres que ofician misas en la actualidad, no están del todo de acuerdo, o al menos conforme, con muchos de los dogmas que se ven en la “obligación” de seguir y respetar.  Esto, si quieren cumplir con el llamado que dicen, El Señor les puso en su corazón.  Puedo asegurar que esto lo he escuchado de los propios internos, en secreto de confesión.  Este llamado a seguir una vida de caridad y servicio a los demás, aunque esto signifique dejar su país natal y su núcleo familiar.  Estos mismos dogmas, a mi entender, son los que han erosionado la capacidad de la iglesia de atraer nuevos seminaristas y nuevos candidatos a las filas de reclutamiento sacerdotal.  El reto, en ese sentido, es reevaluar las políticas, normas y reglamentos que rigen la vida hierática.  Incentivar los predicadores ya ordenados para evitar la deserción y la fuga de capital humano, y de cierta manera, hacer atractiva para los nuevos prospectos, la vida dedicada al clero.
    
El nuevo pontífice tiene ante sí, una iglesia envuelta en la vorágine de acusaciones, señalamientos, y críticas, ocasionadas por el comportamiento anti-cristiano de algunos de sus representantes.  No cabe duda, que la situación amerita un análisis exhaustivo por parte de la curia, si se quiere, para encontrar las causas y/o motivaciones para tales comportamientos, y a su vez, las posibles soluciones para los mismos.  La ya desgastada imagen de la iglesia romana, quizás no aguante unos cuantos lustros más, antes de que la realidad de los tiempos la obligue a tomar medidas drásticas para menguar el éxodo de feligreses (no necesariamente hacia otras religiones).  Las medidas afirmativas que se tomen en los próximos años serán de vital importancia para reconstruir la fe de sus fieles seguidores, rescatar el respeto de las demás facciones del cristianismo, y tal vez cambiar la perspectiva de muchos no creyentes.  Es precisamente, la aparente inacción de la alta jerarquía, la que ha socavado la credibilidad de la iglesia de Cristo.  A tal grado que la ha llevado a perder su fuerza ética y moral en cierto temas de interés social.

A grosso modo, estas son dos de las áreas en las que el Papa Francisco, tendrá que invertir esfuerzo y energía de su ya longeva vida, si es que en realidad quiere obtener resultados diferentes a los hasta ahora obtenidos por el tradicionalismo católico.  Es imposible, y hasta ilógico, pensar que se puede traer a la iglesia, con sus dos mil años de doctrina y tradición, por los pelos hasta la actualidad de nuestros días.  No se puede esperar más de lo que realmente pueden dar, ni crear falsas expectativas en cuanto a cambios radicales y resultados expeditos.  Por el contrario, la “santa sede”, peca por demonizar todo lo que se le anteponga.  Solo resta esperar, que el recién entronizado Papa, utilice su poder (político, económico, dogmático) para dar inicio a los tiempos de verdaderos cambios.

El poder de la figura Papal, el cual considero, no viene a través de una regla dictada por otros, sino gracias a la gran influencia que este ejerce sobre una gran parte de la población global,  tiene la responsabilidad de responder a las necesidades de su feligresía y a las de toda la humanidad.  Y debe ejercerse con un enfoque holístico y no polarizado en el pasado.  Así lo hizo su fundador, al elegir a un judío, pescador y pecador, para erigir Su Iglesia. 

Por mi parte no espero mucho, he perdido la fe en ese sistema doctrinal.  Pienso que un buen comienzo pudiera ser, transparencia y cooperación en los casos de violaciones de ley y de derechos en las iglesias alrededor del mundo, en especial en casos donde hay menores envueltos.  Cambios dirigidos a la participación más activa de la mujer en las celebraciones y trabajos eclesiásticos, son necesarios para ambos entornos.  Amén de las modificaciones a la vida que deben llevar los sacerdotes y predicadores, la cual dista mucho con los de la vida romana contemporánea.  La lista de deseos internacionales es extensa.  Los reclamos globales son aún más.  Las acciones deben ser terrenales y humanizadas, no esperar señales providenciales para entonces, y solo entonces, actuar conforme a las enseñanzas del Cordero.   

El poder de cambio necesita voluntad, necesita determinación y valentía para comenzar una revolución hacia nuevos modelos, nuevos estilos y nuevas visiones.  Es el momento de hacerlo, de darle un principio a tan ardua tarea.  Es imperativo, no solo para los católicos creyentes, sino para todo el pueblo de Dios.

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Angel L. Parrilla López - Nació en Rio Piedras.  Natural de Cataño, del Barrio Amelia, donde cursó toda su vida escolar.  Tiene un Bachillerato en Recursos Humanos, y una Maestría en Gerencia.  Por más de 20 años, fungió como Servidor en la comunidad, y asesor del Grupo de Jovenes Parroquial.