En una reciente edición de En las letras, desde Puerto Rico, compartí con los lectores dos piezas de poetas contemporáneas que rendían homenaje al arquetipo materno. Ahora, en esta entrega, y en esa misma dirección, compartiremos ese mismo tributo pero en voz de un escritor clásico de las letras puertorriqueñas. Me refiero al autor de Vendimia, Almacén de baratijas y Motivos de Tristán, el poeta y traductor, José Antonio Dávila.
De la creatividad e ingenio de este poeta boricua, compartimos en el hogar cibernético del amigo editor y escritor, Caronte Campos Elíseos, ese canto hacia la figura materna, el famoso poema, Carta de recomendación. Que lo disfruten.
Carta de recomendación
(Al Señor Propietario del Universo)
Señor:
En breve llegará a tu cielo
una tímida y dulce viejecita;
los lirios de los años floreciendo en su pelo,
y el rostro sonreído como una margarita.
Es la más hacendosa en la colmena
donde por todos se ha sacrificado;
y es tan buena, tan buena...
tal como el pan que a todos nos ha dado.
En tu casa, Señor, con su plumero
y su invariable pulcritud a tono,
sacudirá ese polvo de lucero
que empolve el mobiliario de tu trono.
Le dará cuerda al Tiempo; traerá flores
de tu jardín y frutos de tu viña,
y pintará de fresco los colores
del arcoiris, cuando se destiña.
Pulirá los metales de la luna;
limpiará los fanales que tiene tu palacio,
y tenderá a secar, una tras una,
las holandas de nube en el espacio.
Le cambiará la mecha a los faroleso
de la Vía, y asiendo sus peinetas,
trenzará las melenas de los soles
y la rebelde crin de los cometas.
Tu té, de flor de algún celeste tilo,
te hará en noches de Invierno, cuando nieva;
y en tiempo de vendimia, pondrá un filo
a la hoz de argento de la luna nueva.
Zurcirá desgarrones
en la túnica de los serafines,
y traerá las esponjas y jabones,
a la hora de bañar a los querubines.
Te bordará en la almohada del nimbo más mullido,
con una hebra de sol, tus iniciales,
para que te eches cuando estés rendido
por tus preocupaciones inmortales.
Así ha sido acá abajo: nunca escasa
de sí misma en el bien de dicha ajena;
en la más abnegada de la casa
y la más hacendosa en la colmena.
Y así será allá arriba: en lo que pueda
hacer por otros, no andará remisa.
Ponla a sueldo, Señor, de una moneda:
la moneda de luz de tu sonrisa.
Su bien cual su limpieza, penetra en los recodos
más ocultos del alma o la memoria;
solear, mullir el bienestar de todos
es lo que ella ha tenido como gloria.
Si recorriendo un día tu reinado
sorprendes en su cara la fatiga
y ella te dice que aún no se ha cansado,
¡no le creas, Señor, lo que te diga!
José Antonio Dávila
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Muy inspirador, tu trabajo.
ResponderEliminarNo te Rindas.
Gracias
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