Los presentes trataban que sus ojos no se
cruzaran con los de ella. Transmitían dolor,
angustia y desesperación. Eran los emisarios
de lo que sentía. La miré fijamente
tratando de absorber su dolor, quitarle aunque fuera por unos segundos la
agonía que vivía, y una lagrima, solo una, resbalo por su mejilla. La luz del cuarto se reflejó en la gota que
descendía y cual gigante espejo, atrapó y multiplicó la luz del lugar,
segándome parcialmente y transportándome a sus años más felices.
Su cuerpo se achicó, la cama
desapareció. Las paredes de concreto se
esfumaron mostrando el verdor del campo. Su cuerpo, antes en posición fetal, se
incorporó. Yo absorto ante esa
transformación quedé sin habla; ella corrió hacia mí, trate de detenerla para
que no me tumbara cuando su cuerpo atravesó el mío. Riendo y con el brillo de la vida en sus
ojos, volteé y espantado por lo ocurrido observé como el camino era de tierra y
el polvo se levantaba con cada paso que daba. Los arboles a cada lado del camino presentaban
una sombra perfecta. Y la fresca brisa movía
las miles de hojas que construían el túnel del camino en el que nos
encontrábamos.
Nadie me veía, era como un fantasma del
futuro en tiempo pasado. Todo era a color,
no como en las fotos donde solo se ve blanco y negro. Las cosas viejas se veían
muy nuevas, las carretas, las casas y la gente.
Le seguí hasta la parte posterior de un ranchón enorme de donde sacó de
debajo de las escaleras una lata y de ahí sacó una caja. Al abrirla tomó un lápiz labial, trapo y unos
tacos. Cuidadosamente mirándose en el
reflejo de la lata se pintó los labios, se colocó el trapo en los senos y se
puso los zapatos de tacón alto.
- ¿Qué edad tienes?, preguntó Don Roberto.
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- 19, respondió.
- ¿Sí?, Mira no me molesta que quieras trabajar, pero no mientas.
Te daré otra oportunidad. ¿Qué edad tienes?
- Con la mirada hacia el suelo susurró, 12.
- No puedes, trabajar.
- Pero, Don Jacinto me dejó, el me vio ayer y le parecí grande, además,
lo necesito. Usté sabe. De que me voy a alimentar.
- Mira niña, Jacinto es un viejo sentimental y si fuera por él les pagaría
aún sin trabajar. Además, si los inspectores
te ven; me cierran la fábrica. Hagamos algo, quítate el montón de pintura que
tienes en la cara y bájate de esos zapatos que son más grandes que tú y toma la
lata de donde los sacaste, la llenas de agua y la colocas al lado de tu lugar
de trabajo. Si vienen los inspectores te pones a repartir agua. ¿Está bien?
Sus ojos se iluminaron, tenía el
trabajo. Corriendo hizo lo que Don
Roberto le dijo y se sentó a despalillar tabaco. Mientras Don Roberto caminaba cruzó miradas
con Jacinto y entre sonrisas y un guiño de ojos, sellaron la
complicidad de que aun violando la ley sabían que hacían lo
correcto.
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Luis A. Pérez Rivera – Nació el 16 dejulio de 1971 en Rio Piedras PR. Natural del pueblo de Cataño, donde cursó sus grados primarios. Finalizó su bachillerato y maestría en la UPR de Rio Piedras. Labora como voluntario en la Asociación de Lideres Escutistas y en la tropa 168. Es el guionista de la Obra de Semana Santa en el Barrio Amelia.
Conosco muy bien esa historia y si protagonista. Ella me la conto muchas veces...
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