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martes, 22 de marzo de 2022

De dioses o de sueños

 por  Caronte Campos Elíseos


Estoy libre… escapé del calabozo de Morfeo.  Ha sido un largo año perdido entre sueños y pesadillas.  No es de extrañarse, con la cronificación de la pandemia era lo más natural refugiarse en una coma inducida.  Admito que he pasado toda la emergencia pandémica encerrado, en cama y en aislamiento total.  La cuarentena se convirtió para mí en permanencia.  Salidas solo a las tiendas de abarrotes y suministros (no voy a especificar aquí de qué clases).  Enajenación selectiva de las redes sociales, noticias o cualquier otro medio de información utilizado para alternar y exacerbar los nervios.  En fin, mantenido en vida por alguna sustancia química, alcohólica y maquinaria para la existencia artificial.


He de agradecer a un gran amigo, que en un encuentro funerario me sacó de ese trance eterno (al menos por algún tiempo).  Entre velas, flores, ataúdes y cantos gregorianos, este me cuestionaba sobre el porqué de mi ostracismo voluntario.  En deferencia a este gran hermano escritor, aquí van algunas de mis Confesiones


Los casos, las pruebas, los falsos positivos, la tasa de positividad, las estadísticas y las ordenes ejecutivas; las restricciones, las mascarillas, el alcohol y el sanitaizer; las vacunas, las filas, la temperatura y el distanciamiento; las conferencias de prensa, las muertes y los hospitalizados; la burocracia y procesos virtuales, la ley seca (maldita injusticia), el papel de baño, los servi-carros y las dosis de refuerzo; los repuntes, los síntomas, los asintomáticos, los guantes, los protocolos y medidas preventivas;  todas y cada una de estas putas cosas resonaban en mi cabeza magnificando mi sociopatía.

Abdicando a mi tan arraigado ateísmo radical y abandonando el nihilismo práctico que me caracteriza, comencé a suplicar de rodillas y hacia los elementos a la deidad creadora de todo:

-        “¿por qué nos has abandonado? ¡Oh, gran dueño y señor de las almas desalmadas, yo te invoco!  Temerosa y humildemente, claro está.”       


La confusión y la niebla mental se apoderaron momentáneamente de mi cabeza.  No sabía cuál de los dioses iba a contestar mis suplicas.  Es harto conocido que cada ser humano a creado un dios que se ajusta a sus necesidades, impulsos, pasiones y deseos personales.  Por lo que deben copular en el paraíso olímpico, al menos miles de dioses creados a imagen y semejanza de cada fiel y creador terrenal; todos aguardando esa tan esperada y desesperada llamada de auxilio.  Todo para alimentar sus infinitos egos.


Como neófito en materias religiosas y divinas, quise darme la licencia poética y darme a la tarea de crear mi propio dios.  Claro estaba para mí, que debía darle vida, cual efecto Pigmalión, a un dios que sea digno de existir.  Uno bueno y funcional; que no rehúya de su responsabilidad para conmigo.  Que esté verdaderamente presente e interesado en intervenir en asuntos trascendentales, y no solo materias triviales.  Un ente que, en lugar de exigir oraciones, frases, canticos, rituales huecos y banales, no sea tan infantil, chismoso y exigente a la hora de ayudar a los más finitos y mortales.  En fin, un dios cojonudo que tenga el poder de hacer hasta lo imposible y su día de descanso no se torne en desapego, apatía y vacaciones eternas.

Para mi sorpresa, esta entidad bienhechora cuya definición de libre albedrio es dejar que los demás se jodan y aniquilen como buenos hermanos… contestó mis humildes y sinceros ruegos.  Cual genio cartesiano salió de mi mente para concederme tres deseos (No, perdón… me equivoqué de cuento).  Cual mago providencial se apareció ante mis ojos, y con su voz de ultratumba que retumba, me dijo:

-        ¿Se puede saber para qué carajos has invocado mi presencia?

-        Eh, bueno, es que pensé que pudieras estar interesado en lo que sucede acá abajo con tu magnifica y nunca bien ponderada creación.  Específicamente con la parte humana.

Entre carcajadas celestiales me contestó:

-        ¡Ya veo que lo de pensar no se te da mucho!

-        ¡Y lo dice el que se supone me daría, aunque fuera un soplo de razón e inteligencia!

-        ¿QUE DICES?

-        No, nada… que te necesito en estos momentos más que nunca antes en mi vida… si es que esto puede llamarse vida.

-        A ver, al grano. Que ya escuché tu diatriba contra los dioses creados por las maravillosas, pero poco iluminadas mentes humanas.; y tu no has pagado diezmos como para dedicarte tiempo extra.

-      Recurro a ti como el último reducto de un impío desesperado.  Ante la pandémica situación que nos agobia y nos hunde en este valle de lágrimas, también tenemos que soportar guerras, corrupción, abusos de poder, miseria, hambruna, pobreza y enriquecimiento de ciertos sectores privilegiados, entre otros males sociales.  Ni hablar del discrimen por razones de color, raza, sexo, genero, preferencias sexuales, nacionalidad, peso, estatura, poder adquisitivo, solo por mencionar algunos.  ¿Por qué lo permites?  ¿Es que acaso te divierte tan dantesco espectáculo?

-       Resulta ahora que, para ti yo soy, y es así es como me hago llamar. el único culpable.  Sin embargo, no piensas en que ustedes mismos han sido los que han endiosado toda clase de personajes, figuras, animales y hasta estatuas.  Ustedes son los que alaban y adoran todo tipo de posesiones materiales.  Han entronizado en sus obtusas mentes todo tipo de conceptos, contenidos e ideas que en nada se relacionan con lo que soy.  Han etiquetado mi nombre, cada uno con la descripción más conveniente para sus propósitos personales más mundanos.  Me atribuyen toda suerte de creaciones, dogmas, mandamientos, milagros y artilugios.  Todos diseñados por hordas de feligreses como subterfugios para su propia mezquindad.  Y los utilizan, en mi santo nombre como mecanismos para atemorizar, perseguir, hostigar y fustigarse los unos a los otros.  Han elaborado tantas y tantas versiones de mí, que ya padezco trastornos de identidades múltiples.  Lo peor es que ninguna se acerca ni por milagro a la bendita verdad.  La verdad de que solo existe un solo dios del cual no tienen ni la más ínfima noción de su realidad, esencia y naturaleza, por ser esta inabarcable.  Y que por no entender que ustedes comparten y proceden de esa misma esencia y naturaleza, muy pronto regresaré a juzgar el mundo por medio del fuego; y arderán todos, no en el purgatorio, sino en el mismísimo infierno.

Al momento de escuchar tal maldición profética y pseudo divina, desperté entre sudores, temblores, cólicos y escalofríos.  Solo me contentó la sombría compañía y alentadoras palabras del creador del anticristo que, con voz lúgubre me decía: ¡Tranquilo, solo fue un sueño; dios está muerto!       

¡Levántate y anda!    

martes, 26 de enero de 2021

El atávico año 2021

 por  Caronte Campos Elíseos


Dejando a un lado mi acostumbrada apatía hacia la atávica vida que nos caracteriza como pueblo, quiero discurrir los siguientes tres minutos (cualquier semejanza con mi vida sexual, es pura coincidencia), repasando el fatídico y ya pasado año 2020.  Demás está decir que fueron largas y crueles las horas que hube de pasar… solo; conmigo mismo y mi habitual desidia.  Un año de forzoso cautiverio no es igual a 33 años de aislamiento voluntario.  No fueron pocas la ocasiones en que el hastío y la desesperación transgredieron el toque de queda para instaurarse en mis pensamientos.  Quizás no he sido yo el único con tales trances.  Quizás más de uno los ha padecido.

 

El 2020 se fue y se llevó un año de nuestras vidas, literalmente.  Pienso que, en lugar de servir como trampolín hacia el futuro, en la vida colectiva fungió como retroacción. Llegó con la embestida de la venganza de los dioses y la madre naturaleza; retomó con los terremotos el desmoronamiento emocional a causa de las muertes luego de los huracanes.  Cada replica jamaqueaba la fibra solidaria de un pueblo que se movilizó a llenar el vacío dejado por un gobierno inoperante.  Por otro lado, y mientras el pueblo estaba en la calle socorriendo a los caídos, aparecían almacenes repletos de suministros.  Los mismos que hicieron falta durante la recuperación del ciclón, y que tanta falta hacían durante la emergencia telúrica.


Como era de esperarse, la gobernadora buscó sus chivos expiatorios y en el templo de los mediocres ningún honorable asumió la responsabilidad sobre el particular.  Todos se declararon totalmente ajenos y sin conocimientos sobre la existencia de tales abastecimientos.  Quisiera realmente, con todo mi amargo corazón, creer en la inocencia legislativa.  Pero las sombras que me persiguen insisten en que son solo negaciones creíbles.  Al parecer ostentamos un gobierno socrático por antonomasia: “solo saben que no saben nada”.  

Luego vino la pandemia con sus efectos y secuelas en la cotidianidad.  Encerrados todos; acuartelados otros.  Pero la corrupción y la piratería insular libre y campante a sus anchas.  Sin dinero para vacunas ni ventiladores, y mucho menos para educación a distancia, pero con fondos suficientes para primarias, elecciones y plebiscitos.  Fueron muchas las noches de lucubración intentando entender tales fenómenos.  Las voces que emanan de los cuadros decorativos en mis oscuras habitaciones, no daban cabida a la certeza, mucho menos a la lógica.  Amparado solo en una fe infundada sobre un futuro mejor, intentaba ignorar la sorna cruel de mis enigmáticos acompañantes. 

Por alguna extraña razón tenía la idea irracional de que el electorado despertaría de ese ensueño convertido ya en un valle de lágrimas.  No tardó mucho la flaca fe en convertirse en responsos.  El 2020 cerro con broche de oro.  Broche de Oro bañado en suplicios, tormentos y sangre.  Cual maleficio asesino, dejó en el poder al coautor de la ley siete y testaferro de la Junta; al golpista y secuestrador de la constitución criolla.  La oscuridad de mi intelecto y las siniestras carcajadas provenientes de las paredes revestidas de cojines blancos, no me permiten entender tales triquiñuelas del destino.  El mismo voto que se ejerce con relativa libertad, nos esclaviza bajo el pesado yugo de la falta de educación, salud y seguridad.     

Es evidente la retracción psíquica que la doctrina del shock y el fanatismo político han conjugado en las débiles mentes del elector boricua.  El producto de sus ejecutorias en las urnas rinde honor a este espacio cibernético.  No en vano lo que sale de estas letras son una sarta de disparates.  Los atavismos del pasado no solo sirven de ancla que evita el movimiento hacia un mejor mañana; sino que sirven de catalizador para la involución colectiva que padecemos.  


El nuevo 2021 se perfila como una continuación de su lúgubre predecesor.  Desde mi perspectiva (algo obtusa y perturbada) nos esperan cuatro años perdidos en el hoyo negro de la desesperanza.  Como veo las cosas hasta este momento, no estoy seguro de nada.  No logro siquiera identificar si los gritos y llantos que escucho y siento, son míos o son producto de mi distanciamiento mental.  Ni siquiera sé si son reales.  Lo único que realmente sé, es que no existe vacuna alguna para combatir la ofuscación política; no existen fórmulas mágicas para liberarnos de los pensamientos y prácticas retrogradas.  No existe una solución rápida para nuestros problemas ancestrales.  Pero sin importar lo que los espectros del pasado hoy gritan a través de nuestros muros, solo la disposición intelectual y la instrucción servirán para romper las cadenas heredadas y encaminarnos al empoderamiento nacional. 

 

¡Levántate y anda!

miércoles, 17 de junio de 2020

Apertura total

por  Caronte Campos Elíseos



Comenzamos la tercera fase de la apertura y flexibilización del confinamiento, entrando en la temporada de huracanes.  Para efectos prácticos podríamos decir que estamos en apertura total (aunque yo piense quedarme en el auto exilio).  Después de noventa días aislados en el ostracismo casero, por fin nos abrieron las compuertas para salir en carrera.  En tiempo record tenemos playas contaminadas, muertes en ascenso en accidentes de tránsito y tiroteos; robos, escalamientos, desaparecidos en corrientes de ríos, calles con embotellamiento, etc.  Amén de la locura individual y el permanecer engolfados en los problemas personales (al menos en mi caso particular).  Así que puedo decir sin que me quede nada por dentro: “el pueblo está en la calle con todo su esplendor”.  Es admirable como un país entero tiene la valentía de confiar en su gobierno, aun cuando este demuestra incapacidad, negligencia y apatía por su salud y seguridad.  Al menos podemos asegurar que los políticos no solo tienen capacidad para desaparecer las riquezas nacionales, sino que también pueden, como por arte de magia, desaparecer los casos positivos a COVID, en millares.  Cual acto circense, nos asombramos y aplaudimos el espectáculo.  Acto seguido, salimos a la calle sin certeza sobre a cuál de los listados nos van a inscribir con los resultados de las pruebas; a los positivos, a la de los positivos probables o los falsos negativos.

Pero esta apertura total no solamente ha liberado al pueblo desenfrenado y a un gobierno hambriento de medro público; también ha puesto de manifiesto los síntomas de un virus centenario y que nunca ha recibido tratamiento.  En lo que va de semana, hemos presenciado el resurgimiento de un mal social solapado por el “establishment”.  Los ataques racistas contra vecinos del barrio, la burla racista en medios de comunicación contra una mujer negra y el nombramiento de un funcionario público acusado de insensibilidad hacia los menores y de racista; evidencian lo retrogrado y la hipocresía de la sociedad puertorriqueña.  Abiertamente consentimos estos comportamientos.  Algunos los toman como bromas inocentes, otros como exageraciones o malas interpretaciones; muchos dicen que son majaderías de los negros; y los demás, simple y llanamente se muestran indiferentes a la realidad. 

@frankippolito
Pero evidentemente, lo que se percibe cada vez más abierto, es la brecha profunda entre la utopía de un país socialmente estable, organizado y civilizado; y la cruel y cruda realidad de un pueblo históricamente manchado por los prejuicios, la negación de su origen racial y la pobre autoestima nacional.    Vivimos un espejismo de normalidad que nos entretiene y nos polariza en nimiedades, mientras se perpetúa el Status Quo.  Ese que nos divide en función de razas, colores, géneros, poder adquisitivo, preferencias sexuales, entre otras formas de segregación.  Lo peor de todo es que las instituciones gubernamentales discriminan impunemente a base de estos criterios contra sus propios constituyentes.  Los zafacones azules pintados con mensajes ofensivos, las muñecas chismosas en televisión con ataques despectivos, y los funcionarios “chatiando” sobre las vicisitudes de una menor de 11 años; solo son el reflejo de un sistema infectado por la corrupción y la ausencia de ética y moral.  La falta de valores cae como cascadas ensangrentadas hasta correr por nuestras mestizas venas como pulso que golpea, arrastra y ahoga la inteligencia.  Demás está decir que somos reflejo de la metrópoli.  Mimetizamos, cual ancestral colonia, todos los comportamientos del imperio.  Los mismos que manifiestan en producciones cinematográficas donde purgan la sociedad depurándola de todos los rasgos estigmatizados como despreciables.  Un primer mundo que demoniza las diferencias.

Hasta que no haya una apertura a la verdad; apertura a la historia de nuestro origen y procedencia; una apertura genuina de aceptación de nuestra realidad, no tendremos el coraje de asumir posturas contra esos prejuicios que ofuscan el buen sentido e inducen al pensamiento común y mediocre.  Mientras no llegue el momento en que tengamos una apertura total a nuestra conciencia colectiva, seguiremos actuando como “buenos” hermanos del génesis cristiano.

¡Levántate y anda! 

domingo, 24 de mayo de 2020

La reapertura

por  Caronte Campos Elíseos


Nota Aclaratoria: Algunos lectores imaginarios me han escrito preguntando las razones para no mencionar los niños hasta mi escrito anterior.  
La explicación es simple... Efecto Mandela.


Por otro lado, está la reapertura parcial de la actividad económica.  Dejando a un lado mi hábito de hacerme acompañar solo de espíritus y fantasmas, trataré de ser lo más objetivo posible.  Si bien es cierto que el país necesita reactivar algunos sectores económicos y mantener accesibles los que ofrecen servicios y productos de primera necesidad, también es cierto que no puede ser en detrimento de la salud pública.  Ciertamente, hay miles que necesitan retornar a sus empleos y devengar un salario (aunque la ley laboral solo provea para un salario de hambre); otros miles han perdido el trabajo con el que se ganaban el pan para algunos días (aunque fuera solo pan y agua); y los que dependen del gobierno para recibir alguna asistencia económica, han sido abandonados a su suerte después del colapso de las instituciones públicas.  Sumado esto a los que se emplean por cuenta propia, que no han podido salir a sus labores y muchos no han logrado acceder a las migajas que les arrojan desde La Fortaleza; ni hablar de los pequeños y medianos comerciantes que se han visto obligados a desangrar sus cuentas personales.  Amén de los cientos de miles de feligreses que no han podido acudir a rezar al dios de su predilección, y así cumplir con la promesa del diezmo (suponiendo que no lo hayan presentado por ATH móvil).  Ni hablar de los que, luego de 60 días encerrados, darían la vida (incluso al COVID) por ir a la playa y de chinchorreo; a cementerios, a los moteles, cine, barras, centros comerciales, y otras actividades pseudo culturales.      

Con ese escenario, es justo y necesario la pronta recuperación y reactivación de la actividad económica.  Lo que complica y crea suspicacia (como habrán notado, a mi todo me crea suspicacia) es la reapertura a ciegas.  En momentos en que hasta los funcionarios gubernamentales, incluido el Secretario de Salud, han salido corriendo como gallinas sin cabezas a someterse a las pruebas (las mismas que se niegan a realizar al resto de la gente), se insiste en dicha reapertura.  Esto, sin poder garantizar al menos, que las estadísticas que ofrecen diariamente tienen un mínimo o ningún margen de error.  Pero es todo lo contrario.  Han aceptado burdamente, que sus propios números no son de fiar y que pueden ser hasta cierto punto, falsos.  Era de esperarse. Más cuando ninguno de los miembros de la fuerza médica convocada para atender la pandemia, atiende pacientes con la enfermedad que se pretende controlar; y sin temor a equivocarme, ninguno de ellos es epidemiólogo.  Más aun, todavía no cuentan, después de casi tres meses de arduo trabajo (Onomatopeya de la risa), con un rastreo de contactos para los casos positivos y poder así detectar posibles contagios; los que al final del día, andan por la libre comunidad como bombas de tiempo activadas.    

Por el otro lado, la reapertura la apresuran los de la fuerza económica convocada para, entre otras cosas, desarrollar un plan para minimizar el impacto del virus en la ya maltrecha economía nacional; junto a su batallón de cabilderos y oportunistas que medran siempre de las desgracias de los pobres constituyentes.  Entre los cuales podrían sumarse los que, con bizcocho y todo, celebraron la llegada del virus y sus efectos en sus millonarias cuentas de bancos.  De algo estoy casi seguro (nunca estoy seguro de nada), cuando comencemos a entrar a los centros comerciales y mega tiendas, no veremos allí sus dueños ni presidentes exponiendo sus familias en el recibimiento de los posibles contagiados.  Ese trabajo de alto riesgo es para los de a $7.25 p/h.  Esta película dramática nos deja a merced de las dos fuerzas convocadas trabajando para el lado oscuro.


Pero todo esto mi estimado lector, no debe extrañarle.  Con el gobierno desembolsando fondos a “tutiplain”, era lógico que los buitres y los tiburones se arrimaran para morder la mayor parte y quitarle lo poco que usted tiene en su bolsillo.  Figúrese usted, después de pasar más tiempo encerrados en sus casas que el que Jesucristo pasó en el desierto ayunando, los parroquianos están desesperado por salir y poder vender, si se requiere, sus almas al mismísimo diablo.  Estas semanas serán de gran importancia para los que desean y piensan salir a gastar lo que recibieron, bien sean los fondos de Trump, los del Departamento del Trabajo o los de Hacienda.  Cuando regresen a sus casas luego de los pasadías, a sobrevivir el resto del confinamiento, no les va a quedar ni para las necesidades más básicas.  Tétrico panorama si se considera que está muy lejos la posibilidad de que Casa Blanca envíe otro cheque.

Así las cosas, los moralmente flexibles legisladores, pasan un decreto para llevar a votación por enésima vez el estatus.  Esta vez toca el turno a decidir en Plebiscito, Estadidad sí o no (para lo cual, al igual que para la transacción de las pruebas fraudulentas, sí hay capital con la anuencia de la JCF).  El estatus colonial y el puto estado de derecho son tan sencillos (por no decir inservibles e ineficaces), que solo los políticos se confunden.  Los Estados Unidos de Norte América han reiterado en múltiples ocasiones, que no tienen intenciones de anexar a Puerto Rico aunque el voto provenga de las huestes de ángeles celestiales.  Pero el momento es propicio, porque el voto ya fue pagado por adelantado.  La inmensa mayoría de los puertorriqueños asocian la estadidad con recibir dinero.  A tales efectos, los depósitos de estas últimas semanas caen como anillo al dedo.  Aunque no sabemos ni entendemos de donde salen los chavos depositados, creemos por fe divina que son dadivas de los que ya una vez nos curaron de los piojos y los parásitos. 

Espero de buena fe (esto es un cliché para no ser anticlimático), que las migajas recibidas no sirvan para borrar la memoria corta de este pueblo.  Todavía tenemos en las costillas los estragos de las últimas tres tragedias nacionales.  Ninguna de ellas ha sanado del todo y el gobierno actúa como si nunca hubieran ocurrido.  Para lo único que han sido agiles y eficientes, ha sido para declarar zonas de desastres que liberan fondos que desvían con mucha maña y velocidad hacia sus propias cuentas y las de sus allegados.  No existe fortuna que pague las vidas perdidas por la ineptitud e incapacidad de las autoridades luego de los huracanes; tampoco las vidas y propiedades afectadas por los terremotos, que todavía viven la pesadilla diaria sin respuesta oficial.  Y por si fuera poco, todavía estamos esperando el desenlace de esta última tragicomedia del coronavirus, que ya ha cobrado decenas de vidas.  También nos ha costado muchos sacrificios mantener el llamado distanciamiento social (esta última parte para mí ha sido un verdadero placer)

No se olvide cuando por fin pueda salir libremente a votar estas próximas elecciones, que los $1,200 de Trump los gastó en una semana; mientras que lleva viviendo en la miseria del desgobierno, por más de 68 años. 

¡Levántate y anda!


lunes, 11 de mayo de 2020

Corona-reflexiones

por  Caronte Campos Elíseos


Durante este tiempo de cuarentena, que ya entró en su segundo ciclo, he podido tomar espacios para reflexionar.  Entre las necedades que han pasado por mi mente en esos minutos menos lucidos, aparecen pasatiempos que he postergado.  Asignaturas pendientes que siempre he deseado realizar, pero que por alguna razón quedan sobre el tintero.  Razones de peso, como la falta de tiempo, el exceso de trabajo; el poco interés, la desidia y la pereza, son algunos de los obstáculos que evitan que las realice.  Y aunque debo confesar que, a más de cincuenta días en confinamiento, no he comenzado ninguna de ellas, espero algún día retomarlas.  La pregunta obligada que me haría cualquier persona sensata sería, ¿Por qué no las he realizado en todo este tiempo de distanciamiento social?  La respuesta es muy sencilla y multifactorial.  En primer lugar, yo he vivido siempre en aislamiento y en segregación social, lo que por eliminación descarta ese planteamiento; segundo, la expansión intelectual no me alcanza para tanto; tercero, el encierro que antes era voluntario, pero se hizo obligatorio por orden ejecutiva, ha traído a mi escenario las causas perfectas para aislarme, la depresión y los desórdenes mentales y emocionales.  


Cabe señalar que no todos concebimos el tiempo con el mismo concepto.  Estarán los que continúan sumergidos en sus rutinas diarias, trasladadas desde oficinas hasta sus hogares; estarán los que han visto su jornada duplicada o triplicada por la práctica de roles simultáneos, haciendo las veces de trabajadores desde casa, padres, madres, maestros y maestras de sus demandantes hijos (lo que no necesariamente implica educación).  También estarán los que, confrontando problemas de adaptación a estas nuevas formas de vida, habrán experimentado síntomas psicológicamente diagnosticables.  Yo, por mi parte, solo he sido víctima de mis propios fantasmas; incapacidades mentales y mis ya hartos conocidos, malos hábitos y pobres costumbres.  Pienso que algún asiduo lector podrá identificarse conmigo, por lo que comparto aquí algunas de esas actividades que, hasta el sol de hoy, no he concretado pero que no pierdo la fe (tiene mi permiso para insertar aquí la onomatopeya de la risa) de algún día verlas consumadas.  ¡Que las disfruten!

20 Actividades postergadas por falta de tiempo:         

1.     Completar un rompecabezas
2.     Aprender a bailar
3.     Escribir un cuento
4.     Tomar cursos por internet
5.     Ejercitarme
6.     Dejar los vicios de alcohol y medicamentos expirados
7.     Desarrollar un poema
8.     Meditar
9.     Escuchar buena música
10. Visitar a mi madre
11.   Practicar otro idioma
12.   Cocinar o aprender a usar el microondas
13.   Relaciones amorosas de encuentros cercanos
14.   Bajar de peso (a uno medicamente saludable)
15.   Ver algún documental
16.    Realizar un dibujo (quizás tomar clases primero)
17.    Componer una canción
18.    Leer un libro
19.    Compartir más con los niños
20.    Re-descubrir mi yo interior (el primero que descubrí no me agradó)

Son tantas cosas sin realizar, que el tiempo no me alcanza para escribirlas todas.  Pero he dejado las dos más trascendentales y prioritarias para la ñapa.  Quizás en otra entrega pueda continuar enumerando mi agenda inconclusa.

21.  Mejorar la higiene personal
22. Limpiar mi casa (al menos descartar los viejos periódicos y las botellas con aroma a ron añejo)

¡Levántate y anda!


sábado, 2 de mayo de 2020

Patrañas de la cuarentena

por  Caronte Campos Elíseos

No sé a cuantos de ustedes les pase lo mismo, pero para mí son sensaciones noveles.  Me refiero a la desesperación de salir corriendo de estas cuatro paredes.  Tantos y tantos años padeciendo esta agorafobia, que temo ahora, a causa de esta cuarentena, haber rebasado el punto de no retorno: la locura perpetua.  Digo que esta sensación es nueva para mí porque, de ordinario, estaba seguro de estar sumergido ya, en ese abismo. 


El síntoma más notable de esta enajenación, es el deseo incontrolable de escapar para hacer las cosas que antes podía hacer y no hacía.  Hablo de las rutinas de cualquier persona común.  Ir al supermercado a comprar toda clase de productos dañinos, tanto para mí como para el medio ambiente; hacer una fila kilométrica solo para hablar bazofia con algún extraño que poco le importan mis problemas personales y a mí los suyos; ir a una oficina de gobierno a recibir algún servicio mediocre, aun cuando voy a pagar los servicios esenciales; entrar a un centro comercial a comprar productos genéricos que no necesito, pero que son para lo único que alcanza el salario infrahumano que devengo.  ¿Cuantos estarán en situación similar a la mía?  Extrañando las horas muertas en tapones, la contaminación del aire con sus efectos en los ojos, boca y nariz; escuchar las palabras poderosas de algún pastor o pastora recomendando realizar cosas que a todas luces ellos mismos no viven, pero aun así inducen a dejarles el diez por ciento de la pobreza que cargo en mi bolsillo.


El segundo síntoma es el más leve de todos, pero el más frecuente.  Es el impulso de salir a hacer cosas que nunca he podido hacer, pero ahora daría cualquiera de mis múltiples vidas por experimentarlas.  Cenar en restaurantes finos y caros algunas comidas exóticas; viajar en yates y aviones, vacacionando y experimentando el mundo; paseos en helicópteros brindando con botellas de vinos de más de mil dólares; estadías en hoteles cinco estrellas con todo incluido; en fin, un estilo de vida normal y típico de un Carrión Tercero.  Lo que trae a la memoria un fragmento de algún poema… "El Gobierno y El Banco Popular son un de un buitre las dos alas".                        


El tercer síntoma es el peor de todos.  Es algo más que un impulso, es un arraigado reflejo, una idea sembrada en la mente; un condicionamiento o adoctrinamiento que parece tener el mismo efecto de la flauta.  No parece ser de temporada, más bien heredado de generaciones pasadas.  Incita a realizar las mismas nimiedades de siempre una vez devueltos los derechos a la libertad y al libre movimiento.  Volver a la mediocre vida de antes sin consideraciones ni contemplaciones.  Salir a la calle con las mismas actitudes, costumbres y comportamientos que nos llevaron a padecer esta pandemia sin previo aviso.  No sé si es un pensamiento intelectualmente valido, pero anhelo engolfarme en la enajenación de lo evidente, ignorar la burda realidad y dejarme consumir por la desidia y el desapego.


¿Por qué ha de importarme ahora lo que nunca me ha importado?  ¿Por qué ha de afectarme la desvergüenza de los políticos y el desgobierno históricamente instaurado? ¿Por qué ha de sorprenderme la apatía y la inconcusa indiferencia de nuestros gobernantes?  En momentos donde las circunstancias parecen exigir el resurgir de un liderazgo, valentía y dirección de primer orden, los políticos locales se sumergen en la fatuidad de su perenne comportamiento.  Moralmente desvalidos, les validamos sus expresiones abellacadas en televisión nacional.  Así las cosas, toleramos todos los síntomas y desarrollamos anticuerpos para sobrellevar el verdadero síndrome de inmunodeficiencia moral: la corrupción gubernamental.  Ya estamos tan acostumbrados que no sufrimos ninguno de sus efectos en la sociedad.  Vagamos asintomáticos hasta que tales injusticias tocan la puerta de nuestro espacio personal. 


Mientras tanto, y luego de las fatídicas 4,645 muertes por el abandono tras los huracanes, la tierra continúa temblando dejando a cada vez más puertorriqueños sin hogar ni techo seguro.  La pandemia nos arropa sigilosamente sin que podamos confiar en los datos estadísticos, mucho menos en la respuesta del actual gobierno; las ayudas económicas no llegan a los verdaderos necesitados, ni las federales y mucho menos las locales; las instituciones gubernamentales colapsaron ante el expolio de los mediocres dirigentes; el hambre se extiende como tsunami ante la negativa de la gobernadora de llevar alimentos a los niños y familias sin recursos, abandonándolos a su suerte. Según mi diagnóstico, todo lo anterior es un cuadro clínico de desahucio.  Nos han confinado en nuestras propias casas a morir a causa de esta eutanasia pseudodemocrática.                     


Nos han vacunado para no sentir las afrentas de los testaferros de los grandes intereses.  El descaro es tal, que la Secretaria que se gana 100 mil dólares americanos al año, pide paciencia durante la emergencia a los desempleados sin ingresos; se auto infringen fraudes cibernéticos al gobierno con tal de medrar a costa de nuestros ya escasos recursos; el nepotismo es demasiado evidente como para que la prensa y sus periodistas pierdan tiempo investigando; se pierde en la burocracia la intentona de robarse el dinero de las pruebas.  La junta de control ficticia (JCF) protesta los salarios de la plebe y las pensiones de los ancianos, pero no habla ni dice nada sobre los sueldos pornográficos de los políticos, asesores, consultores, de los propios miembros del ente y de todos sus allegados e hijos talentosos; y nosotros… (al menos yo) víctima de la coma inducida cada cuatrienio.   


No se vislumbra cura alguna a corto plazo para tan tétrico cuadro.  Las probabilidades de vida digna son mínimas.  La recuperación moral está contraindicada, combatida por el fanatismo político.  Las piaras se reagrupan y no dan paso a la panacea colectiva.  Lo que sí se avecina con ritmo acelerado, es una cancelación de las próximas elecciones y una extensión unilateral del gobierno de turno; al estilo “republiqueta de tercer mundo”, como siempre estos personeros han llamado a los países hermanos.  Con la poca fe que me caracteriza… espero equivocarme.  Esperemos todos que la prescripción más efectiva llegue por fin este próximo noviembre; y como gotas de suero sanador, sirvan esas papeletas para liberarnos de esta muerte cerebral.  

¡Levántate y anda!