por Caronte Campos Elíseos
Nota Aclaratoria: Algunos lectores imaginarios me han escrito preguntando las razones para no mencionar los niños hasta mi escrito anterior.
La explicación es simple... Efecto Mandela.
Por
otro lado, está la reapertura parcial de la actividad económica. Dejando a un lado mi hábito de hacerme
acompañar solo de espíritus y fantasmas, trataré de ser lo más objetivo
posible. Si bien es cierto que el país
necesita reactivar algunos sectores económicos y mantener accesibles los que
ofrecen servicios y productos de primera necesidad, también es cierto que no
puede ser en detrimento de la salud pública.
Ciertamente, hay miles que necesitan retornar a sus empleos y devengar
un salario (aunque la ley laboral solo
provea para un salario de hambre); otros miles han perdido el trabajo con
el que se ganaban el pan para algunos días (aunque
fuera solo pan y agua); y los que dependen del gobierno para recibir alguna
asistencia económica, han sido abandonados a su suerte después del colapso de
las instituciones públicas. Sumado esto a
los que se emplean por cuenta propia, que no han podido salir a sus labores y
muchos no han logrado acceder a las migajas que les arrojan desde La Fortaleza;
ni hablar de los pequeños y medianos comerciantes que se han visto obligados a
desangrar sus cuentas personales. Amén
de los cientos de miles de feligreses que no han podido acudir a rezar al dios
de su predilección, y así cumplir con la promesa del diezmo (suponiendo que no lo hayan presentado por
ATH móvil). Ni hablar de los que,
luego de 60 días encerrados, darían la vida (incluso
al COVID) por ir a la playa y de chinchorreo; a cementerios, a los moteles,
cine, barras, centros comerciales, y otras actividades pseudo culturales.
Con
ese escenario, es justo y necesario la pronta recuperación y reactivación de la
actividad económica. Lo que complica y
crea suspicacia (como habrán notado, a mi
todo me crea suspicacia) es la reapertura a ciegas. En momentos en que hasta los funcionarios
gubernamentales, incluido el Secretario de Salud, han salido corriendo como
gallinas sin cabezas a someterse a las pruebas (las mismas que se niegan a realizar al resto de la gente), se
insiste en dicha reapertura. Esto, sin
poder garantizar al menos, que las estadísticas que ofrecen diariamente tienen
un mínimo o ningún margen de error. Pero
es todo lo contrario. Han aceptado
burdamente, que sus propios números no son de fiar y que pueden ser hasta
cierto punto, falsos. Era de esperarse. Más
cuando ninguno de los miembros de la fuerza médica convocada para atender la
pandemia, atiende pacientes con la enfermedad que se pretende controlar; y sin
temor a equivocarme, ninguno de ellos es epidemiólogo. Más aun, todavía no cuentan, después de casi
tres meses de arduo trabajo (Onomatopeya
de la risa), con un rastreo de contactos para los casos positivos y poder así
detectar posibles contagios; los que al final del día, andan por la libre
comunidad como bombas de tiempo activadas.
Por
el otro lado, la reapertura la apresuran los de la fuerza económica convocada
para, entre otras cosas, desarrollar un plan para minimizar el impacto del
virus en la ya maltrecha economía nacional; junto a su batallón de cabilderos y
oportunistas que medran siempre de las desgracias de los pobres
constituyentes. Entre los cuales podrían
sumarse los que, con bizcocho y todo, celebraron la llegada del virus y sus
efectos en sus millonarias cuentas de bancos.
De algo estoy casi seguro (nunca
estoy seguro de nada), cuando comencemos a entrar a los centros comerciales
y mega tiendas, no veremos allí sus dueños ni presidentes exponiendo sus
familias en el recibimiento de los posibles contagiados. Ese trabajo de alto riesgo es para los de a
$7.25 p/h. Esta película dramática nos
deja a merced de las dos fuerzas convocadas trabajando para el lado oscuro.
Pero todo esto mi estimado lector, no debe extrañarle. Con el gobierno desembolsando fondos a “tutiplain”, era lógico que los buitres y los tiburones se arrimaran para morder la mayor parte y quitarle lo poco que usted tiene en su bolsillo. Figúrese usted, después de pasar más tiempo encerrados en sus casas que el que Jesucristo pasó en el desierto ayunando, los parroquianos están desesperado por salir y poder vender, si se requiere, sus almas al mismísimo diablo. Estas semanas serán de gran importancia para los que desean y piensan salir a gastar lo que recibieron, bien sean los fondos de Trump, los del Departamento del Trabajo o los de Hacienda. Cuando regresen a sus casas luego de los pasadías, a sobrevivir el resto del confinamiento, no les va a quedar ni para las necesidades más básicas. Tétrico panorama si se considera que está muy lejos la posibilidad de que Casa Blanca envíe otro cheque.
Así
las cosas, los moralmente flexibles legisladores, pasan un decreto para llevar
a votación por enésima vez el estatus.
Esta vez toca el turno a decidir en Plebiscito, Estadidad sí o no (para lo cual, al igual que para la
transacción de las pruebas fraudulentas, sí hay capital con la anuencia de la
JCF). El estatus colonial y el puto
estado de derecho son tan sencillos (por
no decir inservibles e ineficaces), que solo los políticos se
confunden. Los Estados Unidos de Norte
América han reiterado en múltiples ocasiones, que no tienen intenciones de
anexar a Puerto Rico aunque el voto provenga de las huestes de ángeles
celestiales. Pero el momento es
propicio, porque el voto ya fue pagado por adelantado. La inmensa mayoría de los puertorriqueños
asocian la estadidad con recibir dinero.
A tales efectos, los depósitos de estas últimas semanas caen como anillo
al dedo. Aunque no sabemos ni entendemos
de donde salen los chavos depositados, creemos por fe divina que son dadivas de
los que ya una vez nos curaron de los piojos y los parásitos.
Espero
de buena fe (esto es un cliché para no
ser anticlimático), que las migajas recibidas no sirvan para borrar la
memoria corta de este pueblo. Todavía
tenemos en las costillas los estragos de las últimas tres tragedias
nacionales. Ninguna de ellas ha sanado
del todo y el gobierno actúa como si nunca hubieran ocurrido. Para lo único que han sido agiles y
eficientes, ha sido para declarar zonas de desastres que liberan fondos que
desvían con mucha maña y velocidad hacia sus propias cuentas y las de sus
allegados. No existe fortuna que pague
las vidas perdidas por la ineptitud e incapacidad de las autoridades luego de
los huracanes; tampoco las vidas y propiedades afectadas por los terremotos,
que todavía viven la pesadilla diaria sin respuesta oficial. Y por si fuera poco, todavía estamos esperando
el desenlace de esta última tragicomedia del coronavirus, que ya ha cobrado decenas
de vidas. También nos ha costado muchos
sacrificios mantener el llamado distanciamiento social (esta última parte para mí ha sido un verdadero placer).
No se
olvide cuando por fin pueda salir libremente a votar estas próximas elecciones,
que los $1,200 de Trump los gastó en una semana; mientras que lleva viviendo en
la miseria del desgobierno, por más de 68 años.
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