domingo, 24 de mayo de 2020

La reapertura

por  Caronte Campos Elíseos


Nota Aclaratoria: Algunos lectores imaginarios me han escrito preguntando las razones para no mencionar los niños hasta mi escrito anterior.  
La explicación es simple... Efecto Mandela.


Por otro lado, está la reapertura parcial de la actividad económica.  Dejando a un lado mi hábito de hacerme acompañar solo de espíritus y fantasmas, trataré de ser lo más objetivo posible.  Si bien es cierto que el país necesita reactivar algunos sectores económicos y mantener accesibles los que ofrecen servicios y productos de primera necesidad, también es cierto que no puede ser en detrimento de la salud pública.  Ciertamente, hay miles que necesitan retornar a sus empleos y devengar un salario (aunque la ley laboral solo provea para un salario de hambre); otros miles han perdido el trabajo con el que se ganaban el pan para algunos días (aunque fuera solo pan y agua); y los que dependen del gobierno para recibir alguna asistencia económica, han sido abandonados a su suerte después del colapso de las instituciones públicas.  Sumado esto a los que se emplean por cuenta propia, que no han podido salir a sus labores y muchos no han logrado acceder a las migajas que les arrojan desde La Fortaleza; ni hablar de los pequeños y medianos comerciantes que se han visto obligados a desangrar sus cuentas personales.  Amén de los cientos de miles de feligreses que no han podido acudir a rezar al dios de su predilección, y así cumplir con la promesa del diezmo (suponiendo que no lo hayan presentado por ATH móvil).  Ni hablar de los que, luego de 60 días encerrados, darían la vida (incluso al COVID) por ir a la playa y de chinchorreo; a cementerios, a los moteles, cine, barras, centros comerciales, y otras actividades pseudo culturales.      

Con ese escenario, es justo y necesario la pronta recuperación y reactivación de la actividad económica.  Lo que complica y crea suspicacia (como habrán notado, a mi todo me crea suspicacia) es la reapertura a ciegas.  En momentos en que hasta los funcionarios gubernamentales, incluido el Secretario de Salud, han salido corriendo como gallinas sin cabezas a someterse a las pruebas (las mismas que se niegan a realizar al resto de la gente), se insiste en dicha reapertura.  Esto, sin poder garantizar al menos, que las estadísticas que ofrecen diariamente tienen un mínimo o ningún margen de error.  Pero es todo lo contrario.  Han aceptado burdamente, que sus propios números no son de fiar y que pueden ser hasta cierto punto, falsos.  Era de esperarse. Más cuando ninguno de los miembros de la fuerza médica convocada para atender la pandemia, atiende pacientes con la enfermedad que se pretende controlar; y sin temor a equivocarme, ninguno de ellos es epidemiólogo.  Más aun, todavía no cuentan, después de casi tres meses de arduo trabajo (Onomatopeya de la risa), con un rastreo de contactos para los casos positivos y poder así detectar posibles contagios; los que al final del día, andan por la libre comunidad como bombas de tiempo activadas.    

Por el otro lado, la reapertura la apresuran los de la fuerza económica convocada para, entre otras cosas, desarrollar un plan para minimizar el impacto del virus en la ya maltrecha economía nacional; junto a su batallón de cabilderos y oportunistas que medran siempre de las desgracias de los pobres constituyentes.  Entre los cuales podrían sumarse los que, con bizcocho y todo, celebraron la llegada del virus y sus efectos en sus millonarias cuentas de bancos.  De algo estoy casi seguro (nunca estoy seguro de nada), cuando comencemos a entrar a los centros comerciales y mega tiendas, no veremos allí sus dueños ni presidentes exponiendo sus familias en el recibimiento de los posibles contagiados.  Ese trabajo de alto riesgo es para los de a $7.25 p/h.  Esta película dramática nos deja a merced de las dos fuerzas convocadas trabajando para el lado oscuro.


Pero todo esto mi estimado lector, no debe extrañarle.  Con el gobierno desembolsando fondos a “tutiplain”, era lógico que los buitres y los tiburones se arrimaran para morder la mayor parte y quitarle lo poco que usted tiene en su bolsillo.  Figúrese usted, después de pasar más tiempo encerrados en sus casas que el que Jesucristo pasó en el desierto ayunando, los parroquianos están desesperado por salir y poder vender, si se requiere, sus almas al mismísimo diablo.  Estas semanas serán de gran importancia para los que desean y piensan salir a gastar lo que recibieron, bien sean los fondos de Trump, los del Departamento del Trabajo o los de Hacienda.  Cuando regresen a sus casas luego de los pasadías, a sobrevivir el resto del confinamiento, no les va a quedar ni para las necesidades más básicas.  Tétrico panorama si se considera que está muy lejos la posibilidad de que Casa Blanca envíe otro cheque.

Así las cosas, los moralmente flexibles legisladores, pasan un decreto para llevar a votación por enésima vez el estatus.  Esta vez toca el turno a decidir en Plebiscito, Estadidad sí o no (para lo cual, al igual que para la transacción de las pruebas fraudulentas, sí hay capital con la anuencia de la JCF).  El estatus colonial y el puto estado de derecho son tan sencillos (por no decir inservibles e ineficaces), que solo los políticos se confunden.  Los Estados Unidos de Norte América han reiterado en múltiples ocasiones, que no tienen intenciones de anexar a Puerto Rico aunque el voto provenga de las huestes de ángeles celestiales.  Pero el momento es propicio, porque el voto ya fue pagado por adelantado.  La inmensa mayoría de los puertorriqueños asocian la estadidad con recibir dinero.  A tales efectos, los depósitos de estas últimas semanas caen como anillo al dedo.  Aunque no sabemos ni entendemos de donde salen los chavos depositados, creemos por fe divina que son dadivas de los que ya una vez nos curaron de los piojos y los parásitos. 

Espero de buena fe (esto es un cliché para no ser anticlimático), que las migajas recibidas no sirvan para borrar la memoria corta de este pueblo.  Todavía tenemos en las costillas los estragos de las últimas tres tragedias nacionales.  Ninguna de ellas ha sanado del todo y el gobierno actúa como si nunca hubieran ocurrido.  Para lo único que han sido agiles y eficientes, ha sido para declarar zonas de desastres que liberan fondos que desvían con mucha maña y velocidad hacia sus propias cuentas y las de sus allegados.  No existe fortuna que pague las vidas perdidas por la ineptitud e incapacidad de las autoridades luego de los huracanes; tampoco las vidas y propiedades afectadas por los terremotos, que todavía viven la pesadilla diaria sin respuesta oficial.  Y por si fuera poco, todavía estamos esperando el desenlace de esta última tragicomedia del coronavirus, que ya ha cobrado decenas de vidas.  También nos ha costado muchos sacrificios mantener el llamado distanciamiento social (esta última parte para mí ha sido un verdadero placer)

No se olvide cuando por fin pueda salir libremente a votar estas próximas elecciones, que los $1,200 de Trump los gastó en una semana; mientras que lleva viviendo en la miseria del desgobierno, por más de 68 años. 

¡Levántate y anda!


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