No
sé a cuantos de ustedes les pase lo mismo, pero para mí son sensaciones
noveles. Me refiero a la desesperación
de salir corriendo de estas cuatro paredes.
Tantos y tantos años padeciendo esta agorafobia, que temo ahora, a causa
de esta cuarentena, haber rebasado el punto de no retorno: la locura
perpetua. Digo que esta sensación es
nueva para mí porque, de ordinario, estaba seguro de estar sumergido ya, en ese
abismo.
El
síntoma más notable de esta enajenación, es el deseo incontrolable de escapar
para hacer las cosas que antes podía hacer y no hacía. Hablo de las rutinas de cualquier persona
común. Ir al supermercado a comprar toda
clase de productos dañinos, tanto para mí como para el medio ambiente; hacer
una fila kilométrica solo para hablar bazofia con algún extraño que poco le
importan mis problemas personales y a mí los suyos; ir a una oficina de
gobierno a recibir algún servicio mediocre, aun cuando voy a pagar los
servicios esenciales; entrar a un centro comercial a comprar productos
genéricos que no necesito, pero que son para lo único que alcanza el salario
infrahumano que devengo. ¿Cuantos
estarán en situación similar a la mía?
Extrañando las horas muertas en tapones, la contaminación del aire con
sus efectos en los ojos, boca y nariz; escuchar las palabras poderosas de algún pastor o pastora recomendando realizar cosas que a todas luces ellos mismos no
viven, pero aun así inducen a dejarles el diez por ciento de la pobreza que
cargo en mi bolsillo.
El
segundo síntoma es el más leve de todos, pero el más frecuente. Es el impulso de salir a hacer cosas que
nunca he podido hacer, pero ahora daría cualquiera de mis múltiples vidas por
experimentarlas. Cenar en restaurantes
finos y caros algunas comidas exóticas; viajar en yates y aviones, vacacionando
y experimentando el mundo; paseos en helicópteros brindando con botellas de
vinos de más de mil dólares; estadías en hoteles cinco estrellas con todo
incluido; en fin, un estilo de vida normal y típico de un Carrión Tercero. Lo que trae a la memoria un fragmento de
algún poema… "El Gobierno y El Banco Popular son un de un buitre las dos alas".
El
tercer síntoma es el peor de todos. Es
algo más que un impulso, es un arraigado reflejo, una idea sembrada en la mente;
un condicionamiento o adoctrinamiento que parece tener el mismo efecto de la
flauta. No parece ser de temporada, más
bien heredado de generaciones pasadas. Incita
a realizar las mismas nimiedades de siempre una vez devueltos los derechos a la
libertad y al libre movimiento. Volver a
la mediocre vida de antes sin consideraciones ni contemplaciones. Salir a la calle con las mismas actitudes,
costumbres y comportamientos que nos llevaron a padecer esta pandemia sin
previo aviso. No sé si es un pensamiento
intelectualmente valido, pero anhelo engolfarme en la enajenación de lo
evidente, ignorar la burda realidad y dejarme consumir por la desidia y el desapego.
¿Por
qué ha de importarme ahora lo que nunca me ha importado? ¿Por qué ha de afectarme la desvergüenza de
los políticos y el desgobierno históricamente instaurado? ¿Por qué ha de
sorprenderme la apatía y la inconcusa indiferencia de nuestros
gobernantes? En momentos donde las
circunstancias parecen exigir el resurgir de un liderazgo, valentía y dirección
de primer orden, los políticos locales se sumergen en la fatuidad de su perenne
comportamiento. Moralmente desvalidos,
les validamos sus expresiones abellacadas en televisión nacional. Así las cosas, toleramos todos los síntomas y
desarrollamos anticuerpos para sobrellevar el verdadero síndrome de
inmunodeficiencia moral: la corrupción gubernamental. Ya estamos tan acostumbrados que no sufrimos ninguno
de sus efectos en la sociedad. Vagamos asintomáticos
hasta que tales injusticias tocan la puerta de nuestro espacio personal.
Mientras
tanto, y luego de las fatídicas 4,645 muertes por el abandono tras los
huracanes, la tierra continúa temblando dejando a cada vez más puertorriqueños sin
hogar ni techo seguro. La pandemia nos
arropa sigilosamente sin que podamos confiar en los datos estadísticos, mucho
menos en la respuesta del actual gobierno; las ayudas económicas no llegan a
los verdaderos necesitados, ni las federales y mucho menos las locales; las
instituciones gubernamentales colapsaron ante el expolio de los mediocres
dirigentes; el hambre se extiende como tsunami ante la negativa de la
gobernadora de llevar alimentos a los niños y familias sin recursos, abandonándolos
a su suerte. Según mi diagnóstico, todo
lo anterior es un cuadro clínico de desahucio.
Nos han confinado en nuestras propias casas a morir a causa de esta
eutanasia pseudodemocrática.
Nos
han vacunado para no sentir las afrentas de los testaferros de los grandes
intereses. El descaro es tal, que la Secretaria
que se gana 100 mil dólares americanos al año, pide paciencia durante la
emergencia a los desempleados sin ingresos; se auto infringen fraudes
cibernéticos al gobierno con tal de medrar a costa de nuestros ya escasos
recursos; el nepotismo es demasiado evidente como para que la prensa y sus
periodistas pierdan tiempo investigando; se pierde en la burocracia la
intentona de robarse el dinero de las pruebas.
La junta de control ficticia (JCF) protesta los salarios de la plebe y
las pensiones de los ancianos, pero no habla ni dice nada sobre los sueldos
pornográficos de los políticos, asesores, consultores, de los propios miembros
del ente y de todos sus allegados e hijos talentosos; y nosotros… (al menos yo) víctima de la coma
inducida cada cuatrienio.
No
se vislumbra cura alguna a corto plazo para tan tétrico cuadro. Las probabilidades de vida digna son mínimas. La recuperación moral está contraindicada,
combatida por el fanatismo político. Las
piaras se reagrupan y no dan paso a la panacea colectiva. Lo que sí se avecina con ritmo acelerado, es
una cancelación de las próximas elecciones y una extensión unilateral del
gobierno de turno; al estilo “republiqueta de tercer mundo”, como siempre estos
personeros han llamado a los países hermanos.
Con la poca fe que me caracteriza… espero equivocarme. Esperemos todos que la prescripción más
efectiva llegue por fin este próximo noviembre; y como gotas de suero sanador, sirvan
esas papeletas para liberarnos de esta muerte cerebral.
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