sábado, 22 de diciembre de 2012

El Fin del Mundo

por  Caronte Campos Elíseos


Hace unos meses tengo los pelos de punta, aunque muchos pensarán, por razones obvias por el estatus de mi cabellera, la cual es nula, que es imposible. Eso es cierto en el sentido literal, pero en su carácter de dicho popular, refleja mi sentir en torno a las coincidencias en las teorías de varios expertos en profecías y predicciones.  Todo parece apuntar a que el año 2012 será el año del fin del mundo, mismo año que estamos viviendo y que está por llegar a su término.  Ahora pueden entender el porque de mi temor inusitado. 

Desde películas con escenas escalofriantes que dramatizan como será la terminación del globo como lo conocemos; predicciones de algunos profetas que afirman que ya se han cumplido todas las señales para que desaparezca la iglesia de Dios, cosa que genera más tensión al asunto, porque todas aseguran ser la elegida; científicos anunciando días de oscuridad;  hasta profecías de culturas muy avanzadas, aunque vivieron siglos antes que nosotros, que señalan el 21, 22, o 23 de Diciembre del presente, como posibles días, si se quiere, del juicio final.  

Esto me ha llevado a pensar, si todo eso es cierto, ¿estoy preparado para recibir a nuestro Salvador? ¿Seré yo uno de los arrebatados para el Reino de los Cielos? ¿Cumpliré con todos los requisitos para gozar de la Vida Eterna al lado de Cristo? Sonará algo repetitivo, pero, “esa es la pregunta”.  Partiendo de la premisa de que soy cristiano, aunque muchas veces y como dirían en países hermanos, De La Secreta, debo suponer que los criterios para la evaluación para conceder la ascensión, son el seguimiento y cumplimiento de las enseñanzas impartidas por Jesús en su primera estadía en la Tierra.  He aquí la raíz de mi pánico desmedido, del miedo visceral que se apodera de mis pensamiento sin dejarme conciliar el sueño, razón por la cual lo estoy escribiendo, ya que sí pudiera dormir otra sería la historia.  Y me pregunto: ¿qué voy a hacer cuando me toque rendir cuentas? ¿Qué voy a decir cuando llegue la hora de mi “juicio final”. 

Que contestaré, oh, desgraciado de mi, cuando El Señor me pregunte: ¿has seguido tú, mi camino, mi ejemplo, mis enseñanzas, mis mandamientos, y sobre todo... mis obras?  Creo que será muy difícil para mi explicar donde perdí el CAMINO, negué la VERDAD y rechacé la VIDA.  Ni hablar si llega a preguntar que hice con la RAZON, don único que dio a los hombres sobre el resto de los animales. Eso incluye el “sentido común” sin el cual he actuado innumerables ocasiones.  Supongo que he fallado al no utilizarlo como principal recurso en todas las instancias de la vida, incluyendo esas cuando el razonamiento me decía que yo estaba equivocado y que estaba actuando mal, y aún así insistía en mi error.  Todo esto sin importarme que existieran terceras personas afectadas.  Es decir, que actuaba únicamente pensando en mi, sin considerar las penas, sufrimientos y necesidades de los demás, solo en mí y en mi bienestar personal.  Por eso es que espero que el Señor no me pregunte por la EMPATIA, ya que a todas luces es algo de lo que me he olvidado seguir.  La IGUALDAD es algo que para mi no ha tenido significado. Me he olvidado de que todos somos iguales, sin importar ninguna consideración terrenal, que todos somos hijos de Dios, y que todos tenemos los mismos derechos, sin importar nuestra condición ni lugar de origen.  Sólo recuerdo eso cuando alguno de mis derechos personales son violados o negados, o cuando existe alguna situación donde entiendo que amerita que otros luchen por lo que me pertenece.

En este momento mi mayor preocupación no es que se acabe el mundo y que Dios se lleve a Su feligresía, sino el resultado de ese evento en mi persona.  No creo que sea justo para mi tener que explicar tantas cosas inexplicables, como por ejemplo, el hecho de que me haya olvidado de la JUSTICIA.  Al fin del día, siempre he pensado que cada uno es responsable de que se le haga justicia, ya sea en su comunidad, en su trabajo, en su país, o donde sea que se encuentre. Como le explico que sí no me afectaba a mi directamente, para mi no era injusticia.  En otras palabras, siempre he callado ante las injusticias hasta que esta toca mi puerta.  Me he olvidado del RESPETO  hacia los demás, el respeto a las diferencias. Por el contrario me he dedicado a fomentar la discriminación, el prejuicio, la segregación, en especial cuando los otros no convergen con mis pensamientos, con mis ideales, con mis creencias y preferencias.  Todo esto sin importarme el hecho de que con estas acciones coloco en tela de juicio los VALORES cristianos que pretendo promulgar.  

¿Estará El Redentor complacido con mis acciones? ¿Será suficiente con que ahora, minutos antes del último día, yo me arrepienta?  ¿Será válida una RECONCILIACION de última hora, “fast track”, para no ser víctima de la persecución que sufrirán los dejados atrás?  No se sí recibiré toda la misericordia del Señor, si yo no he promovido reconciliación entre el prójimo.  he apoyado y justificado injusticias, barbaries, guerras.  Lo he avalado con mi silencio, con mi inacción, lo que me ha convertido en la antítesis del mismo cristianismo.  Todas mis acciones y actitudes han servido como detonante y promotor de la debacle de la PAZ en mi comunidad.  Solo he velado por mi paz personal, aunque perturbe la de los demás.  No he tenido COMPASION con el prójimo, solamente he velado por mis intereses y por mis necesidades personales. 

Pensándolo mejor, después de reconocer todo esto, creo que soy candidato a recibir la marca que me convertirá en prisionero eterno de todos mis actos sobre la tierra. Me olvidé de la BONDAD, de la HUMILDAD, de la HONRADEZ, que son cualidades que seguramente Jesús tuvo al venir a la Tierra.  Realmente me ha faltado HONESTIDAD al decir que soy cristiano, que promuevo sus valores y enseñanzas y en realidad he vivido una mentira que sólo puede describirse como, hipocresía, más que sinceridad. 

Aún conociendo la PALABRA de Nuestro Señor, he faltado a la FE que profeso al dejar que el antagonismo guiara mis pensamientos, palabras, obras y actitudes, cayendo burdamente en la omisión. ¿Qué haré cuando sea mi turno de rendir cuenta? ¿Cuándo tenga que escuchar todo ese historial nefasto de inacción, inmovilidad, e inercia?  Quisiera que Dios me perdone en este, el último día, el día final, por ser una mala réplica de su “hechos a IMAGEN y SEMEJANZA”, nada más lejos de la realidad.  Pero, si fuera sólo por querer, estaría yo ahora mismo entrando al Reino de los Cielos, sin merecerlo tal vez. Solo espero que cuando el Todopoderoso me pregunte: ¿Qué hiciste tú con el AMOR? ¿Ese qué tanto te demostré y pasaste desapercibido, mirándome a MI, como t miras a ti mismo, y qué estabas llamado a derramar y diseminar por donde quiera que guié tus pasos?; mi Dios, nuestro Dios, no se de la media vuelta dándome la espalda y diciendo: “Lástima que te hayas convertido tú mismo en la bestia.”

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