domingo, 30 de diciembre de 2012

En la parada

por  Caronte Campos Elíseos


En Puerto Rico la política ha progresado.  Mejor dicho, no la política, sino la manera de politiquear en Puerto Rico ha evolucionado.  Recuerdo hace muchos años, ¡eh, bueno, NO tantos!, hace solamente unos años, haber visto a muchos políticos caminar por las calles del pueblo, saludando a todos los vecinos y parroquianos.  Casa por casa, sin importarles si eran de madera y zinc, o si tenían que modelar por una alfombra roja, de lodo por supuesto, para estrechar la mano de hasta el último incauto, ¡perdón, ciudadano!  En este peregrinar, acompañados de sus huestes, saludaban a todos y escuchaban las necesidades y reclamos de algunos o al menos eso aparentaban, y luego prometían, prometían  y… prometían.  Demás esta decir que todo quedaba en eso, promesas, promesas y… promesas incumplidas.

Un tiempo después, los vi llegar a caballo.  Con toda la indumentaria al estilo vaquero.  Con botas, sombreros, y disparando desde la baqueta sus promesas de salva, paseándose por todo el condado.  Saludaban a todos a su paso, ofrecían villas y castillas, y simulaban percibir los reclamos de los pobladores.  Los equinos los seguían, confiando una vez más, en que ese era el candidato que por fin resolvería sus vicisitudes.  Pero como siempre ocurre en este viejo oeste político, después de la bonanza electoral, solo quedan las esperanzas convertidas en estiércol. 

Pasados los años, la contienda electoral se trasladó al mar, y según iban y venían las olas, llegaban los candidatos, en kayak y motoras acuáticas, a rescatar la isla del tsunami de molestias que amenaza con arrasarla.  Los maremotos de promesas y ofrecimientos arropaban a todos los que navegaban por esas latitudes, asegurando así, la mejor temporada de pesca, para esos pescadores de votos y mercaderes de “verdades” y mentiras solapadas.  Mientras tanto, la fe de todos los marineros que abordaron y zarparon junto a esa regata de piratas y corsarios, con visión de un mejor mañana, naufraga y queda sumergida en la misma miseria de antes y de siempre.

Pero en la era moderna, los hemos visto en aviones, dando sus viajes ostentosos.  Los hemos visto descender en paracaídas, así como ha descendido nuestra voluntad.  Los hemos escuchado hablar de ferrocarriles y de métodos integrados de transportación para pasearnos por la ruta panorámica, en un viaje lejos de la realidad, y así, irse por la tangente sin acatar la voluntad de los pasajeros.  Pero el último de los redentores vino en guagua.  En esta SUV de gran capacidad, se montó villega y to’el que llega, excepto los que se quedaron en la era del mal, perdón, del mar.  El chofer prometió curar el país del cáncer que lo carcome, y del gobierno compartido por mediocres.  Reclamó la confianza para acelerar hacia un cambio sustancial y distante de la situación actual.  Pero, ¿Dónde estaba la ruta a seguir? ¿Dónde estaba el mapa que se supone nos guiara en este camino pedregoso, y que estaba supuesto a evitar que nuevamente quedáramos extraviados después de la gran carrera? Para variar, como legos que somos en materias de política, fuimos engañados nuevamente.

Todo fue un burdo truco publicitario, una metodología de engaño, diseñada para conseguir lo que más ellos desean, acceso al poder y al dinero.  Obtener una posición con licencia para lucrarse de nuestra constante incursión en la inocencia, en la creencia de que alguno de ellos realmente se preocupa por nosotros.  Y así, cuando esa guagua que transportaba nuestras esperanzas y deseos de un mejor porvenir arrancó en ese viaje de cuatro años de duración, llevando consigo a una elite, a un grupúsculo de personas que no cedieron sus asientos a nadie, quedamos atrás como siempre ha sucedido.  No dejaron espacio para el pueblo que los eligió como choferes, dejándolo a su suerte y tratándolo como paciente de alguna enfermedad infecciosa, contagiosa y mortal.  Siguieron su camino de lucro personal, prometiendo encontrar la cura para ese mal que mantiene en estado comatoso al que ellos llamaron, paciente en etapa terminal.  En el proceso, recetaron al enfermo medidas de las cuales decían, eran la medicina amarga que nos sanaría completamente. Según los conductores, ahora convertidos en médicos y doctores, esta medicina amarga nos aliviaría lenta y paulatinamente hasta llevarnos, del cuidado intensivo a una completa curación y estado de bienestar, que al sol de hoy no lo hemos percibido.  La situación del paciente continúa siendo crítica, su condición ha empeorado y el panorama de recuperación no es alentador, en lo que a todas luces lo ha dejado, según los diagnósticos recientes, como víctima de la eutanasia aplicada por los pasados años.  Ciertamente, los especialistas escogidos fallaron en sus procedimientos y técnicas, las mismas que implementaron sin anestesia, por lo que resultaron muy dolorosas para algunos que, permanecían despiertos y conscientes del “malpractice” del cual eran víctimas. La respuesta de estos especialistas en hemorragias de riquezas a costas de otros, ha sido un escueto pero sincero: “Such is life”.

Las radiografías lo único que mostraron fueron las verdaderas motivaciones de los supuestos galenos.  A fin de cuentas, si el mesías no pudo resolver el entuerto, que podían hacer los curanderos terrenales con sus bisturíes enchapados en oro.  Por tal motivo, el paciente decidió sustituir el chofer de esa guagua que todo el tiempo viajó en reversa, y buscar una segunda opinión que pueda dar con la raíz de su padecimiento y pueda de una vez, inyectar otros sueros y remedios que lleguen a la médula de la condición, sin que tengan los efectos secundarios tan onerosos que hasta el momento han sido peores que la enfermedad misma, y que han dañado los signos vitales de nuestra economía, educación, salud, y seguridad.  Así, volvemos con el mismo amor y la misma candidez que nos caracteriza, a aguardar en la parada donde estábamos al comienzo, en la eterna espera con todo nuestro equipaje de penurias, ilusiones y anhelos, a que pase la próxima guagua que nos lleve a nuestra sanación total y a nuestro destino final, ¡La Redención!  

¡Levántate y anda!

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