martes, 31 de diciembre de 2013

El final de los tiempos

por  Caronte Campos Elíseos


Hace escasamente un año, publicaba un primer escrito en este espacio.  Lleva por título, El fin del mundo.  En esa ocasión hacía referencia a la posibilidad de que se cumplieran las profecías mayas y/o los augurios del juicio final.  Para bien o para mal, todo fue una falsa alarma, y aquí estamos doce meses después, escribiendo otros disparates.  Antes de continuar con mis desvaríos, (los cuales son cada vez más recurrentes), quiero agradecer a todos los que han colaborado, con el decido propósito de darle sentido a esta bitácora cibernética.  Angelo Negrón (Recolecta), Ana María Fuster Lavín (Aché, Aché…tambores de libertad), Mariella Rivera (Educar con valores: unreto mayor cada día), Ángel Parrilla (Poderde cambio), Yolanda Arroyo (Carimbo), Luis A. Pérez (El regreso), Sherly Rivera (Mucho más que un misil), Jean D. Pagán (¡Despierta ya!), Oscar Ruiz (La guerra de clases), y Luis Antonio Rodríguez (LARO) con su visita poética.  No puedo obviar la gran aportación de nuestro colaborador permanente, Carlos Esteban Cana, con su periodismo cultural y sus ideas conceptuales, quien desde el inicio ha mostrado fe en este loco proyecto.  Estos escritores han dado balance entre el delirio y la cordura en el transcurso de este año.

En lo que a mí respecta, continúo con una Persistencia peligrosa de adentrarme en una Oscuridad permanente que me lleva a confundir y asociar todo a mi alrededor con El cisne negro.  Y es que el fallido final del mundo del 2012, me ha llevado a ver cómo llegamos, en definitiva, al final de los tiempos.  Esto no necesariamente significa un juicio final, un desastre natural de magnitud global o un Armagedón.  Al menos no literalmente.  Más bien puede compararse con la conformidad y aceptación que vivimos actualmente de El Statu Quo.  Es que para mi entender (aunque no entiendo muchas cosas) mientras los años pasan sin detenerse, nosotros, el pueblo de la constitución de avanzada, nos quedamos estancados sin posibilidad de cambios reales.  Nos recluimos en un círculo vicioso, en una especie de cápsula  que no permite movimiento ni evolución.  Estamos condenados a vivir perpetuamente Perdidos en el espacio.  Sin opciones para mejorar, sin alternativas para salir de esta burbuja que no admite visión de futuro.

Desde hace varios decenios hemos visto como la Troika boricua conspira contra nuestro pueblo, coartando toda posibilidad de progreso.  La connivencia entre el triunvirato que la compone ha resultado nociva para nuestras aspiraciones.  Los grandes poderes y los que los ostentan conspiran sin pausa para lucrarse de sus posiciones, para abusar de sus pedestales sociales y para actuar en detrimento del bien común.  Nos han sumergido en una Esquizofrenia mediática, que lejos de informar y orientar, nos conduce cada cuatrienio a las urnas, hipnotizados e idiotizados por sus falsas promesas y burdas representaciones.  De ahí que en cada conversación informal y pueblerina que se escucha en las calles, en los bares y cafeterías ordinarias, se eleve, como palabras al viento, el reclamo de un voto de castigo.  Un voto que le demuestre a los imcumbentes que no son permanentes en sus cargos, y que les recuerde que el poder realmente pertenece al pueblo.  Lo absurdo de esta premisa es que el pueblo, el soberano, sale a ejercer su derecho escogiendo a candidatos sin preparación académica, corruptos sin escrúpulos, narcotraficantes disfrazados de políticos, y toda suerte de malandrín oportunista.  Perdemos el tiempo en este juego electoral sustituyendo pillos, ineptos y personajes pendencieros por personeros de la misma calaña.  Los alternamos en el poder por diferentes razones y motivaciones.  Ya sea por fanatismo político, por apego partidista, o simplemente por ejercer el mal llamado voto de castigo, terminamos eternizando la mediocridad de un sistema que nos consume, agotando nuestros recursos y explotando nuestras fuentes de producción y nuestro trabajo.
 
Es así como llegamos al fin de los  tiempos.  Vivimos lo mismo cada día.  Nos pasa lo mismo cada cuatro años.  Nos sucede igual, y no se vislumbra nada positivo a largo plazo.  Ciertamente nos hemos aclimatado a los estilos de vida establecidos por los “grandes intereses”.  Nos consume el Desapego cultural, que nos mantiene enajenados de las verdaderas razones para nuestra precaria situación. Asumimos por bueno, el hecho de que todos los que aspiran a gobernar sean los testaferros de los caníbales capitalistas.  Aceptamos que los que anhelan con tanta vehemencia dirigir y legislar, lo hagan solo por interés y conveniencia personal.  Nos vale madre que actúen como verdaderos filibusteros, y le damos el voto de confianza solo por el placer de decir al final de la jornada eleccionaria: “ganamos”.  Pero después del sufragio universal, solo nos queda ser meros observadores del saqueo del cual somos víctimas (y victimarios).  Donde quiera que nos paramos solo se escuchan los gritos de lamentos y las quejas por la triste realidad que experimentamos.  La deuda pública, las casas acreditadoras, los altos costos de agua, luz y teléfono; los peajes y los hoyos en las carreteras, amen de los tapones interminables; los impuestos, los bajos salarios, la carga impositiva, la mediocre educación, el enfermizo sistema de salud, y la paupérrima seguridad, son solo algunos de los tópicos más consabidos en cada conversatorio o coloquio familiar.

Este círculo vicioso nos ha conducido a la gran fatalidad que hoy vivimos.  En este País sin prensa se reportan las noticias con el fin de polarizar la atención en superficialidades y banalidades.  Tal es el caso de la protesta magisterial de los últimos días, y la micción de un maestro en la silla parlamentaria.  Esto es evidencia de cómo los medios de información masiva se prestan para desvirtuar las verdaderas problemáticas que nos corroen.  Hacen un escándalo que sirve como cortina de humo para la agresión legislativa. Mientras que los honorables nos mean desde la casa de las leyes desde hace poco más de cincuenta años.  Y así, hemos visto con tal indiferencia el despido masivo de empleados, el endeudamiento desmedido, la privatización injustificada, el derroche de dinero, la corrupción rampante, la agresión laboral y el desempleo creciente, el menoscabo del retiro de los trabajadores, la prominencia de la pobreza, la degradación de los créditos y el éxodo de profesionales, y todos los demás males sociales con los cuales convivimos.  No hemos entendido y mucho menos internalizado que, castigando los políticos votando por otros “menos malos”, nos hemos castigado y condenado nosotros mismos.  Hemos paralizado nuestro reloj evolutivo del progreso para perpetuarnos en una situación estéril y sin serias posibilidades de mejorar.  Nos hemos detenido en tiempo y espacio para ver como los países que nos miraban como ejemplo a seguir, nos han superado en todos los aspectos.  Ya no estamos a la vanguardia de ninguna “república bananera”.  Ahora somos espectadores desde la retaguardia, desde el patio trasero, del crecimiento y desarrollo de las naciones latinoamericanas.
 
Por eso este fin de año nos sentaremos (luego de los vítores y los fuegos artificiales) a lamentarnos y a repasar como el extinto 2013 nos ha dejado atrás.  Rezagados y con nuestra vida colectiva comprometida hasta las próximas generaciones.  Recibiremos entonces el nuevo y joven 2014, como de costumbre, con falsas expectativas personales, modelos equivocados de bienestar y la eterna mentalidad del colonizado.  Por mi parte, dentro de mi Locura que no se cura, pienso que única y exclusivamente, cuando seamos capaces de reclamar lo que por derecho nos corresponde como sociedad, sin pensar meramente en el individualismo egoísta; cuando podamos protestar contra las injusticias, aunque estas no tengan efecto directo en nuestras vidas personales; cuando podamos pensar en el futuro de nuestra raza y nuestra patria, sin estar ensimismados en nuestros apartados mundos; cuando tengamos la voluntad de concebir un Nuevo Estado de Derecho que responda a nuestras verdaderas necesidades y que fomente una digna continuación de nuestro tiempo y nuestra historia, superando las divisiones azulgranas; solamente en ese momento, en ese preciso instante, romperemos el circulo vicioso de tribalismos políticos en el que estamos encerrados e inmovilizados.  Ya es hora.  Estamos a tiempo de caminar con las manecillas del reloj a nuestro favor.

Solo me resta desearles no solo un próspero dos mil catorce, sino un prometedor porvenir.  Hasta la victoria.


¡Levántate y anda!

No hay comentarios:

Publicar un comentario