viernes, 21 de junio de 2013

Esquizofrenia mediática

por  Caronte Campos Elíseos


En la última sesión de terapia con mi psiquiatra, este y yo tuvimos una excelente charla.  El doctor me solicitó que no lo viera más como un médico, sino que empezara a considerarlo como un amigo, en el cual puedo confiar todas mis situaciones y secretos.  Claro, seguramente lo dice porque si yo no regreso a su consultorio (o nuestro sitio para los juntes amistosos, como le llama él), no podrá recibir del seguro médico el estipendio por el tiempo que invierte en nuestra novel amistad.  Por mi parte, le dije que me parecía fantástica la idea, y que de hecho ya empezaba a verlo casi como un hermano mayor.  Ciertamente este es el hombre que me ha permitido conocer una serie de sustancias que me mantienen alejado de mis frustraciones y dilemas, y que sin sus prescripciones trimestrales no podría adquirirlas, al menos no de manera legal.  De más está decir que la conveniencia de esta amistad ficticia es recíproca.  Así que la podemos catalogar como un amistoso “Quid pro Quo” de naturaleza bioética.

Pero en fin, ¿sobre qué quería escribir?  Ah, si… este individuo me hizo una pregunta para la cual no he encontrado una respuesta certera.  Mucho menos luego de salir de nuestro “fantástico junte amistoso” y de mi pasadía por “Paredes Verdes” (Walgreens, para los puertorriqueños) en busca de mis golosinas.  La pregunta fue la siguiente: ¿Cuáles tú piensas que son las posibles causas de tu desorden esquizofrénico agudo e irreversible?   No sé a ustedes, pero con ese diagnóstico tan extenso, a mí me parece que él no está haciendo bien su trabajo.  Pero recordemos que no me conviene cuestionar sus métodos, porque de otra manera no puedo obtener mis “dulces” sin sus recetas cada tres meses, así que olvidemos ese punto.  Esa pregunta que me atormenta y que ronda mi cabeza sin parar desde hace casi dos semanas, aún no tiene respuesta.


Así que, para despejar un poco la mente y dar oportunidad a que esa tan esperada contestación encuentre la luz en el laberinto de mi cabeza, me dispuse a leer el periódico.  Y lo hice muy a mi pesar, porque considero que vivimos en un “País sin prensa”, donde reina la desinformación.  Pero han sido dos semanas intensas de eventos y noticias.  Lo primero que encuentro en las páginas principales, es la disputa entre los tres poderes de nuestro gobierno republicano.  Resulta que después de una campaña eleccionaria de casi cuatro años consecutivos para que pudiéramos elegir los nuevos gobernantes y nuevos legisladores (sin entrar en calidad, si alguna), hemos sido víctimas de un golpe jurídico.  No digo golpe de Estado, porque en mi opinión no lo somos.  ¿O sí?  Golpe jurídico porque desde el Tribunal Supremo (supremo en desprestigio), se ha declarado que desde ahora son sus jueces los que determinan cuáles leyes pasan el cedazo constitucional y cuáles no.  Si miramos bien la división en este panel de jueces, que está fraccionado en los dos bandos clásicos (azules y rojos), podemos notar que estos últimos seis jueces nombrados por el partido que defiende nuestros derechos a la igualdad y a la estadidad (aquí estoy haciendo una pausa para reírme), están utilizando para sus macabros planes de gobernar “de facto”, la Constitución del Estado Libre Asociado (lo que sea que eso signifique).  Lo gracioso radica en que el ELA es el status colonial que han criticado por los pasados 60 años, y del cual han utilizado su decadencia como fundamento para su preferencia política.  Pero como toda moneda tiene dos caras, este asunto tiene un lado siniestro no muy agradable.  Ese lado oscuro es que el partido que perdió la gobernación y que ahora son minoría legislativa, usurpan el poder judicial.  En otras palabras, se quedaron gobernando los malandrines que querían sacar los electores, en lugar de los ineptos que seleccionaron con su voto. 

Paso la página para tratar de obviar lo anterior, y encuentro noticias sobre la criminalidad rampante que arropa el país, en todas sus expresiones y modalidades.  Sumado a la incapacidad policial de brindar seguridad, ya sea por sus escasos recursos, problemas operacionales, la poca o nula cooperación ciudadana, o por la actitud de brazos caídos de los agentes, ante las acciones en contra de sus condiciones laborales.  Por esta última razón, este brazo armado del estado golpeó, maltrató y violó los derechos de otros grupos por hacer lo propio.  Prefiero no seguir leyendo sobre asaltos, escalamientos, asesinatos, ni ninguna otra suerte de crímenes violentos.  Así que, paso a las páginas siguientes.

Es aquí donde la presión me empieza a subir como la espuma.  Aparecen noticias sobre la controversia de un proyecto de ley que otorgaría igualdad de derechos a los miembros de la comunidad homosexual y lésbica en el país.  Para hacer el cuento largo, corto, esto terminó con los medios reportando la aprobación de una ley que, a pesar de distar mucho con los avances y las nuevas realidades sociales, abre paso para nuevas reformas.  Amén de ver los grupos religiosos y/o cristianos actuar como verdaderas turbas (no sé si en realidad era una actuación o es su verdadera naturaleza), insultando y lanzando epítetos a los “honorables” legisladores (otra pausa para reír un poco más) y a los “hijos de la oscuridad con los cables cambiados”.   Este último detalle logró estabilizar mi presión sanguínea y neutralizar un ataque de neurosis crónica.  Por tal motivo, y antes de que vuelvan a exacerbarse los síntomas antes mencionados, cierro el periódico y decido buscar en la prensa en línea.

Al fin llego a las noticias mundiales e internacionales, aunque sea a través del medio cibernético.  Espero poder encontrar algo que calme mis nervios y lleve a remisión mi enorme complejo de persecución.  Completamente seguro de que así será, hago una pequeña pausa en este instante.  Me levanto, preparo una taza enorme de buen café, unas galletas con pedacitos de queso de papa, y listo para una buena lectura.  Ya preparado para salir de toda esta maraña de noticias que solo aumentan mi ansiedad y fomentan mis alucinaciones, comienzo por la prensa norteamericana.  El primer titular de noticia que aparece en la pantalla de mi computador es que la agencia encargada de la seguridad de la nación, pisotea todos los derechos que están garantizados en la constitución gringa.  Sobre todo el derecho a la privacidad, donde esta agencia recopila gran parte de toda nuestra información utilizando un sistema orquestado para tales efectos.  De repente siento un fuerte “Déja Vu”  que me lleva a saltar la noticia.

Al cargar por completo la próxima página virtual, el nuevo titular leía de la siguiente manera: “Principales Empresas de Telecomunicaciones Cooperan con la Vigilancia Nacional”.  Para mi sorpresa, son todas las que utilizo a diario para mis tareas, mis trabajos, para mis pasatiempos y entretenimientos.  Todas las proveedoras de servicios en línea que uso frecuentemente están listadas como facilitadoras de toda mi información personal al gobierno federal para su programa de vigilancia ciudadana.  Por obvias razones no las puedo mencionar por sus nombres en este espacio, ya que seguramente lo inundarían con radares, satélites, cámaras y micrófonos. 

Pero estas compañías nos han inducido a morder la manzana tecnológica.  Sí, otra vez la maldita manzana, esta vez la del dios de la tecnología, “Saint Jobs” (Apple).  Esto para sumergirnos en un mundo de información prácticamente infinita (Google).  Se han metido por nuestra “ventana” para vigilar todas nuestras comunicaciones (Windows), y nos han hecho gritar de emoción por la accesibilidad y facilidad de sus servicios (Yahoo!).  Pero lo peor de todo, es que han creado, desarrollado e implementado el mejor sistema de autocarpeteo (Facebook & Twitter), donde nosotros mismos ofrecemos todos los detalles de nuestras relaciones, acciones, e interacciones con nuestros círculos más cercanos de familiares y amigos (Google +).  La simbiosis creada entre estos colosos tecnológicos y las agencias de inteligencia, ha tenido, tiene y tendrá efectos letales para nuestros derechos, privacidad e intimidad.  Aun así, lo más desconcertante fueron las reacciones de los medios locales y de las mismas personas que son usuarios asiduos de estos servicios. ¿En realidad nadie lo sabía?  ¿Realmente nadie tenía una leve sospecha sobre estas redes de espionajes extra-oficiales?  Me parece absurdo por demás, que con tanto acceso a la información a través de la misma red que utilizan para espiarnos (Internet), la gente no tenga ni puta idea sobre cómo se meten en su vida privada para documentarla y que incluso el hecho los tome por sorpresa.  Habrá quien diga que no le importa porque no tiene nada que ocultar.  Estará el que piense que está bien que el gobierno vigile a sus ciudadanos como medida de prevención.  Pero al final del día, todos nuestros datos personales están expuestos ante los ojos de desconocidos, con intenciones desconocidas.  
   
Mientras mis ojos cambian constante e involuntariamente de campo visual por los nervios alterados, leo varios titulares en la barra lateral.  Puedo recordar uno de gran impacto para mí ya maltrecho cerebro, ya que todavía no logro analizarlo.  Leía el titular en negrita y subrayado: “Gobierno Federal Investiga Acciones del Programa Espía”.  Aquí mi corazón se detiene por varios segundos.  Cuando al fin recupero el aliento, pienso: “¿Como la entidad que inventa, desarrolla, y financia el sistema en cuestión, va a investigar si está en violación de ley o no?”  Dentro de mi ingenuidad casi invariable, me llega un pensamiento irreverente… ¿No será eso, poner los cabros a velar las lechugas?  Para ser honesto, al leer todo esto me llene de terror y pánico.  Acto seguido apagué, cerré y desconecté la computadora con tanta prisa que incluso derramé el rico y suculento café.  Comencé a cerrar todas mis ventanas y a bajar todas las cortinas.  Quise deshacerme de mi teléfono inteligente (ahora sé porque los llaman así), pero hasta ahora no he podido lograrlo.  La impresión que me he llevado con este Cisne Negro de la industria informática ha empeorado mis condiciones.  Todavía no logro entender como una persona como yo, desconfiado y malpensado, he caído víctima de un modelo de espionaje tan ruin y obvio.  Ahora puedo explicar muy bien el sobresalto que sentí cuando leía sobre el tema.  Y es que para el año 2003 tuve una experiencia cercana con la red que en ese entonces hacía el “trabajo sucio” que ahora hacen estas gigantes corporativas.  La diferencia entre estas y Echelon, es que estos monstruos informáticos acumulan riquezas a costa de nuestras vidas.

Entre la histeria, el miedo y el sudor frio, tomé la determinación final y firme, al igual en aquel verano del 2003, de no volver a utilizar ninguno de estos servicios que colectan mis vivencias y experiencias para ofrecerlas al mejor postor.  Esto incluye mi correo electrónico, mi perfil, mi círculo de amistades, mis “followers”, y este blog (donde puedo escribir todas mis sandeces y disparates).  Pero como habrán notado no logro despegarme de este espacio virtual, tampoco así de mi correo y mis redes sociales.  Ni hablar de mi teléfono inteligente, es como mi alma gemela.  Él es el único que me conoce a cabalidad.

Luego de unas horas intensas de meditación e introspección profunda en la madrugada, sentado a oscuras bajo el agua helada de la ducha, he llegado a una conclusión.  La relación espuria de esta APP (Alianza Público-Privada) es equivalente a la relación que tenemos mi médico de cabecera (porque mi problema está dentro de mi cabeza) y yo.  El aparenta ser un amigo al cual le interesa todo cuanto me sucede.  Me observa, me escucha, y pone atención a todas mis conversaciones y relatos.  Me vigila y estudia mi comportamiento, incluso puede hasta predecir mis respuestas.  Me ofrece alternativas para aliviar o eliminar mis problemas y necesidades (genuinas o creadas).  Se gana mi confianza y me hace caer en una especie de adicción a nuestras largas charlas y a los medicamentos que prescribe para evitar mis crisis psicóticas y depresivas.  Así mismo, los caníbales de Silicon Valley, han insertado en nosotros una serie de necesidades banales.  Han desarrollado sus servicios con miras a cubrir dichas necesidades, y nos han inyectado por todas las vías posibles sus alternativas y soluciones para convertirnos en adictos a sus productos.  Es tan absurdo el asunto, que hasta pagamos cantidades exorbitantes de dinero para obtenerlos.  De la misma forma que el doctor amistad hace conmigo, estas empresas nos escuchan, nos observan, nos leen, en fin... nos espían.  
                     
Todo este exceso de noticias e información sólo ha sido contraproducente para mi estado actual.  He sufrido una fuerte recaída y he tenido que adelantar mi cita para el junte con mi buen y gran amigo, el doctor corazón.  Aun así, reconozco que tengo que buscar una salida para esta encrucijada mental que me atormenta a diario.  De la misma forma pienso que únicamente seremos capaces de superar todos nuestros traumas y evitar la exposición innecesaria a estos piratas informáticos, cuando entendamos cómo funcionan y cuáles son sus verdaderos usos.  Cuando entendamos las verdaderas intenciones detrás de tanto “amor”.  Cuando tengamos el valor para reclamar los derechos que nos pertenecen y a no permitir que se menoscaben nuestras interioridades y las de nuestra familia y amigos (en mi caso no son muchos).  Solo así superaremos esta esquizofrenia mediática, inducida por tantas redes diseñadas para mantenernos en contacto y entretenidos dentro de un perímetro virtual controlado, cual campo de concentración.  Redes que nos atrapan y nos mantienen prisioneros casi por hipnosis.  Pero su único fin es pescar nuestros datos y llevarlos a la misma desembocadura, los archivos clasificados del gobierno federal.   
 
En el ínterin, mientras llega la fecha estipulada para mi desahogo, yo sigo en búsqueda de una respuesta lógica y sensata para mi desorden mental y paranoia injustificada.  Hasta he tenido que duplicar la dosis de mis pastillitas (excepto las de color azul).

¡Levántate y anda!

 

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