por Caronte Campos Elíseos
Hace unos días y por recomendación de un buen amigo, veía una película
como pasatiempo para entretener mí ya distraída mente, de las cosas que afectan
mi tranquilidad. A modo de terapia decía
el, para encontrar un oasis de paz y relajación. En fin, escogí una película llamada, Inception, donde la trama es basada en un grupo de mercenarios que,
apoyados por poderes económicos invaden los sueños de terceros con el fin de
insertar un pensamiento o una idea, con el único propósito de que al despertar
el sujeto en cuestión actúe conforme a la misma. Incluso, uno de estos expertos logra durante
la trama llevar a su propia esposa al suicidio con el mero hecho de sembrar una
idea en su mente (por favor, no lo
intente en casa aunque suene tentador, podría ser ilegal).
Mientras veía la película no dejaba de pensar en la posibilidad de que
en algún momento, nosotros pudiéramos ser víctimas de un esquema similar. Y es que en ciertas instancias de nuestra
existencia, alguien ha querido o ha intentado sembrar en nosotros una opinión específica
sobre un tema particular. A estas
alturas de mi vida, me he percatado que muchas instituciones, muchos sistemas,
y muchas personas han intentado (algunas
con un éxito abrumador), crear en nuestras mentes unos parámetros de
control para dirigir nuestro pensamiento a su voluntad. Con su especial dominio del mimetismo, estos
especímenes pasan desapercibidos por nuestro transitar terrenal, sin mostrar
sus verdaderas características. Nunca muestran sus verdaderas intenciones y
mucho menos sus intereses reales. Pero
las secuelas de sus actos disfrazados y los resultados de sus macabras
intenciones han sido nefastas para nuestro presente, y más aún si consideramos
el efecto dominó, en nuestro futuro. No hemos obtenido buenos frutos de ese
pensamiento sembrado en nuestro subconsciente, de ese mal llamado sueño
americano. Sólo hemos cosechado la
hiedra venenosa que arropa y coarta nuestro porvenir, convirtiéndolo en nuestra
peor pesadilla. La misma pesadilla que hoy vemos realizada en todo cuanto nos
rodea y poseemos como pueblo.
Existen infinidad de razones para que ciertos entes utilicen esta
práctica de manipulación cognitiva. Y
existen también mil y un mecanismos de los que se valen para lograr su
cometido. Tal vez en su momento podamos
conocer con más detalles las más arraigadas en la mentalidad boricua. Creo que puedo decir esto con cierto grado de
certeza, dado que pertenezco al grupo en cuestión (y me refiero a ese grupo de puertorriqueños con baja autoestima
nacional, faltos de carácter e identidad, autoexpatriados mentales y que
vivimos sometidos a las influencias extranjeras), que hemos sido objeto de
una intromisión ominosa en nuestros
sueños colectivos. Por casi 115 años nos
han entretenido con cuentos de caminos, con leyendas urbanas que poco a poco y
con el pasar del tiempo se han ido desmantelando, aunque nuestras mentes
colonizadas no lo hayan entendido e internalizado aún (algunos están en etapa de negación).
Ciertamente el efecto somnífero de los programas (económicos, sociales, educativos y hasta cierto punto culturales)
diseñados para mantener en un eterno letargo nuestros cerebros, sumado a la
idea generalizada de dominantes fuerzas ultramarinas, han logrado su
objetivo. Vivimos como “zombies”
siguiendo ideales manipulados para dividirnos en tribus políticas. Todo lo que hacemos, decimos, o pensamos,
aparenta tener origen en una especie de hipnosis esparcida por el aire que
respiramos. Podemos notarlo en la
actitud con la que interactuamos a diario con los semejantes. También se desprende de lo que reportan los
medios (intencionalmente por supuesto,
buscando “ratings”), y permea además en el ambiente hostil y en la
intolerancia cotidiana de cada día.
Nos han insertado en la cabeza ideas divisorias, que han logrado socavar
nuestro orgullo patrio, corromper la idiosincrasia nacional, y destruir la
identidad y la autoestima general. Somos
meros espectadores de la transformación de nuestro verdadero sentimiento de
hermandad, en un “todos contra todos”, que nos mantiene en una guerra civil
solapada con la anuencia de los serviles nativos que han vendido su alma al
mejor postor. Cuando cae la noche y nos
retiramos a descansar, esta maquinaria sigue moviéndose, buscando nuevas formas
de someter nuestra voluntad a sus deseos.
Y así, en las mañanas despertamos con toda la intensión de realizar el
plan que otros han diseñado, desarrollado e insertado en nuestro subconsciente,
aun en detrimento de nosotros mismos y nuestras familias. Lo que nos depara el futuro, el destino, la suerte o la divinidad, no se
muestra muy esperanzador. El optimismo
es completamente nulo y en la proximidad de otro aniversario más de la segunda
colonización, las expectativas de un
resurgimiento de la verdadera puertorriqueñidad, no son muy alentadoras.
Solo cuando logremos reconocer al verdadero intruso, ese que
implacablemente ha pretendido dominarnos usurpando sigilosamente nuestra libre
determinación y vendiendo sueños incumplidos, podremos despertar de esta
parálisis centenaria. Es en ese preciso
instante que tendremos nuestro tan deseado renacimiento. Solo en ese momento resurgiremos cual Ave Fénix,
de nuestras propias cenizas para recuperar las riendas de nuestro porvenir,
eliminando así los viejos estigmas grabados incluso con sangre y rompiendo las
cadenas imaginarias. Sembrando nuevas
ideas con nuevos bríos podremos cosechar un mejor país, un mejor pueblo. En la coyuntura histórica que vivimos, es
imperativo (como lo escribió en su
momento nuestra Lola) escuchar de una vez la señal, despertar de ese sueño,
y luchar por lo que por derecho natural nos pertenece.
¡Levántate y anda!
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