por Caronte Campos
Elíseos
Después
de pasar varias horas (37 para ser
exactos) vagando por las calles de San Juan, sin que nadie me reportase
como desaparecido legalmente y sin que se haya activado la alerta ámbar,
finalmente llegué a mi hogar. Las
monedas que dejaron los pocos samaritanos no fueron suficientes para comer y
beber. Deshidratado, hambriento y
deprimido, busqué algo de alimento por toda la casa. Encontré de la vez anterior, algo de comida
china en el microondas. Me senté a
merendar y mientras lo hacía, ojeaba los periódicos de días anteriores. De verdad que pasan muchas cosas de
envergadura mientras nos encontramos del otro lado de la línea de la cordura. Obama con su actitud bélica queriendo
bombardear un país extranjero, porque estos se bombardean ellos mismos; Obama, el mismo que quiere intervenir en
gobiernos exteriores, enfrentando el cierre de su propio gobierno continental; García Padilla, en reuniones de emergencias
con las casas acreditadoras, las mismas a las que les había dicho con
prepotencia y carácter: “Me vale” lo que digan;
García Padilla, enfrentando la inminente o quizás omnipresente quiebra
estatal, y la posible intervención del gobierno federal para evitar otro
Detroit; Yolandita abandonando la
competencia de MQB; Y por otro lado, el
rapero Tempo llegando a Puerto Rico después de doce años de ausencia forzada,
acogido como todo un héroe nacional.
Luego
de esa sobredosis de noticias sobrecogedoras, decidí desconectarme e irme a
dormir una siesta. Para poder descansar placenteramente,
agarré la mitad de la cerveza que había dejado sobre la mesa antes de salir la
última vez, y me suministré doble dosis de mis calmantes favoritos. Quedé dormido más rápido de lo que esperaba,
por lo que la ducha que tanto deseaba desde que desperté en aquella banqueta,
tuvo que esperar hasta que saliera del coma inducido. Apenas eran las tres de la tarde y la hamaca
en la parte trasera de mi residencia, era por mucho, más cómoda que la madera
de La Princesa. Quizás fue eso lo que
provocó que sintiera los sueños (o
pesadillas tal vez) tan reales como mi propia existencia. Es que tan pronto como mis ojerosos ojos se
cerraron, comencé a sentir la presencia de estos seres a mi alrededor. El presidente sin gobierno, el gobernador sin
crédito, la bailarina sin pista y el prócer juvenil sin reputación, todos
sentados conmigo en un cónclave para exponer, evaluar y resolver todas las
crisis existenciales de cada cual. Esto,
a modo de “terapia grupal” con el fin
de que sus estados emocionales tuvieran el menor impacto posible entre la
sociedad civil. Todo en el ambiente
cerrado, seguro y controlado de la hospedería que me recomendara un “un gran amigo” hace algún tiempo.
Siendo
yo el único presente con algo de cordura y sensatez en la mesa redonda
convocada, y teniendo el “señority” (por
aquello de seguir practicando mi inglés) en materia de control de
emociones, no tuve más remedio que tomar la batuta y la dirección de los
trabajos. Inicié por estipular unas
reglas básicas para el buen entendimiento de los asistentes. En realidad solo tres normas regirían la gran
reunión: 1) Respetar el orden establecido para hablar, según el mecanismo
seleccionado; 2) No interrumpir al
deponente de turno durante su disertación;
3) Dirigirse a mi desde ese momento como, Su Eminencia Reverentísima (Lo
decidí de esa manera, dado que entre los presentes ya había un presidente). Procedí de inmediato a llamar a Univisión,
quienes eran los encargados de recibir las llamadas de los votantes
empedernidos, y las cuales decidirían el orden a seguir. Así las cosas, por el nivel de popularidad el
orden establecido fue el siguiente: el primer turno le tocó a la única mujer
del grupo; el segundo y tercer puesto, fueron para el presidente y el
gobernador, respectivamente; y el último lugar para el intérprete recién
llegado. Al notar que este servidor no
había recibido ni siquiera un voto, increpé a la gerencia del canal al respecto. Por su parte ellos aseguraron que en efecto
había recibido yo un voto, pero que éste fue invalidado. Aparentemente ningún candidato podía votar
por sí mismo. En vista de que no obtuve
ningún turno para expresarme (like always)
impuse una cuarta norma: como moderador del encuentro puedo intervenir cuando
estime pertinente. Con la anuencia de
los presentes, dimos por comenzados los trabajos.
La
dama del baile comenzó por expresar lo mal que se sentía por lo sucedido. Como los medios (a los cuales pertenece hace décadas) han aprovechado sus problemas
familiares por motivos económicos. Al principio todo era conveniente. Estábamos en los medios, decía, nos
entrevistaban todos los días, nos dedicaban titulares, en fin, hasta cierto
punto nos beneficiamos de la exposición mediática. Incluso hasta nos cayeron varios “guisitos”. Alegaba estar cansada de todo el asunto y de
las continuas intromisiones en su vida personal y familiar, y por tal motivo
abandonó la competencia. En este
instante irrumpió en un llanto incontrolable, por lo que tuve que pedir a los
ujieres del lugar que le aplicaran doble dosis de lo calmantes que yo tanto
disfruto (aprovechando la pausa para
solicitar dosis extra para mi).
Después
de esta escena novelesca, continuamos con la agenda establecida. Esta vez tocaba el turno al primer presidente
negro. Este comenzó su ponencia haciendo
énfasis en su frustración y decepción de ser presidente de una nación tan
grande. Según sus palabras, no era fácil
complacer a tanta gente. Era muy difícil
saber qué hacer para satisfacer los deseos de todo el mundo. Fue entonces cuando entendió que las promesas
que había hecho en su campaña eleccionaria, y por las que fe elegido, eran
imposibles de cumplir. El tiempo pasaba
y cada vez más la gran metrópoli se veía amenazada por la crisis económica y la
creciente fuerza de países enemigos. Ante
ese panorama espinoso para cualquier servidor público con buenas intenciones y
deseos de trabajar (recordemos que de
buenas intenciones están construidas las muros del infierno), tuvo que
tomar decisiones no muy populares.
Así
las cosas, las piedras angulares de sus discursos esperanzadores comenzaron a
desintegrarse. Quedaron atrás las
peroratas sobre traer los soldados a casa, dejando atrás a Irak y Afganistán. Quedó atrás el cierre de la base de Guantánamo
y así también el cumplimiento con los Derechos Humanos Universales. Con aparente molestia, el presidente
vociferaba lo malagradecidos que son sus conciudadanos. Se olvidaron de los fondos para el rescate de
la economía y de todas las gestiones y políticas para asegurar la seguridad y
hegemonía del país. ¿Qué pensaron que
significaba, “Yes, we can”?, se
cuestionaba el gobernante entristecido, al tiempo que comenzaba a explicar su
mensaje detrás de esas palabras. Al
parecer las personas no entendieron del todo mi propuesta. Más claro no canta un gallo: Si podemos
seguir combatiendo el terrorismo; Si podemos seguir apresando sospechosos de
terrorismo; Si podemos ganar las guerras; Si podemos invadir Siria, Libia, y
Corea del Norte; Si podemos espiar las comunicaciones de todo el orbe,
incluyendo los nacionales. Y encima de
todo me culpan ahora, se lamentaba el señor presidente, por el cierre parcial
del gobierno con el retraso en algunos servicios a la ciudadanía y por alcanzar
el tope de la deuda del país. Pero lo
peor de todo para él, es el hecho de que los republicanos le dejaron en la mano
el proyecto símbolo de su presidencia.
El Plan de Salud Universal con el que pensaba limpiar su imagen
maltrecha y la de su insípida gestión gubernamental. Víctima de la histeria y consiente del poder
que posee, abrió su maletín negro e intentó presionar el botón rojo que leía: “nuclear protection”. En cuestión de segundos la seguridad del
centro hospitalario (supongo que es de
hospitalidad) intervinieron y evitaron que el señor presidente se hiciera
daño a sí mismo. Lo vistieron con una de
esas lindas camisas blancas con mangas largas de cortesía (de esas que yo tengo varias en casa), para controlar sus impulsos.
Como
moderador de esta cumbre, ejercí mi autoridad ilimitada y procedí a confiscar
el maletín en cuestión (uno nunca sabe
cuándo pueda necesitar ese tipo de terapia). Una vez estabilizado el ambiente sobrio y tranquilo,
dimos paso al tercer orador. El
gobernador de la isla estrella (o será
isla estrellá) comenzó su participación recordando a los presentes que gran
parte de los problemas que ha enfrentado su gestión gubernamental los heredó de
la pasada administración. El primer
mandatario hizo mención de sus recientes ataques nerviosos provocados por las
recientes amenazas contra su vida (tiene
record de amenazas recibidas en un año).
Todas estas injustificadas, según dijo, porque desde que el comenzó su
ejecutoria, la isla ha recobrado su resplandor y su encanto. Para él todas sus acciones han resultado en
una baja significativa en el desempleo, en la criminalidad, en los costos de
servicios básicos (como la luz, agua y
transporte). También mencionó el
aumento en los empleos asalariados y la mejoría en la actividad económica. Se mostró algo compungido al hablar sobre la
tendencia local de polarizar la atención hacia la pobre gestión en materia de
educación, la pobre asepsia en el ámbito de la salud (lo que casi provoca el cierre de algunos hospitales) y la gran
importancia que dan todos a la opinión de las casas acreditadoras sobre el
crédito y los bonos del país. Después de
varias horas hablando, nos percatamos que el honorable gobernador repetía su
discurso cual libreto a través de algún apuntador. Una vez retirado el instrumento, el
distinguido orador entro en una especie de trance, como si estuviera perdido en el espacio (casi tanto como yo).
Aprovechamos
el momento vergonzoso para dar paso al siguiente orador. Vestido a la última moda, con sus joyas,
gafas y tenis carísimas, se levantó de su asiento. El cantante comenzó con un
tono fuerte y elevado. Estaba disgustado
por todo el tiempo que pasó en el exilio.
Mientras estaba fuera del país solo pensaba en los salarios, regalías,
dividendos, estipendios y comisiones dejados de devengar. Por una fabricación de caso por parte de las
autoridades, estuvo doce años alejado de sus negocios, de las tarimas y de sus
seguidores. Para el, según hablaba, lo
más difícil será recobrar su posición y su respeto en el mercado, el mismo del
cual fue removido. Pero aseguro estar
preparado para dar la batalla en ese duro campo. Algo muy raro sucedió durante su ponencia, ya
que no podía mover su boca. Era como si
se hubiera paralizado o hubiera sufrido alguna especie de derrame
cerebral.
Ya
que la sesión se había extendido por demasiadas horas, y después de tanta
exposición situaciones críticas, yo necesitaba una dosis de antidepresivos con
alcohol. Ejercí mi autoridad plena para
decretar un receso en los trabajos. Acordamos
regresar temprano en la mañana para reiniciar nuestra ardua tarea. No sin antes yo asegurarles a los
participantes que este servidor no descansaría hasta encontrar la luz para su oscuridad permanente. Con esa nota de positivismo absurdo, nos
fuimos a descansar. En esta parte el
sueño se tornó muy extraño. De las
habitaciones de los participantes se escuchaban gritos. Como si todos estuvieran recibiendo alguna
especie de tortura. De la habitación de
la bailarina gritaban: “A camerinos, a camerinos”. De la del presidente se escuchaba una voz que
gritaba cada vez más fuerte: “No, we can’t. We can’t”. Los agentes del servicio secreto que
vigilaban la puerta solo se miraban y reían.
Del pequeño cuarto del gobernador se escuchaba a este decir: “Are you
talking to me?... pues me vale! De la
habitación del rapero solo se escuchaba música fuerte, reggaetón o algo así,
pero salía mucho humo por las ventanas.
Algo extraño sucedía en mi cuarto.
Oscuro, frio, en un silencio profundo.
Al parecer todavía estaba yo bajo los efectos de los somníferos
recetados.
Ya
muy temprano en la mañana hice mi entrada al salón de reunión. Discurso en mano me dispuse a comenzar los
trabajos de clausura del increíble junte.
Agradecí a todos los presentes por su asistencia y por permitirme ser
pieza clave en la solución de sus problemas emocionales. Continué mi presentación ante la audiencia
diciendo: Queridos hermanos, compatriotas, amigos míos… socios en este infinito
caminar sin rumbo; me dirijo a ustedes con mi promesa cumplida de dedicar toda
la noche a la búsqueda de una solución a sus inclementes problemas mentales. He estudiado minuciosamente cada uno de sus
tétricos panoramas, y he llegado a un diagnóstico certero. Ustedes padecen la locura que no se
cura. Esta condición permanente es un
símbolo de su incompetencia, una marca de su ineptitud, y una burda evidencia
de su ambición y apatía por los demás.
Han vivido ensimismados (justo
como yo) olvidándose del pueblo al que se deben, al que prometieron velar
por sus intereses, y al que han pretendiente representar ante el mundo. Se han lucrado de todas las adversidades,
problemas sociales, y vicisitudes que pasa el ciudadano común, haciendo de esto
un sistema lucrativo para los ricos y poderosos.
La
desesperación en la sala era evidente.
Así que proseguí sin demora: Pero no teman mis pequeños saltamontes. En este soliloquio vengo darles una buena
nueva, una noticia que os llenara de mucha fe y esperanzas a todos
ustedes. La locura que no se cura no es
una epidemia. La locura que no se cura es
una pandemia de grandes proporciones que se ha apoderado de todo ser humano
sobre la faz de la tierra. Se ha
esparcido como pólvora por todo el globo, a tal grado que no existe nadie que
pueda librarse de ser contaminado. Su
mejor característica es que, al no ser una condición somática tarda mucho en
ser detectada. Y el hecho de que gran
parte de la población la padezca, la hace pasar como normal y corriente. El ser racional y pensante que pueda todavía
ejercer su libertad de criterio y utilizar su sentido común sin contagiarse, se
enferma de apatía e indiferencia. Es
decir, no tiene salvación la raza humana.
Salgan a ese mundo real a continuar haciendo lo que hasta hoy. Algunos de ustedes, a engañar las masas con utópicas
promesas, alimentando falsas expectativas entre los incautos. Aceitar la máquina del sistema capitalista
que ha distribuido nuestros recursos de la manera menos equitativa posible. Desarrollando
y esparciendo así, injustas hambrunas, muertes, y enfermedades incurables. Otros han servido de testaferros para los
intereses de los poderosos. Actuando en
detrimento de sus propios hermanos, sirviendo como lacayos de los invasores y
extranjeros. Los demás han contribuido a
la enajenación general, con sus dramas, con sus actuaciones y novelas en los
medios. Dando de la manera más vil la
estocada final a las aspiraciones de todo un pueblo. Con su baile, botella y baraja han sumido las
mentes de los más ingenuos en un mundo de fantasías. Juglares modernos que inducen a sus
seguidores a pensar y asumir lo que está mal como correcto, y lo que es justo y
necesario presumirlo fuera de moda.
En
este preciso momento no sé si por lo intenso del discurso o por el calor del
precinto, comienzo a sentirme un poco mareado.
Aun así, decido continuar con la ponencia: Así que hermanos iluminados,
no tienen nada de que temer. Al final
del día, todas esas masas que hoy los critican, los persiguen y los señalan,
pertenecen a la misma claque que votan por ustedes, que los siguen en sus
caravanas, que asisten a sus conciertos y compran sus discos. Son locos empedernidos que no quieren saberse
curados (entre los cuales me cuento). No quieren un antídoto para su padecimiento
visceral. La locura que no se cura
domina sus corazones, sus mentes y sus sentimientos, haciendo que se manifieste
lo peor de cada uno ellos. Hasta que no
encuentren la voluntad perdida entre las sombras, para reclamar el bien común;
hasta que no abandonen la desidia y la inercia para tomar partido activo hacia
un mejor futuro; hasta que no encuentren su conciencia ciudadana y actúen conforme
a ésta; hasta que llegue el día en que no se dejen cautivar por programas televisados,
diseñados para hipnotizar sus mentes, y hasta que no dejen de avalar conductas
antisociales por puro fanatismo; hasta ese preciso instante, seguiremos siendo
meros observadores de nuestra propia vida…
Con
gran alboroto y a la fuerza abren las puertas del salón de conferencias. Entran todos los participantes (los mismos que pensé estaban escuchando mi
diatriba), todos menos la bailarina quien había abandonado la convención molesta
y sin previo aviso. Irrumpieron con las
fuerzas de seguridad nacional, las escoltas y guardaespaldas. Exigiendo mí arresto por ejercer la
psicología sin licencia médica. Un
equipo especial como el que encontró a Sadam Hussein y a Bin Laden en el fin
del mundo, me extrajo por las salidas de emergencia. A partir de ese momento, ya no recuerdo
nada. Sólo que desperté a las tres de la
mañana en la hamaca de mi casa, con un maletín negro a mi lado.
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