por Caronte Campos Elíseos
Arropado
por el aburrimiento de una tranquila noche de Halloween, salí a dar un
paseo. Eran las 9:35 de la noche cuando
me fui a un parque cercano, que a pesar de ser enorme y oscuro, comparte un
largo tablado con la costa norte del país.
El mismo cuenta con seguridad para los transeúntes y unos cómodos
gazebos (casi como capillas cristianas)
para compartir buenos momentos. Además
de sus cómodos bancos marmoleados, posee unas áreas verdes muy extensas donde
la brisa se torna agradablemente fría. Mientras
caminaba, encontré a un gran amigo de muchos años. Compañero de muchas locuras de la infancia. Era mi primera visita al parque, pero a juzgar
por los saludos del personal de seguridad, mi gran amigo asistía con gran
frecuencia. La pregunta obligada para él
era qué hacía a esas horas en un lugar tan oscuro, frio y desolado. Fue parco en su respuesta al decir que era un
refugio para su inadecuación social. Me
invitó a compartir su actividad nocturna, a lo que accedí rápidamente al saber
de qué se trataba, lectura de viejos periódicos. Por fortuna yo llevaba los míos propios, por
lo que pudimos intercambiar impresiones acerca de los acontecimientos locales
trascendentales. Nos sentamos en una de
las casetas con la pila de papel noticioso y las miradas sigilosas de los
guardianes no se hicieron esperar.
Sin
más, comenzamos a repasar las pasadas noticias.
Lo primero que encontramos fue la decisión en el tribunal federal sobre
la leche puertorriqueña. No es lo que
usted está pensando, al menos no exactamente.
Es que un juez federal determinó en una sala que el pueblo de Puerto
Rico le debe a las elaboradoras del preciado líquido blanco, nada más y nada
menos que 250 millones de dólares. Esto
sin importar otras consideraciones que no fueran el capitalismo rampante y el
llamado comercio interestatal, en una demanda de las únicas dos elaboradoras en
la isla contra el gobierno. En otras
palabras, el juez federal tomó una decisión sin importar los efectos en toda la
industria lechera del país y mucho menos sin pensar en el bolsillo de los
puertorriqueños. Al final del día, el
tribunal prefirió hacerles justicia a dos familias ultra acaudaladas que
mantienen un duopolio, que al resto de los 4 millones de habitantes. La reacción de mi buen y nunca bien ponderado
amigo, no se hizo esperar. Se expresó
muy a favor de ambos sistemas, tanto el económico como el judicial. Incluso se mostró complacido con la
intervención federal en el asunto, y la describe como importante y vital para
que las fuerzas extranjeras mantengan la ley y el orden en nuestros
asuntos. Según él, el gobierno no debe
controlar la forma y manera en que se hacen negocios, y que eso precisamente
fue lo que provocó el desbarajuste lechero.
No pude aguantar mi molestia y fuertemente lo increpé sobre lo nefasto
que puede resultar que un tribunal determine la escala de precios de un
producto, y más aún, que dicho tribunal estipule jurisprudencia en detrimento
de los intereses de todo un país.
No
pasó mucho tiempo cuando llegó uno de los custodios del lugar para llamarme la
atención por el alboroto. Me miraba con
suma perspicacia, como si estuviera sorprendido por mi presencia. Le dije que la culpa era de mi acompañante,
pero este me ignoró por completo y continuó con su ronda nocturna. Seguimos ojeando los periódicos buscando algo
interesante. Conseguí ahora la noticia
sobre la orden del Primer Circuito de Apelaciones de Boston, de detener la
decisión del juez de la leche. Con tono
de satisfacción y hasta de burla le comento a mi compañero de lectura, “¡Qué leche tenemos! Hasta
un panel de jueces extranjeros reconoce lo ridículo y lo absurdo de la decisión
en cuestión.” El no pierde tiempo en
refutarme y mostrarme su próxima noticia, la del gobernador de Puerto Rico
llegando a un acuerdo monetario, un día domingo, con los abogados de las
elaboradoras. Riendo a carcajadas me
dice: “¡Hasta Agapito sabía que no tenía
más opciones, que no fuera pagarle a los poderosos!” Algo molesto, le comento que no me sorprende
la acción de este gobierno, que lo único que ha logrado es el arrepentimiento
de los 12,000 incautos que votaron por él y le dieron la victoria. El acuerdo nos libra del aumento de 14
centavos, pero nos cuesta 95 millones del fondo general. Todavía el gobernador tiene la fuerza de cara
de decir que nos libramos del aumento en el precio de la leche. No sé de donde piensa que va a salir el
dinero con el que va a pagar dicho acuerdo.
Ordeñando el fondo general, junto con lo que pagamos en impuestos, nos
deja peor que el periodo de las vacas flacas.
Sin mencionar que el acuerdo no garantiza que dentro de cuatro años no
se implemente un aumento forzado. Ah, y
haciendo caso omiso a la orden de Boston que evidentemente favorecía al
gobierno, o al menos ganaba tiempo para buscar alternativas menos onerosas al
erario público.
Nuevamente
se acerca el vigilante para llamarme a capitulo por el escándalo. Un tanto molesto y con su mano en el gas
pimienta, me indica que no son horas ni el lugar para tal comportamiento. Siempre me habla en tono hostil, como si le
molestara trabajar la noche de los disfraces.
Le pido disculpas por ambos, y continuamos con nuestro maratón de
lectura al aire libre. Escogí esta vez,
la noticia sobre la renuncia del Superintendente de la Policía. Mala selección de mi parte porque eso dio pie
a que, la ya pésima compañía, continuara con su campaña de “bullying”
psicológico. He tenido que engullir su
mofa y aguantar sus gritos y risotadas al celebrar la noticia. No por la renuncia en sí, más bien por el
contexto en que se da la misma. Para esa
fecha se había anunciado la imposición de un síndico para la fuerza policial,
es decir, una persona que ostentará todo el poder decisional sobre ese cuerpo. Así que la presencia y permanencia del Súper,
se tornó académica. Según mi
impertinente amigo, es un ejemplo más de la necesidad de intervención federal
en la isla. Ya de manera irascible,
trato de hacer que entre en razón (lo
cual yo no he logrado conmigo mismo). ¿Como es posible que exista persona alguna que esté de acuerdo con que
retrocedamos en la historia, hasta el punto donde los dirigentes policiacos
eran norteamericanos nombrados por el congreso estadounidense? Esta es la muestra más evidente del déficit
democrático que vivimos como colonia norteamericana. A lo que en tono sarcástico respondió mi
interlocutor: “Lo mejor es lo americano, está
bien que traigan la gente de allá afuera.
Ojala y traigan hasta las vacas para que nos tomemos la leche de los
americanos.”
Tan
encolerizado estaba por el comentario tan fuera de lugar y de tan mala leche,
que casi nos vamos a los golpes. Para suerte
de ambos, llego el guardia palito, ya con la paciencia agotada y con el roten
listo para nosotros. Me indico que era
mi última llamada y que la próxima iba a intervenir de mala manera, y que de
ser necesario llamaría la policía municipal.
Por enésima vez me disculpo y prosigo tranquilamente buscando entre los
periódicos algo menos controversial. Mi
amigo y yo acordamos no volver a discutir, y dejar la leche y la venida del policía
americano en las manos del gobernador.
Luego de ese pacto de paz, me muestra la próxima noticia. Esta vez del Capitolio, donde estuvieron
aprobando 15 millones de dólares para remodelar la casa de las leyes. En esta ocasión estuvimos de acuerdo en que
estos senadores abusadores están totalmente enajenados de la realidad
boricua. Están desligados de la vida
cotidiana del puertorriqueño promedio.
Es más, están desvinculados de las necesidades del pueblo. Mientras el tiempo pasa y las promesas
incumplidas se acumulan en el olvido, estos sujetos se sirven con la cuchara
grande. Al tiempo que el desempleo se
dispara, los salarios no alcanzan para nada por lo elevado de los precios, los
costos de los servicios básicos por las nubes, la clase profesional y preparada
abandonando el país, muchos comiendo atún enlatado para no gastar de más y
otros tantos solapando el hambre con esperanzas; estos elementos del
desgobierno solamente piensan y actúan conforme a su propia realidad. Realidad creada por ellos mismos con nuestros
votos e indulgencias. Se burlan de
nosotros mientras nos echan el jugo de vaca en la cara. Tristemente, mientras eso ocurre, nosotros
todos estamos ocupados con la eliminatoria del programa de vida real de turno;
con quien canta, baila o actúa mejor; o en el peor de los casos, con cualquier
otra idiotez diseñada para distraernos de la realidad y de las cosas de
envergadura.
Solo
cuando miramos las facturas, los precios en el mercado o en la gasolinera; o
cuando pagamos por algún bien o servicio, es que nos damos cuenta que nos están
violando a nuestras espaldas. Pero estos
gobernantes tienen la leche de que el boricua solo piensa en vengarse durante
el próximo cuatrienio. “Que abusen ahora, decimos, que yo me vengo
el día de las elecciones.” En el
ínterin, nos quedamos de rodillas recibiendo lo que a ellos les plazca
darnos. Llegado el día de las elecciones
después de cuatro largos años, estos políticos tienen la leche (nuevamente) de que salimos a escoger la
misma basura para que nos gobierne. Y
este ciclo se repite infinitamente. Esa
es la cultura boricua de la leche, nos tragamos lo que el bipartidismo ha
introducido en nuestros cuerpos y nuestras mentes. Vivimos embelesados frente al televisor o el
computador, esperando que los cambios lleguen por cuenta propia. Hasta que no apaguemos el televisor y la
computadora, y encendamos el pensamiento crítico, sin fanatismo y con
discernimiento, seguiremos nadando en el producto lácteo de otros.
Mi
compañero de lectura hace un alto en este instante y me dice que está muy bien
el discursito comunista, pero que esto es un ejemplo más de la necesidad y de
lo imperativo que resulta una intervención federal hasta en el mismo corazón
del gobierno colonial. Esta vez sí que
no aguanté más y agarre una tabla con alguna especie de epitafio que encontré
en el piso del parque y quise arremeter contra él. Justo en ese momento apareció el oficial ya
armado y me indicó que tenía que abandonar el lugar. Le cuestioné si me tenía que ir yo solamente
o si también iba a desalojar del parque a la persona que me acompañaba. Este me respondió con voz temblorosa y
apuntándome con su pistola: “¿Caballero, usted
está loco? Usted no está en un parque, esto es el cementerio municipal, y usted
ha estado aquí solo toda la noche.” Asombrado,
espantado, y aturdido, salí de allí cual noche de brujas.
¡Levántate
y anda!
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