jueves, 7 de noviembre de 2013

La cultura boricua de la leche


por  Caronte Campos Elíseos



Arropado por el aburrimiento de una tranquila noche de Halloween, salí a dar un paseo.  Eran las 9:35 de la noche cuando me fui a un parque cercano, que a pesar de ser enorme y oscuro, comparte un largo tablado con la costa norte del país.  El mismo cuenta con seguridad para los transeúntes y unos cómodos gazebos (casi como capillas cristianas) para compartir buenos momentos.  Además de sus cómodos bancos marmoleados, posee unas áreas verdes muy extensas donde la brisa se torna agradablemente fría.  Mientras caminaba, encontré a un gran amigo de muchos años.  Compañero de muchas locuras de la infancia.  Era mi primera visita al parque, pero a juzgar por los saludos del personal de seguridad, mi gran amigo asistía con gran frecuencia.  La pregunta obligada para él era qué hacía a esas horas en un lugar tan oscuro, frio y desolado.  Fue parco en su respuesta al decir que era un refugio para su inadecuación social.  Me invitó a compartir su actividad nocturna, a lo que accedí rápidamente al saber de qué se trataba, lectura de viejos periódicos.  Por fortuna yo llevaba los míos propios, por lo que pudimos intercambiar impresiones acerca de los acontecimientos locales trascendentales.  Nos sentamos en una de las casetas con la pila de papel noticioso y las miradas sigilosas de los guardianes no se hicieron esperar.

Sin más, comenzamos a repasar las pasadas noticias.  Lo primero que encontramos fue la decisión en el tribunal federal sobre la leche puertorriqueña.  No es lo que usted está pensando, al menos no exactamente.  Es que un juez federal determinó en una sala que el pueblo de Puerto Rico le debe a las elaboradoras del preciado líquido blanco, nada más y nada menos que 250 millones de dólares.  Esto sin importar otras consideraciones que no fueran el capitalismo rampante y el llamado comercio interestatal, en una demanda de las únicas dos elaboradoras en la isla contra el gobierno.  En otras palabras, el juez federal tomó una decisión sin importar los efectos en toda la industria lechera del país y mucho menos sin pensar en el bolsillo de los puertorriqueños.  Al final del día, el tribunal prefirió hacerles justicia a dos familias ultra acaudaladas que mantienen un duopolio, que al resto de los 4 millones de habitantes.  La reacción de mi buen y nunca bien ponderado amigo, no se hizo esperar.  Se expresó muy a favor de ambos sistemas, tanto el económico como el judicial.  Incluso se mostró complacido con la intervención federal en el asunto, y la describe como importante y vital para que las fuerzas extranjeras mantengan la ley y el orden en nuestros asuntos.  Según él, el gobierno no debe controlar la forma y manera en que se hacen negocios, y que eso precisamente fue lo que provocó el desbarajuste lechero.  No pude aguantar mi molestia y fuertemente lo increpé sobre lo nefasto que puede resultar que un tribunal determine la escala de precios de un producto, y más aún, que dicho tribunal estipule jurisprudencia en detrimento de los intereses de todo un país.

No pasó mucho tiempo cuando llegó uno de los custodios del lugar para llamarme la atención por el alboroto.  Me miraba con suma perspicacia, como si estuviera sorprendido por mi presencia.  Le dije que la culpa era de mi acompañante, pero este me ignoró por completo y continuó con su ronda nocturna.  Seguimos ojeando los periódicos buscando algo interesante.  Conseguí ahora la noticia sobre la orden del Primer Circuito de Apelaciones de Boston, de detener la decisión del juez de la leche.  Con tono de satisfacción y hasta de burla le comento a mi compañero de lectura, “¡Qué leche tenemos!  Hasta un panel de jueces extranjeros reconoce lo ridículo y lo absurdo de la decisión en cuestión.”  El no pierde tiempo en refutarme y mostrarme su próxima noticia, la del gobernador de Puerto Rico llegando a un acuerdo monetario, un día domingo, con los abogados de las elaboradoras.  Riendo a carcajadas me dice: “¡Hasta Agapito sabía que no tenía más opciones, que no fuera pagarle a los poderosos!”  Algo molesto, le comento que no me sorprende la acción de este gobierno, que lo único que ha logrado es el arrepentimiento de los 12,000 incautos que votaron por él y le dieron la victoria.  El acuerdo nos libra del aumento de 14 centavos, pero nos cuesta 95 millones del fondo general.  Todavía el gobernador tiene la fuerza de cara de decir que nos libramos del aumento en el precio de la leche.  No sé de donde piensa que va a salir el dinero con el que va a pagar dicho acuerdo.  Ordeñando el fondo general, junto con lo que pagamos en impuestos, nos deja peor que el periodo de las vacas flacas.  Sin mencionar que el acuerdo no garantiza que dentro de cuatro años no se implemente un aumento forzado.  Ah, y haciendo caso omiso a la orden de Boston que evidentemente favorecía al gobierno, o al menos ganaba tiempo para buscar alternativas menos onerosas al erario público. 

Nuevamente se acerca el vigilante para llamarme a capitulo por el escándalo.  Un tanto molesto y con su mano en el gas pimienta, me indica que no son horas ni el lugar para tal comportamiento.  Siempre me habla en tono hostil, como si le molestara trabajar la noche de los disfraces.  Le pido disculpas por ambos, y continuamos con nuestro maratón de lectura al aire libre.  Escogí esta vez, la noticia sobre la renuncia del Superintendente de la Policía.  Mala selección de mi parte porque eso dio pie a que, la ya pésima compañía, continuara con su campaña de “bullying” psicológico.  He tenido que engullir su mofa y aguantar sus gritos y risotadas al celebrar la noticia.  No por la renuncia en sí, más bien por el contexto en que se da la misma.  Para esa fecha se había anunciado la imposición de un síndico para la fuerza policial, es decir, una persona que ostentará todo el poder decisional sobre ese cuerpo.  Así que la presencia y permanencia del Súper, se tornó académica.  Según mi impertinente amigo, es un ejemplo más de la necesidad de intervención federal en la isla.  Ya de manera irascible, trato de hacer que entre en razón (lo cual yo no he logrado conmigo mismo).  ¿Como es posible que exista persona alguna que esté de acuerdo con que retrocedamos en la historia, hasta el punto donde los dirigentes policiacos eran norteamericanos nombrados por el congreso estadounidense?  Esta es la muestra más evidente del déficit democrático que vivimos como colonia norteamericana.  A lo que en tono sarcástico respondió mi interlocutor: “Lo mejor es lo americano, está bien que traigan la gente de allá afuera.  Ojala y traigan hasta las vacas para que nos tomemos la leche de los americanos.” 

Tan encolerizado estaba por el comentario tan fuera de lugar y de tan mala leche, que casi nos vamos a los golpes.  Para suerte de ambos, llego el guardia palito, ya con la paciencia agotada y con el roten listo para nosotros.  Me indico que era mi última llamada y que la próxima iba a intervenir de mala manera, y que de ser necesario llamaría la policía municipal.  Por enésima vez me disculpo y prosigo tranquilamente buscando entre los periódicos algo menos controversial.  Mi amigo y yo acordamos no volver a discutir, y dejar la leche y la venida del policía americano en las manos del gobernador.  Luego de ese pacto de paz, me muestra la próxima noticia.  Esta vez del Capitolio, donde estuvieron aprobando 15 millones de dólares para remodelar la casa de las leyes.  En esta ocasión estuvimos de acuerdo en que estos senadores abusadores están totalmente enajenados de la realidad boricua.  Están desligados de la vida cotidiana del puertorriqueño promedio.  Es más, están desvinculados de las necesidades del pueblo.  Mientras el tiempo pasa y las promesas incumplidas se acumulan en el olvido, estos sujetos se sirven con la cuchara grande.  Al tiempo que el desempleo se dispara, los salarios no alcanzan para nada por lo elevado de los precios, los costos de los servicios básicos por las nubes, la clase profesional y preparada abandonando el país, muchos comiendo atún enlatado para no gastar de más y otros tantos solapando el hambre con esperanzas; estos elementos del desgobierno solamente piensan y actúan conforme a su propia realidad.  Realidad creada por ellos mismos con nuestros votos e indulgencias.  Se burlan de nosotros mientras nos echan el jugo de vaca en la cara.  Tristemente, mientras eso ocurre, nosotros todos estamos ocupados con la eliminatoria del programa de vida real de turno; con quien canta, baila o actúa mejor; o en el peor de los casos, con cualquier otra idiotez diseñada para distraernos de la realidad y de las cosas de envergadura. 

Solo cuando miramos las facturas, los precios en el mercado o en la gasolinera; o cuando pagamos por algún bien o servicio, es que nos damos cuenta que nos están violando a nuestras espaldas.  Pero estos gobernantes tienen la leche de que el boricua solo piensa en vengarse durante el próximo cuatrienio.  “Que abusen ahora, decimos, que yo me vengo el día de las elecciones.”   En el ínterin, nos quedamos de rodillas recibiendo lo que a ellos les plazca darnos.  Llegado el día de las elecciones después de cuatro largos años, estos políticos tienen la leche (nuevamente) de que salimos a escoger la misma basura para que nos gobierne.  Y este ciclo se repite infinitamente.  Esa es la cultura boricua de la leche, nos tragamos lo que el bipartidismo ha introducido en nuestros cuerpos y nuestras mentes.  Vivimos embelesados frente al televisor o el computador, esperando que los cambios lleguen por cuenta propia.  Hasta que no apaguemos el televisor y la computadora, y encendamos el pensamiento crítico, sin fanatismo y con discernimiento, seguiremos nadando en el producto lácteo de otros.   

Mi compañero de lectura hace un alto en este instante y me dice que está muy bien el discursito comunista, pero que esto es un ejemplo más de la necesidad y de lo imperativo que resulta una intervención federal hasta en el mismo corazón del gobierno colonial.  Esta vez sí que no aguanté más y agarre una tabla con alguna especie de epitafio que encontré en el piso del parque y quise arremeter contra él.  Justo en ese momento apareció el oficial ya armado y me indicó que tenía que abandonar el lugar.  Le cuestioné si me tenía que ir yo solamente o si también iba a desalojar del parque a la persona que me acompañaba.  Este me respondió con voz temblorosa y apuntándome con su pistola: “¿Caballero, usted está loco? Usted no está en un parque, esto es el cementerio municipal, y usted ha estado aquí solo toda la noche.”  Asombrado, espantado, y aturdido, salí de allí cual noche de brujas.

¡Levántate y anda!

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