sábado, 2 de mayo de 2020

Patrañas de la cuarentena

por  Caronte Campos Elíseos

No sé a cuantos de ustedes les pase lo mismo, pero para mí son sensaciones noveles.  Me refiero a la desesperación de salir corriendo de estas cuatro paredes.  Tantos y tantos años padeciendo esta agorafobia, que temo ahora, a causa de esta cuarentena, haber rebasado el punto de no retorno: la locura perpetua.  Digo que esta sensación es nueva para mí porque, de ordinario, estaba seguro de estar sumergido ya, en ese abismo. 


El síntoma más notable de esta enajenación, es el deseo incontrolable de escapar para hacer las cosas que antes podía hacer y no hacía.  Hablo de las rutinas de cualquier persona común.  Ir al supermercado a comprar toda clase de productos dañinos, tanto para mí como para el medio ambiente; hacer una fila kilométrica solo para hablar bazofia con algún extraño que poco le importan mis problemas personales y a mí los suyos; ir a una oficina de gobierno a recibir algún servicio mediocre, aun cuando voy a pagar los servicios esenciales; entrar a un centro comercial a comprar productos genéricos que no necesito, pero que son para lo único que alcanza el salario infrahumano que devengo.  ¿Cuantos estarán en situación similar a la mía?  Extrañando las horas muertas en tapones, la contaminación del aire con sus efectos en los ojos, boca y nariz; escuchar las palabras poderosas de algún pastor o pastora recomendando realizar cosas que a todas luces ellos mismos no viven, pero aun así inducen a dejarles el diez por ciento de la pobreza que cargo en mi bolsillo.


El segundo síntoma es el más leve de todos, pero el más frecuente.  Es el impulso de salir a hacer cosas que nunca he podido hacer, pero ahora daría cualquiera de mis múltiples vidas por experimentarlas.  Cenar en restaurantes finos y caros algunas comidas exóticas; viajar en yates y aviones, vacacionando y experimentando el mundo; paseos en helicópteros brindando con botellas de vinos de más de mil dólares; estadías en hoteles cinco estrellas con todo incluido; en fin, un estilo de vida normal y típico de un Carrión Tercero.  Lo que trae a la memoria un fragmento de algún poema… "El Gobierno y El Banco Popular son un de un buitre las dos alas".                        


El tercer síntoma es el peor de todos.  Es algo más que un impulso, es un arraigado reflejo, una idea sembrada en la mente; un condicionamiento o adoctrinamiento que parece tener el mismo efecto de la flauta.  No parece ser de temporada, más bien heredado de generaciones pasadas.  Incita a realizar las mismas nimiedades de siempre una vez devueltos los derechos a la libertad y al libre movimiento.  Volver a la mediocre vida de antes sin consideraciones ni contemplaciones.  Salir a la calle con las mismas actitudes, costumbres y comportamientos que nos llevaron a padecer esta pandemia sin previo aviso.  No sé si es un pensamiento intelectualmente valido, pero anhelo engolfarme en la enajenación de lo evidente, ignorar la burda realidad y dejarme consumir por la desidia y el desapego.


¿Por qué ha de importarme ahora lo que nunca me ha importado?  ¿Por qué ha de afectarme la desvergüenza de los políticos y el desgobierno históricamente instaurado? ¿Por qué ha de sorprenderme la apatía y la inconcusa indiferencia de nuestros gobernantes?  En momentos donde las circunstancias parecen exigir el resurgir de un liderazgo, valentía y dirección de primer orden, los políticos locales se sumergen en la fatuidad de su perenne comportamiento.  Moralmente desvalidos, les validamos sus expresiones abellacadas en televisión nacional.  Así las cosas, toleramos todos los síntomas y desarrollamos anticuerpos para sobrellevar el verdadero síndrome de inmunodeficiencia moral: la corrupción gubernamental.  Ya estamos tan acostumbrados que no sufrimos ninguno de sus efectos en la sociedad.  Vagamos asintomáticos hasta que tales injusticias tocan la puerta de nuestro espacio personal. 


Mientras tanto, y luego de las fatídicas 4,645 muertes por el abandono tras los huracanes, la tierra continúa temblando dejando a cada vez más puertorriqueños sin hogar ni techo seguro.  La pandemia nos arropa sigilosamente sin que podamos confiar en los datos estadísticos, mucho menos en la respuesta del actual gobierno; las ayudas económicas no llegan a los verdaderos necesitados, ni las federales y mucho menos las locales; las instituciones gubernamentales colapsaron ante el expolio de los mediocres dirigentes; el hambre se extiende como tsunami ante la negativa de la gobernadora de llevar alimentos a los niños y familias sin recursos, abandonándolos a su suerte. Según mi diagnóstico, todo lo anterior es un cuadro clínico de desahucio.  Nos han confinado en nuestras propias casas a morir a causa de esta eutanasia pseudodemocrática.                     


Nos han vacunado para no sentir las afrentas de los testaferros de los grandes intereses.  El descaro es tal, que la Secretaria que se gana 100 mil dólares americanos al año, pide paciencia durante la emergencia a los desempleados sin ingresos; se auto infringen fraudes cibernéticos al gobierno con tal de medrar a costa de nuestros ya escasos recursos; el nepotismo es demasiado evidente como para que la prensa y sus periodistas pierdan tiempo investigando; se pierde en la burocracia la intentona de robarse el dinero de las pruebas.  La junta de control ficticia (JCF) protesta los salarios de la plebe y las pensiones de los ancianos, pero no habla ni dice nada sobre los sueldos pornográficos de los políticos, asesores, consultores, de los propios miembros del ente y de todos sus allegados e hijos talentosos; y nosotros… (al menos yo) víctima de la coma inducida cada cuatrienio.   


No se vislumbra cura alguna a corto plazo para tan tétrico cuadro.  Las probabilidades de vida digna son mínimas.  La recuperación moral está contraindicada, combatida por el fanatismo político.  Las piaras se reagrupan y no dan paso a la panacea colectiva.  Lo que sí se avecina con ritmo acelerado, es una cancelación de las próximas elecciones y una extensión unilateral del gobierno de turno; al estilo “republiqueta de tercer mundo”, como siempre estos personeros han llamado a los países hermanos.  Con la poca fe que me caracteriza… espero equivocarme.  Esperemos todos que la prescripción más efectiva llegue por fin este próximo noviembre; y como gotas de suero sanador, sirvan esas papeletas para liberarnos de esta muerte cerebral.  

¡Levántate y anda!

No hay comentarios:

Publicar un comentario