lunes, 8 de septiembre de 2014

Aquí, allá y en todas partes: Graciela Rincón Martínez o la capacidad del poeta de dar sentido a la existencia

por Carlos Esteban Cana



Cuando un grupo de escritores reflexionaba acerca de la actualidad y el futuro de la poesía latinoamericana en un conversatorio del pasado Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York, escuché detenidamente las palabras de Graciela Rincón Martínez, poeta colombiana con una singular poética ecológica. A juicio del editor y escritor Carlos Aguasaco, la obra de Montes representa una neo vanguardia pues le presta su voz a seres que en apariencia parecen no estar presentes y que, sin embargo, sí lo están y son más que necesarios; una propuesta que está generando una nueva conciencia en los lectores.

Por lo anterior, queremos traer a los lectores de “Aquí, allá y en todas partes”, en la bitácora “Buscando luz al final del túnel”, las impresiones que compartió Graciela Rincón Martínez en tal conversatorio ante un auditorio integrado por profesores, estudiantes y amantes de la poesía que se dio cita en el Center Worker Education del City College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Esto ocurrió el 10 de octubre de 2013. Con estos pensamientos suyos quiero incluir una de sus poesías más conocidas, la primera pieza de su libro “El árbol que me habita”, titulada LA RAÍZ.


Graciela Rincón Martínez: “Yo pienso que mientras haya vida en el planeta habrá poesía, y que convivirá con muchos géneros. Y seguirá siendo un canto, un canto de juglar o el canto de un intelectual. Pero siempre va a existir la poesía. Pienso que continuará siendo algo íntimo, y que así como hay espacio para poetas sociales, también habrá lugar para poetas que canten su propia realidad”.
“Yo les escribo a los árboles, a quienes considero unos seres maravillosos, compañeros de nuestro devenir. Cualquiera preguntaría: “Bueno, pero… ¿cómo puedes estar cantándole todo el tiempo a los árboles? Con dos o tres o cinco poemas podrías agotar el tema. ¿No?”. Sin embargo, para mí cada uno de ellos es un Ser, y es un Ser a quien canto un poema muy especial. Pienso que así como yo les canto a ellos, muchos poetas querrán cantarle uno a las montañas, otros a los propios árboles, con su estilo y su propia visión de mundo, porque el poeta siempre estará dándole sentido a la existencia”.  

EL ÁRBOL QUE ME HABITA

LA RAÍZ 

I.

Desde la cuna escucho
la voz desnuda de la tierra.

Del jardín de mi infancia
escapan diminutas criaturas vegetales.

Y en las noches, la risa de las frutas
se mezcla con las canciones de mi madre.

Desde todos los lugares del mundo
los árboles me llaman.

Corro a su encuentro.

De nacimiento soy
árbol por dentro.

II.

Antes de ser árboles
eran ángeles.
Cuando pecó
la tierra con el sol
cayeron en una lluvia
verde y transparente.

Huyeron con una ala sola
y la anidaron en el cuerpo
sin vida del planeta.
Y siguieron pecando
naciendo ríos
pájaros y almendros.

Antes de ser árboles
eran ángeles
y cayeron en manzanos
y dejaron a Dios sin paraíso.

III.

Momentos que han caído
al sinfín de las ausencias.

Acuarelas que pinta la memoria:

Mi madre espantando
el pájaro de la tempestad
con un palo de padrenuestros.

Mi padre
escondiendo el huerto
de los ojos de los conejos.

Ana, abuela de risa de canario,
bajando del día pedazos de luz
para alumbrar las noches.

Las gitanas leen
la suerte de los pájaros.

Lujuria de magnolias
y yerbabuena,
perdición en la
carne de la piñas.
borracheras
con cóctel de azahares.

Mi niñez
patio de eternidad
con aroma a guayabas.

IV.

Inquilina de la aurora
creció mi sangre
en esa casa de espejos
que sonreían
a la tímida niña.

Miradas y pasos,
siluetas que aprisiona
y dibuja la voz antigua
de la campana del pueblo.

Danza de libélulas
era la vida
cuando aún el tiempo
no había enterrado sus uñas.

V.

Guayacánes desterrados
de la cima de lejanos bosques
me acompañan.

Parientes son entre sí
los muebles de mi casa.

Con el río de mis lágrimas
resucito sus ramas.

A lo lejos un pájaro canta.

VI.

Nadie me dijo adiós
se fueron cayendo
como hojas muertas.

Un vendaval de ausencias
arrasó mi bosque
cicatrizando la raíz del alma.

Pero un huerto
me nació en la sangre
que me invade y espera,
conversa conmigo
y me renace.
Levanta los brazos
y me abraza
cobijando
mi desamparo.

VII.

En esa ciudad
ellos todavía conversan
y los soles pasan
por su puerta.

Aún mi padre trae la alegría
en sus bolsillos
y fluye luz del vientre
del huerto de naranjos.

Aún hierve la noche
en un fogón de astros
y mis cinco hermanos
oran con mi madre.

Aún soy niña
y no escucho
la procesión.
La muerte se llevó mi casa.

VIII.

Un árbol
río caliente de tierra por mis venas,
torrente sin fronteras
convierte mi carne en azahar.

Que me hable
en el susurro de sus hojas,
y develé los misterios
de su intimidad.

Que sonría y
confunda su esencia con la mía,
Naranjo que desde la infancia me habla
y aún me espera para conversar.

Un árbol
sólo un árbol para conversar.

IX.

En el paraíso no me nombres,
no le cuentes a Dios de mi existencia.
Prefiero esta tierra con sus árboles.
Dile a ese extraño señor
que si se hastía de florecer los huertos
me entregue las llaves de la creación.

X.

Llegó la muerte
y la soledad
cantó a la nada.

Rompiendo puertas
y abismos
se pasó la vida.

Con tantos muertos izados,
tanta cicatriz,
ya no existo.

Ignoro si me habita
una niña, una anciana
o un árbol huérfano.

XI.

Ahora que hablo sola
que mi voz revienta la neblina
y camino al revés
calles sin pasos.

Ahora que no hablo
que habito en lejanías
que soy sólo de viento
luz de sangre,
sé sonar
una campana
que despierta y habla
con la tierra.

XII.

A los designios
del dedo de la nada,
siega pertinaz y sucesiva
solamente los árboles ganaron la batalla.

Cuando los miro
cargados de música,
una tenue llovizna
de esperanza me recorre.

Y en la lumbre de su sombra
reclino mi oscuro cansancio,
de lo que fue feliz
y ya es olvido.

Cuando la soledad me llaga
y una niña asustada
se asoma a la ventana,
en su cuerpo de hojas
me refugio,
sonrío
me abrazo
florezco
y me renazco.

XIII.

Ya no existe
aquella música.

Una oscura
fragancia de silencio
se mueve entre las sombras
de la gran ciudad que habito.

Mas sobre el vello de la tierra
sigo persiguiendo hormigas
y abrazo al maíz
como a un amigo.

He desafiado la arquitectura
de las llaves terrenales,
mi firmamento es vegetal,
y un olor a pomarrosas
me persigue.

Mi reino es de
árboles sin nombre
que conmigo comparten
soledades.

Mi idioma la lengua
secreta de la tierra
enraizada en los astros,
luz de las primeras aguas.

Al viento
le quité los brazos

sin edad camino
sus caminos.

XIV.


Por atajos de nubes
y soles carpinteros
de la casa celeste

bajan árboles,
hablan conmigo
de la ciudad del alba.

*****
Graciela Rincón Martínez nació en El Socorro, Santander, Colombia. Hija y novia de los árboles. Ejerce su profesión de abogada. Ha participado en encuentros poéticos en los cuatro continentes e incluida en múltiples antologías. En el año 2000 obtuvo el premio nacional de poesía femenina con el libro “Me está llamando un árbol “, festival que en el 2001 otorgó premio fuera de concurso a su poemario “Los Ojos del sur”. “Del Caminante. Canto Primero”, fue reconocido con Primera Mención Especial Premio Videncias, Ciego de Ávila Cuba, 2003. 
  
Libros:       

“La casa del viento”.  Edit. Jaime Vargas 2000; 
“Me está llamando un árbol”.  Edic. Museo Rayo 2001,
“Los ojos del sur”  Edic. Apidama 2001.
“Del Caminante, Canto Primero”. Edic. Abrace Uruguay 2003.
“Medio Siglo de noches”  Edic. Jaime Vargas 2004.
“Del caminante en la mitad del mundo” Ecuador, 2006.
“El árbol que me habita” Ediciones La Porte,  París 2007.
“Para que nazcan tréboles”
“De los oficios”

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