martes, 30 de septiembre de 2014

Fe divina

por  Caronte Campos Elíseos



Primeramente, quiero pedir disculpas a todos los lectores a nombre mío. En la pasada publicación perdí la cordura que me caracteriza (la poca que aún conservo). Tanto, que muchos se acercaron a mí diciendo que en ese escrito, no era yo el que escribía. Prometo hacer todo lo posible por evitar esos lapsus mentales, que cotidianamente sufro. Admito que me sentía como poseído por algún espíritu realengo. Al comentarle todo esto a un gran amigo escritor, de nombre René, me recomendó sin ambages, buscar ayuda. Como es de conocimiento público, hace algún tiempo despedí a mi psicólogo. Más bien, el me dio de alta, y de paso, le dio pa' bajo a mi novia. Pero eso es historia vieja. No sabía a qué tipo de ayuda se estaba refiriendo mi viejo amigo. Lo último que mencionó fue algo parecido a un método, alguna especie de ayuda espiritual. No sé mucho de espiritismo ni nada por el estilo. Supuse que estaba sugiriendo a algún profesional que me expulsara el espíritu que me tiene poseso hace mucho tiempo. Así que, dejando a un lado mi ateísmo arraigado, salí una mañana directo a la iglesia más cercana. Quería una iglesia católica. Esto porque son las que más seguidores tienen y las que más rápido despachan los feligreses, luego de varios cánticos y un par de recolectas. Llegué a la que está frente a la plaza pública. Con algo de temor, entré sigiloso. Parecía no haber nadie allí presente. Solo veía las estatuas, las velas, las flores y los instrumentos musicales. Aunque nadie los tacaba, me parecía escuchar los cantos grecorromanos de las damas de cintas rojas. 

Sentí el ambiente algo fúnebre para ser la casa de lo que llaman un dios vivo. Me desplacé casi hasta el fondo, cuando sentí una mano sobre mi hombro. Después del grito desesperado, volteé a ver qué cosa me estaba tocando. Con tantas noticias sobre los clérigos, esos toques por la espalda pueden ser muy peligrosos. En efecto, un hombre vestido de monje estaba allí. Me cuestionó sobre mi visita al lugar. Le comenté que me recomendaron buscar ayuda profesional. Me dijo: "entra ahí y arrodíllate". Amenacé con golpearlo y salir huyendo (pensando en las víctimas de abusos, maltratos y violaciones). Me pidió que me tranquilizara, que tuviera fe y que cooperara. Era solo un confesionario y él iba a estar del otro lado de la pared. Me contuve y decidí darle una oportunidad. Hice lo que me pidió aunque no entendía. ¿Para que estar del otro lado de la pared si ya vi su rostro? Al momento me dijo cuatro cosas y me volvió a pedir que tuviera fe. Lo interrumpí abruptamente. Lo primero que le confesé fue que, precisamente eso es lo que no tengo, fe. Que no soy creyente, cristiano, dogmático y mucho menos religioso. Ahora era el cura el que aparentaba estar espantado.


Comencé mi diatriba cuestionando los discursos hipócritas de la iglesia. Promover una fe religiosa donde su principal precepto es la antropofagia. Al menos eso predican al hacer galas de que consumen el cuerpo del dios que es mitad ser humano. De ese doble discurso es que nace mi aversión a las religiones, mi ateísmo visceral y el odio tan arraigado hacia la humanidad. No logro entender cómo se puede instruir a amar al prójimo cuando se come frente a un altar carne humana, y se presenta como la salvación. El ser humano es una maraña de contradicciones. No puedo tener confianza en un ser tan despreciable. El monje perturbado me regaña. Su principal argumento es que somos hechos a imagen y semejanza del dios creador (el mismo que se meriendan en cada misa). También adujo a que somos hijos de la divinidad, que somos seres diversos y que no somos perfectos en nuestro proceder. Además me recordó que yo formo parte de la misma humanidad a la que aborrezco y a la que hay que amar como a uno mismo. Lo increpo repentinamente. Entonces resulta que el altísimo que se jacta de perfecto y de que nos creó a imagen y semejanza, nos hizo diferentes a todos y carentes de perfección. Otra cosa que no me hace ningún sentido. 



Lo primero que me pidió el ataviado clérigo fue tener fe y amar al prójimo. Pero como tener fe en el único animal (eso somos todos y todas) que tiene el don único de razonar, pero actúa en detrimento de su propia especie y del resto de la creación. Actúa como las sinnúmeros de especies existentes, por instinto. Y cuando usa el razonamiento y el sentido común, lo hace para beneficio individual exclusivamente. El sacerdote parece haber quedado sin respuestas o argumentos. Yo, continúo despotricando contra la raza humana. Esta creatura solo utiliza el don de pensamiento, palabra, obra y omisión para desarrollar toda clase de artilugio para beneficio y lucro personal a costa de los demás. Es la única especie que vive dañando su entorno, contaminado su ambiente y destruyendo su hábitat. Es el único que con su voluntad y libre albedrío ha afectado el balance natural de las cosas. El confesor parece ni inmutarse. 


Insisto en la capacidad destructiva del hombre. Ese que en sus adentros continúa siendo bárbaro, cavernícola, y retrogrado. Y en el caso de los católicos, caníbales. Propenso por naturaleza a la auto-destrucción. Basta con mirar sus ejecutorias sobre la tierra. En la actualidad es el único que libra guerras por extensiones territoriales, motivaciones religiosas, económicas, políticas y/o expansionistas (o todas las anteriores). El único que desarrolla y disemina virus, epidemias y enfermedades mortales. El agente catalítico del calentamiento global y las alteraciones climatológicas. El único ser capaz de generar batallas bacteriológicas, químicas, nucleares a grandes distancias o a quemarropa. La realidad es que nosotros, y solamente nosotros somos los artífices de nuestra realidad actual. Pero para colmo de males, tenemos la capacidad de enajenarnos (en especial yo) de esa realidad tan patente en el diario vivir. Seguimos nuestras vidas como si nada estuviera pasando. Como si no fuéramos nosotros mismos, víctimas y victimarios. Mientras tanto, sigue la producción de toda suerte de mecanismos, procesos, productos, objetos e inventos que deterioran la calidad de vida de todos y la estabilidad del planeta entero. No conformes con eso, viajamos al espacio con el mismo espíritu colonizador de siempre, a contaminar el resto de la galaxia. Olvidamos que ha sido nuestra raza la que ha promovido los grandes genocidios, holocaustos, cruzadas, cacerías de brujas, masacres, matanzas y demás derramamientos de sangre. Muchos de ellos por la simple tendencia y debilidad humana por poder, la dominación, la avaricia, el reconocimiento y a meros caprichos. Le cuestiono al párroco cómo es posible tener fe y amar a en un ser tan despreciable. Percibo que el hombre ha quedado patidifuso con mi extensa disertación. Eso no me detiene ni me impide seguir fustigando al prójimo.

Estos hijos del gran poder divino nunca están conformes. En su incesante búsqueda por el "bienestar", el resultado siempre es fatal. Puesto en la tierra para dominarla, se ha encargado de consumirla hasta el punto de destrucción. No queda agua suficiente para todos, y la que existe está contaminada. El aire ya no es puro. Especies extintas y otras en proceso por nuestra negligencia. El desbalance perfecto para nuestra propia desaparición. Sin embargo, y simultáneamente, nuestros corazones se tornan grises. Solo producen indiferencia, apatía, parquedad, distanciamiento. Como si ese tsunami de barbarie nunca fuera a tocar nuestras puertas. Brotan los sentimientos individualistas, personalistas y egoístas. Cada uno en su mundo, en su trinchera, a la defensiva contra los propios hermanos. ¿Cómo mantener la fe en este tétrico panorama? Para mí no es posible por mi propio escepticismo. Soy un fiel creyente de que todo ese comportamiento es endógeno e inherente del propio ser humano. Pareciera que al único que le queda una chispa de fe, es al propio ser supremo de las alturas y que ustedes (con infinidad de motes) tanto veneran. Esa fe divina que emana del cielo, y que insiste en repoblar y sobrepoblar el orbe con seres humanos imperfectos, aun sabiendo (según los dogmas religiosos) todo el resultado con antelación. El silencio del eclesiástico ya es perturbador, considerando el tiempo que lleva mi ponencia cargada de odio y resentimiento.

Ignoro el hecho de que ha caído la noche y las velas de todo el templo se han apagado. También ignoro el suave repicar en el campanario. En ese ambiente frio y tenue, comencé a reconocer que es inspirador que el responsable de que el hombre camine sobre la faz de la tierra como un "ser pensante y racional" tenga todavía un rayo de esperanza. Aun cuando sus propios "hijos" lo niegan (más de tres veces), cuando aparentan ser seguidores, creyentes o discípulos, y aun cuando aparentan seguir todos sus mandamientos (aunque sea por una hora los domingos), continúa restituyendo (setenta veces siete) la especie. Es como si a pesar de tener conocimiento previo de las decisiones y acciones que estos nuevos enviados van a tomar en su vida sobre la tierra, el supremo sigue creyendo en su creación. Una fe divina por parte del todopoderoso, de que en algún día, en algún momento, la humanidad reivindicara su propósito de vida. Eso para lo que en realidad fue creado y para lo que está llamado. Y descubrirá entonces su verdadera naturaleza. Siento al instante un gran alivio en mi corazón. Agradezco al sacerdote la atención prestada y toda la ayuda. 

Definitivamente no soy el mismo ser humano que cuando entre a esa iglesia oscura y vacía. Al no recibir respuesta del interlocutor, me dispuse a cruzar la pared de madera que nos separa. Al fijarme veo al anciano cura, dormido y babeando. La tertulia no fue tan buena para él, como lo fue para mí. Quiero saber su nombre para poder agradecerle su ayuda posteriormente. Diviso un anillo de oro con un grabado. Al retirarlo de su dedo con cuidado, coloco un dólar en su mano en solidaridad con la costumbre católica. Ya en la calle, pude leer el grado que leía: T. Merton

¡Levántate y anda!

jueves, 25 de septiembre de 2014

Cuello blanco

Por: Antonio Aguado Charneco


La bata, estilo albornoz, colgaba suelta alrededor de la mujer sentada en la butaca. Frente a ella brillaba el monitor de una ordenadora de palabras, en el que se podía leer: Las garras de los criminales ocultas bajo elegantes guantes…

El cabello de Carmicci, recogido alto, se mostraba muy negro y brilloso con la humedad de un duchazo reciente. Por su cuello todavía se deslizaban, acariciantes, lentas perlas de agua mientras sus dedos viajaban con celeridad pulsando el teclado: Comprando influencias en las esferas gubernamentales e intimidando luego a las autoridades con sus prepotentes credenciales políticas.

Por la pálida piel de su rostro viajó un temor, un tic, desde el ojo izquierdo hasta la boca; se ocasionó un leve tremor en el carnoso labio inferior cuando la periodista se atrevió a oprimir las letras, en una posible fatídica secuencia, de una cualidad acusadora: El afán de lucro de unos grandes comerciantes, la codicia desmedida de unos acaudalados profesionales, le facilitan a los narco-traficantes los dineros para financiar la importación de vicios que alienan y esclavizan.

La sombra entró a su área de visión causándole un sobresalto; pero la reportera volvió a calmarse cuando sus ojos aquamarina reconocieron a Carlosomar. Él le alargó una copa de champán; con un gesto se disculpó por la interrupción y con otro le indicó que continuara su labor.


Carmicci sonrió y se estiró sobre el butacón que utilizaba solamente cuando iba a escribir. Mientras sorbía el casi congelado líquido dorado, escanciado por su adorado, se sintió muy dichosa; tan sólo llevaban una semana viviendo juntos y ya ella sabía que iba a ser una relación por toda su vida… Así resultaría ser.

Mientras lo escuchaba quebrando hielo, a punzón, pensó que para ella Carlosomar lo tenía todo: inteligente, apuesto, buen amante… tanto en la cama como en el asiento de sus autos deportivos; ambicioso, sumamente ambicioso, en vías  de hacer fortuna por sus habilidades como corredor en la bolsa de valores; cariñoso, en extremo cariñoso; también fascinado con el oficio de ella, o sea, que no existía preocupación de que se antojara que ella dejara su trabajo.

Carmicci colocó la copa vacía en un tablillero adyacente para reanudar su tarea:  En este último artículo de la serie se mencionarán los criminales, junto a sus aliados de cuello blanco, y grandes firmas comerciales involucradas en el contrabando, en el comercio ilícito, con la utilización de furgones de carga conteniendo muy poca mercancía legal…

Las manos de Carl, apócope en el cual él insistía, se ciñeron alrededor de la nívea garganta de la joven; y los dedos,  helados,  debido al contacto con los hielos de la cubeta que albergaba el botellón, ocasionaron en ella un escalofrío. Con los pulgares él procedió a masajearle la nuca.

Carmicci cerró los ojos y volvió a sonreír. Carl la mimaba tanto: la manicuraba y le depilaba los vellos, para que ella no tuviera que perder tiempo en el salón de belleza; incluso le secaba los oídos con palitos de punta en algodón. Tan considerado Carl, siempre tan caballeroso.

La reportera sintió las manos alejarse. Luego el hormigueo de la motita algodonada limpiando dentro de su oreja derecha. Carmicci se relajó más, esperando las cosquillas en el otro lado; en vez de ello sintió un punto gélido que la tocó dentro del mismo oído

El picador de hielo penetró por el canal auditivo con sonido de fuelle desinflado, en suave movimiento por un orificio de entrada, sin oposición ósea. La muerte cerebral, instantánea, desmadejó a Carmicci arriba de la butaca como marioneta deshilada; aquél asiento ya no se usaba sólo para escribir.

Carlosomar extrajo el picahielos lentamente del oído, orificio de salida; el lugar herido cerrando en vacío, sin provocar hemorragia; una única gota de sangre se asomó, lágrima roja transformándose en acusador ojo de rubí. Un palillo punta de algodón absorbió el lunar colorado.

Carl enfundó el punzón en su vainita de cuero antes de colocarlo en el bolsillo interior de su chaquetón. De otro bolsillo sacó un teléfono celular, marcó y habló: “Hecho... Ya los muchachos en el correo no tienen que preocuparse de que los expongan. ¿Cuál va ser el diagnóstico de nuestro patólogo, el forense? ¡Aneurisma! Oquei”

Entonces con una cucharilla de platino, colgada de una cadenita alrededor de tu pescuezo jincho, procediste a darte varios pases de cocaína. Después te pusiste a reorganizar la escena del crimen mientras terminabas la champaña.

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Antonio Aguado Charneco nació en Arecibo, tierras del Cacique Jamaica Aracibo, señor de las márgenes de Abacoa. Es narrador efectivo en la traslación del lector al mundo primordial, manejador del vocablo taíno y guerrero experimentado en las lides de construir episodios del mundo original de nuestros antepasados, como les llamaba Corretjer. Sobresalen en su obra con fuerza y realismo mágico las novelas Bajarí Baracutey: el taíno de la cueva (1993), mención honorífica en el certamen del Ateneo; Anacahuita: Florespinas (2006, EDUPR), primer premio en los Juegos Florales de San Germán. Así como Ouroboros: seis cuentos galardonados (1985), premiado por la UNESCO y Sendero umbrío –cuentos- (1997). Entre sus obras inéditas destacan las novelas Guarocuya (3ra de la saga indigenista); Mediomundo (en torno a unos inmigrantes de Islas Canarias); LuzAzul (de temática erótica) y las colecciones de cuentos: Narcocuentos; Al sur del ombligo; Flores de muerte (relatos de Méjico); Cuentos con Zeta; Hálitos del Averno (antología), Soseiva Sotaler en los Umbrales Umbríos y Aryanation - Order of the New & pandeza, The Last Influemiauna novela en inglés  que se ocupa del resurgir del neo-nazismo. También tiene varios libros de ensayos.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Educación Especial

por  Caronte Campos Elíseos



Recuerdo mucho mis primeros años de estudio. Recién ingresado a la escuela elemental comencé mis primeros procesos de aprendizaje. Todo era color de rosas para mí y para mis compañeros. Todo, menos el proceso de enseñanza y el modelo educativo de la época. Lo tengo todo tan claro. Como si hubiese ocurrido ayer. Recuerdo las clases en inglés, los libros en el idioma inglés, las tradiciones y celebraciones gringas, el himno y la bandera norteamericanas. Todo inducido por funcionarios extranjeros o funcionarios locales americanizados. Hasta los profesores eran importados. Incluso las pruebas y exámenes eran en dicho idioma. Mis compañeros y yo la pasábamos de mal en peor. No entendíamos nada de lo impartido en clase. No fue hasta que Paul G. Miller autorizó algunos cursos en español, que pudimos nosotros aprender algo. Pero la resistencia fuerte a este adoctrinamiento estuvo presente por parte de los literarios intelectuales de nuestra época. Con sus letras, escritos y poemas hacían frente a esa americanización. No en balde en la actualidad, alguna escuela, avenida o callejón llevan sus nombres. Sus aportaciones son la "piedra en el zapato" de esas intenciones anglosajonas. Si en ese momento histórico se hubiese utilizado la medición estándar que se utiliza ahora para medir el aprovechamiento académico de los estudiantes, mis amiguitos y yo hubiésemos sido clasificados como de Educación Especial (EE). No entendíamos nada, no aprendíamos nada, no reteníamos nada, no aprehendíamos nada. En fin, el sistema de asimilación fracasó con nosotros. Pero en ese tiempo todos sabíamos quiénes eran los Llorens, los Matienzo y los De Diego de la vida.

Actualmente no. Nadie sabe quiénes eran esos personajes históricos tan importantes y mucho menos cuales fueron sus aportaciones al país. Preguntas a cualquier estudiante en alguna estación del súper tren por alguno de ellos y la respuesta que recibes es que es una calle, escuela o cementerio. Desde mis tiempos de estudiante, el sistema educativo estaba destinado al fracaso. Yo soy evidencia de ello. Lo conocí como Departamento de Instrucción. Ahora se conoce como Departamento de Educación. Pero en la línea del tiempo ha demostrado ser incapaz, ineficiente e inefectivo en el arte de instruir y educar. Triste es su caso y larga su condena, cuando sus propias métricas y avalúos colocan a los estudiantes por debajo de los estándares de aprendizaje y en descenso. El resultado, la creación de un subgrupo de estudiantes clasificados como de Educación Especial. Si bien es cierto que muchos estudiantes tienen limitaciones o desventaja en la forma y manera en que aprenden (like me), este tipo de educación se ha desvirtuado. Es justo y necesario que el estado provea a estos niños de todas las herramientas necesarias para su desarrollo. Esto incluye todas las áreas de la realización humana: intelectual, profesional, personal y social. El gobierno tiene que garantizar estos servicios a todos los estudiantes que los necesiten para demostrar sus capacidades. Al final del día, todos pueden ser parte productiva de la sociedad y aportar con sus mejores talentos.

De todas maneras no se puede pasar por alto el hecho de que un sistema educativo mediocre, etiquete a todos los educandos con los que no ha podido lidiar en los trece años de escolaridad. Su incapacidad de instruir y educar a un gran número de estudiantes con múltiples inteligencias y diferencias en el aprendizaje no debe ser excusa para convertir la EE en una burbuja inflada de manera ficticia. En esta coyuntura histórica esa población alcanza el 35% del universo de los matriculados, e "in crescendo". Los criterios para la elegibilidad para estos programas especiales se han convertido en subterfugios para alimentar los bolsillos y cuentas de ahorros de ciertos sectores. Se han manipulado tanto tales parámetros que la EE se ha convertido en un negocio muy productivo. Muchos comerciantes, contratistas, transportistas, educadores, terapeutas, padres y batatas políticas se han lucrado de los fondos que, en teoría, están destinado a cubrir las necesidades educativas de los alumnos. Pero en la práctica, es muy poco lo que llega a cumplir con los propósitos de los programas educativos, que no es otra cosa que el desarrollo intelectual de cada participante. Después de los esquemas de desvío, una ínfima parte del dinero asignado es la que resta para mejorar los medios educativos e instructivos de una cada vez más "inflada población". El mismo caso se ve en algunas escuelas privadas, las cuales reciben también dinero del gobierno. Quizás estoy exagerando un poco. Admito que por mi impedimento cognoscitivo significativo no logro entender cómo se utilizan las necesidades de estos jóvenes para el lucro personal. Todo es culpa de mi déficit de atención que no me permite ver lo que hay en el entrelinea de cada noticia sobre este tema.

Independientemente de si es educación regular o especial, pública o privada, los estudiantes están cada vez más rezagados. Los resultados de las pruebas de evaluación y las pruebas alternas apuntan a una reducción en el aprovechamiento académico del estudiantado en general. Para muestra con un botón basta. ¿Cuál es la razón para que los estudiantes no conozcan las biografías y las ejecutorias de los hombres y mujeres ilustres con que se nombran sus escuelas donde pasan trece largos años de sus vidas? No lo aprenden ni por casualidad. Ni siquiera porque en muchos casos existe alguna placa o busto con alguna breve biografía dedicado al susodicho prócer. La respuesta es simple. Es un problema sistémico. Todo el sistema público de enseñanza está corrompido, politizado, polarizado, burocratizado (y todo lo que termine en ado). Desenfocado de su principal objetivo, que no es otra cosa que la creación y desarrollo de hombres y mujeres productivas socialmente. Así las cosas, el producto de ese sistema es la deserción escolar, la repetición de grados, las malas notas, el bajo aprovechamiento académico, la disminución de matrícula, la violencia institucional, la emigración de prospectos, la desmotivación neuronal, la pereza cerebral y la baja autoestima intelectual (condiciones que he padecido y padezco desde, Juan B. Huyke). Ni hablar del diseño curricular. El contenido de los planes de enseñanzas son reflejo de la dejadez, mediocridad e ineptitud de los encargados de concertar una educación de integración, funcional y práctica. Una educación que se adapte al futuro de la vida colectiva puertorriqueña. Tampoco han sido capaces de enseñar en las aulas las competencias que miden las famosas pruebas con las que clasifican los estudiantes. Ese es el sistema que está supuesto a ser el tributario de ciudadanos y ciudadanas comprometidos y preparados intelectual, ética y moralmente con el país. No existe tal cosa como un proyecto de país. No existe nada como expectativas universitarias y/o profesionales. Lo que existen son solo disparates. Cierres de escuelas, planes cacofónicos, aporías educativas, estrategias fútiles con fines retóricos. Todo para dar la impresión de que se toman medidas de acción correctivas y medidas afirmativas hacia la obtención de objetivos claros. Nada más lejos de la realidad (like me).

Todo este diseño es secuela de aquella americanización de mis tiempos. De aquellos años de invasión y Ley Foraker. Aquel adoctrinamiento cultural para hacernos renunciar a nuestra idiosincrasia, cultura, idioma e identidad. Un método perfecto para sumirnos en la desigualdad, en la segregación de castas, en la miseria disfrazada de bajos niveles de pobreza. Para hundirnos en el desempleo, en la ignorancia, en el fanatismo y la dependencia. Mientras, los sectores más aventajados y favorecidos medran con las transferencias federales a merced de las penurias de los niños con necesidades especiales. Así fue en mi época escolar con Martin G. Brumbaugh y Roland P. Falkner, así es ahora con el cambia y cambia de secretarios, y así será por los siglos de los siglos, amén. No hay énfasis en la integración de materias ni en la integración curricular. No hay visión ni misión de futuro. No hay interés en el desarrollo colectivo, mucho menos en el desarrollo individual de cada estudiante. Lo que domina es el interés de lucro y expolio. Y pasaran cien años más en Macondo y no veré cambios con acciones afirmativas. En resumidas cuentas, todos necesitamos una educación especial. Con carácter de urgencia. Es imperativo para nuestro porvenir colectivo. Pero esa educación especial la tenemos que buscar por nuestros propios medios. Convertirnos en estudiantes de toda la vida y para toda la vida. No cesar en la búsqueda de conocimientos, ser autodidactas. Aprender de las experiencias pasadas, cambiar nuestra programación doctrinal, aplicar los nuevos paradigmas educativos y borrar los estigmas creados por un sistema disfuncional. De lo contrario seguiremos siendo víctimas del déficit intelectual de unos y del oportunismo burdo de otros.

 
¡Levántate y anda! 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Dulce hogar

por  Caronte Campos Elíseos


Después de la caótica experiencia en un hospital local, salí rumbo a mi dulce hogar. Agradecido primeramente, porque no fui víctima del ébola ni del chinkungunya. Ambas epidemias se han expandido como pólvora. Una en África y la otra en Puerto Rico. La diferencia simple entre ambas es que, teniendo nosotros el capital, los avances médicos, tecnológicos, estratégicos e informativos para evitar la propagación, en cuestión de semanas tenemos miles de contagiados por el mosquito. Menos mal que es la segunda la que nos toca. Imagine si fuera una enfermedad mortal como la primera. A juzgar por el desempeño incompetente de nuestro Departamento de Salud, sin mencionar su bajo presupuesto que no alcanza para las pruebas necesarias, los muertos por la enfermedad se contarían por miles. Acelero el paso tratando dejando atrás esos pensamientos pesimistas provocados por mi bacilofobia. Luego de estar al borde de la muerte en un centro hospitalario con escases de personal y paupérrimas facilidades, lo que necesito más es rodearme de cosas positivas y dejar atrás la negatividad.


Hablando de epidemias o de cosas positivas, en el camino de regreso a casa me topé con un grupo de personas. Un grupo de estas personas que visten de trajes largos, chaquetas, maletines y sombrillas en mano desde las 8:00 de la mañana. De puerta en puerta reparten tratados, biblias de bolsillos, te dicen que el señor te bendiga y te invitan a sus templos o iglesias. Muchos de ellos por ser tan cercanos al vecindario los has visto abofeteando a sus hijos de cinco años en el centro comercial adyacente. Hijos que han sido concebidos por carambola fuera del matrimonio por el pecado de la fornicación, y que son percibidos más como una obligación que como una bendición. Hijos a los que les proveen lo mínimo para vivir, sin incluir necesariamente el afecto y las atenciones que requiere todo ser humano de esa corta edad. Muchos de ellos pasando hambre, enfermedades, y sirviendo de esclavos domésticos realizando las tareas del hogar, legalmente inscritos en el registro demográfico como ciudadano. A estos grupos son los que le sobran la fuerza de cara y, según ellos, fuerza moral para ir al capitolio en una actividad divina dirigida por algún recolector de diezmos, y arremeter allí contra otros sectores marginados. Todo en supuesta defensa de la familia tradicional. Ese escenario no es otra cosa que una hipocresía cristiana y un doble discurso incompatible con los supuestos valores cristianos. Tales contradicciones son la raíz de mi profundo ateísmo y eclesiofobia intensa. Ese padecimiento es el que me empuja a cruzar la calle hacia el lado contrario de donde ellos se encuentran agrupados. Camino pegado a las paredes revestidas de pasquines añejos y amarillentos. Logro escapar ileso de ese entrampamiento religioso. Con el corazón acelerado a punto de infarto, llego al súper tren para retomar mi camino a casa.

Ya en la ruta del tranvía me siento apartado de todo y de todos. No lo suficiente como para no escuchar las conversaciones de algunos pasajeros. Específicamente los estudiantes que su tono de voz retumbaba por todos los vagones. Entre risas se decían unos a otros, que esperaban con ansias las próximas elecciones generales. Todos en consenso quieren ver ganar al candidato del partido azul. Esto, según ellos, porque de salir victorioso el decano y doctor en células madres, todas las leyes relacionadas con los derechos de autor quedaran derogadas. Lo cual los beneficia directamente a ellos en sus aspiraciones universitarias de sobresalir con ingenio prestado. Tienen la creencia, a juzgar por sus risas y carcajadas, de que se legalizará e institucionalizará el comunismo intelectual. Es decir, que no existirán los derechos de autor personales, sino que serán de propiedad general. Mientras veo pasar los arboles frente a mi cara a velocidad luz, pienso en esa posibilidad. Todo lo que los intelectuales, pensadores, autores, artistas, escritores, literatos o algún otros ser racional haya creado, nos pertenecerá a todos por igual. Así que lo que no pude aprender, entender ni componer antes por mi condición de déficit de inteligencia cognoscitiva, ahora lo obtendré por la vía electoral. La idea me gusta mucho. Esta debe ser mi oportunidad de convertirme en un famoso filósofo criollo. Creo que ya he encontrado también mi próximo candidato electoral, gracias a la disertación estudiantil en el tren.

Llegamos por fin a la estación de turno. Antes de seguir escuchando semejantes palabrerías, prefiero continuar mi rumbo caminando. Al bajarme me entregan una hoja suelta. En ella se anuncia el aumento de la tarifa para viajar por el tren. Un aumento de cien por ciento. Todas las acciones de este gobierno parecieran estar dirigidas a procurar el exterminio de la clase media, por medio del aumento en el costo de los servicios a la población. Tan absurdo es el asunto, que ya ni los subsidios ofrecidos a ciertos grupos de beneficiarios, son suficientes para sobrevivir en este país. Hasta los federales han optado por ofrecer su Plan Ocho para que los pobres puedan salir de los caseríos y vivir en casas o edificios decentes. En el peor de los casos, están dispuestos a dar el visto bueno para que tengan alberca común en cada residencial. Esto ha provocado la ira de la clase con "mayor poder adquisitivo". Peor aún, provoca que la clase media y trabajadora (si es que existe todavía) fustigue a los recipientes de tales dadivas gubernamentales. Esto logra polarizar la atención hacia los menos afortunados, mientras son las grandes mega tiendas las que más se benefician del esquema de incentivos. Pero detrás de esa cortina de humo, son las grandes empresas (las Big K, las WM, las paredes verdes, las súper farmacias y los mega hoteles) las que reciben millonarias sumas de dineros extraídos de los bolsillos del pueblo. Con el pretexto de que su operación es vital para la economía local y que son los principales creadores de empleos, reciben una fortuna de las arcas públicas. 

Sin embargo, al final del día los empleos que crean no cumplen con los criterios para recibir tales cantidades de dinero. No cumplen en cantidad, en calidad ni en beneficios. Todo lo contrario, mantienen a la población que trabaja a jornada parcial o completa sumidos en una perenne miseria. Porque es más productivo y costo efectivo vivir con las migajas que ofrece el gobierno con sus mal llamadas ayudas económicas, que trabajar a tiempo completo para una multinacional comercial. Eso lo reconoce el legislador de apellido Natal que propone a los capitalistas del país, a modo de reto, que intenten vivir con los $133 semanales que deja un empleo a tiempo completo para una empresa privada. Ya es tiempo de que se reconozca la realidad de la clase media en peligro de extinción. Para ello no hay que realizar estudios exhaustivos o experimentos que no conducen a nada en lo absoluto. Basta con hacer el ejercicio que el Natal está haciendo (quizás solo por politiquería nada más). Claro está, es fácil pretender no tener dinero cuando se tiene un salario de alrededor de $60,000 al año (más beneficios), y sin importar como se pretenda vivir, el dinero llega por depósito directo a tu cuenta bancaria. Culmino estos pensamientos, antes de tener que comenzar a correr, reconociendo que me parece haber encontrado mi próximo candidato electoral.

Comienzo una carrera disimulada hasta que no me queda más alternativa que apretar el paso cual Culson en la Liga Diamante. La jauría de galgos en la calle me persigue a toda prisa. Si no tengo suerte para tratar con las personas, mucho menos para tratar con perros rabiosos. Cuando por fin logro escapar de mis victimarios, y ya con un mordisco canino en mi pierna, me detengo a respirar un poco de aire fresco. No veo la hora en que pueda llegar a mi dulce hogar. Hogar que cada vez es más cuesta arriba mantener. Los costos de luz, agua, teléfono, gas entre otros hacen que cada vez haya menos en la casa. Mi nevera parece la piscina de los caseríos. Solo tiene agua. Agua, repleta sedimento y contaminantes. Lo que le brinda un color amarillento no muy agradable a la vista y al gusto. Las indicaciones son sencillas, si no te gusta el color o el sabor, échale un sobrecito con tu sabor predilecto. Las autoridades amenazan con racionar el "preciado líquido" debido a la escasez de lluvia y a los bajos niveles de los embalses. No se preocuparon por dragarlos y ahora quieren dejar la población a secas. Tengo que cuestionar en estas instancias lo del "preciado líquido". Simultáneamente se advertía sobre la sequía y el eventual racionamiento, un movimiento comenzaba a propagarse peor que el virus Chinkingunya. El "Ice Bucket Challenge". Todo el mundo olvidó la sequía, los embalses, olvidaron el aumento de casi 100 por ciento en la tarifa básica, se olvidaron de los miles que mueren de sed diariamente, y comenzaron a echarse por encima baldes de agua helada. Demás está decir que unos solo requerían onzas, litros o galones, pero otros necesitaron camiones cisterna para su reto personal. En un aparente acto heroico, hasta los políticos aprovecharon los 15 minutos de publicidad para darse su frío chapuzón. Comienzan nuevamente la marejada de pensamientos ilógicos sobre la gestión gubernamental. Mientras nos cierran las llaves para una vida digna, les abren los grifos de los billetes a los industriales. El gobierno en su afán de recobrar lo que regala a los grandes interesados económicos, aumenta el costo de los servicios básicos o bien cesa en el ofrecimiento de algunos de estos. Tal es el caso de los maestros, los asistentes y la transportación para los estudiantes de Educación Especial del sistema público de enseñanza. Esta población de estudiantes que según los datos del propio Departamento de Educación, alcanza los 160,000 estudiantes diagnosticados. Recuerdo haber visto en algún lado parte de las vistas contra el representante del departamento encargado. La legisladora del partido verde ha sido muy incisiva con este asunto. Tal vez sea que tiene algún niño cercano registrado en el programa de Titulo I. De todas maneras, pienso, creo que he encontrado mi candidata electoral para el próximo cuatrienio.

Frío comienzo a sentir yo en pleno sol del mediodía. Mareos, náuseas, sudor y dolor muscular. ¡Maldito mosquito, ya me picó!, pensé primeramente. Luego, al mirar mi pierna adolorida, me percato de los dos orificios que los colmillos del pulgoso agresor me habían tatuado. Como si fuera poco, tengo que detener mi periplo hacia mi dulce hogar en el dispensario pueblerino más cercano. Supongo que estaré horas en una sala de espera. Allí me encontré con una situación atípica para mí. Al explicar a la mujer mi urgencia por una cura para las heridas, y mencionarle mi necrofobia avanzada, la doctora la emprendió en ataques verbales hacia mi persona. Epítetos como ignorante, bestia y animal iban acompañados de los alardes de erudición que ella poseía. ¡Por eso este país está como está. Coge un libro, ignorante y deja de escuchar a Daddy Yankie!, me gritaba a viva voz. Pude deducir del tono con el que vociferaba la doctora, que estaba molesta conmigo. Si bien tenía razón al adjudicarme todos esos adjetivos (amén de los que se le quedaron y los que no son publicables), la situación puso de manifiesto el estado de la salud mental, no solamente la mía, sino en todas las esferas sociales y económicas del país. No tengo más remedio que permanecer en el hospitalillo arriesgándome a que me envenene la desajustada doctora o me inyecte alguna oxitocina o sustancia mortal. El miedo a una necrosis me impidió salir despavorido y esperar por la histérica galena. Cuando al fin obtuve una venda y unas pastillas para el dolor, salí a toda prisa del lugar. Pensaba mientras caminaba, que no se puede culpar a la susodicha. No debe ser fácil bregar con gente como yo todos los días de la vida. Debe ser una ardua y drenante tarea. 

Me dirigí a la parada de guagua más cercana. Era evidente que con una pierna herida no podría llegar a mi dulce hogar caminando. Una vez allí me siento lo más distante que puedo. Mi tendencia misántropa me obliga a ello. Allí comienzo a escuchar lo que comentan en voz alta los futuros pasajeros. Tengo que admitir que en ocasiones prefiero escuchar lo que dicen las voces en mi cabeza, que escuchar lo que habla la gente "normal". Muchos de los cuales se expresaban molestos y otros hasta llorando por la situación del alcalde de Rio Grande. Increíblemente, un funcionario acusado de corrupción cuenta con el apoyo y el beneplácito del puertorriqueño de a pie. No ha de extrañarnos entonces, que vivamos en un país donde la corrupción es la principal motivación para los funcionarios públicos. Ese germen es la semilla para la mayoría de nuestros problemas económicos y sociales. Pero para estos pobres incautos es peor la acusación que el propio acto. Un ejemplo más de cómo lo malo se torna bueno con el tiempo y la costumbre. Estamos acostumbrados a que nos cojan de pendejos cada cuatro años hablando con huecas promesas y demagogias, con las miras en los fondos públicos y en nuestros precarios bolsillos. Mientras tanto, esperamos por casi tres horas que llegue el próximo autobús.

Prefiero continuar mi peregrinación deambulando por las calles a continuar con la absurda espera.  Por andar ofuscado en las sandeces que los demás conversan, no me había percatado que perdí mis alpargatas. Voy como Shakira, con los pies descalzos y la mordida rabiosa, en romería a mi dulce hogar. En el camino acepté un periódico de eso gratuitos que solo tienen varias páginas con noticias banales. En primera plana, el equipo nacional de baloncesto. A todas luces, no son ni la sombra de lo que fueron en el pasado. Esta participación solo puede compararse con la de Mar del Plata en 1995. En ese entonces hubo una rebelión por motivos económicos y algunos jugadores se negaron a salir a la cancha. Nueve jugadores estelares fueron sancionados. En este mundial fue distinto, aunque con el mismo resultado. Todos los jugadores salieron a jugar, pero no al nivel del baloncesto internacional. Ciertamente, la prioridad de esta isla estrella y su sistema educativo no es el deporte. Hemos visto como la totalidad de los países han mejorado sus habilidades deportivas, mientras nosotros quitamos presupuesto a los atletas y dejamos que las canchas se tornen puntos de ventas de drogas. Y ahora todos lloran y se preguntan qué pasó con la hegemonía de los 12 magníficos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ese es el reflejo de cómo la mediocridad institucionalizada y la cultura del desapego ha calado en todos los ámbitos de nuestra sociedad.

Después de escuchar en la calle solo disparates y luego de tanto pensamiento huero que ronda mi cabeza, llegué a mi casa. Tras un largo mes de cruzadas, gracias a Dios lo logré. Aunque lo encontré un poco inhóspito por el tiempo en el abandono, es mucho mejor que la selva que se vive allá fuera. Ya instalado comienzo a musitar conmigo mismo, tratando de encontrar las razones o el origen de esta tragicomedia nacional. Todos los eventos, aunque aislados, tienen mucho en común. Todos son sintomáticos de la descomposición social que se ha instaurado en nuestra vida colectiva. Vivimos enajenados de la realidad del Puerto Rico de hoy. Todo culpa de las malas decisiones que tomamos al ejercer el voto cada cuatro años. Hemos puesto nuestro destino y nuestro futuro en cada inepto que ha pasado por las papeletas electorales. Esa partida de incompetentes ha contribuido a que el gobierno resulte incapaz de resolver nuestros problemas más apremiantes. Han logrado entretenernos con espejismos, sueños imposibles y modelos inventados que nos sugestionan unos contra otros. Cada escenario representa lo que hemos obtenido con nuestro sistema. Cada estampa es evidencia de que los grandes intereses, los medios de comunicación masiva y los políticos han logrado su objetivo. Objetivo que no tiene marcha atrás y nos lleva cuesta bajo. Las prioridades están invertidas. No existe sentido de urgencia. La unión y la solidaridad son nulas. El egoísmo, el individualismo, la mala fe, el materialismo, la envidia, la indiferencia, la mala leche y la impunidad se han apoderado de nuestro dulce hogar. Hasta que no renazca el orgullo nacional, hasta que no resurja la cría boricua, hasta que no despertemos del letargo inducido en que vivimos… no habrá solución posible.


¡Levántate y anda!

lunes, 8 de septiembre de 2014

Aquí, allá y en todas partes: Graciela Rincón Martínez o la capacidad del poeta de dar sentido a la existencia

por Carlos Esteban Cana



Cuando un grupo de escritores reflexionaba acerca de la actualidad y el futuro de la poesía latinoamericana en un conversatorio del pasado Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York, escuché detenidamente las palabras de Graciela Rincón Martínez, poeta colombiana con una singular poética ecológica. A juicio del editor y escritor Carlos Aguasaco, la obra de Montes representa una neo vanguardia pues le presta su voz a seres que en apariencia parecen no estar presentes y que, sin embargo, sí lo están y son más que necesarios; una propuesta que está generando una nueva conciencia en los lectores.

Por lo anterior, queremos traer a los lectores de “Aquí, allá y en todas partes”, en la bitácora “Buscando luz al final del túnel”, las impresiones que compartió Graciela Rincón Martínez en tal conversatorio ante un auditorio integrado por profesores, estudiantes y amantes de la poesía que se dio cita en el Center Worker Education del City College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Esto ocurrió el 10 de octubre de 2013. Con estos pensamientos suyos quiero incluir una de sus poesías más conocidas, la primera pieza de su libro “El árbol que me habita”, titulada LA RAÍZ.


Graciela Rincón Martínez: “Yo pienso que mientras haya vida en el planeta habrá poesía, y que convivirá con muchos géneros. Y seguirá siendo un canto, un canto de juglar o el canto de un intelectual. Pero siempre va a existir la poesía. Pienso que continuará siendo algo íntimo, y que así como hay espacio para poetas sociales, también habrá lugar para poetas que canten su propia realidad”.
“Yo les escribo a los árboles, a quienes considero unos seres maravillosos, compañeros de nuestro devenir. Cualquiera preguntaría: “Bueno, pero… ¿cómo puedes estar cantándole todo el tiempo a los árboles? Con dos o tres o cinco poemas podrías agotar el tema. ¿No?”. Sin embargo, para mí cada uno de ellos es un Ser, y es un Ser a quien canto un poema muy especial. Pienso que así como yo les canto a ellos, muchos poetas querrán cantarle uno a las montañas, otros a los propios árboles, con su estilo y su propia visión de mundo, porque el poeta siempre estará dándole sentido a la existencia”.  

EL ÁRBOL QUE ME HABITA

LA RAÍZ 

I.

Desde la cuna escucho
la voz desnuda de la tierra.

Del jardín de mi infancia
escapan diminutas criaturas vegetales.

Y en las noches, la risa de las frutas
se mezcla con las canciones de mi madre.

Desde todos los lugares del mundo
los árboles me llaman.

Corro a su encuentro.

De nacimiento soy
árbol por dentro.

II.

Antes de ser árboles
eran ángeles.
Cuando pecó
la tierra con el sol
cayeron en una lluvia
verde y transparente.

Huyeron con una ala sola
y la anidaron en el cuerpo
sin vida del planeta.
Y siguieron pecando
naciendo ríos
pájaros y almendros.

Antes de ser árboles
eran ángeles
y cayeron en manzanos
y dejaron a Dios sin paraíso.

III.

Momentos que han caído
al sinfín de las ausencias.

Acuarelas que pinta la memoria:

Mi madre espantando
el pájaro de la tempestad
con un palo de padrenuestros.

Mi padre
escondiendo el huerto
de los ojos de los conejos.

Ana, abuela de risa de canario,
bajando del día pedazos de luz
para alumbrar las noches.

Las gitanas leen
la suerte de los pájaros.

Lujuria de magnolias
y yerbabuena,
perdición en la
carne de la piñas.
borracheras
con cóctel de azahares.

Mi niñez
patio de eternidad
con aroma a guayabas.

IV.

Inquilina de la aurora
creció mi sangre
en esa casa de espejos
que sonreían
a la tímida niña.

Miradas y pasos,
siluetas que aprisiona
y dibuja la voz antigua
de la campana del pueblo.

Danza de libélulas
era la vida
cuando aún el tiempo
no había enterrado sus uñas.

V.

Guayacánes desterrados
de la cima de lejanos bosques
me acompañan.

Parientes son entre sí
los muebles de mi casa.

Con el río de mis lágrimas
resucito sus ramas.

A lo lejos un pájaro canta.

VI.

Nadie me dijo adiós
se fueron cayendo
como hojas muertas.

Un vendaval de ausencias
arrasó mi bosque
cicatrizando la raíz del alma.

Pero un huerto
me nació en la sangre
que me invade y espera,
conversa conmigo
y me renace.
Levanta los brazos
y me abraza
cobijando
mi desamparo.

VII.

En esa ciudad
ellos todavía conversan
y los soles pasan
por su puerta.

Aún mi padre trae la alegría
en sus bolsillos
y fluye luz del vientre
del huerto de naranjos.

Aún hierve la noche
en un fogón de astros
y mis cinco hermanos
oran con mi madre.

Aún soy niña
y no escucho
la procesión.
La muerte se llevó mi casa.

VIII.

Un árbol
río caliente de tierra por mis venas,
torrente sin fronteras
convierte mi carne en azahar.

Que me hable
en el susurro de sus hojas,
y develé los misterios
de su intimidad.

Que sonría y
confunda su esencia con la mía,
Naranjo que desde la infancia me habla
y aún me espera para conversar.

Un árbol
sólo un árbol para conversar.

IX.

En el paraíso no me nombres,
no le cuentes a Dios de mi existencia.
Prefiero esta tierra con sus árboles.
Dile a ese extraño señor
que si se hastía de florecer los huertos
me entregue las llaves de la creación.

X.

Llegó la muerte
y la soledad
cantó a la nada.

Rompiendo puertas
y abismos
se pasó la vida.

Con tantos muertos izados,
tanta cicatriz,
ya no existo.

Ignoro si me habita
una niña, una anciana
o un árbol huérfano.

XI.

Ahora que hablo sola
que mi voz revienta la neblina
y camino al revés
calles sin pasos.

Ahora que no hablo
que habito en lejanías
que soy sólo de viento
luz de sangre,
sé sonar
una campana
que despierta y habla
con la tierra.

XII.

A los designios
del dedo de la nada,
siega pertinaz y sucesiva
solamente los árboles ganaron la batalla.

Cuando los miro
cargados de música,
una tenue llovizna
de esperanza me recorre.

Y en la lumbre de su sombra
reclino mi oscuro cansancio,
de lo que fue feliz
y ya es olvido.

Cuando la soledad me llaga
y una niña asustada
se asoma a la ventana,
en su cuerpo de hojas
me refugio,
sonrío
me abrazo
florezco
y me renazco.

XIII.

Ya no existe
aquella música.

Una oscura
fragancia de silencio
se mueve entre las sombras
de la gran ciudad que habito.

Mas sobre el vello de la tierra
sigo persiguiendo hormigas
y abrazo al maíz
como a un amigo.

He desafiado la arquitectura
de las llaves terrenales,
mi firmamento es vegetal,
y un olor a pomarrosas
me persigue.

Mi reino es de
árboles sin nombre
que conmigo comparten
soledades.

Mi idioma la lengua
secreta de la tierra
enraizada en los astros,
luz de las primeras aguas.

Al viento
le quité los brazos

sin edad camino
sus caminos.

XIV.


Por atajos de nubes
y soles carpinteros
de la casa celeste

bajan árboles,
hablan conmigo
de la ciudad del alba.

*****
Graciela Rincón Martínez nació en El Socorro, Santander, Colombia. Hija y novia de los árboles. Ejerce su profesión de abogada. Ha participado en encuentros poéticos en los cuatro continentes e incluida en múltiples antologías. En el año 2000 obtuvo el premio nacional de poesía femenina con el libro “Me está llamando un árbol “, festival que en el 2001 otorgó premio fuera de concurso a su poemario “Los Ojos del sur”. “Del Caminante. Canto Primero”, fue reconocido con Primera Mención Especial Premio Videncias, Ciego de Ávila Cuba, 2003. 
  
Libros:       

“La casa del viento”.  Edit. Jaime Vargas 2000; 
“Me está llamando un árbol”.  Edic. Museo Rayo 2001,
“Los ojos del sur”  Edic. Apidama 2001.
“Del Caminante, Canto Primero”. Edic. Abrace Uruguay 2003.
“Medio Siglo de noches”  Edic. Jaime Vargas 2004.
“Del caminante en la mitad del mundo” Ecuador, 2006.
“El árbol que me habita” Ediciones La Porte,  París 2007.
“Para que nazcan tréboles”
“De los oficios”

*****

jueves, 4 de septiembre de 2014

Anillos



     La amé desde que la razón me hizo soñar a la mujer perfecta. Me dediqué a buscarla en otros cuerpos hasta que un día, de forma inesperada,  se acomodó a mi lado en la librería. Comenzó a hablarme como si me conociera de toda la vida. Hablamos de Pablo Neruda y Mario Benedetti, de lo mucho que se tardaba en construirse el Tren Urbano y de su receta preferida para  hacer un buen “limber” de crema. Esa tarde se convirtió en noche y tuvieron que echarnos de la librería cuando se disponían a cerrar sus puertas. Intercambiamos números telefónicos y nuestras direcciones electrónicas. Nos despedimos con un apretón de manos, de esos en los que, en vez de apretar, acaricias.

     Estuve toda la noche y el día que siguió pensándola. Su rostro y su dulce voz me remontaban a placeres ocultos. A pesar de que no quería  lucir como un desesperado o abalanzado, la llamé. Y escucharla sonreír, al enterarse de que era yo quien hablaba, me conmovió. Luego de los saludos de rigor y de mencionar lo bien que la pasamos el día anterior le indiqué que la llamaba para invitarla a una tertulia de literatura esa misma noche. En ese momento nos enteramos que la casualidad hubiese hecho que nos conociéramos, pues ya estaba invitada por una amiga a asistir y precisamente estaba comprando una botella de vino que llevaría para la actividad. Nos prometimos brindar por el destino y aproveché para invitarla a almorzar. Accedió con gusto.

     En menos de una hora llegué a su encuentro. Ofrecí llevarla a varios restaurantes y ante su negativa explicó que ese día no se le antojaba nada sofisticado. En plena capital no escogió un restaurante de manteles blancos y copas de cristal, de hecho nuestro techo fueron las ramas de árboles y el almuerzo un par de “Hot Dogs” comprados a la orilla de la carretera. Satisfechos y felices dimos un paseo por la capital. Visitamos varias galerías en las que compartió conmigo su conocimiento sobre arte hasta que nos despedimos con la promesa aun viva del brindis.
     
     Fui el primero en llegar al apartamento donde se celebraría la actividad. Me correspondía llevar una bandeja de entremeses y se la entregué al anfitrión. Le ayudé a colocar las sillas y el atril desde donde se declamaría poesía, cuentos y ensayos. Poco a poco fueron llegando los demás invitados y comenzó la actividad con mi desespero de no verla llegar.  Las primeras  poesías de amor que escuché sólo me remontaron a su rostro y por primera vez en mi visita a ese tipo de actividad me aburrí. Sólo me encantó escuchar de boca de uno de los escritores - Carlos Ramón Cana - su escrito publicado en la edición numero cuatro de Taller Literario titulado: “El Ruiseñor y el almendro” que trata sobre un árbol derrumbado por inescrupulosos y un ruiseñor muriendo también en su defensa. Tal vez me satisfizo porque la tristeza del escrito competía a la par con lo que yo sentía al no verla entrar e iluminar aquella fiesta de palabras. No pude disimular más mis ansias de verla y sin que acabara la actividad me marché.

     Llegué a mi casa y me conecté a Internet. Le escribí un e-mail que denotaba mi preocupación de no verla en la actividad según lo planeado y expliqué mi insistencia en llamarla al celular que aparentemente estaba fuera del área de cobertura. Me quedé dormido sintiendo celos al pensar que tal vez alguien me ganó la partida, pero sabiéndome un enamorado platónico que exigía al universo se me concediera tan hermosa mujer.
    
     El ruido del teléfono logró despertarme. Al contestar descubrí que su linda voz era necesaria para mis amaneceres. Mientras escuchaba su disculpa me di cuenta que no hacia falta que lo hiciera, el sólo escucharla había renovado en mí la felicidad que creía perdida. Se excusó explicándome que la llegada de sus padres la envolvió y no pudo asistir. Según me explicó: vivía y trabajaba en la Gran Manzana.  Sólo llevaba dos semanas de vacaciones por acá. Debía volver al trabajo en varios días. El encuentro con sus padres se debía a que ellos volvían de un paseo en crucero por el Caribe, mismo que ella desistió de disfrutar porque no visitaba desde hacia varios años la isla y deseaba  pasarla en Puerto Rico. Esto me frustró sobre manera. Entendí que no tendría tiempo de conquistarla. Me sorprendió el hecho de que no me relatara los detalles el día antes. Bueno, yo tampoco le había preguntado, nuestra conversación fue tan amena que tales detalles pasaron desapercibidos. Estuvimos hablando por horas. El numero celular que me había dado era de tarjeta y no lo pensaba recargar así que me facilitó esta vez el numero telefónico de la casa donde se estaba quedando.
    
      Mi invitación al bosque forestal y a la playa en domingo fue tomada con algarabía. Cuando llegamos a una de las muchas cascadas del bosque, ella empapó su rostro del agua fría y cristalina. Admirados de la natural belleza y tranquilidad del lugar decidimos pasarla allí todo el día. Renunciando a nuestro pensamiento de incluir la playa en el viaje bordeamos las rocas y caminamos a favor de la corriente del río. A pocos minutos escogimos un buen lugar donde tender una sabana y sentarnos a platicar, leer poesía y consumir lo que ella misma preparó: pollo a la jardinera con un sabor tan extraordinario que le pregunté si trabajaba como “chef”. Entre dialogo y risas comenzaron las miradas furtivas. Miramientos que deduje eran de aceptación y me abalancé a robarle un beso. Su respuesta fue divina. Varios besos después mis manos buscaron palpar su cuerpo y un empujón me hizo saber que debía disminuir la velocidad. Luego de varias explicaciones que detuvieron mi animo de hacerle el amor allí mismo, me conformé con más besos, con perderme en su mirada y admirar su belleza.
    
      Le rogué al cielo que me diera la oportunidad de más tiempo para seducirla y como si me hubiese escuchado el mismo Dios y hubiese decidido que no, ella me explicó que debía regresar en los próximos cinco días y que no quería enamorarse. Le pregunté si estaba comprometida y su respuesta me robó una sonrisa. Ella mencionó que su relación anterior había sido año y medio antes y que esperaba que mis besos fueran parte de su próximo compromiso. Para demostrarle que mi interés era genuino me quité mi sortija de graduación y se la fui midiendo hasta dejarla en el dedo  pulgar que fue donde le sirvió. Ella me dijo que no podía aceptarla. Le indiqué que la conservara como un préstamo. Yo iría a buscarla, no sólo a la sortija sino también a ella, a la primera oportunidad. Recordamos que días antes habíamos prometido brindar por el destino y le quitamos la tapa al vino tinto. Debo confesar que le añadí al brindis algunas palabras. Brindé por sus ojos, por sus labios, por su hermosura y  su sonrisa. Ella Brindó por nosotros y supe que sería de ella para siempre.
     
     Luego de ese compartir en el río, nos convertimos en inseparables. Mi hermano me  consiguió un certificado medico que señalaba que sufría conjuntivitis y los días siguientes aproveché para estar con ella. Visitamos todos los puntos de interés y me llevó a conocer a sus abuelos. El día del aeropuerto ambos nos despedimos llorando con la promesa de escribirnos y volvernos a ver. Descubrí de lo que hablaba cuando dijo que se iría en cinco días y no quería enamorarse cuando extrañarla no fue para nada divertido. Comenzamos a escribirnos por Internet y hasta por correo. Llegaban cartas a diario con su perfume y yo no me detuve pues, ante esa mujer tan divina,  pude ser yo mismo sin pensar en que alguien me podría tildar de cursi. Palabras de amor, discos compactos, sorpresas envueltas. ¡Hasta le envié sus galletas preferidas por correo! 
    
     Transcurrieron dos meses y medio desde que ella partiera. La llegada de mis vacaciones fue un aliciente y la oportunidad de verla. Septiembre sería un mes que no olvidaría nunca. Mi intención era darle una grata sorpresa. Todo estaba, como decía el Chapulín Colorado, fríamente calculado.  Llegaría a la Gran Manzana el día de su cumpleaños. Después de algunos abrazos y besos le exigiría que me devolviera mi sortija de graduación. En su lugar le pondría un aro de compromiso justo en el momento de pedirle que fuese mi esposa.

Llegué a Nueva York de madrugada. Seguí las recomendaciones de un vecino que vivió muchos años allí y de tren en tren llegué hasta el edificio donde ella trabajaba. El trayecto fue largo y me arrepentí de no haber tomado un taxi. Cuando traté de entrar un guardia me detuvo y exigió mi identificación de empleado. En el poco inglés que aprendí en mis años de escolar le expliqué mis intenciones. Él me dijo que entendía mi situación, pero no podia dejarme pasar pues erán las ocho y cuarenta y cinco y aún no habrían al público. Que si deseaba esperara a que abriera el complejo de oficinas o que le diera la información de ella. Él trataría de que bajara hasta donde yo la esperaba y sería sorpresa de todos modos. Acepté que me hiciera el favor de conseguir que viniera a mí. Justo cuando le dije su nombre y número de piso escuchamos una terrible explosión seguida de gritos de pánico en la calle. El guardia  me empujó hacia fuera y volvió a entrar.
     Yo miré hacia arriba y la humareda que salía del edificio continuo era infernal. Asustado por la suerte de mi amada entré al edificio. Todos corrían hacia fuera y busqué su rostro entre la gente que salía. El guardia me reconoció y volvió a insistirme que saliera. Ante mi negativa se enfureció y comenzó a maldecir en inglés. Las palabras obcenas son lo primero que uno aprende de cada idioma y entendí cada uno de las que profirió. Le devolví algunos improperios que sólo lograron que comenzara a empujarme hasta la salida. No pude hacer nada contra sus empellones y furioso salí a buscar un teléfono público. Los cercanos estaban ocupados por transeúntes que explicaban la explosión a no sé quien y esperé desesperado a que liberaran alguno. Al conseguirlo la llamé y contestó ella misma. Al escuchar mi voz comenzó a decirme lo mucho que se alegraba de oírme y que me extrañaba.

     Las sirenas de los carros de bomberos o policias y los gritos de lamentaciones de los transeuntes opacaban lo que me decía y la interrumpí. Le pedí que saliera del edificio. Cuando le expliqué que acababa de ocurrir una explosión en el edificio de al lado se quedó callada demostrándome que no entendía lo que le decía. Resumiéndole le expliqué que había venido a visitarla y que estaba afuera. Ella comenzó a gritar de la felicidad y me dijo que bajaba enseguida. Le añadió un “te amo y ..."  lo demás no llegó a decirlo o no llegué a escucharlo. Justo en ese instante un avión secuestrado por terroristas se estrelló contra su edificio.

***
Angelo Negrón es narrador, bloguero y asiduo fanático de la twitteratura. Oriundo del pueblo costero de Cataño. A finales de la década del 80 funda y dirige la revista Senderos. Durante los años siguientes sus cuentos serán conocidos en las páginas de la revista Taller Literario. A raíz de esa experiencia entra en contacto con una serie de cuenteros de diferentes partes de Puerto Rico, entre ellos el escritor Antonio Aguado Charneco, que considera a Negrón como uno de los principales narradores de su promoción generacional. En la primera década del presente siglo comienza a publicar en la WEB su bitácora titulada Confesiones, en la que ha ido publicando algunas de sus piezas narrativas, que suman más de una centena. Al día de hoy su portal cibernético ha recibido más de 63,000 visitas, según diversos contadores de estadísticas. Su blog, a través de los años, se ha ido convirtiendo además en un espacio cibernético que ilustra el acontecer cultural boricua, y reproduce ocasionalmente el boletín “En las letras, desde Puerto Rico”. Recientemente fue incluido en la antología Cuentos puertorriqueños en el nuevo milenio, antología que recoge 50 cuentos de 50 narradores puertorriqueños contemporáneos, publicado por la editorial Libros de la Iguana. Durante el presente año circularán sus libros Causa y efecto (cuentos) y Ojos furtivos (novela), bajo el sello de Publicaciones Gaviota. Para Angelo Negrón escribir, más que ordenar palabras, es ordenar ideas. Al respecto manifiesta: “Es un juego muy serio, cuando escribimos emitimos señales que el lector tiene la posibilidad de interpretar de un modo u otro. Es ese proceso puede adoptar el rol del protagonista o ser un mero observador. Es aquí que se dinamiza el ejercicio y el lector ya no es un ente pasivo. Y entonces se puede convertir en parte de lo que lee, disfrutando u odiándolo, estando de acuerdo o no. Yo escribo para eso, aspiro a sembrar una "espinita" que duela o acaricie, poco o mucho, pero que, al final del camino, dé qué pensar”.