miércoles, 22 de octubre de 2014

Apaga el televisor

por  Caronte Campos Elíseos




Después de cerrar un trato bastante lucrativo en el Viejo San Juan, me detuve en un colmado cercano.  Aprovechando la bonanza para abastecer mis reservas ante la advertencia de huracán.  Ya les he contado que no puedo apertrecharme sin mi cisne gris, el murciélago negro, el castillo y la presidente.  También les he mencionado que la antena de mi televisor solo recibe señal de un solo canal.  Pues, para hacer el cuento largo, corto, el susodicho canal anunció un cambio operacional.  En el mismo informó la decisión sobre la eliminación de todos los noticieros locales que transmitía, despidió 109 personas (entre reporteros, técnicos, y talentos) y confirmó que se convertía de manera inmediata en una repetidora.  Hasta ahí, creo que no hay nada malo en la noticia.

Siempre los despidos de trabajadores, por las razones o motivaciones que sean, son tristes y penosos.  En especial para las personas que trabajan con ánimo y sacrificio, y no esperan que les suceda un evento tan devastador.  Por esa misma razón es que yo, desde hace mucho tiempo, no trabajo.  No estoy preparado emocionalmente para una decepción de esa magnitud.  Padres, madres, jefes y jefas de familia de repente sin la seguridad de un salario fijo para sobrevivir en un país en crisis.  Menores, estudiantes, ancianos y enfermos, víctimas de la realidad laboral de sus proveedores y encargados.  Ese fatídico día para los 109 ex-empleados estará en la memoria con lágrimas, gritos, desmayos, incredulidad e histeria.  Hasta aquí, nada raro en este panorama.  Eso es pan de cada día, como dice la biblia cristiana. 

Mientras tanto, la opinión pública se matiza por las diferentes reacciones.  Todo un país indignado.  Las redes sociales se inundan de expresiones de solidaridad.  Los medios comienzan a tejer historias y entrevistas.  Los despedidos llorando, sufriendo, y lamentándose.  Todo el mundo indignado.  Los programas de escándalos haciendo su agosto.  Páginas y sitios de internet llamando al boicot contra el cruel patrono.  Televidentes con el corazón roto frente a los televisores, computadoras y teléfonos móviles.  Esa es la idiosincrasia boricua, solidarizarse con el que otro, que no ha sido uno mismo, ha jodido.  Todo un pueblo indignado.  Hasta este punto, nada fuera de lo común. 

Todo tiene su origen cuando, propiciado por el gobierno, los servicios ofrecidos al pueblo comenzaron a pasar de manos públicas a privadas.  Este pase de batón con el patrimonio nacional se ha presentado en diferentes modalidades.  Venta, alquiler, privatización, alianzas público-privadas, son algunas de estas.  Empresas locales, foráneas, y hasta fantasmas toman protagonismos en la prestación de servicios.  El gobierno subcontrata compañías para hacer lo que el Estado nunca ha logrado hacer, ofrecer buen servicio.  Estos contratos lucrativos para estas firmas, redundan en ganancias para los accionistas en detrimento de los servicios y las condiciones de trabajo de sus empleados.  Así las cosas, con este panorama en el mercado local, empezaron a llegar empresas de capital extranjero, incluyendo las de telecomunicaciones.  Nada ajeno para nosotros este panorama.  Estos esquemas son parte inherente de nuestro sistema.

Para el año 1998 el gobierno vendió la telefónica.  En contra de la voluntad popular y a fuerza de macanas y molleros, cedió los activos.  Hoy no tenemos ni telefónica ni rastros del dinero de dicha venta y unos obreros en luchas eternas en defensa de sus derechos.  Para ese mismo año se vendieron los Centros de Diagnóstico y Tratamiento (CDT).  Hoy los servicios de salud están en manos privadas y la salud pública en eutanasia.  Poco antes, para 1995 se habían vendido las Navieras de Puerto Rico, en una transacción que dejó una deuda que hasta el sol de hoy figura en los libros y arrastramos como mesías a la cruz.  En el 2002 llegó Ondeo, con el propósito de administrar la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados.   A los dos años se ahogaron en una pobre gestión, dejando la corporación en una sequía administrativa, estructural y fiscal.  Las autopistas, el aeropuerto, el tren urbano, son claros ejemplos de que el gobierno es incapaz de lograr una sana administración.  Hasta el Departamento de Educación depende, en gran medida, de la privatización de muchos de los servicios que debe brindar a los estudiantes.  Todo esto con el agravante que suponen los miles de empleados cesanteados por un estatuto legal.  Todo consentido como normal y bueno por los generosos puertorriqueños.  Nada extraño, hasta aquí. 
  
Entonces, ¿Dónde carajos está el punto de partida de esta tragedia?  ¿Dónde comienza la relación y paralelismo con lo sucedido en Univisión Puerto Rico?  Después de varias botellas vacías, las cosas se van viendo con más claridad.  La empresa privada parece haber extrapolado ese modelo gubernamental para aplicarlo en sus operaciones diarias.  Bancos en quiebra, cierre de restaurantes, de librerías y heladerías, amén de las reducciones de beneficios a los trabajadores.  Sin mencionar el abuso de ofrecer empleos a diestra y siniestra, pero a tiempo parcial y sin beneficios mínimos.  Todo parece indicar que el comercio puertorriqueño está emulando al gobierno.  Después de la quiebra de Tele-Once, el canal fue a parar en el año 2002, al portfolio de Univisión.  Como era de esperarse, dio inicio lo que podría denominarse, “crónica de un despido masivo a los cuatro vientos”.

El canal comenzó a importar sus programas originarios.  Esos que producen en sus propios estudios, con sus talentos contratados con el acento “uni-versal”, y que simplemente el costo de retrasmitirlo a los boricuas ávidos de cosas nuevas, es prácticamente cero.  Muchos de esos programas, con diseños para la cultura mexicana.  Pensados para la idiosincrasia mexicana y para los mexicanos residentes en los Estados Unidos.  De esta manera, los hogares criollos comenzaron a sentir una tercera invasión mediática.  Los menores comenzaron a ver el Chavo del Ocho (nuevamente), las mujeres a ver infinidad de novelas con las mismas tramas, y los hombres a llorar con la Rosa de Guadalupe, sin siquiera ser católicos (ese es uno de mis programas favoritos).  Luego llegaron los “reality shows”.  Nombres pegajosos como: “Mira quien baila”, “Mira quien canta”, Mira quien baila y canta”, “Mira quien chinga la madre”.  Todos y todas pegados a sus televisores esperando la hora de emitir un voto por las redes sociales.  Toda la semana enviando mensajes de a dólar cada uno, con el fin de salvar de la muerte súbita a sus favoritos.
 
Todo un esquema bien pensando para aclimatar las mentes incautas de los nativos hacia los programas enlatados e importados.  Una vez logrado el objetivo de tener un pueblo dormido frente a las pantallas planas mirando programas repetidos, llega el puntillazo final.  El despido de reporteros y reporteras que han trabajado informando al país por los pasados 25 años.  Entonces comienzan las preguntas hipócritas  e incrédulas.  Nadie se da por aludido.  Fuimos nosotros los que contribuimos a que estos afanosos de los medios fueran expulsados de sus puestos.  Apoyando, auspiciando, consintiendo ese modelo mediático.  Contrario a su lema inicial, ya nadie está en casa.  Solo queda una repetidora de programación que en nada se relaciona con su audiencia cautiva.

Después de que el alcohol en mi sangre rompiera los niveles de Bavaria, llegué a una conclusión.  Estamos acostumbrados, como país, a que nos cojan de pinsuacas.  Desde los años noventa, quizás un poco antes, vivimos bajo el mismo libreto.  Como primer actor, el gobierno.  Llevando a la quiebra los patrimonios y corporaciones públicas para luego hacernos creer que están mejores y serán más funcionales en manos privadas.  Lo hicieron con las ya mencionadas arriba, y tienen en agenda oculta a la Autoridad de Energía Eléctrica, la Universidad de Puerto Rico y sus recintos, los puertos, educación, Centro Médico, y dios sabe que otras cosas.  Estamos tan domesticados que no sabemos reconocer cuando estamos siendo víctimas de los artilugios propagandísticos.  Una vez más, el puertorriqueño muestra su incapacidad de anticipar lo inesperado.  Y para colmo de males, la empresa privada quiere convertirse en una extensión del gobierno.  Copiando y aplicando a sus operaciones todos los principios gubernamentales para un desastre perfecto.  Ya, hasta la buena atención al cliente ha pasado a segundo plano en éstas mega corporaciones.  Su principal y único objetivo es mejorar su salud financiera, en detrimento de la salud financiera y mental de los trabajadores nacionales.  Mientras, la crisis económica recae pesada en los hombros de la clase obrera, so pretexto de salvar los industriales y sus intereses.   

Si no nos gusta ni complace esta realidad (yo, al final no veo el dilema), solo tenemos una alternativa.  “Apagar el televisor”.  Mientras sigamos apegados a la misma programación mental, al mismo canal hipnótico de dominación mediática, viviremos eternamente repitiendo la misma historia y transmitiéndola a las futuras generaciones.



¡Levántate y anda!

jueves, 9 de octubre de 2014

Viviendo de un sueño

por  Caronte Campos Elíseos



Saliendo con gran decepción de una casa de empeño en el Viejo San Juan, decidí dar un paseo por la histórica ciudad.  Mi pesar fue causado por la afrenta del dueño de dicha casa de intercambios.  Me ofrecía por el anillo que traía y que me obsequiara días antes, un religioso muy querido, apenas dos dólares.  Decía que era un simple rosario para dedos.  Después de tanto regateo, acepté la oferta.  Caminando por la ciudad amurallada, mi capital no era suficiente ni siquiera para una botella de agua.  Ni hablar de los churros, piraguas y otras “delicatesen”.  Ya estoy acostumbrado a esto.  No me sorprende, al final del día, así funciona el sistema.  Algo mareado por la deshidratación y el azote inclemente del sol capitalino, me siento en un banquito cerca de la puerta de San Juan.  Al pasar un rato y ya recobrando el sentido, veo a mi lado un anciano dando de comer y beber a los gatos realengos.  Tampoco me sorprende que los gatos y las palomas tengan de sobra quien les tire comida, y que yo haya sufrido un bajón de azúcar en el pasadía sanjuanero y no tenga ni para la guagua pública.  Al final del día, así funciona el sistema.

Cuando al fin me siento del todo recuperado, le comento al anciano samaritano lo que me sucedió momentos antes en la joyería.  Su contestación fue parca: “Sorry, no tengo efectivo, hijo.”  Trato de controlar mis impulsos.  Eso siempre dicen las personas insensibles para no dar limosnas.  Recuerdo lo que me dijo el bendito cura: “Ama a tu prójimo.  Ama a tu prójimo.”  Intento identificar su acento.  No lo reconozco.  Le hago toda la historia sobre mi encuentro con el sacerdote buena gente.  Me dice con voz indolente que eso no es exclusivo de mi persona, sino que es un problema generalizado de todos y todas.  Dice que esa condición tiene nombre y apellido, y se llama, viviendo de un sueño.  Con temor a una larga letanía, le pregunto a qué se refiere con ese epíteto.  “Tú estás tonto o es que te haces”, me contesta el malhumorado anciano.

“Look, my son… cuando yo llegué a esta tierra, pasaba exactamente lo mismo.  Los puertorriqueños de esa época también vivían de sueños irrealizables.  No por que fueran imposibles, pero en ese entonces y al igual que ahora, no había voluntad para realizarlos”.  No sé de qué me habla este desconocido señor, yo solo pienso en el galón de agua que vierte en el piso para los gatos.

“La mayoría de los hombres y mujeres que querían verdaderos cambios, fueron contenidos por el sistema imperante.  Los colonos los obligaron a vivir fuera del país, o en el mejor de los casos en el clandestinaje interno, utilizando seudónimos para poder expresar sus ideales.  No le hicieron frente al régimen español y lo consintieron por cuatro largos siglos.  Desde entonces, las divergencias criollas los mantuvieron en desventajas frente a los abusos.  Solo algunos próceres, de los que dejó España sin castigo, lograron algunos derechos en una carta de autonomía.  Ustedes los puertorriqueños siempre han sufrido una gran atonía para enfrentar sus realidades.  Soñando con el momento de su reivindicación nacional, pero cargando un yugo extranjero.” 

Ya lo escucho a lo lejos.  Siento que la cabeza me da vueltas y se me viran los ojos.  Debe ser otro bajón de azúcar, pensé.  Supe su nombre después que le dio un último sorbo a su lata de Coca-Cola que leia, Nelson.

“You know… lo mismo pasó cuando llegaron los americanos.  Las diferencias sobre como recibir los gringos eran profundas.  Unos querían aprovechar el viaje y obtener la independencia de España.  Otros no favorecían un cambio de régimen y apoyaban la permanencia española en la isla.  Los demás veían con buenos ojos que la democracia yanqui arribara con toda su gloria.  Los más ilusos o soñadores, pensaban que podría ser un eslabón para una relación cercana con Norteamérica.  Nada más lejos de la realidad.  Perro flaco soñando con longaniza.  Mejor dicho, puertorriqueños viviendo de un sueño.  Todos sucumbieron ante el ofrecimiento de libertad y prosperidad.  Los que sabían la verdad, murieron poco antes o poco después de este evento.  Los nuevos invasores comenzaron y culminaron su conquista con el pie derecho.  Régimen militar, régimen colonial, y hasta el sol de hoy, régimen territorial.” 

Mientras tanto, yo siento el sudor bajar por mi cara y por mi espalda.  Tiemblan mis manos y piernas.  Solo pienso en las exquisitas donas que el militante narrador ofrece a los afortunados gatos.

“Todo salió como estaba previsto.  Vencieron a los españoles, obtuvieron los territorios y esclavizaron la gente.  Claro está, todo bajo el manto sagrado de una libertad aparente.  Todo aquel que daba visos de revolución, la inteligencia anglosajona lo aplastaba con ayuda de la bota militar.  Y después de largos e intensos años, he aquí los resultados… Una sociedad en involución.  Sumisa, dividida, colonizada, engañada, enfrentada, adaptada, (y todo lo que termine en ada, pensaba yo mientras reía como un loco, literalmente).

“Actually, en esta tierra ya no nacen más héroes nacionales o próceres dispuestos a luchar contra el sistema.  Y si alguno osara de impávido, no hace falta ya la intervención extranjera para reprimirle.  El propio pueblo dentro de su cautiverio mental, se encarga de refrenar sus buenas intenciones.   Yo lo supe desde mi llegada a estas tierras.  Lo supe desde mi primera interacción con los boricuas de mi época.  El resultado es lo que tienen ahora.  Solo hay que leer las primeras planas y titulares de la prensa local:


  1. Una crisis creada por ramilletes de gobernantes, legisladores y asesores irresponsables.  Personeros de los intereses propios y de sus secuaces.  Ineptos, ignorantes, siempre velando la oportunidad para agenciarse dineros y propiedades públicas.  Legislando a la medida de sus necesidades y las de sus allegados, sin considerar los efectos en el resto de la población y mucho menos sus verdaderas miserias. 
  2. Gobernadores desviando fondos favoreciendo sus amigos y cuentas bancarias personales.  Utilizando sus puestos honorables para gestionar y negociar empleos altamente remunerados una vez consumado el saqueo a las arcas públicas.  Haciendo galas de sus influencias para manipular los procesos legales contra esta mafia dorada.
  3. Un sistema electoral que solo admite participación general cada cuatro años.  Amañado para perpetuar el estatus actual y para repeler nuevas visiones e ideas noveles. Colocando en el mando a los testaferros de los que realmente tienen el poder detrás del trono y que solamente piensan en su prosperidad económica por encima del bien común.  Un sistema que favorece la instauración de monarquías municipales, soslayando la voluntad popular.
  4. Una constitución y un estado de derecho subordinado a la injerencia del congreso ultramarino.  Estatutos legales incapaces de hacer valer la verdadera justicia social y moralmente correcta.  Leyes convertidas en letra muerta en su exposición de motivos versus su implementación práctica.
  5. Medios de comunicación masiva haciendo las veces de abogados del diablo.  Instaurando mecanismos de lavado de cerebro y adoctrinamiento general. 
  6. Un pueblo aferrado a la idea de que este sistema es lo mejor de dos mundos.  Viviendo de un sueño americano que en los pasados 116 años ha brillado por su ausencia.  Un sueño que los ha sumido en un letargo social.  Un país con una voluntad lánguida en espera de la consumación de las promesas hechas desde el verano del 1898, de un futuro mejor.

Le digo al longevo orador que me siento muy mal.  Que estoy al borde de un desmayo. A estas alturas de la disertación nada lacónica, los felinos habían terminado el suculento manjar que tanta falta me hacía.  “You see, you see!!  Es por eso mismo que ustedes están en esta situación.  Solo piensan en ustedes mismos, viven ensimismados.  Egoístas e individualistas.  Estoy tratando de que encuentres la luz al final del túnel, y tú dices solo disparates.  Así se les va la vida a ustedes, pensando en lo personal por encima de lo colectivo.  Hasta que no cambien esa mentalidad vanidosa y arrogante, vivirán perpetuamente sin percatarse de que están abstraídos en una  burda pesadilla.  Hasta que no despierten de ese sueño, estarán condenando a las próximas generaciones a vivir dormidos y sonámbulos.”

Ya casi ni escucho lo que grita el veterano amigo.  Hasta lo veo doble cuando algo molesto y antes de marcharse fulminantemente, agarra cinco dólares de su billetera y me dice iracundo y en aparente cámara lenta: “Take this, come y bebe algo, y vete a tu casa con tu actitud engreída. Pude notar claramente que dejó sobre el banco una medalla militar con su nombre completo, LTG. Nelson A. Miles.  Vamos a ver que dice ahora el Sr. Efectivo de esta “memorabilia”.


¡Levántate y anda!