jueves, 18 de septiembre de 2014

Educación Especial

por  Caronte Campos Elíseos



Recuerdo mucho mis primeros años de estudio. Recién ingresado a la escuela elemental comencé mis primeros procesos de aprendizaje. Todo era color de rosas para mí y para mis compañeros. Todo, menos el proceso de enseñanza y el modelo educativo de la época. Lo tengo todo tan claro. Como si hubiese ocurrido ayer. Recuerdo las clases en inglés, los libros en el idioma inglés, las tradiciones y celebraciones gringas, el himno y la bandera norteamericanas. Todo inducido por funcionarios extranjeros o funcionarios locales americanizados. Hasta los profesores eran importados. Incluso las pruebas y exámenes eran en dicho idioma. Mis compañeros y yo la pasábamos de mal en peor. No entendíamos nada de lo impartido en clase. No fue hasta que Paul G. Miller autorizó algunos cursos en español, que pudimos nosotros aprender algo. Pero la resistencia fuerte a este adoctrinamiento estuvo presente por parte de los literarios intelectuales de nuestra época. Con sus letras, escritos y poemas hacían frente a esa americanización. No en balde en la actualidad, alguna escuela, avenida o callejón llevan sus nombres. Sus aportaciones son la "piedra en el zapato" de esas intenciones anglosajonas. Si en ese momento histórico se hubiese utilizado la medición estándar que se utiliza ahora para medir el aprovechamiento académico de los estudiantes, mis amiguitos y yo hubiésemos sido clasificados como de Educación Especial (EE). No entendíamos nada, no aprendíamos nada, no reteníamos nada, no aprehendíamos nada. En fin, el sistema de asimilación fracasó con nosotros. Pero en ese tiempo todos sabíamos quiénes eran los Llorens, los Matienzo y los De Diego de la vida.

Actualmente no. Nadie sabe quiénes eran esos personajes históricos tan importantes y mucho menos cuales fueron sus aportaciones al país. Preguntas a cualquier estudiante en alguna estación del súper tren por alguno de ellos y la respuesta que recibes es que es una calle, escuela o cementerio. Desde mis tiempos de estudiante, el sistema educativo estaba destinado al fracaso. Yo soy evidencia de ello. Lo conocí como Departamento de Instrucción. Ahora se conoce como Departamento de Educación. Pero en la línea del tiempo ha demostrado ser incapaz, ineficiente e inefectivo en el arte de instruir y educar. Triste es su caso y larga su condena, cuando sus propias métricas y avalúos colocan a los estudiantes por debajo de los estándares de aprendizaje y en descenso. El resultado, la creación de un subgrupo de estudiantes clasificados como de Educación Especial. Si bien es cierto que muchos estudiantes tienen limitaciones o desventaja en la forma y manera en que aprenden (like me), este tipo de educación se ha desvirtuado. Es justo y necesario que el estado provea a estos niños de todas las herramientas necesarias para su desarrollo. Esto incluye todas las áreas de la realización humana: intelectual, profesional, personal y social. El gobierno tiene que garantizar estos servicios a todos los estudiantes que los necesiten para demostrar sus capacidades. Al final del día, todos pueden ser parte productiva de la sociedad y aportar con sus mejores talentos.

De todas maneras no se puede pasar por alto el hecho de que un sistema educativo mediocre, etiquete a todos los educandos con los que no ha podido lidiar en los trece años de escolaridad. Su incapacidad de instruir y educar a un gran número de estudiantes con múltiples inteligencias y diferencias en el aprendizaje no debe ser excusa para convertir la EE en una burbuja inflada de manera ficticia. En esta coyuntura histórica esa población alcanza el 35% del universo de los matriculados, e "in crescendo". Los criterios para la elegibilidad para estos programas especiales se han convertido en subterfugios para alimentar los bolsillos y cuentas de ahorros de ciertos sectores. Se han manipulado tanto tales parámetros que la EE se ha convertido en un negocio muy productivo. Muchos comerciantes, contratistas, transportistas, educadores, terapeutas, padres y batatas políticas se han lucrado de los fondos que, en teoría, están destinado a cubrir las necesidades educativas de los alumnos. Pero en la práctica, es muy poco lo que llega a cumplir con los propósitos de los programas educativos, que no es otra cosa que el desarrollo intelectual de cada participante. Después de los esquemas de desvío, una ínfima parte del dinero asignado es la que resta para mejorar los medios educativos e instructivos de una cada vez más "inflada población". El mismo caso se ve en algunas escuelas privadas, las cuales reciben también dinero del gobierno. Quizás estoy exagerando un poco. Admito que por mi impedimento cognoscitivo significativo no logro entender cómo se utilizan las necesidades de estos jóvenes para el lucro personal. Todo es culpa de mi déficit de atención que no me permite ver lo que hay en el entrelinea de cada noticia sobre este tema.

Independientemente de si es educación regular o especial, pública o privada, los estudiantes están cada vez más rezagados. Los resultados de las pruebas de evaluación y las pruebas alternas apuntan a una reducción en el aprovechamiento académico del estudiantado en general. Para muestra con un botón basta. ¿Cuál es la razón para que los estudiantes no conozcan las biografías y las ejecutorias de los hombres y mujeres ilustres con que se nombran sus escuelas donde pasan trece largos años de sus vidas? No lo aprenden ni por casualidad. Ni siquiera porque en muchos casos existe alguna placa o busto con alguna breve biografía dedicado al susodicho prócer. La respuesta es simple. Es un problema sistémico. Todo el sistema público de enseñanza está corrompido, politizado, polarizado, burocratizado (y todo lo que termine en ado). Desenfocado de su principal objetivo, que no es otra cosa que la creación y desarrollo de hombres y mujeres productivas socialmente. Así las cosas, el producto de ese sistema es la deserción escolar, la repetición de grados, las malas notas, el bajo aprovechamiento académico, la disminución de matrícula, la violencia institucional, la emigración de prospectos, la desmotivación neuronal, la pereza cerebral y la baja autoestima intelectual (condiciones que he padecido y padezco desde, Juan B. Huyke). Ni hablar del diseño curricular. El contenido de los planes de enseñanzas son reflejo de la dejadez, mediocridad e ineptitud de los encargados de concertar una educación de integración, funcional y práctica. Una educación que se adapte al futuro de la vida colectiva puertorriqueña. Tampoco han sido capaces de enseñar en las aulas las competencias que miden las famosas pruebas con las que clasifican los estudiantes. Ese es el sistema que está supuesto a ser el tributario de ciudadanos y ciudadanas comprometidos y preparados intelectual, ética y moralmente con el país. No existe tal cosa como un proyecto de país. No existe nada como expectativas universitarias y/o profesionales. Lo que existen son solo disparates. Cierres de escuelas, planes cacofónicos, aporías educativas, estrategias fútiles con fines retóricos. Todo para dar la impresión de que se toman medidas de acción correctivas y medidas afirmativas hacia la obtención de objetivos claros. Nada más lejos de la realidad (like me).

Todo este diseño es secuela de aquella americanización de mis tiempos. De aquellos años de invasión y Ley Foraker. Aquel adoctrinamiento cultural para hacernos renunciar a nuestra idiosincrasia, cultura, idioma e identidad. Un método perfecto para sumirnos en la desigualdad, en la segregación de castas, en la miseria disfrazada de bajos niveles de pobreza. Para hundirnos en el desempleo, en la ignorancia, en el fanatismo y la dependencia. Mientras, los sectores más aventajados y favorecidos medran con las transferencias federales a merced de las penurias de los niños con necesidades especiales. Así fue en mi época escolar con Martin G. Brumbaugh y Roland P. Falkner, así es ahora con el cambia y cambia de secretarios, y así será por los siglos de los siglos, amén. No hay énfasis en la integración de materias ni en la integración curricular. No hay visión ni misión de futuro. No hay interés en el desarrollo colectivo, mucho menos en el desarrollo individual de cada estudiante. Lo que domina es el interés de lucro y expolio. Y pasaran cien años más en Macondo y no veré cambios con acciones afirmativas. En resumidas cuentas, todos necesitamos una educación especial. Con carácter de urgencia. Es imperativo para nuestro porvenir colectivo. Pero esa educación especial la tenemos que buscar por nuestros propios medios. Convertirnos en estudiantes de toda la vida y para toda la vida. No cesar en la búsqueda de conocimientos, ser autodidactas. Aprender de las experiencias pasadas, cambiar nuestra programación doctrinal, aplicar los nuevos paradigmas educativos y borrar los estigmas creados por un sistema disfuncional. De lo contrario seguiremos siendo víctimas del déficit intelectual de unos y del oportunismo burdo de otros.

 
¡Levántate y anda! 

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