Acostumbrado
a las frecuentes cuarentenas entre cuatro paredes; revestidas de cojines
blancos, tenues luces, fríos pisos y silencios sepulcrales; este encierro cuasi
voluntario me parece acogedor. La
soledad no me molesta, de todas formas, ya se había apoderado de mi vida (si es que esto puede llamarse vida). El distanciamiento social y el comportamiento
asocial son para mí, rutinas diarias. Vivo
entre pilas de viejos periódicos, botellas y frascos de contenidos prescritos. Con mucho tiempo para perder durante este
periodo, he practicado meditaciones oscuras y experimentado visiones nocturnas (algunas de ellas bajo los efectos de la
sobriedad). Como fanático de las
ciencias ocultas y las artes misteriosas, he intentado con todos mis recursos,
que no son muchos, entender los mensajes recibidos en tales transes. Todos hacen referencias o iban en dirección
de nuestra burda realidad.
Admito
que no soy un ducho en materias sociales y políticas. Y con el babélico lenguaje de los medios de
comunicación y de los propios políticos, es una tarea ardua razonar entre
líneas. No tengo ninguna expectativa de
poder explicar o lograr que alguien entienda lo que, aun yo no tengo
claro. Es muy probable que todo esté
directamente relacionado a la situación actual.
Pienso que debo estar poseso por el estrés, la ansiedad, los nervios, el
miedo o por todas las sustancias psicotrópicas que me recetan.
Prisioneros,
a nivel global, por un virus que ha puesto en jaque, imperios y potencias; intereses
y capitales económicos; parece ser que la fe es lo primero que se ha
perdido. Las iglesias cerradas, los
cultos virtuales, la comunidad dispersa; todo sintomático de los últimos
tiempos. Aeropuertos vacíos, puertos y
fronteras cerradas; acciones y mercados en picada; banca, farmacéuticas y
comercios paralizados; el gas, el petróleo y otras producciones, sin
demanda. Mientras tanto, la naturaleza
regenerándose; el ambiente restaurándose, el aire purificándose y las aguas
limpiándose. Aparentemente, con el virus
de la humanidad contenido, la creación (cosmológica
o providencial) entró en una remisión espontánea, con expectativas de
regeneración natural.
La primera baja en
esta nueva guerra, es el mito del sistema capitalista como gendarme de todos,
incluyendo los más desposeídos.
Con
todo y la cuarentena, la carga viral de la corrupción no parece ceder. Los síntomas son cada vez más evidentes. Paralelamente al aumento de casos positivos y
al lento pero consistente crecimiento de muertes asociados al Coronavirus, los
parásitos de la putrefacción gubernamental no dan tregua. Con la ilusión de libertad legalmente
restringida, estos gérmenes patógenos continúan medrando de nuestro sistema
casi colapsado. El caso más reciente de
la apatía de estos endoparásitos, es la afrenta contra la salud del
pueblo. En plena embestida de la
pandemia, no faltó ocasión para tener que enfrentar el más reciente caso de
corrupción. La desaparición (hasta el sol de hoy) de cerca de 500
pruebas de COVID-19 (que probablemente
las ocultaron para su grupúsculo), la otorgación de contratos millonarios a
los amigos del alma, los empleos sobre remunerados para los hijos talentosos de
alguien ya sobrevalorado; son la mortal terapia que le recetan a la moribunda
economía, a nuestra salud (física y
emocional) y a nuestra estabilidad nacional.
Todo
esto, con sectores aun convalecientes por los pasados eventos ya
conocidos. Las muertes tras el paso del Huracán
María, la desviación de los Fondos de Recuperación, la pobre respuesta tras los
temblores, los refugiados de los terremotos abandonados a su suerte; los almacenes
de suministros ocultos y los almacenes de medicamentos expirados. Amén de los tiranos golpistas
auto-condecorados, disfrazados de progresistas.
Estas lacras han invadido todo nuestro cuerpo y nuestra mente,
envenenando así nuestra alma. El peor de
los efectos secundarios, es la connivencia de los fanáticos miopes que están
enfermos y lo ignoran, ya que no presentan síntomas de dignidad. El ciego respaldo a las estructuras
totalmente corruptas, a las que la gobernadora actual responde, ha sido letal. Peor que con el Coronavirus, por cada elector
virtuoso y con conciencia, existen legiones de contaminados con la pústula
mental. Las probabilidades de
recuperación son mínimas ante tan tétrico cuadro.
Tantos
años de politiquerías, abusos, expolio y profetas asesinados, no han servido
para romper el círculo vicioso de esta recidiva. La medicina más eficaz durante esta cuarentena
podrían ser grandes dosis de moral, inyectada directamente a las venas de
nuestro ser colectivo. Es posible que
nos ayude a curarnos del virus del olvido histórico, del servilismo heredado, de
la indiferencia y del individualismo. No
suelo dejar ver la poca fe que tengo en una cura definitiva; pero espero que
este tiempo de confinamiento valga para educarnos. Que podamos vivir una verdadera palingenesia
y resucitar así la conciencia y el orgullo nacional perdidos.
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