En
estos tiempos que parecen acercarnos cada día más al final de la humanidad,
parecería justo y necesario pasar juicio sobre las razones del creador, para
inhibirse. Partiendo del supuesto de que
existe, da la impresión de que se mantiene indiferente ante la hecatombe que
enfrentamos sus hijos. Para ser un dios
bondadoso según las descripciones cristianas, se le podrían atribuir muchos
adjetivos negativos. Entre la
indiferencia, la desidia y el desapego de lo que le sucede a su creación más
amada, podríamos decir que hay, al menos, visos de maldad.
Basta
con pasar revista sobre acontecimientos históricos que, aunque lastimosos para
la memoria de la civilización, encuentran paralelos en los tiempos modernos. Se repiten cada cierto tiempo, perpetuando en
un círculo vicioso la atrocidad social que vivimos. Haciendo patente la ausencia del ser supremo
que está supuesto a recibir las peticiones de armonía y de paz. Esto hace de la omnipresencia, una burla y una
falacia.
Desde
el comienzo de nuestra era, cuando esta divinidad envío su hijo para que fuera asesinado;
las torturas y muerte de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por
salvar su prójimo y sus pueblos, son más recurrentes que en los tiempos bíblicos. Hasta el sol de hoy, los que intenta de
alguna forma u otra mostrar el camino, la verdad y la vida digna a sus
semejantes, son inmolados sin persignarse.
En especial los que intentan luchar contra los imperios, las
injusticias, la intervención y dominación de fuerzas extranjeras. La inmensa mayoría de los pueblos tienen sus
mártires por estas causas.
A
partir de ahí, y hasta nuestros días, comenzaron las guerras de religión. Cacerías de brujas, cruzadas, inquisiciones,
persecuciones, y toda suerte de ultrajes en nombre de la adorada deidad. Si la omnipotencia fuera tal como describen
los antiguos escritos, no haría falta que el ser humano se enfrascara en estas
empresas que él mismo pudiera ejecutar con un solo chasquido de sus dedos. Siglos después, continúan las luchas por
creencias religiosas, esotéricas y/o místicas.
Amén de las pérdidas de vidas que han provocado la falta de tolerancia
por ideas políticas, prejuicios raciales, disparidad económica y de castas,
entre otros promotores de desigualdad.
Este
protagonista bíblico parece disfrutar a sus anchas cuando aparece algún
personaje perturbado mentalmente, que usurpa su trono aquí en la tierra; y somete
selectivamente al juicio final a ciertos feligreses. Lo peor de todo es que, no bien ha salido el
mundo de una dictadura, nace otra con más odio visceral hacia ciertos
grupos. Los casos de lesa humanidad son
incontables, pero el régimen moderno más cruel por antonomasia, el
nacionalsocialismo, ha encontrado en el actual gobierno americano, su mayor
contendiente. Con todas las señales
claras y distintas, esta presidencia se perfila como la próxima tiranía
neonazi. A todas luces, la omnisciencia
no le ha sido suficiente al todopoderoso para prever o evitar tales holocaustos. Esperando por la celeste intervención, nos
vemos condenados a pasar de genocidio en genocidio, sin la esperanza de que
venga un salvador. Nosotros creímos
tener la bendición de la versión criolla del mesías, pero se transfiguró en el
demonio que nos condenó al infierno que vivimos.
La providencial
misericordia aparenta ser solo para los elegidos, porque el resto solo estamos
llamados a vivir en la ignominia. Las
ciudades se convierten en purgatorios donde los inocentes expían el pecado de
no poseer la santa gracia que poseen los hijos predilectos. La pobreza, la hambruna, las pestes y
enfermedades que se vuelven pandemias que arropan el orbe; sentenciando a la miseria,
la mayoría de las veces, ya sea por exposición o falta de recursos, a los más
desventajados. El atributo del justo se
ve cancelado por su negligente manera de administrar su divina justicia. Mientras tanto, por poco más de dos milenios,
los parroquianos continúan creyendo en un dios que los invita, extorsiona e
intimida; solo con el pseudo poder de sus propias sagradas palabras escritas
como única evidencia. Escritas por otros
hombres subyugados, estos escritos históricos caen, sin duda alguna, en una petición
de principio.
Para
mí que soy un poco incrédulo y renuente a estos temas, me parece incongruente
todo lo anterior. La realidad que acá
abajo vivimos, dista mucho de un dios infinitamente bueno y bondadoso.
Cualquiera podría entender, y a groso modo, es lo que se desprende de la
cotidianidad; que la idea de un súper genio supremo, piadoso, clemente y
magnánimo; es mutuamente excluyente con el Estatus Quo. Pero, la única manera de entender la actitud
y la inacción del ausente rey de reyes es, extendiendo al cielo la máxima de
que todos tenemos derecho a reivindicarnos y a segundas oportunidades.
Así
que, partiendo de la premisa (y para
justificar lo injustificable) de que hemos recibido o simplemente poseemos
una luz natural o facultad de razonamiento; debemos pensar (los que puedan), que desde el inicio de la humanidad hemos tenido
la oportunidad y el conocimiento para entender, crear y desarrollar para todos,
la mejor manera de vivir. Esta facultad
es la que nos debería arrojar luz sobre lo más justo y la mejor manera de convivir
en justicia, paz e igualdad. Esta idea
clara y distinta, de que poseemos por naturaleza lo que muchos llaman sentido
común, razón, entendimiento o inteligencia; es el primer argumento para no
tener que esperar por fe, lo que podemos obtener por la propia capacidad mental
e intelectual. El segundo argumento es,
que siendo seres independientes, o no dependientes de fuerzas etéreas, no
deberíamos consentir el libre albedrío.
Más bien concebirnos enteramente dueños de nuestra voluntad. A su vez, entender que toda volición conlleva
unas consecuencias, y en el mejor de los escenarios, favorables resultados. Lo que nos debería llevar a concluir que
todas las concepciones que tenemos en nuestra mente, las podemos ejecutar como
actos libres de la voluntad, sin intervención divina; asumiendo así toda la
responsabilidad por actuar libre y voluntariamente.
El
tercer y último argumento por el que se puede justificar tal abstención del
dios paternal, es el arrepentimiento. No
es para menos. Observando atónito, desde
el paraíso, cómo el hombre con todas las facultades que posee y de las cuales
hace alardes; actúa con toda libertad, pero de manera insensata e irresponsable. Arrepentimiento por haber creído con ciega
fe, que seriamos capaces de mantener un orden y un balance saludable en todo lo
creado. Arrepentimiento por suponer que
a través de todo desarrollo y evolución, siempre procuraríamos el bien común; y
que a pesar de los avances tecnológicos, sociales, económicos, y de todos los
sistemas conocidos, nunca habría tantos dejados atrás.
Lo
que no puede ponerse en dudas es, que al final de los tiempos tendremos que
rendir cuentas. Ya sea a alguna deidad
del firmamento o del inframundo, a la posteridad, a las próximas generaciones;
o a nuestra propia conciencia individual y colectiva. Tendremos que recapitular sobre nuestra
contribución al bienestar o al estado actual de las cosas. Seremos nuestro propio juez en ese gran
juicio final sobre nuestras actuaciones u omisiones. No es un misterio que la única forma de ganar
indulgencias es aportando y colaborando para crear mejores condiciones para todos;
y evitar ser parte de ese fanático rebaño, por el cuál esta tragicomedia será
eterna, por los siglos de los siglos.
¡Levántate
y anda!