
Basta
con pasar revista sobre acontecimientos históricos que, aunque lastimosos para
la memoria de la civilización, encuentran paralelos en los tiempos modernos. Se repiten cada cierto tiempo, perpetuando en
un círculo vicioso la atrocidad social que vivimos. Haciendo patente la ausencia del ser supremo
que está supuesto a recibir las peticiones de armonía y de paz. Esto hace de la omnipresencia, una burla y una
falacia.
Desde
el comienzo de nuestra era, cuando esta divinidad envío su hijo para que fuera asesinado;
las torturas y muerte de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por
salvar su prójimo y sus pueblos, son más recurrentes que en los tiempos bíblicos. Hasta el sol de hoy, los que intenta de
alguna forma u otra mostrar el camino, la verdad y la vida digna a sus
semejantes, son inmolados sin persignarse.
En especial los que intentan luchar contra los imperios, las
injusticias, la intervención y dominación de fuerzas extranjeras. La inmensa mayoría de los pueblos tienen sus
mártires por estas causas.
A
partir de ahí, y hasta nuestros días, comenzaron las guerras de religión. Cacerías de brujas, cruzadas, inquisiciones,
persecuciones, y toda suerte de ultrajes en nombre de la adorada deidad. Si la omnipotencia fuera tal como describen
los antiguos escritos, no haría falta que el ser humano se enfrascara en estas
empresas que él mismo pudiera ejecutar con un solo chasquido de sus dedos. Siglos después, continúan las luchas por
creencias religiosas, esotéricas y/o místicas.
Amén de las pérdidas de vidas que han provocado la falta de tolerancia
por ideas políticas, prejuicios raciales, disparidad económica y de castas,
entre otros promotores de desigualdad.

La providencial
misericordia aparenta ser solo para los elegidos, porque el resto solo estamos
llamados a vivir en la ignominia. Las
ciudades se convierten en purgatorios donde los inocentes expían el pecado de
no poseer la santa gracia que poseen los hijos predilectos. La pobreza, la hambruna, las pestes y
enfermedades que se vuelven pandemias que arropan el orbe; sentenciando a la miseria,
la mayoría de las veces, ya sea por exposición o falta de recursos, a los más
desventajados. El atributo del justo se
ve cancelado por su negligente manera de administrar su divina justicia. Mientras tanto, por poco más de dos milenios,
los parroquianos continúan creyendo en un dios que los invita, extorsiona e
intimida; solo con el pseudo poder de sus propias sagradas palabras escritas
como única evidencia. Escritas por otros
hombres subyugados, estos escritos históricos caen, sin duda alguna, en una petición
de principio.
Para
mí que soy un poco incrédulo y renuente a estos temas, me parece incongruente
todo lo anterior. La realidad que acá
abajo vivimos, dista mucho de un dios infinitamente bueno y bondadoso.
Cualquiera podría entender, y a groso modo, es lo que se desprende de la
cotidianidad; que la idea de un súper genio supremo, piadoso, clemente y
magnánimo; es mutuamente excluyente con el Estatus Quo. Pero, la única manera de entender la actitud
y la inacción del ausente rey de reyes es, extendiendo al cielo la máxima de
que todos tenemos derecho a reivindicarnos y a segundas oportunidades.
El
tercer y último argumento por el que se puede justificar tal abstención del
dios paternal, es el arrepentimiento. No
es para menos. Observando atónito, desde
el paraíso, cómo el hombre con todas las facultades que posee y de las cuales
hace alardes; actúa con toda libertad, pero de manera insensata e irresponsable. Arrepentimiento por haber creído con ciega
fe, que seriamos capaces de mantener un orden y un balance saludable en todo lo
creado. Arrepentimiento por suponer que
a través de todo desarrollo y evolución, siempre procuraríamos el bien común; y
que a pesar de los avances tecnológicos, sociales, económicos, y de todos los
sistemas conocidos, nunca habría tantos dejados atrás.
Lo
que no puede ponerse en dudas es, que al final de los tiempos tendremos que
rendir cuentas. Ya sea a alguna deidad
del firmamento o del inframundo, a la posteridad, a las próximas generaciones;
o a nuestra propia conciencia individual y colectiva. Tendremos que recapitular sobre nuestra
contribución al bienestar o al estado actual de las cosas. Seremos nuestro propio juez en ese gran
juicio final sobre nuestras actuaciones u omisiones. No es un misterio que la única forma de ganar
indulgencias es aportando y colaborando para crear mejores condiciones para todos;
y evitar ser parte de ese fanático rebaño, por el cuál esta tragicomedia será
eterna, por los siglos de los siglos.
¡Levántate
y anda!