sábado, 12 de mayo de 2018

Valle de lágrimas

por  Caronte Campos Elíseos


Decidí cambiar de morada al no poder sobrellevar los recuerdos defectibles de mi vida amorosa, luego de que otros reclamaran su derecho de “Prima Nocte”.  Amén de los daños que sufrió la vieja estructura por los azotes huracanados.  Es así como llegué a lo que es mi nuevo vecindario en, El Valle de los Reyes.  Admito que es un lugar muy tranquilo y acogedor.  Ya instalado en lo que será mi nuevo hogar, intento retomar en mi vida la cotidianidad y normalidad que me caracteriza.  Fue bastante fácil por lo poco del mobiliario, y lo accesible que estaban mis viejos periódicos, los brebajes de la tierra y los medicamentos para sortear la realidad.  Durante todo este tiempo de solaz tuve la oportunidad de reflexionar sobre los últimos eventos.   

El huracán puso de manifiesto y a la vista de todos, la verdadera cara de este país.  Es probable que muchos ya conocían esa triste realidad.  Pero los que vivimos sumidos en nuestros propios mundos (Netflix con sus series, deportes de equipos importados, barras y chinchorreo, baile, botella y baraja, entre otras amenidades), no sabíamos que nuestra patria estaba en tal decadencia.  Al cejar los vientos, las aguas volver a sus cauces, y con los árboles y techos en el pavimento, encontramos otro país.  Quedamos absortos ante la pobreza, el hambre, la miseria y el abandono del gobierno.   El ciclón se llevó lo que nos quedaba de ese espejismo de primer mundo que disfrutábamos.  Un mes sin agua, dos meses sin gasolina, tres meses incomunicado, cuatro meses esperando un toldo, cinco meses de salchichas y mezcla de sándwich; seis meses de desesperanza, siete meses sin luz, ocho meses de depresión y toda una vida de locura.  Esa es mi historia.  Igual a la de otros cientos de miles puertorriqueños. 

No bien había pasado el huracán, el gobierno encendió su maquinaria.  Claro está, luego de que el Superintendente de Seguridad nos advirtiera que durante la emergencia, podíamos morir esperando por ellos.  Inmediatamente se acuarteló el gabinete de confianza del gobernador Rosellito.  En las primeras horas luego de calmada la tempestad, comenzaron a reclamar las ayudas federales de FEMA.  La intención clara era repartirlas, pero no a los damnificados, sino a los amigotes más cercanos al ejecutivo.  Ya lo dice el viejo adagio: “El que lo hereda no lo hurta”.  El dinero para la restauración del sistema eléctrico, para las comunicaciones; los fondos para alimentos, enseres y viviendas; las ayudas para las carreteras, los hospitales y las escuelas, y hasta los toldos azules, parecía que se las había llevado el viento.  Hasta la Junta de Supervisión Colonial brillaba por su ausencia.

Ausencia es lo que predomina en mi nuevo vecindario, los vecinos parecen estar ausentes en el Valle de los Reyes.  Al igual que los policías que sufrieron la epidemia del “blue flu”.  En plena emergencia, una gran parte de los policías decidieron protestar por la pérdida de beneficios laborales.  Esto sucedía no sin dejar las carreteras sin control de tránsito durante el día y sin seguridad en las noches.  Pero que importa, al final, todos tenemos derecho a protestar.  Además, en un país donde la tasa de desempleo ronda el 13%, esto sirvió para que las personas sin hogar se emplearan en los semáforos sin luz, al menos por un plato de comida, una botella de agua fría y/o unas monedas sueltas.

La calma tras la tormenta no duró mucho.  Reapareció la famosa Junta de Supervisión.  Y cuando todavía hay puertorriqueños durmiendo bajo toldos azules y cielos estrellados, comiendo pan con jamonilla y sin el servicio de electricidad, comienzan a azotar al pueblo con sus planes de reducción, recortes y austeridad; y a inundarnos con sus controles fiscales y presupuestarios.  Mientras tanto, el gobierno continúa con su rol de policía bueno, haciéndonos pensar que le hacen frente y oposición a la comisión imperialista en favor de sus constituyentes.  Nada más lejos de la realidad (excepto mi propia existencia).  El ejecutivo y el legislativo siguen a sus anchas repartiendo el poco flujo de caja que nos queda en contratos jugosos para sus secuaces y damiselas con puestazos.  

¿Qué obtenemos nosotros de todo este latrocinio?  Reducción en las pensiones, cierre de 220 escuelas y privatización de unas docenas adicionales, una reforma laboral luctuosa, aumento en la matrícula de la Universidad del Pueblo y el cierre de varios de sus recintos, venta de la Autoridad de Energía Eléctrica después de décadas de abandono de su infraestructura, impuestos hasta en las comprar por internet, entre otras medidas draconianas.  No estoy seguro si es por mi trastorno ciclotímico o por este panorama poco alentador que sufro de estados de ánimos variables.  Confieso que comienzo a sentirme como el Faraón de este lugar.

Este sentimiento fue reforzado cuando las legiones de maestros, empleados públicos, estudiantes, pensionados, y todas las víctimas directas o indirectas de la connivencia entre junta y gobierno, salieron a protestar en un paro nacional.  Por supuesto que allí estaban para emboscarlos, los que no hacia tanto tiempo habían abandonado sus deberes y responsabilidades en reclamo de sus propios derechos.  Allí, le hicieron una encerrona, macanearon y rociaron con gases, a todos los que salieron a defender los derechos de los que no se atreven siquiera rezongar.  Simultáneamente, los “Iluminatis” de la junta declaraban su incapacidad de vivir y mantener su monárquico estilo de vida con la miseria con la que pretenden que los jubilados sobrevivan su vejez.

La clase política nacional solo se le ocurre llevar a votación si queremos o no la famosa junta.  Incluso hasta el ala de izquierda es presa de esa burda triquiñuela.  Parecen olvidar que en los fueros concedidos por la metrópoli a esta vieja colonia, no incluye el poder decisional sobre tales asuntos.  El barómetro de la moral puertorriqueña está en sus niveles más bajo.  Y entre el reconocimiento de la legislatura al Conejo Malvado, las series televisivas sobre el maltrato de menores como supuesto paliativo para nuestros males sociales, seguimos siendo nosotros mismos nuestro propio verdugo.  Las huestes de los partidos principales cierran filas con sus dirigentes.  Apoyan a ciegas sus candidatos sin importar sus méritos ni su historial.  Llevando de esta manera reincidentes en la corrupción gubernamental al poder.  Luego, estos mismos nos condenan a todos sin importar los colores de afiliación, a perecer en el paredón del desgobierno. 

Volver a esta nefanda realidad me drena espiritualmente.  Vuelvo a mi sarcófago son la voluntad desecha.  Esperando que algún día esta horda de electores se libere de la momificación de la que todos hemos sido víctimas por los silos de los siglos.  Llegado ese momento, nos pondrán en el camino correcto para abandonar así, este valle de lágrimas.

¡Levántate y anda! 

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