Por un motivo, los legisladores están dentro del Capitolio, y los ministros, pastores y sacerdotes, están dentro de las iglesias. La razón es simple, los primeros, son los escogidos por el pueblo para crear leyes. Los segundos, son los elegidos por Dios, para entre otras cosas, velar la justicia social y el bien común, en la aplicación de las mismas. Demás está decir, que en ocasiones ninguno de los dos grupos cumple sus funciones cabalmente. Pero ese es otro tema. En este momento lo que ocupa parte del debate público, son las enmiendas a la Ley 54, y la marcha de los cristianos en defensa de la familia puertorriqueña. Dichos cambios, que han encontrado oposición en ciertos sectores religiosos y sus respectivos líderes, van dirigidos a extender la protección de esta ley a las parejas de hecho. Las parejas de hecho son aquellas personas naturales, independientemente de su orientación sexual, que se unen en una relación sentimental.
La iglesia, separada por años por
diferencias en materias teológicas y dogmáticas, se unió para proclamar
que, “Puerto Rico se Levanta en defensa de la Familia”. Algo similar a lo anterior, fue el nombre con
el que bautizaron su junte masivo, donde participaron alrededor de 200,000
personas. Masivo, por la gran cantidad
de gente que asistió al evento, en comparación con otras causas que han convocado
a este pueblo anteriormente. Y en las cuales la asistencia ha sido exigua. Tal fue el caso de la marcha contra los
despidos de la Ley 7, la marcha contra la venta del aeropuerto, entre otras. No en balde los políticos sudan con semejante
demostración, en un país donde las elecciones se ganan por aproximadamente 11,000 votos. El grupo, reclamó ser la voz y el sentir de
todo el pueblo, cuando en realidad, y según los resultados del Censo 2010, la población sumó 3,725,789 en total. Esto deja a los defensores de la familia en
apenas, un 5% del universo puertorriqueño.
Comprobado está, que luego de que los nervios de los
representantes, y la presión sanguínea de los senadores, vuelve a sus niveles
saludables, estos saben muy bien sacar ventaja de toda situación atípica. Con gran habilidad circense, hacen malabares
para aparentar y dar la impresión de que complacen a todas las partes
interesadas. Unos opuestos, otros a
favor, preparan su espectáculo para entretener las gradas, y de esta manera
ninguno quedar mal parado en sus respectivas posiciones. Juegan a ser los creadores de “LaDivina Justicia”. Justicia
muchas veces plagada de leyes y reglamentos repletos de iniquidades.
Debo admitir, que poder ver las diferentes denominaciones
cristianas unidas en algún momento, siempre ha sido el deseo genuino de muchos
de los que hemos sido adoctrinados y criados bajo sus dogmas y preceptos. Lo que no es muy genuino, es la causa que los
ocupaba para tal gesta. Basados en su
singular interpretación de las Sagradas Escrituras, en su concepto de vivir en
sociedad y en comunidad, y en su definición de lo que debe ser el modelo de una
familia normal y típica, presentaron una tenaz oposición al mencionado proyecto
de ley. Utilizando su predominio
providencial, hacen gala de su influencia en los procedimientos legales del
Estado, y de su capacidad para manipular a los delegados del pueblo, con el fin
de ralentizar los procesos legislativos, y en cierta medida, los avances
sociales de tendencias globales. Cabe señalar que el proyecto de ley propuesto,
no guarda relación con la discusión sobre la aceptación de los matrimonios de
personas del mismo género. Pero a través
del discurso críptico de los religiosos, se hizo el llamado a los feligreses para
marchar con el mensaje equivocado.
Muchos de los cuales, jamás entendieron las razones por las que estaban “protestando”.
A todas luces, los cristianos contemporáneos han olvidado
el origen de su iglesia como la conocen hoy.
Primitiva, perseguida, marginada, relegada, obligada a realizar sus
rituales en catacumbas. Una fe
rechazada, unos fieles torturados y asesinados, una minoría acosada, son el
origen de su imperio espiritual moderno.
Estos mismos cristianos que salieron de los túneles subterráneos para
apoderarse de Roma, dan validez al viejo y conocido refrán: “El perseguido se
convierte en perseguidor”. Basta con
mirar un poco la historia de su desarrollo y evolución, luego de Simón Pedro.
Son ellos los que han servido como piedra de tropiezo para
que las personas de un sector de la población, marginados y discriminados por
sus preferencias de índole sexual, obtengan igualdad de derechos y protecciones,
que el resto de los ciudadanos disfruta.
Dentro de su sinuoso afán de establecer políticas públicas que les
favorezcan, promueven conductas antisociales, como la desigualdad, el
discrimen, la intolerancia, la violencia, el odio, el rechazo, entre otros
tantos desordenes que se suman como actitudes negativas y desviaciones
mentales. Obligando a los miembros de
esa comunidad a vivir en el anonimato, ocultos y prisioneros en una especie renovadas
catacumbas.
Todo esto ha puesto de manifiesto que, “Ganando, en
ocasiones se pierde”. Ciertamente, en mi
opinión muy personal, que no es en nada experta en asuntos teológicos, han
puesto en evidencia la aparente simonía de algunas facciones eclesiásticas que,
en combinación con algunos gobernantes, han suprimido la ya alicaída,
“Separación de Iglesia y Estado”. Ambas
instituciones han orquestado un sistema que establece lo que debe ser aceptado
por la sociedad. Esto incluye la
definición de familia que todos conocemos, y que desde muy temprana edad nos
han inyectado a través del suero de la educación. Todos los libros y textos a nivel elemental
por los pasados casi 50 años (que yo recuerde), han ido dirigidos a fomentar la
creencia en ese modelo familiar. Con
todo, y aunque el “establishment” la ha establecido como la principal
institución dentro de la vida ciudadana, esta ha demostrado que no ha sido lo
suficientemente sólida para sobrevivir los embates de un mundo cambiante, donde
los avances en todos los aspectos del diario vivir del ser humano, y la
evolución personal de este, han hecho estragos en la constitución
familiar.
Una cosa es tener Fe, y otra muy distinta es, desconocer
nuestra realidad. El modelo tradicional
no ha sido efectivo, como reclaman muchos, en evitar, disminuir, o prevenir los
problemas sociales que en la actualidad padecemos. Por el contrario, las estadísticas apuntan a
que las tasas del detrimento social van, “in crescendo”, a velocidad supersónica. Las
familias contemporáneas se han transformado de tal manera, que sus componentes
varían según la realidad de cada hogar puertorriqueño. Empero, en su intento por mantener el orden
fundamental, las religiones han optado por dar la espalda a estas nuevas
tendencias y nuevos entornos familiares, pasando juicio sobre la forma y manera
en la que se desenvuelve la cotidianidad estas personas. Juzgando el interior de las relaciones y el
modo en que interactúan unos con otros.
Esta actitud nociva para el bien común, ha provocado que
los sectores fundamentalistas hayan caído en actuaciones contradictorias, que
son mutuamente excluyentes con la cristiandad.
Dejando así al descubierto, lo alejados que están de los verdaderos
principios, valores y enseñanzas de un Cristo, que con Su vida, obra, palabra,
muerte y resurrección, estableció los nuevos caminos a seguir. Caminos llenos de tolerancia, armonía,
respeto, paz, pero sobre todo, mucho, mucho amor. Amor y aceptación al prójimo, en especial a
los desvalidos, desventajados, marginados, señalados, y rechazados por el
“orden social establecido”. Orden al que
hay que hacer frente cuando se reviste de injusticia hacia uno o más de
nuestros hermanos, o cuando se torna obsoleto en su esencia.
En la coyuntura histórica que se encuentra Puerto Rico,
donde vivimos tiempos apocalípticos, es vital que todos los líderes, de todos
los ámbitos y todos los entornos, asuman un rol participativo a favor de la conciliación
y convergencia. Todos tenemos el deber
de crear conciencia, y de evitar ser factores activos en la hecatombe que nos
arropa. La responsabilidad es de todos,
pero los que se jactan de ser dirigentes de agrupaciones o de masas de gente,
el peso de esa responsabilidad es doble.
No pueden convertirse en entes promotores de separación, segregación, o
elitismo.
¡Levántate y anda!