Las dietas son torturas autoinfligidas, que persiguen los cuerpos y las conciencias de la inmensa mayoría de las personas. Son el refugio de los obesos y de los que piensan que lo son. Unos entran voluntariamente en ese tormentoso régimen, otros por razones de salud o estéticas. Pero todos, de una manera u otra, son perseguidos por el fantasma de ese ayuno obligatorio. Cambia un poco el escenario donde cada cual, lleva a cabo su inmolación. En adición a los motivos puramente narcisistas o médicos (en mi caso son ambos), existen otras motivaciones que impulsan que otros tantos, entren en abstinencias alimenticias. Dentro de las dietas, existen dos grupos; unas que son odiosas, y otras que son un poco más agradables.
Por ejemplo, en el primer grupo, están los que tienen salarios básicos. Es decir, ganan el mínimo salario por hora en la jornada regular, por lo que su dieta es de clase media. Esto puede incluir, y sí limitarse, a restaurantes de comidas rápidas con especiales diarios de casi cuatro dólares ($3.99), y a llevar al lugar de empleo, almuerzo del sobrante del día anterior. De esta manera, su ingreso alcanzará para los verdaderos compromisos mensuales, en su mayoría con el Estado y sus prestaciones de servicios básicos (luz, agua, teléfono). Lo que les deja con una ínfima parte del dinero devengado para las demás necesidades, también básicas, como la salud, la educación, y transportación. Suministradas también por el Estado, pero costeadas por los mismos usuarios. Este grupo en su dieta compulsoria, elimina las comidas casuales, los restaurantes finos, y las alacenas abarrotadas de antojitos para el tiempo de ocio, si alguno. Todo relativo al número de miembros en el hogar. Mientras más grande la familia, más estricta la austeridad. Este grupo puede estar compuesto por trabajadores diestros, profesionales, y en ocasiones, personas con maestrías y doctorados.
También están los que al igual que los anteriores, reciben el salario mínimo federal (7.25 por hora), pero a jornada parcial. Dado que trabajan menos de treinta horas a la semana, es decir, cinco horas o menos diarias, estos se economizan el almuerzo. Como no tienen que permanecer en el área de empleo, se brincan esa comida de mediodía, lo que les resulta favorable en su dieta forzosa. Tal vez no en cuanto a salud se refiere, pero ayuda a economizar para los demás gastos mensuales, que también sí son compulsorios. La dieta de estos es más rigurosa, ya que por la cantidad de ingreso, no cualifican para los servicios ofrecidos por el gobierno, como los de las tarjetitas (salud, pan, vivienda). Así qué no pueden ni chuparse un limber, para poder subsistir sin necesidad de mendigar.
Los siguientes son los desempleados. No los que nunca han trabajado, y el sistema los entretiene con migajas de lo que los demás aportan. Sino, los desempleados que por alguna razón han perdido el empleo y por las condiciones actuales del mercado laboral, no han podido insertarse nuevamente a la fuerza trabajadora. La dieta de estos es la más ominosa. Se compone de ayuno en las mañanas, sustituir el almuerzo por agua o cualquier otro líquido, y en la tarde, migajas de pan de cualquier restaurante barato del cual puedan recibir la donación. Para cualquiera de nosotros esto resultaría exagerado hasta que lo conocemos de primera mano.
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Es obvio que las limitaciones y las prohibiciones en este primer grupo de martirizados son, si se quiere, excesivas. Pero pasamos ahora al segundo conjunto, para los cuales las condiciones en sus dietas varían un poco en relación con los primeros. En este clan solo hay dos clasificaciones. La primera, la de los grandes intereses, o grandes empresarios (como le llaman algunos). También pueden incluirse, los banqueros, ejecutivos, CEOs, o alguno que otro individuo o cabildero que este bien conectado con los que poseen membresías en este selecto club. La dieta para esto es una muy variada y muy completa. No les falta nada y lo que no comen o consumen, es simplemente por fuerza voluntad propia, necesaria para todos los que hemos estado a régimen y no hemos logrado nuestra meta. Desayunos continentales en hoteles, almuerzos de negocios de dos a tres horas de duración, donde el elemento principal es el vino. Cenas extravagantes en restaurantes cinco estrellas, con postres importados desde San Francisco o Paris. Todo esto en un marco de elegancia y cordialidad, servido con la hospitalidad de algunos meseros o mozos profesionales, y con la calidad de algún Chef Internacional bien pagado.
Por último, en esta clasificación de las dietas no tan desagradables, están las de los políticos del país. Esta cuadrilla de oportunistas, que llegan a ostentar el poder bajo engaño al electorado, devengan los sueldos más sustanciales e insólitos, comparado con el pobre trabajo que realizan. Y por ese mismo trabajo, si es que se puede llamar así, reciben un estipendio por concepto de las mal llamada dietas. Este se compone de nada más y nada menos que de $175 por cada visita al hemiciclo, las cuales en un mes pueden alcanzar las seis visitas. Lo que les deja en el bolsillo la suma aproximada de $1,050, adicional al salario base, que debe rondar los $150,000 anuales. Es decir, que el ingreso por concepto de dietas de estos malandrines es igual a la cantidad mensual de salario devengado por concepto de trabajo de los grupos anteriores, sin incluir los ejecutivos del país, claro está. En algunos casos, como lo es el de los jubilados con pensiones miserables, puede ser mayor la diferencia entre unos y otros. Sin mencionar que tienen un salón-comedor que les sirve toda clase se suculentos manjares. Desde cortes finos de carnes hasta camarones y langostas. Desde cervezas artesanales hasta vinos y champagne. Al menos es lo que han publicado en ocasiones los medios “informativos” del país.
Queda de nosotros no esperar cuatro años para pasar factura a estos servidores públicos, que solo se sirven ellos mismos. No esperar a estar frente a una urna para recordar lo que hacen en su pobre gestión legislativa y administrativa. Lo mínimo que deberíamos hacer es, apagar el televisor por un momento, e indignarnos. La indiferencia es los que nos mantiene atados a estos corsarios que han saqueado nuestro capital nacional y nos han sumergido en la miseria social.
¡Levántate y anda!
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