domingo, 24 de febrero de 2013

Ganando, en ocasiones se pierde

por  Caronte Campos Elíseos


Por un motivo, los legisladores están dentro del Capitolio, y los ministros, pastores y sacerdotes, están dentro de las iglesias.  La razón es simple, los primeros, son los escogidos por el pueblo para crear leyes. Los segundos, son los elegidos por Dios, para entre otras cosas, velar la justicia social y el bien común, en la aplicación de las mismas.  Demás está decir, que en ocasiones ninguno de los dos grupos cumple sus funciones cabalmente.  Pero ese es otro tema.  En este momento lo que ocupa parte del debate público, son las enmiendas a la Ley 54, y la marcha de los cristianos en defensa de la familia puertorriqueña.  Dichos cambios, que han encontrado oposición en ciertos sectores religiosos y sus respectivos líderes, van dirigidos a extender la protección de esta ley a las parejas de hecho.  Las parejas de hecho son aquellas personas naturales, independientemente de su orientación sexual, que se unen en una relación sentimental.

La iglesia, separada por años por diferencias en materias teológicas y dogmáticas, se unió para proclamar que, Puerto Rico se Levanta en defensa de la Familia”.  Algo similar a lo anterior, fue el nombre con el que bautizaron su junte masivo, donde participaron alrededor de 200,000 personas.  Masivo, por la gran cantidad de gente que asistió al evento, en comparación con otras causas que han convocado a este pueblo anteriormente. Y en las cuales la asistencia ha sido exigua.  Tal fue el caso de la marcha contra los despidos de la Ley 7, la marcha contra la venta del aeropuerto, entre otras.  No en balde los políticos sudan con semejante demostración, en un país donde las elecciones se ganan por  aproximadamente 11,000 votos.  El grupo, reclamó ser la voz y el sentir de todo el pueblo, cuando en realidad, y según los resultados del Censo 2010, la población sumó 3,725,789 en total.  Esto deja a los defensores de la familia en apenas, un 5% del universo puertorriqueño.


Comprobado está, que luego de que los nervios de los representantes, y la presión sanguínea de los senadores, vuelve a sus niveles saludables, estos saben muy bien sacar ventaja de toda situación atípica.  Con gran habilidad circense, hacen malabares para aparentar y dar la impresión de que complacen a todas las partes interesadas.  Unos opuestos, otros a favor, preparan su espectáculo para entretener las gradas, y de esta manera ninguno quedar mal parado en sus respectivas posiciones.  Juegan a ser los creadores de “LaDivina Justicia”.  Justicia muchas veces plagada de leyes y reglamentos repletos de iniquidades.        

Debo admitir, que poder ver las diferentes denominaciones cristianas unidas en algún momento, siempre ha sido el deseo genuino de muchos de los que hemos sido adoctrinados y criados bajo sus dogmas y preceptos.  Lo que no es muy genuino, es la causa que los ocupaba para tal gesta.  Basados en su singular interpretación de las Sagradas Escrituras, en su concepto de vivir en sociedad y en comunidad, y en su definición de lo que debe ser el modelo de una familia normal y típica, presentaron una tenaz oposición al mencionado proyecto de ley.  Utilizando su predominio providencial, hacen gala de su influencia en los procedimientos legales del Estado, y de su capacidad para manipular a los delegados del pueblo, con el fin de ralentizar los procesos legislativos, y en cierta medida, los avances sociales de tendencias globales. Cabe señalar que el proyecto de ley propuesto, no guarda relación con la discusión sobre la aceptación de los matrimonios de personas del mismo género.  Pero a través del discurso críptico de los religiosos, se hizo el llamado a los feligreses para marchar con el mensaje equivocado.  Muchos de los cuales, jamás entendieron las razones por las que estaban “protestando”.   

A todas luces, los cristianos contemporáneos han olvidado el origen de su iglesia como la conocen hoy.  Primitiva, perseguida, marginada, relegada, obligada a realizar sus rituales en catacumbas.  Una fe rechazada, unos fieles torturados y asesinados, una minoría acosada, son el origen de su imperio espiritual moderno.  Estos mismos cristianos que salieron de los túneles subterráneos para apoderarse de Roma, dan validez al viejo y conocido refrán: “El perseguido se convierte en perseguidor”.  Basta con mirar un poco la historia de su desarrollo y evolución, luego de Simón Pedro. 

Son ellos los que han servido como piedra de tropiezo para que las personas de un sector de la población, marginados y discriminados por sus preferencias de índole sexual, obtengan igualdad de derechos y protecciones, que el resto de los ciudadanos disfruta.  Dentro de su sinuoso afán de establecer políticas públicas que les favorezcan, promueven conductas antisociales, como la desigualdad, el discrimen, la intolerancia, la violencia, el odio, el rechazo, entre otros tantos desordenes que se suman como actitudes negativas y desviaciones mentales.  Obligando a los miembros de esa comunidad a vivir en el anonimato, ocultos y prisioneros en una especie renovadas catacumbas.


Todo esto ha puesto de manifiesto que, “Ganando, en ocasiones se pierde”.  Ciertamente, en mi opinión muy personal, que no es en nada experta en asuntos teológicos, han puesto en evidencia la aparente simonía de algunas facciones eclesiásticas que, en combinación con algunos gobernantes, han suprimido la ya alicaída, “Separación de Iglesia y Estado”.  Ambas instituciones han orquestado un sistema que establece lo que debe ser aceptado por la sociedad.  Esto incluye la definición de familia que todos conocemos, y que desde muy temprana edad nos han inyectado a través del suero de la educación.  Todos los libros y textos a nivel elemental por los pasados casi 50 años (que yo recuerde), han ido dirigidos a fomentar la creencia en ese modelo familiar.  Con todo, y aunque el “establishment” la ha establecido como la principal institución dentro de la vida ciudadana, esta ha demostrado que no ha sido lo suficientemente sólida para sobrevivir los embates de un mundo cambiante, donde los avances en todos los aspectos del diario vivir del ser humano, y la evolución personal de este, han hecho estragos en la constitución familiar. 

Una cosa es tener Fe, y otra muy distinta es, desconocer nuestra realidad.  El modelo tradicional no ha sido efectivo, como reclaman muchos, en evitar, disminuir, o prevenir los problemas sociales que en la actualidad padecemos.  Por el contrario, las estadísticas apuntan a que las tasas del detrimento social van, “in crescendo”, a velocidad supersónica.    Las familias contemporáneas se han transformado de tal manera, que sus componentes varían según la realidad de cada hogar puertorriqueño.  Empero, en su intento por mantener el orden fundamental, las religiones han optado por dar la espalda a estas nuevas tendencias y nuevos entornos familiares, pasando juicio sobre la forma y manera en la que se desenvuelve la cotidianidad estas personas.  Juzgando el interior de las relaciones y el modo en que interactúan unos con otros.

Esta actitud nociva para el bien común, ha provocado que los sectores fundamentalistas hayan caído en actuaciones contradictorias, que son mutuamente excluyentes con la cristiandad.  Dejando así al descubierto, lo alejados que están de los verdaderos principios, valores y enseñanzas de un Cristo, que con Su vida, obra, palabra, muerte y resurrección, estableció los nuevos caminos a seguir.  Caminos llenos de tolerancia, armonía, respeto, paz, pero sobre todo, mucho, mucho amor.  Amor y aceptación al prójimo, en especial a los desvalidos, desventajados, marginados, señalados, y rechazados por el “orden social establecido”.  Orden al que hay que hacer frente cuando se reviste de injusticia hacia uno o más de nuestros hermanos, o cuando se torna obsoleto en su esencia.

En la coyuntura histórica que se encuentra Puerto Rico, donde vivimos tiempos apocalípticos, es vital que todos los líderes, de todos los ámbitos y todos los entornos, asuman un rol participativo a favor de la conciliación y convergencia.  Todos tenemos el deber de crear conciencia, y de evitar ser factores activos en la hecatombe que nos arropa.  La responsabilidad es de todos, pero los que se jactan de ser dirigentes de agrupaciones o de masas de gente, el peso de esa responsabilidad es doble.  No pueden convertirse en entes promotores de separación, segregación, o elitismo. 

Con Su ejemplo, el Jesús que yo conozco, estableció para nosotros estilos de vida donde, sin importar nuestras vastas diferencias, todos somos reconocidos como hijos de un mismo Dios, nacidos en igualdad de condiciones.  Al menos, ante Sus ojos.  

¡Levántate y anda!

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