por Carlos Esteban Cana
He escrito en varias
ocasiones sobre la escritora Rosa Montero. La ocasión más reciente fue en el
2014 cuando visitó a Puerto Rico como invitada de un festival literario y
presentaba su obra más reciente para esa fecha: La ridícula idea de no volver a verte.
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Fotografía: Ivonne Brown |
Hoy, sin embargo, en
“Aquí, allá y en todas partes” (serie que se ocupa del proceso creativo y que
publica casi con exclusividad el editor y escritor Caronte Campos Elíseos),
quiero compartir parte de lo que dejó en mí el primer encuentro que tuve con
esta primerísima escritora española. El mismo ocurrió en la Escuela de
Comunicación de la Universidad de Puerto Rico. En ese tiempo Montero, nacida en
Madrid en 1951, llegaba al Recinto de Río Piedras para hablar de periodismo y
también de su libro La loca de la casa
(Alfaguara, 2003). Obra particular en su catálogo, pues funde en sus páginas
los géneros de ficción y ensayo con elementos aparentemente autobiográficos; y que ha
recibido premios al mejor libro del año publicado en España, Italia y Francia. En una entrevista reciente con el escritor portugués Nelson Nunes por
videoconferencia, en la que el tema central era la literatura de viaje, Montero
señaló sobre este texto: “Es mi libro más interactivo. Es un libro en el que
juego con el lector el juego de la imaginación y de la creación. Lo jugamos
mano a mano. El libro está hecho como si fuera una autobiografía. Tú empiezas
ese libro y crees que estás leyendo mi autobiografía, pero llegas a un punto en
que te das cuenta de que te he engañado, que (lo narrado) tiene que ver con un
personaje. Como lector dices: ‘Si esta mujer me ha engañado hasta aquí, ¿en
cuántas más cosas me habrá engañado?’ La respuesta es: en muchas. Porque es
ficción. El libro es ficción. O sea, algunos pensamientos, lo que cuento de
otros autores y escritores, todo eso es documental; pero la trama del libro es
toda ficción. M no existe. Y tampoco no existe la hermana gemela que
supuestamente tengo y a la que está dedicada el libro. No tengo ninguna hermana
gemela ni no gemela. No tengo hermanas. O sea que es ficción”. El libro tiene
como base la conocida expresión de Santa Teresa de Jesús: “La imaginación es la
loca de la casa”.
Ya de regreso al punto
inicial, quiero destacar que escuchar a Rosa Montero en el 2004 fue todo un acontecimiento. Sus reflexiones acerca del proceso creativo y el periodismo, del arte de la
novela y la industria editorial fueron formuladas con tanta lucidez que, sin
duda alguna, sabía que estaba ante un genio. Y nunca había escuchado a nadie
que dijera tantas palabras por minuto, detalle que me confirmó la transcripción
del intercambio que la también periodista y columnista de El País, tuvo ese día
con estudiantes y profesores de la ‘uipi’.
Añado que se publicará en
dos partes esta conversación de Rosa Montero. He eliminado las preguntas para
que todo fluyera desde su propia voz y quise dejar intacta en lo posible la
dimensión coloquial de la tertulia. Por ello no edité demasiado. Pienso que en
ocasiones tiene validez preservar esa oralidad espontánea que está vinculada a
su vez con la atmósfera del lugar y el momento en que se da el encuentro.
Rosa Montero y el arte de
la novela, en sus propias palabras.
Cuando me dices que soy
una persona transgresora, es que me siento rarísima, no son categorías. Las
personas no nos dividimos en categorías ni te puedes poner una medalla o una
chapa que diga yo soy transgresora, yo soy modesta, yo soy callada. Somos
muchas cosas a lo largo de nuestra existencia y en cada uno de los momentos de
nuestra vida. Por otro lado, yo creo que todos los seres humanos somos
transgresores. Al final de uno de los libros que se llama, Historias de mujeres, la última línea dice: “Con este libro aprendí
que la normalidad es lo que no existe”. Ayer yo hablaba con Norma (Valle) en su
programa de radio, y decía que hay un equívoco en el mundo sobre lo que es lo
normal. Escribiendo Historias de mujeres
(porque escribir es una manera de pensar y los libros te enseñan muchas cosas),
tuve la conciencia más clara que nunca de algo que ya sospechaba antes y es
esto que te estoy diciendo: que hay un equívoco con la palabra normalidad.
Creemos y nos cuentan que lo normal es aquello que le sucede a la mayoría de la
gente, pero en realidad y casi siempre que se utiliza esta palabra no se
refiere a lo que le pasa a la mayoría de la gente, sino que se refiere a lo
normativo, es decir, a la ley. Y muchas veces esa ley no la cumple nadie, en
realidad. O sea, que es una entelequia, la normalidad es una entelequia, la
normalidad no existe. Yo creo que, si pones el microscopio sobre los seres
humanos, sobre los individuos, todos somos transgresores. O sea, todos nos
salimos de la norma, todos somos heterodoxos en algo, todos somos raros, todos
nos sentimos raros, todos nos sentimos distintos, todos nos sentimos distintos
al debe ser, al debe ser normativo, al debe ser de la normalización que además
va variando con las épocas y va variando con las sociedades y va variando con
los grupos sociales que estén en los momentos. Así que desde ese punto de vista
yo creo que somos transgresores, unos más o más visibles, otros menos. Otra
transgresión es más oculta. Hay sociedades donde la transgresión si es visible
te cuesta la vida, y en otras te cuesta otras cosas que no es la vida pero que
son graves. Tenemos la suerte de vivir en sociedades democráticas que son mucho
más permisivas, no estamos en el Afganistán de los talibanes, ¿verdad? Pero aún
así hasta en el Afganistán pues resulta que cuando todo estaba prohibido las
mujeres se organizaban para dar clases a las niñas. ¡Eso era una enorme
transgresión! ¡Imaginaros, dar clase a las niñas allí en esa sociedad era una
enorme transgresión! Lo conseguían y lo hacían. Se dio clases clandestinas a
las niñas durante años en el Afganistán de los talibanes.
La loca de la casa. Cómo fue que la imaginación se
apoderó del libro cuando yo lo que había querido hacer al principio era un
ensayo sobre lo que es escribir. Lo de escribir libros es una cosa de lo más
caprichosa, de lo más enigmática, de lo más misteriosa. La verdad es que
siempre cuando me preguntan: ¿Cómo escoge los temas de sus novelas? Pues siempre
contesto que yo no escojo las novelas, sino que las novelas me escogen a mí. Las novelas, en general, son los sueños de la humanidad. Para el escritor
también son como sus sueños. Es decir, la novela tiene la misma relación con el
escritor que el sueño con el soñante. Entonces es un sueño diurno del escritor
o de la escritora. Son imágenes que se te meten dentro de la cabeza sin que tú
las controles; imágenes, pensamientos, sentimientos, emociones. A veces las
novelas nacen de un corpúsculo, de un grumo ínfimo que yo lo llamo el
huevecillo y que es algo diminuto, que pueden ser cosas muy raras. De vez en
cuando es un rostro que ves en la calle. Te
trataré como una reina, que es mi tercera novela surgió así: del rostro de
una mujer que vi una vez en un bar de Sevilla; en un bar de mala muerte y
completamente cutre y terrorífico donde ella estaba sirviendo copas detrás de una barra,
del mostrador. Y que cuando terminaba de servir copas en ese bar terrorífico y
de mala muerte se quitaba el guardapolvo y debajo llevaba un traje de tejido
sintético espantoso, azul brillante, con unas pestañas postizas enormes; una
mujer como de 40 años. Y entonces se iba a un piano con caja de ritmo, de esos en
los que aprietas un botón. Entonces se iba ahí y se ponía a tocar y a cantar
como si fuera una animadora de hotel de lujo. La pobre resultaba tremendamente
patética en ese lugar tristísimo, fuera de lugar y de sitio, con su traje
sintético. Y al mismo tiempo resultaba tremendamente conmovedora porque
verdaderamente sabía tocar el piano, ¿Y qué le había pasado en la vida a esa mujer
--habiendo tenido obviamente otros sueños y otros deseos y otras ambicionas en
su vida-- para terminar ahí? Hay vidas que se viven y hay vidas que atropellan. Hay gente que es atropellada por la vida como a quien le atropella un tren,
¿no? Entonces esta mujer era evidentemente una persona atropellada por su
existencia. Y claro, podía haberme acercado y haberle preguntado cómo era su vida,
pero me parecía muy cruda, muy dura. Entonces en vez de hacer eso me inventé su
vida y así surge esa novela. ¿Por qué me conmovió tanto? Pues no sé. Resultaba conmovedora,
pero puedes ver gente así que no se te quede adentro. Esa se me quedó adentro y
me obligó, me obligó, me obligó a escribir una novela sobre ella.
Otras novelas surgen de
una frase que se te enciende dentro de la cabeza, de repente. Cosas increíbles. Una novela que se llama Bella y oscura,
surgió de una frase que se me iluminó como si tuviera neón que dice: Hay un momento en que todo viaje se
convierte en una pesadilla. Y esa frase empezó a torturarme, empezó a
obsesionarme y me obligó a escribir una novela también. Imaginaos si no es muy
enigmático. Y además fijaos que yo tardo como tres o cuatro años en escribir
una novela. Y durante ese tiempo, el primer año y medio, la mitad del tiempo
pongamos, lo paso desarrollando la historia en montones de cuadernitos que
llevo siempre. Tengo siempre en el bolso cuadernitos. Tengo cuadernitos en
casa, por todas partes. Entonces voy desarrollando la historia, empiezo a poner
notas. Ya, a medida que va avanzando la historia, cada vez es más compleja. Ya
llegas a escribir todo eso a mano, llegas a escribir escenas concretas y tal. Y
ya al final de esa etapa, de la etapa del cuaderno pues es que tengo toda,
toda, toda la novela completamente hecha. Además yo soy muy arquitectónica. Me
interesa muchísimo la estructura de las novelas, hay otros autores que no lo
son. Autores maravillosos que no son arquitectónicos, pero yo sí soy de ese
tipo. La estructura de la novela me es importantísima; entonces construyo que
el detalle que hay en la primera página tenga que ver con una cosa que viene en
la página 327. Y que haya una simetría y yo no sé qué. Las estructuras son
importantes. Al final de esa primera
parte ya sé que va a tener 37 capítulos; que cada capítulo va a tener tantos
personajes; que va a pasar esta acción en concreto; que además hago mapas de
las estructuras; hago montones de fichas; trabajo de papeles y papeles que
lleno siete mesas y tal. Y cuando ya lo tengo todo clarísimo me siento en el
ordenador. Empiezo otro viaje de la escritura en sí de año y medio y cambia
completamente. Entonces en vez de tener 37 capítulos tienes 42, un personaje
principal desaparece, un personaje secundario se convierte en el personaje
principal, uno se muere en mitad del segundo capítulo, y así, ¿no? Porque las
novelas son organismos vivos que te van enseñando. Ya te digo son como los
sueños, te van enseñando en cada momento; en cada momento por donde quieren ir. Y lo que tiene que aprender el escritor. Una cosa fundamental que tiene que
aprender el narrador es liberar a sus personajes. Sí, a sus personajes. Liberar
la historia. A mí me costó muchísimo aprenderlo como nos cuesta a todos los
escritores porque al principio el novelista joven es un novelista verborreico.
Siempre lo hemos sido, yo lo he sido también, desde luego. Y que intenta decirle
al mundo todo lo que sabe; el novelista joven escribe de lo que sabe. Cuenta
todo lo que sabe, cuenta, cuenta y cuenta. Y el novelista adulto escribe de lo
que no sabe que sabe. Es decir, el novelista adulto comienza a desaparecer, a
difuminarse como individuo consciente y
da una historia que no es una historia suya, sino que son historias que le
atraviesan y le empiezan a salir. No sé si me he explicado bien. Librarte de
eso, de la presión de tu propio conocimiento, de la presión del yo, la presión
de tu propia historia, de tu propia biografía. La verdad es que cuesta mucho aprenderlo. Yo lo aprendí con mi tercera novela, Te trataré como a una reina, esta que os he dicho que surgió de la
visión de esta mujer del bar. Y fue gracias a que quería dejar de contar cosas
que estuvieran dentro de mi mundo y que estuvieran cerca de mi realidad, pues
decidí escribir una novela que cultivara el feísmo. Escoger una historia que no
tuviera nada que ver conmigo; escoger personajes como esta mujer que bordea el
analfabetismo, la falta de control sobre su propia existencia, sobre su
realidad. Entonces, a pesar de ser personajes tan lejanos a lo que uno aspira a
ser además y que es muy difícil pues llegar a identificarme, llegarme a sentir
dentro de ellos, como le pasaba a Flaubert, ¿verdad? Esa fue la vía de Flaubert
también. Yo creo que es una guía buena para los escritores jóvenes a la hora de buscar la universalización.
Hay dos maneras de llegar a los valores
universales. Una de ellas es partir de algo que no tiene absolutamente nada ver
contigo, de personajes que son absolutamente antitéticos y luchar tanto para
profundizar con ellos que llegues a esa zona magmática que llevamos todos los
seres humanos en nuestro interior y que ya es la zona común; porque si bajas
muy dentro de ti llegas a romperte en donde todos somos iguales. ¿No? Puedes
escoger a esos personajes que no tienen nada ver contigo y llegas a luchar para
entenderlos y meterte. Que sería el caso de Flaubert con su Madame Bovary, que recordareis que se
pasó como cinco o seis años, y escribía cartas desesperadas porque decía: “¿Qué
hago yo escribiendo sobre estos burgueses de mierda?” Decía exactamente así: “No les entiendo. No me importa nada. ¿Por qué me he metido a escribir esta
novela?” Y al final, cuando termina de hacer su maravilloso libro, por otra parte,
dijo esa frase famosa de “Madame Bovary soy yo”, que por lo que he visto además
es una frase apócrifa y que no la dijo nunca. Pero que no importa, aunque sea
una frase mentirosa y que no la dijera nunca es una frase verdadera porque, sin
duda, se sentía así. Sin duda sintió que Madame Bovary era él.
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Carlos Esteban Cana – Comunicador y escritor. Nació en Bayamón, Puerto Rico, pero se crió en el pueblo costero de Cataño. Fundador de la revista y colectivo TALLER LITERARIO, publicación alternativa que marcó la última década de creación literaria boricua en el siglo XX. Ha trabajado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña como Coordinador Editorial, Director de Prensa para la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico y como Coordinador de Medios para el Encuentro de Escritores De-Generaciones. Su periodismo cultural ha sido publicado en periódicos y publicaciones como Dialogo, Cayey, CulturA, El Nuevo Día, y Resonancias, entre otras. Fue parte del colectivo El Sótano 00931. Colaboro con el poeta Julio Cesar Pol, junto a Nicole Cecilia Delgado y Loretta Collins, en la antología Los Rostros de la Hidra.
Su periodismo cultural es reproducido en diversos espacios y bitácoras cibernéticas, con columnas como: Breves en la cartografía cultural; Aquí allá y en todas partes; Crónicas urbanas y el boletín En las letras, desde Puerto Rico, en bitácoras como Confesiones, Sólo Disparates, Panaceas y placebos, Boreales, Revista Isla Negra y en periódicos como El Post Antillano. Tiene tres libros publicados: Universos (micro-cuentos); Testamento (antología poética; una selección de 46 cuadernos) y Catarsis de maletas (cuentos). Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y desarrolla la plataforma multi-mediática Servicios de Prensa Cultural. Para Carlos Esteban Cana profesar creación y cultura es como recibir oxígeno; vehículos que le permiten ejercer su libertad.