domingo, 24 de mayo de 2020

La reapertura

por  Caronte Campos Elíseos


Nota Aclaratoria: Algunos lectores imaginarios me han escrito preguntando las razones para no mencionar los niños hasta mi escrito anterior.  
La explicación es simple... Efecto Mandela.


Por otro lado, está la reapertura parcial de la actividad económica.  Dejando a un lado mi hábito de hacerme acompañar solo de espíritus y fantasmas, trataré de ser lo más objetivo posible.  Si bien es cierto que el país necesita reactivar algunos sectores económicos y mantener accesibles los que ofrecen servicios y productos de primera necesidad, también es cierto que no puede ser en detrimento de la salud pública.  Ciertamente, hay miles que necesitan retornar a sus empleos y devengar un salario (aunque la ley laboral solo provea para un salario de hambre); otros miles han perdido el trabajo con el que se ganaban el pan para algunos días (aunque fuera solo pan y agua); y los que dependen del gobierno para recibir alguna asistencia económica, han sido abandonados a su suerte después del colapso de las instituciones públicas.  Sumado esto a los que se emplean por cuenta propia, que no han podido salir a sus labores y muchos no han logrado acceder a las migajas que les arrojan desde La Fortaleza; ni hablar de los pequeños y medianos comerciantes que se han visto obligados a desangrar sus cuentas personales.  Amén de los cientos de miles de feligreses que no han podido acudir a rezar al dios de su predilección, y así cumplir con la promesa del diezmo (suponiendo que no lo hayan presentado por ATH móvil).  Ni hablar de los que, luego de 60 días encerrados, darían la vida (incluso al COVID) por ir a la playa y de chinchorreo; a cementerios, a los moteles, cine, barras, centros comerciales, y otras actividades pseudo culturales.      

Con ese escenario, es justo y necesario la pronta recuperación y reactivación de la actividad económica.  Lo que complica y crea suspicacia (como habrán notado, a mi todo me crea suspicacia) es la reapertura a ciegas.  En momentos en que hasta los funcionarios gubernamentales, incluido el Secretario de Salud, han salido corriendo como gallinas sin cabezas a someterse a las pruebas (las mismas que se niegan a realizar al resto de la gente), se insiste en dicha reapertura.  Esto, sin poder garantizar al menos, que las estadísticas que ofrecen diariamente tienen un mínimo o ningún margen de error.  Pero es todo lo contrario.  Han aceptado burdamente, que sus propios números no son de fiar y que pueden ser hasta cierto punto, falsos.  Era de esperarse. Más cuando ninguno de los miembros de la fuerza médica convocada para atender la pandemia, atiende pacientes con la enfermedad que se pretende controlar; y sin temor a equivocarme, ninguno de ellos es epidemiólogo.  Más aun, todavía no cuentan, después de casi tres meses de arduo trabajo (Onomatopeya de la risa), con un rastreo de contactos para los casos positivos y poder así detectar posibles contagios; los que al final del día, andan por la libre comunidad como bombas de tiempo activadas.    

Por el otro lado, la reapertura la apresuran los de la fuerza económica convocada para, entre otras cosas, desarrollar un plan para minimizar el impacto del virus en la ya maltrecha economía nacional; junto a su batallón de cabilderos y oportunistas que medran siempre de las desgracias de los pobres constituyentes.  Entre los cuales podrían sumarse los que, con bizcocho y todo, celebraron la llegada del virus y sus efectos en sus millonarias cuentas de bancos.  De algo estoy casi seguro (nunca estoy seguro de nada), cuando comencemos a entrar a los centros comerciales y mega tiendas, no veremos allí sus dueños ni presidentes exponiendo sus familias en el recibimiento de los posibles contagiados.  Ese trabajo de alto riesgo es para los de a $7.25 p/h.  Esta película dramática nos deja a merced de las dos fuerzas convocadas trabajando para el lado oscuro.


Pero todo esto mi estimado lector, no debe extrañarle.  Con el gobierno desembolsando fondos a “tutiplain”, era lógico que los buitres y los tiburones se arrimaran para morder la mayor parte y quitarle lo poco que usted tiene en su bolsillo.  Figúrese usted, después de pasar más tiempo encerrados en sus casas que el que Jesucristo pasó en el desierto ayunando, los parroquianos están desesperado por salir y poder vender, si se requiere, sus almas al mismísimo diablo.  Estas semanas serán de gran importancia para los que desean y piensan salir a gastar lo que recibieron, bien sean los fondos de Trump, los del Departamento del Trabajo o los de Hacienda.  Cuando regresen a sus casas luego de los pasadías, a sobrevivir el resto del confinamiento, no les va a quedar ni para las necesidades más básicas.  Tétrico panorama si se considera que está muy lejos la posibilidad de que Casa Blanca envíe otro cheque.

Así las cosas, los moralmente flexibles legisladores, pasan un decreto para llevar a votación por enésima vez el estatus.  Esta vez toca el turno a decidir en Plebiscito, Estadidad sí o no (para lo cual, al igual que para la transacción de las pruebas fraudulentas, sí hay capital con la anuencia de la JCF).  El estatus colonial y el puto estado de derecho son tan sencillos (por no decir inservibles e ineficaces), que solo los políticos se confunden.  Los Estados Unidos de Norte América han reiterado en múltiples ocasiones, que no tienen intenciones de anexar a Puerto Rico aunque el voto provenga de las huestes de ángeles celestiales.  Pero el momento es propicio, porque el voto ya fue pagado por adelantado.  La inmensa mayoría de los puertorriqueños asocian la estadidad con recibir dinero.  A tales efectos, los depósitos de estas últimas semanas caen como anillo al dedo.  Aunque no sabemos ni entendemos de donde salen los chavos depositados, creemos por fe divina que son dadivas de los que ya una vez nos curaron de los piojos y los parásitos. 

Espero de buena fe (esto es un cliché para no ser anticlimático), que las migajas recibidas no sirvan para borrar la memoria corta de este pueblo.  Todavía tenemos en las costillas los estragos de las últimas tres tragedias nacionales.  Ninguna de ellas ha sanado del todo y el gobierno actúa como si nunca hubieran ocurrido.  Para lo único que han sido agiles y eficientes, ha sido para declarar zonas de desastres que liberan fondos que desvían con mucha maña y velocidad hacia sus propias cuentas y las de sus allegados.  No existe fortuna que pague las vidas perdidas por la ineptitud e incapacidad de las autoridades luego de los huracanes; tampoco las vidas y propiedades afectadas por los terremotos, que todavía viven la pesadilla diaria sin respuesta oficial.  Y por si fuera poco, todavía estamos esperando el desenlace de esta última tragicomedia del coronavirus, que ya ha cobrado decenas de vidas.  También nos ha costado muchos sacrificios mantener el llamado distanciamiento social (esta última parte para mí ha sido un verdadero placer)

No se olvide cuando por fin pueda salir libremente a votar estas próximas elecciones, que los $1,200 de Trump los gastó en una semana; mientras que lleva viviendo en la miseria del desgobierno, por más de 68 años. 

¡Levántate y anda!


martes, 19 de mayo de 2020

Aquí, allá y en todas partes: Rosa Montero y el arte de la novela, en sus propias palabras (Primera parte)

por Carlos Esteban Cana

He escrito en varias ocasiones sobre la escritora Rosa Montero.  La ocasión más reciente fue en el 2014 cuando visitó a Puerto Rico como invitada de un festival literario y presentaba su obra más reciente para esa fecha: La ridícula idea de no volver a verte.

Fotografía: Ivonne Brown
Hoy, sin embargo, en “Aquí, allá y en todas partes” (serie que se ocupa del proceso creativo y que publica casi con exclusividad el editor y escritor Caronte Campos Elíseos), quiero compartir parte de lo que dejó en mí el primer encuentro que tuve con esta primerísima escritora española.  El mismo ocurrió en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico.  En ese tiempo Montero, nacida en Madrid en 1951, llegaba al Recinto de Río Piedras para hablar de periodismo y también de su libro La loca de la casa (Alfaguara, 2003).  Obra particular en su catálogo, pues funde en sus páginas los géneros de ficción y ensayo con elementos aparentemente autobiográficos; y que ha recibido premios al mejor libro del año publicado en España, Italia y Francia.  En una entrevista reciente con el escritor portugués Nelson Nunes por videoconferencia, en la que el tema central era la literatura de viaje, Montero señaló sobre este texto: “Es mi libro más interactivo. Es un libro en el que juego con el lector el juego de la imaginación y de la creación.  Lo jugamos mano a mano. El libro está hecho como si fuera una autobiografía. Tú empiezas ese libro y crees que estás leyendo mi autobiografía, pero llegas a un punto en que te das cuenta de que te he engañado, que (lo narrado) tiene que ver con un personaje. Como lector dices: ‘Si esta mujer me ha engañado hasta aquí, ¿en cuántas más cosas me habrá engañado?’  La respuesta es: en muchas. Porque es ficción. El libro es ficción. O sea, algunos pensamientos, lo que cuento de otros autores y escritores, todo eso es documental; pero la trama del libro es toda ficción.  M no existe. Y tampoco no existe la hermana gemela que supuestamente tengo y a la que está dedicada el libro.  No tengo ninguna hermana gemela ni no gemela. No tengo hermanas.  O sea que es ficción”.  El libro tiene como base la conocida expresión de Santa Teresa de Jesús: “La imaginación es la loca de la casa”.

Ya de regreso al punto inicial, quiero destacar que escuchar a Rosa Montero en el 2004 fue todo un acontecimiento.  Sus reflexiones acerca del proceso creativo y el periodismo, del arte de la novela y la industria editorial fueron formuladas con tanta lucidez que, sin duda alguna, sabía que estaba ante un genio.  Y nunca había escuchado a nadie que dijera tantas palabras por minuto, detalle que me confirmó la transcripción del intercambio que la también periodista y columnista de El País, tuvo ese día con estudiantes y profesores de la ‘uipi’.

Añado que se publicará en dos partes esta conversación de Rosa Montero.  He eliminado las preguntas para que todo fluyera desde su propia voz y quise dejar intacta en lo posible la dimensión coloquial de la tertulia.  Por ello no edité demasiado.  Pienso que en ocasiones tiene validez preservar esa oralidad espontánea que está vinculada a su vez con la atmósfera del lugar y el momento en que se da el encuentro.

Rosa Montero y el arte de la novela, en sus propias palabras.

Cuando me dices que soy una persona transgresora, es que me siento rarísima, no son categorías.  Las personas no nos dividimos en categorías ni te puedes poner una medalla o una chapa que diga yo soy transgresora, yo soy modesta, yo soy callada.  Somos muchas cosas a lo largo de nuestra existencia y en cada uno de los momentos de nuestra vida. Por otro lado, yo creo que todos los seres humanos somos transgresores.  Al final de uno de los libros que se llama, Historias de mujeres, la última línea dice: “Con este libro aprendí que la normalidad es lo que no existe”.  Ayer yo hablaba con Norma (Valle) en su programa de radio, y decía que hay un equívoco en el mundo sobre lo que es lo normal.  Escribiendo Historias de mujeres (porque escribir es una manera de pensar y los libros te enseñan muchas cosas), tuve la conciencia más clara que nunca de algo que ya sospechaba antes y es esto que te estoy diciendo: que hay un equívoco con la palabra normalidad. Creemos y nos cuentan que lo normal es aquello que le sucede a la mayoría de la gente, pero en realidad y casi siempre que se utiliza esta palabra no se refiere a lo que le pasa a la mayoría de la gente, sino que se refiere a lo normativo, es decir, a la ley.  Y muchas veces esa ley no la cumple nadie, en realidad.  O sea, que es una entelequia, la normalidad es una entelequia, la normalidad no existe.  Yo creo que, si pones el microscopio sobre los seres humanos, sobre los individuos, todos somos transgresores.  O sea, todos nos salimos de la norma, todos somos heterodoxos en algo, todos somos raros, todos nos sentimos raros, todos nos sentimos distintos, todos nos sentimos distintos al debe ser, al debe ser normativo, al debe ser de la normalización que además va variando con las épocas y va variando con las sociedades y va variando con los grupos sociales que estén en los momentos.  Así que desde ese punto de vista yo creo que somos transgresores, unos más o más visibles, otros menos.  Otra transgresión es más oculta.  Hay sociedades donde la transgresión si es visible te cuesta la vida, y en otras te cuesta otras cosas que no es la vida pero que son graves.  Tenemos la suerte de vivir en sociedades democráticas que son mucho más permisivas, no estamos en el Afganistán de los talibanes, ¿verdad?  Pero aún así hasta en el Afganistán pues resulta que cuando todo estaba prohibido las mujeres se organizaban para dar clases a las niñas.  ¡Eso era una enorme transgresión! ¡Imaginaros, dar clase a las niñas allí en esa sociedad era una enorme transgresión! Lo conseguían y lo hacían.  Se dio clases clandestinas a las niñas durante años en el Afganistán de los talibanes.

La loca de la casa.  Cómo fue que la imaginación se apoderó del libro cuando yo lo que había querido hacer al principio era un ensayo sobre lo que es escribir.  Lo de escribir libros es una cosa de lo más caprichosa, de lo más enigmática, de lo más misteriosa.  La verdad es que siempre cuando me preguntan:  ¿Cómo escoge los temas de sus novelas?  Pues siempre contesto que yo no escojo las novelas, sino que las novelas me escogen a mí.  Las novelas, en general, son los sueños de la humanidad.  Para el escritor también son como sus sueños. Es decir, la novela tiene la misma relación con el escritor que el sueño con el soñante. Entonces es un sueño diurno del escritor o de la escritora.  Son imágenes que se te meten dentro de la cabeza sin que tú las controles; imágenes, pensamientos, sentimientos, emociones.  A veces las novelas nacen de un corpúsculo, de un grumo ínfimo que yo lo llamo el huevecillo y que es algo diminuto, que pueden ser cosas muy raras.  De vez en cuando es un rostro que ves en la calle.  Te trataré como una reina, que es mi tercera novela surgió así: del rostro de una mujer que vi una vez en un bar de Sevilla; en un bar de mala muerte y completamente cutre y terrorífico donde ella estaba sirviendo copas detrás de una barra, del mostrador.  Y que cuando terminaba de servir copas en ese bar terrorífico y de mala muerte se quitaba el guardapolvo y debajo llevaba un traje de tejido sintético espantoso, azul brillante, con unas pestañas postizas enormes; una mujer como de 40 años.  Y entonces se iba a un piano con caja de ritmo, de esos en los que aprietas un botón.  Entonces se iba ahí y se ponía a tocar y a cantar como si fuera una animadora de hotel de lujo.  La pobre resultaba tremendamente patética en ese lugar tristísimo, fuera de lugar y de sitio, con su traje sintético. Y al mismo tiempo resultaba tremendamente conmovedora porque verdaderamente sabía tocar el piano, ¿Y qué le había pasado en la vida a esa mujer --habiendo tenido obviamente otros sueños y otros deseos y otras ambicionas en su vida-- para terminar ahí?  Hay vidas que se viven y hay vidas que atropellan.  Hay gente que es atropellada por la vida como a quien le atropella un tren, ¿no? Entonces esta mujer era evidentemente una persona atropellada por su existencia.  Y claro, podía haberme acercado y haberle preguntado cómo era su vida, pero me parecía muy cruda, muy dura.  Entonces en vez de hacer eso me inventé su vida y así surge esa novela. ¿Por qué me conmovió tanto?  Pues no sé. Resultaba conmovedora, pero puedes ver gente así que no se te quede adentro.  Esa se me quedó adentro y me obligó, me obligó, me obligó a escribir una novela sobre ella.

Otras novelas surgen de una frase que se te enciende dentro de la cabeza, de repente.  Cosas increíbles.  Una novela que se llama Bella y oscura, surgió de una frase que se me iluminó como si tuviera neón que dice: Hay un momento en que todo viaje se convierte en una pesadilla.  Y esa frase empezó a torturarme, empezó a obsesionarme y me obligó a escribir una novela también. Imaginaos si no es muy enigmático.  Y además fijaos que yo tardo como tres o cuatro años en escribir una novela.  Y durante ese tiempo, el primer año y medio, la mitad del tiempo pongamos, lo paso desarrollando la historia en montones de cuadernitos que llevo siempre.  Tengo siempre en el bolso cuadernitos. Tengo cuadernitos en casa, por todas partes.  Entonces voy desarrollando la historia, empiezo a poner notas. Ya, a medida que va avanzando la historia, cada vez es más compleja.  Ya llegas a escribir todo eso a mano, llegas a escribir escenas concretas y tal.  Y ya al final de esa etapa, de la etapa del cuaderno pues es que tengo toda, toda, toda la novela completamente hecha.  Además yo soy muy arquitectónica.  Me interesa muchísimo la estructura de las novelas, hay otros autores que no lo son.  Autores maravillosos que no son arquitectónicos, pero yo sí soy de ese tipo.  La estructura de la novela me es importantísima; entonces construyo que el detalle que hay en la primera página tenga que ver con una cosa que viene en la página 327.  Y que haya una simetría y yo no sé qué. Las estructuras son importantes.   Al final de esa primera parte ya sé que va a tener 37 capítulos; que cada capítulo va a tener tantos personajes; que va a pasar esta acción en concreto; que además hago mapas de las estructuras; hago montones de fichas; trabajo de papeles y papeles que lleno siete mesas y tal.  Y cuando ya lo tengo todo clarísimo me siento en el ordenador. Empiezo otro viaje de la escritura en sí de año y medio y cambia completamente.  Entonces en vez de tener 37 capítulos tienes 42, un personaje principal desaparece, un personaje secundario se convierte en el personaje principal, uno se muere en mitad del segundo capítulo, y así, ¿no?  Porque las novelas son organismos vivos que te van enseñando.  Ya te digo son como los sueños, te van enseñando en cada momento; en cada momento por donde quieren ir.  Y lo que tiene que aprender el escritor.  Una cosa fundamental que tiene que aprender el narrador es liberar a sus personajes. Sí, a sus personajes.  Liberar la historia.  A mí me costó muchísimo aprenderlo como nos cuesta a todos los escritores porque al principio el novelista joven es un novelista verborreico. Siempre lo hemos sido, yo lo he sido también, desde luego.  Y que intenta decirle al mundo todo lo que sabe; el novelista joven escribe de lo que sabe.  Cuenta todo lo que sabe, cuenta, cuenta y cuenta.  Y el novelista adulto escribe de lo que no sabe que sabe. Es decir, el novelista adulto comienza a desaparecer, a difuminarse  como individuo consciente y da una historia que no es una historia suya, sino que son historias que le atraviesan y le empiezan a salir.  No sé si me he explicado bien. Librarte de eso, de la presión de tu propio conocimiento, de la presión del yo, la presión de tu propia historia, de tu propia biografía.  La verdad es que cuesta mucho aprenderlo.  Yo lo aprendí con mi tercera novela, Te trataré como a una reina, esta que os he dicho que surgió de la visión de esta mujer del bar.  Y fue gracias a que quería dejar de contar cosas que estuvieran dentro de mi mundo y que estuvieran cerca de mi realidad, pues decidí escribir una novela que cultivara el feísmo.  Escoger una historia que no tuviera nada que ver conmigo; escoger personajes como esta mujer que bordea el analfabetismo, la falta de control sobre su propia existencia, sobre su realidad.  Entonces, a pesar de ser personajes tan lejanos a lo que uno aspira a ser además y que es muy difícil pues llegar a identificarme, llegarme a sentir dentro de ellos, como le pasaba a Flaubert, ¿verdad? Esa fue la vía de Flaubert también. Yo creo que es una guía buena para los escritores jóvenes a la hora de buscar la universalización.

Hay dos maneras de llegar a los valores universales.  Una de ellas es partir de algo que no tiene absolutamente nada ver contigo, de personajes que son absolutamente antitéticos y luchar tanto para profundizar con ellos que llegues a esa zona magmática que llevamos todos los seres humanos en nuestro interior y que ya es la zona común; porque si bajas muy dentro de ti llegas a romperte en donde todos somos iguales. ¿No?  Puedes escoger a esos personajes que no tienen nada ver contigo y llegas a luchar para entenderlos y meterte.  Que sería el caso de Flaubert con su Madame Bovary, que recordareis que se pasó como cinco o seis años, y escribía cartas desesperadas porque decía: “¿Qué hago yo escribiendo sobre estos burgueses de mierda?”  Decía exactamente así:  “No les entiendo.  No me importa nada.  ¿Por qué me he metido a escribir esta novela?”  Y al final, cuando termina de hacer su maravilloso libro, por otra parte, dijo esa frase famosa de “Madame Bovary soy yo”, que por lo que he visto además es una frase apócrifa y que no la dijo nunca. Pero que no importa, aunque sea una frase mentirosa y que no la dijera nunca es una frase verdadera porque, sin duda, se sentía así.  Sin duda sintió que Madame Bovary era él.
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Carlos Esteban Cana – Comunicador y escritor.  Nació en Bayamón, Puerto Rico, pero se crió en el pueblo costero de Cataño. Fundador de la revista y colectivo TALLER LITERARIO, publicación alternativa que marcó la última década de creación literaria boricua en el siglo XX.  Ha trabajado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña como Coordinador Editorial, Director de Prensa para la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico y como Coordinador de Medios para el Encuentro de Escritores De-Generaciones.  Su periodismo cultural ha sido publicado en periódicos y publicaciones como Dialogo, Cayey, CulturA, El Nuevo Día, y Resonancias, entre otras.  Fue parte del colectivo El Sótano 00931.  Colaboro con el poeta Julio Cesar Pol, junto a Nicole Cecilia Delgado y Loretta Collins, en la antología Los Rostros de la Hidra.


Su periodismo cultural es reproducido en diversos espacios y bitácoras cibernéticas, con columnas como: Breves en la cartografía cultural; Aquí allá y en todas partes; Crónicas urbanas y el boletín En las letras, desde Puerto Rico, en bitácoras como ConfesionesSólo Disparates, Panaceas y placebos, Boreales, Revista Isla Negra y en periódicos como El Post Antillano.  Tiene tres libros publicados: Universos (micro-cuentos); Testamento (antología poética; una selección de 46 cuadernos) y Catarsis de maletas (cuentos).  Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y desarrolla la plataforma multi-mediática Servicios de Prensa Cultural.  Para Carlos Esteban Cana profesar creación y cultura es como recibir oxígeno; vehículos que le permiten ejercer su libertad.

lunes, 11 de mayo de 2020

Corona-reflexiones

por  Caronte Campos Elíseos


Durante este tiempo de cuarentena, que ya entró en su segundo ciclo, he podido tomar espacios para reflexionar.  Entre las necedades que han pasado por mi mente en esos minutos menos lucidos, aparecen pasatiempos que he postergado.  Asignaturas pendientes que siempre he deseado realizar, pero que por alguna razón quedan sobre el tintero.  Razones de peso, como la falta de tiempo, el exceso de trabajo; el poco interés, la desidia y la pereza, son algunos de los obstáculos que evitan que las realice.  Y aunque debo confesar que, a más de cincuenta días en confinamiento, no he comenzado ninguna de ellas, espero algún día retomarlas.  La pregunta obligada que me haría cualquier persona sensata sería, ¿Por qué no las he realizado en todo este tiempo de distanciamiento social?  La respuesta es muy sencilla y multifactorial.  En primer lugar, yo he vivido siempre en aislamiento y en segregación social, lo que por eliminación descarta ese planteamiento; segundo, la expansión intelectual no me alcanza para tanto; tercero, el encierro que antes era voluntario, pero se hizo obligatorio por orden ejecutiva, ha traído a mi escenario las causas perfectas para aislarme, la depresión y los desórdenes mentales y emocionales.  


Cabe señalar que no todos concebimos el tiempo con el mismo concepto.  Estarán los que continúan sumergidos en sus rutinas diarias, trasladadas desde oficinas hasta sus hogares; estarán los que han visto su jornada duplicada o triplicada por la práctica de roles simultáneos, haciendo las veces de trabajadores desde casa, padres, madres, maestros y maestras de sus demandantes hijos (lo que no necesariamente implica educación).  También estarán los que, confrontando problemas de adaptación a estas nuevas formas de vida, habrán experimentado síntomas psicológicamente diagnosticables.  Yo, por mi parte, solo he sido víctima de mis propios fantasmas; incapacidades mentales y mis ya hartos conocidos, malos hábitos y pobres costumbres.  Pienso que algún asiduo lector podrá identificarse conmigo, por lo que comparto aquí algunas de esas actividades que, hasta el sol de hoy, no he concretado pero que no pierdo la fe (tiene mi permiso para insertar aquí la onomatopeya de la risa) de algún día verlas consumadas.  ¡Que las disfruten!

20 Actividades postergadas por falta de tiempo:         

1.     Completar un rompecabezas
2.     Aprender a bailar
3.     Escribir un cuento
4.     Tomar cursos por internet
5.     Ejercitarme
6.     Dejar los vicios de alcohol y medicamentos expirados
7.     Desarrollar un poema
8.     Meditar
9.     Escuchar buena música
10. Visitar a mi madre
11.   Practicar otro idioma
12.   Cocinar o aprender a usar el microondas
13.   Relaciones amorosas de encuentros cercanos
14.   Bajar de peso (a uno medicamente saludable)
15.   Ver algún documental
16.    Realizar un dibujo (quizás tomar clases primero)
17.    Componer una canción
18.    Leer un libro
19.    Compartir más con los niños
20.    Re-descubrir mi yo interior (el primero que descubrí no me agradó)

Son tantas cosas sin realizar, que el tiempo no me alcanza para escribirlas todas.  Pero he dejado las dos más trascendentales y prioritarias para la ñapa.  Quizás en otra entrega pueda continuar enumerando mi agenda inconclusa.

21.  Mejorar la higiene personal
22. Limpiar mi casa (al menos descartar los viejos periódicos y las botellas con aroma a ron añejo)

¡Levántate y anda!


martes, 5 de mayo de 2020

En las letras, desde Puerto Rico. Serie De los archivos: de cómo pude cubrir un evento literario

por Carlos Esteban Cana

En una de las entregas recientes de este boletín hice referencia a algunos reportajes y entrevistas que tuve el gusto de redactar jugando con la estructura o exigiéndome nuevas maneras de cómo conseguir la información, y de igual manera cómo contar lo narrado. A continuación, comparto uno de esos escritos.  Este se titula Entre poetas, cuenteros y menciones… hasta donde se pudo, y en el mismo eché mano del recurso del diálogo (que está en formato de italic o bastardilla).  Eso me permitió intercalar de manera más fluida las reflexiones de las diferentes personalidades que me concedieron unos minutos.  En cambio, mis comentarios, a modo de breves soliloquios, fueron intercalados entre uno y otro de los diálogos.  Comencé esa tarea cuando concluyó una entrega de premios en el Ateneo Puertorriqueño. Esto ocurrió en noviembre de 2005 y al mes siguiente fue publicado en el periódico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico. 

Aunque por diferencias entre el diseñador (que trabajaba por servicios profesionales) y la gerencia del medio, el reportaje salió distorsionado e incompleto.  Sin embargo, por ser un escrito que tiene como base el proceso creativo aún conserva su valor y se deja leer.  Y aún más cuando los entrevistados fueron l@s poetas Rosa Vanessa Otero, Etnairis Ribera y Mario Antonio Rosa, el músico y compositor Javier de la Torre (que fue galardonado por una obra basada en la poesía de Zoé Jiménez Corretjer), el dramaturgo Carlos Canales, y l@s narradores Antonio Aguado Charneco y María Gisela Rosado.  Es decir, que 15 años después usted puede acceder a la versión íntegra, sin distorsión alguna.  Vale destacar que algunos de los manuscritos mencionados fueron publicados posteriormente por el tesón de los propios escritores en diferentes editoriales.


ENTRE POETAS, CUENTEROS Y MENCIONES... HASTA DONDE SE PUDO

Había esperado el último aplauso para comenzar a abordar, con grabadora en mano, a la mayor cantidad de ellos.  Se comenzaban a desparramar como manada sin control cuando dijeron que en el primer piso había vinos y picaderas para agasajarlos.  Había que actuar pronto, si quería obtener comentarios de varios de ellos para redactar esta nota.

Haciendo malabares entre los que se felicitaban llegué hasta Rosa Vanessa Otero.

-Háblame del poemario premiado, "Encarnaciones".

-"Encarnaciones viene siendo la segunda parte o un desarrollo del poemario que fue premiado en el 2000, que se titula "La vocal en cinta"; por tal motivo espero publicarlos juntos, porque forman, de algún modo, una unidad.  "La vocal encinta" era un esfuerzo para acercarme la palabra como cosa sagrada, y desde ese absoluto me acercaba a ella.  En "Encarnaciones" se da una fractura de aquel concepto original porque me enfrento al fracaso de aquellos intentos, pero creando del fracaso una cierta belleza...

-Que es la encarnación del poema.

-Correcto.  Se titula "Encarnaciones" porque vivía todo en carne viva, en aquel momento a nivel personal, pero también porque los poemas desean de un modo ser criaturas, ser cosas vivas que surgen de un intento anterior.  El resultado son esas "encarnaciones" porque no les puedo llamar personas.  No son seres pero está mi carne en ellos.

Precisamente cuando decía eso, el padre de Rosa Vanessa le llevó un platito con los diversos "piscolabis" disponibles.  Le agradecí a la poeta sus comentarios, y bajé las escaleras para cazar otras entrevistas.  No terminaba de pisar el último escalón cuando me topé con el compositor Javier de la Torre.  De la Torre se ha destacado en el panorama musical del País.  Compone óperas, musicaliza piezas literarias, enseñó en el Departamento de Música de la Universidad de Puerto Rico, en fin, que cuando nos cruzamos ya le tenía la grabadora en "on" cerca.

-Recibes este premio por "Poemanaciones", composición que está basada en el poemario de Zoé Jiménez Corretjer.

-Realmente la escribí para la presentación del poemario de Zoé, amiga mía del alma desde que estábamos en intermedia.  Lo que hice fue que escogí nueve de los poemas que más me impactaron, y que más posibilidades musicales les vi, y los musicalicé con cuarteto de cuerdas.  Me acuerdo que contratamos al cuarteto Quintón y la estrenamos en aquel momento, y después se tocó una segunda vez cuando fue seleccionada para el Festival Casals del 95.  Ya entonces la reedité para adecuarla a las circunstancias del festival.

Cuando le mencioné que yo había sido su estudiante en un curso del Departamento de música su rostro se puso sombrío.  No lo culpo, fui de los que nunca pudo identificar si era un “Do” o un “Si” la nota que marcaba en el piano. Me di cuenta de que ya era hora de buscar otro entrevistado.


A ver “Encarnaciones”...  “Poemanaciones”, ya me intrigaba lo próximo que me iba a encontrar... ¿cuentonaciones?... jmm.  Y llegué a la sala donde todos degustaban sus copas de vinos, ingerían frutas... pastelillitos, y en una esquina de aquel salón rodeado de anaqueles de libros vi a Carlos Canales.  Este dramaturgo había ganado una mención honorífica, pero no en teatro, sino en cuento.  La pieza "La esquina caliente"...

-¿Es difícil pasar de la dramaturgia a la narración?

-Pienso que no, por lo menos en mi caso.  Yo siempre quise escribir cuentos, antes que teatro, pero la mayoría de los cuentos salían en diálogos.  Y cuando conocí al dramaturgo Francisco Arriví y le expliqué lo que sucedía, me dijo que yo no era narrador sino dramaturgo.  Fue entonces cuando comencé a escribir teatro.

-Y sin embargo, la mención que acabas de recibir es por un cuento.

-Sí. Siempre me quedé con esa pendiente, la de hacer cuentos.  Me creí eso que me dijo Arriví. Aunque en realidad, esa pieza "La esquina caliente" era un monólogo que convertí en cuento. Trata de un joven que está en una esquina.  Él baila salsa; dice verdades, se desdobla.  Yo me crié en un barrio, que ahora veo como fuente de material literario.  Había empezado a escribir esas historias del barrio, y ahí estaban fluyendo cuando resolví el problema que era el lenguaje; entonces comencé a escribir los cuentos como ellos, la gente de la esquina, me los contarían.  La gente en el barrio te habla con refranes, te habla con salsa y hasta con plenas adaptadas.

Nos despedimos sin que le hubiera preguntado si el barrio del que hablaba pertenecía a Cataño. Eso de “La esquina caliente” me trajo a la memoria mi patria chica.

Cuando llegué a Mario Antonio Rosa, éste había tenido la gentileza de guardarme una copa de vino. A Mario Antonio se le otorgó una mención de honor por su poemario "Duelo de la transparencia".  Mientras degustaba el vino tinto le pregunté acerca del proceso creativo.

-El proceso creativo, por lo menos en mi caso comienza con la idea de un título.  Proceso que implica observación, pero no la observación usando el planteamiento racional, sino la observación interior del tema, de lo que se va a escribir, y entonces es que fluye todo.  Recuerda que es el poeta el que logra un acercamiento mayor a la espiritualidad aunque no la busque.

-Pero hay poetas y hay poetas...

-Claro, pero tú puedes ser un poeta de lo terrenal y, sin embargo, esa contemplación terráquea es espiritual porque intenta alcanzar un todo. Carlos Esteban, yo pienso al poeta como un caminante de la espiritualidad; ya sea desde la poesía de la denuncia o desde la poesía amorosa.  Por más carnal que sea, siempre aflora la espiritualidad.



Esas palabras, espiritualidad por un lado... y el sabor de la última gota de vino... me recordaron tiempos en los que bebía, aún niño, pequeños sorbos de vino ''divino'' en lugares tan sacros y escondidos como un confesionario... pero Antonio Aguado Charneco devolvió mi pensamiento al Ateneo.

Cuentista, novelista, hasta inventor de juegos, este arecibeño recibió de manos del licenciado Morales Coll un certificado que lo acreditaba como mención de honor en el género de ensayo.  De ese momento hablamos.

-Antonio, cuando recibiste tu "premio" hiciste unas manifestaciones que le dieron un toque de humor al evento.


-¡Qué bueno que lo veas así!  Cuando me tocó hablar tuve que hacer alusión a un individuo que se denominaba como el Tío Nobel -imagino que tus referencias no llegan a tanto-.  Él tenía un espacio televisivo infantil, y en ese programa hacía competencias entre los niños, y había ganadores.  Entonces para no desanimar a los que no ganaban les decía "los casi ganadores del Tío Nobel".  A eso fue a lo que hice referencia porque ya es la tercera ocasión que participo en ensayo literario; declaran vacantes los premios y obtengo un único diploma de honor o mención honorífica. Y entonces me pareció hacer hincapié en ese detalle.  ¡Qué chévere que todo el mundo lo encontrara divertido!

Aguado Charneco había recibido la mención este año por su ensayo "Los biblos dentro de los libros", en el 2000 por "Los paquetes de Paco", y en 1998 con "Anacahuita".  Espero que en la próxima edición tenga más suerte.


En las escalinatas de salida no pierdo la oportunidad de conversar con María Gisela Rosado. Autora de cuentos como "Una taza de café cargado, por favor", “La gorda” y otros que han sido publicados en periódicos y revistas, María Gisela también recibió una mención de honor. El cuento seleccionado se titula "Las  sonrisas de las arañas", un texto en el que integra al Caribe con elementos de Puerto Rico, Cuba y Haití.




-Es una historia sobre una pareja de puertorriqueños, ambos profesores universitarios.  Ella planifica seguirlo a un congreso que se va a presentar en Cuba, para ver si allí, en otro ambiente, se da una relación sentimental entre ellos. El, por su parte, fue quien le puso la información de que había ese congreso, pero realmente el responsable de que llegaran a Cuba es un haitiano brujo.  Así que hasta la magia y la brujería están en el cuento.

-Tú has competido en otros certámenes... cómo comparas esta edición con las pasadas.


-Me ha asombrado la cantidad de premios desiertos que quedaron en esta ocasión.  Yo sé que el Ateneo vela por la calidad...  Pero al ser cada dos o tres años, por lo menos deberían considerar dar un segundo y tercer premio, porque dan un premio y las menciones.  Es una crítica constructiva que hago, porque ante tanto talento, tal vez esas menciones puedan ser premios. Como se daban antes, segundo y tercer premio de literatura.

Casi no puedo despedirme de Rosado porque me aborda Etnairis Rivera.  La autora de poemarios como "Pachamama Takin" o "Intervenidos" recibió también mención de honor por "Los pájaros del trópico".  Me explicaba que ese poemario, en realidad, conformaba un capítulo de su libro, aún inédito, "Los pájaros de la diosa".  Hasta aquí fue que pude grabar.



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Carlos Esteban Cana – Comunicador y escritor.  Nació en Bayamón, Puerto Rico, pero se crió en el pueblo costero de Cataño. Fundador de la revista y colectivo TALLER LITERARIO, publicación alternativa que marcó la última década de creación literaria boricua en el siglo XX.  Ha trabajado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña como Coordinador Editorial, Director de Prensa para la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico y como Coordinador de Medios para el Encuentro de Escritores De-Generaciones.  Su periodismo cultural ha sido publicado en periódicos y publicaciones como Dialogo, Cayey, CulturA, El Nuevo Día, y Resonancias, entre otras.  Fue parte del colectivo El Sótano 00931.  Colaboro con el poeta Julio Cesar Pol, junto a Nicole Cecilia Delgado y Loretta Collins, en la antología Los Rostros de la Hidra.

Su periodismo cultural es reproducido en diversos espacios y bitácoras cibernéticas, con columnas como: Breves en la cartografía cultural; Aquí allá y en todas partes; Crónicas urbanas y el boletín En las letras, desde Puerto Rico, en bitácoras como ConfesionesSólo Disparates, Panaceas y placebos, Boreales, Revista Isla Negra y en periódicos como El Post Antillano.  Tiene tres libros publicados: Universos (micro-cuentos); Testamento (antología poética; una selección de 46 cuadernos) y Catarsis de maletas (cuentos).  Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y desarrolla la plataforma multi-mediática Servicios de Prensa Cultural.  Para Carlos Esteban Cana profesar creación y cultura es como recibir oxígeno; vehículos que le permiten ejercer su libertad.

sábado, 2 de mayo de 2020

Patrañas de la cuarentena

por  Caronte Campos Elíseos

No sé a cuantos de ustedes les pase lo mismo, pero para mí son sensaciones noveles.  Me refiero a la desesperación de salir corriendo de estas cuatro paredes.  Tantos y tantos años padeciendo esta agorafobia, que temo ahora, a causa de esta cuarentena, haber rebasado el punto de no retorno: la locura perpetua.  Digo que esta sensación es nueva para mí porque, de ordinario, estaba seguro de estar sumergido ya, en ese abismo. 


El síntoma más notable de esta enajenación, es el deseo incontrolable de escapar para hacer las cosas que antes podía hacer y no hacía.  Hablo de las rutinas de cualquier persona común.  Ir al supermercado a comprar toda clase de productos dañinos, tanto para mí como para el medio ambiente; hacer una fila kilométrica solo para hablar bazofia con algún extraño que poco le importan mis problemas personales y a mí los suyos; ir a una oficina de gobierno a recibir algún servicio mediocre, aun cuando voy a pagar los servicios esenciales; entrar a un centro comercial a comprar productos genéricos que no necesito, pero que son para lo único que alcanza el salario infrahumano que devengo.  ¿Cuantos estarán en situación similar a la mía?  Extrañando las horas muertas en tapones, la contaminación del aire con sus efectos en los ojos, boca y nariz; escuchar las palabras poderosas de algún pastor o pastora recomendando realizar cosas que a todas luces ellos mismos no viven, pero aun así inducen a dejarles el diez por ciento de la pobreza que cargo en mi bolsillo.


El segundo síntoma es el más leve de todos, pero el más frecuente.  Es el impulso de salir a hacer cosas que nunca he podido hacer, pero ahora daría cualquiera de mis múltiples vidas por experimentarlas.  Cenar en restaurantes finos y caros algunas comidas exóticas; viajar en yates y aviones, vacacionando y experimentando el mundo; paseos en helicópteros brindando con botellas de vinos de más de mil dólares; estadías en hoteles cinco estrellas con todo incluido; en fin, un estilo de vida normal y típico de un Carrión Tercero.  Lo que trae a la memoria un fragmento de algún poema… "El Gobierno y El Banco Popular son un de un buitre las dos alas".                        


El tercer síntoma es el peor de todos.  Es algo más que un impulso, es un arraigado reflejo, una idea sembrada en la mente; un condicionamiento o adoctrinamiento que parece tener el mismo efecto de la flauta.  No parece ser de temporada, más bien heredado de generaciones pasadas.  Incita a realizar las mismas nimiedades de siempre una vez devueltos los derechos a la libertad y al libre movimiento.  Volver a la mediocre vida de antes sin consideraciones ni contemplaciones.  Salir a la calle con las mismas actitudes, costumbres y comportamientos que nos llevaron a padecer esta pandemia sin previo aviso.  No sé si es un pensamiento intelectualmente valido, pero anhelo engolfarme en la enajenación de lo evidente, ignorar la burda realidad y dejarme consumir por la desidia y el desapego.


¿Por qué ha de importarme ahora lo que nunca me ha importado?  ¿Por qué ha de afectarme la desvergüenza de los políticos y el desgobierno históricamente instaurado? ¿Por qué ha de sorprenderme la apatía y la inconcusa indiferencia de nuestros gobernantes?  En momentos donde las circunstancias parecen exigir el resurgir de un liderazgo, valentía y dirección de primer orden, los políticos locales se sumergen en la fatuidad de su perenne comportamiento.  Moralmente desvalidos, les validamos sus expresiones abellacadas en televisión nacional.  Así las cosas, toleramos todos los síntomas y desarrollamos anticuerpos para sobrellevar el verdadero síndrome de inmunodeficiencia moral: la corrupción gubernamental.  Ya estamos tan acostumbrados que no sufrimos ninguno de sus efectos en la sociedad.  Vagamos asintomáticos hasta que tales injusticias tocan la puerta de nuestro espacio personal. 


Mientras tanto, y luego de las fatídicas 4,645 muertes por el abandono tras los huracanes, la tierra continúa temblando dejando a cada vez más puertorriqueños sin hogar ni techo seguro.  La pandemia nos arropa sigilosamente sin que podamos confiar en los datos estadísticos, mucho menos en la respuesta del actual gobierno; las ayudas económicas no llegan a los verdaderos necesitados, ni las federales y mucho menos las locales; las instituciones gubernamentales colapsaron ante el expolio de los mediocres dirigentes; el hambre se extiende como tsunami ante la negativa de la gobernadora de llevar alimentos a los niños y familias sin recursos, abandonándolos a su suerte. Según mi diagnóstico, todo lo anterior es un cuadro clínico de desahucio.  Nos han confinado en nuestras propias casas a morir a causa de esta eutanasia pseudodemocrática.                     


Nos han vacunado para no sentir las afrentas de los testaferros de los grandes intereses.  El descaro es tal, que la Secretaria que se gana 100 mil dólares americanos al año, pide paciencia durante la emergencia a los desempleados sin ingresos; se auto infringen fraudes cibernéticos al gobierno con tal de medrar a costa de nuestros ya escasos recursos; el nepotismo es demasiado evidente como para que la prensa y sus periodistas pierdan tiempo investigando; se pierde en la burocracia la intentona de robarse el dinero de las pruebas.  La junta de control ficticia (JCF) protesta los salarios de la plebe y las pensiones de los ancianos, pero no habla ni dice nada sobre los sueldos pornográficos de los políticos, asesores, consultores, de los propios miembros del ente y de todos sus allegados e hijos talentosos; y nosotros… (al menos yo) víctima de la coma inducida cada cuatrienio.   


No se vislumbra cura alguna a corto plazo para tan tétrico cuadro.  Las probabilidades de vida digna son mínimas.  La recuperación moral está contraindicada, combatida por el fanatismo político.  Las piaras se reagrupan y no dan paso a la panacea colectiva.  Lo que sí se avecina con ritmo acelerado, es una cancelación de las próximas elecciones y una extensión unilateral del gobierno de turno; al estilo “republiqueta de tercer mundo”, como siempre estos personeros han llamado a los países hermanos.  Con la poca fe que me caracteriza… espero equivocarme.  Esperemos todos que la prescripción más efectiva llegue por fin este próximo noviembre; y como gotas de suero sanador, sirvan esas papeletas para liberarnos de esta muerte cerebral.  

¡Levántate y anda!