por Caronte Campos Elíseos
A pesar de que me encanta mi nuevo vecindario,
con su hábitat frío y oscuro, decidí quedarme un tiempo en mi habitación. Me encanta su luz tenue, sus paredes
revestidas de maderas acojinadas de color blanco y sus persianas
enrejadas. Disoluto, solo me hago
acompañar de botellas añejas, periódicos viejos y los medicamentos recetados
por pseudo doctores. Lo único que
alcanzo a escuchar a través de estas cuatro paredes, son los alaridos de alguna
vecina desesperada.
¡Al perecer no soy el único maníaco depresivo
en esta vecindad! No me extraña que
tengamos un alto índice de desórdenes mentales, considerando que vivimos en un
país donde todos los analistas y economistas han estado vinculados al
gobierno. Algunos han sido políticos,
asesores, convictos por corrupción, y el que menos, ha sido beneficiario de
algún lucrativo contrato de cifras pornográficas. Son una plaga. Están diseminados por todos los medios de
comunicación; todo el día, a toda hora;
en radio, televisión y prensa escrita.
Después de haber medrado a costas del pueblo por años, amasando fortunas
personales y desarrollado negocios con dineros mal habidos, hacen alardes de
sus conocimientos en política partidista.
Al final lo que hacen es fungir como distracción, mientras sus consortes
en el poder repiten la ecuación. Los
demás, los que el pueblo ya ha rechazado en las urnas, andan rondando como
animales realengos que malean las cosechas de los que en realidad sí producen,
buscando una nueva oportunidad para el pillaje.
No les importa utilizar o ser utilizados con el fin de generar
ganancias.
Quizás muchos consideren estos pensamientos parte
de mi absurda abstracción. Pero como dice
el viejo adagio: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Por eso, y desde hace mucho tiempo, vivo
desconectado de todo lo que en este país hacen llamar, noticias y programas de
análisis. Lo único que logran estas
producciones, es mantenernos como analfabetas funcionales. Para evitarme esa tara moral, prefiero leer
los viejos periódicos una vez han perdido la capacidad de embrutecerme (más de lo ya me hizo la propia naturaleza).
Los gritos de la chica de al lado cada vez son
más penetrantes. No estoy seguro si son
por excitación o vejación. ¡Estoy loco
por conocerla! (Literalmente loco)
De locos es lo que nos hacen pensar sobre la desmesurada
deuda que ahora nos quieren cobrar con sudor y sangre. Todos los comentaristas indolentes con acceso
a un micrófono, una cámara o a una imprenta de circulación nacional, coinciden
en que el pueblo tiene que pagar a todos sus acreedores. Todos están polarizados en la cantidad de
dinero exorbitante y la forma y manera en que debemos resarcir a los
bonistas. Ninguno habla sobre la
legalidad de las emisiones de esa deuda; ninguno habla sobre el paradero de
esos fondos mal utilizados, desviados y malversados; tampoco sobre la necesidad
de auditar la deuda, y mucho menos sobre ajusticiar a los autores intelectuales
y participantes de los esquemas para tal latrocinio.
El gobierno de turno solo juega al policía
bueno y al policía malo con la junta colonial.
Aparentan defender los mejores intereses del pueblo, pero en realidad es
una estrategia ancestral que da apariencias de paternalismo gubernamental. Los publicanos de la junta han colocado a
todos los ciudadanos en el paredón para despojarlos de todos sus bienes, tanto
colectivos como personales. Con una
doble vara, mientras reducen y/o eliminan los presupuestos, los beneficios, los
salarios; mientras aumentan los impuestos, la carga contributiva, y deterioran
las condiciones laborales y de jubilación; ellos gastan y malgastan un
presupuesto ya por naturaleza oneroso y que aumenta cada año. Entonces, reservan las medidas de austeridad
para el ciudadano promedio o común, mientras su calidad y estilos de vida suben
como la espuma.
Realmente la decoración en los muros de mi
alcoba ha rendido frutos. Estos
pensamientos han logrado que me estrelle contra los cojines acolchonados. Si no fuera por las metálicas puertas hubiera
corrido como demente por todo el complejo.
Me asomo a las ventanas con todo y sus barrotes, para ver si logro ver
la vecina. Tanto alboroto me han
inducido a desear su compañía. Los ruidos
y los gritos me tienen intrigado. Admito
que no logro concentrarme imaginándola golpeándose también contra sus paredes.
Entre muros y barrotes deberían estar los que
hurtaron los vagones de la agencia federal, FEMA. Tal pareciera que en lugar de robarlos, en
realidad los desparecieron. El propio
gobierno y la misma agencia hicieron galas de su incapacidad para llevar los
suministros a los más necesitados. No
sería de extrañar que, víctimas de su ineptitud, prefirieran esconderlos y
hacer creer que en efecto, los llevaron a los más desventajados. Era mejor eso
para la alta jerarquía gubernamental, que dejar entrever su desapego y apatía
por los de la casta inferior. La
inexperiencia, la impericia, la estupidez; amén de los pobres recursos, la
ineficiente estructura estatal, la mediocre respuesta ante la emergencia; la
burocracia, y el oportunismo partidista, azotaron, devastaron y desolaron al país con
más crueldad e inquina que el propio huracán.
Es por eso que, a un año de los fenómenos atmosféricos (Irma y María), en lugar de hablar de
reconstrucción y recuperación, estamos discutiendo la vergonzosa y desgarradora
cifra de vidas perdidas. La indiferencia
hacia la existencia de sus constituyentes, llevó a las autoridades a contar en
64 la cifra de muertos. A once meses de
la tragedia, y según los estudios exhaustivos de entidades ultramarinas, suman
sobre 4,000 decesos. Y todavía no
sabemos cuántos de esos cadáveres de hermanos puertorriqueños están encerrado
en los famosos vagones de Ciencias
Forenses, sin recibir cristiana sepultura. (Aunque mi fe no es teísta)
No sé qué sienten ustedes al atestiguar ese patético
cuadro, pero sí puedo adivinar lo que sienten los que en medio de la emergencia
nacional perdieron algún ser querido.
Seguramente lo mismo que siento yo con estas vestimentas que me
inmovilizan y me hacen parecer impotente.
Ni el encierro, ni el alcohol, ni los medicamentos auto-recetados,
logran enajenarme de la burda realidad.
Solo el amor que comienzo a sentir por la damisela contigua me brinda
visos de esperanzas.
La realidad es, que el régimen que nos gobierna
lo hemos elegido en las urnas por mayoría, desde los pasados 66 años. Consentimos el puto Estado de Derecho que nos oprime.
Reiteradamente endosamos, cada cuatro años, políticos que fomentan la divergencia
de clases en este país. Utilizan el
gobierno para beneficiar a una estirpe de arribistas en detrimento de los
demás. Amasan riquezas, acumulan
propiedades privadas, desvían fondos, malversan dineros, delinquen impunemente,
endeudan las próximas generaciones y nos condenan a la pobreza y la
miseria. No sienten ningún apego,
empatía o adhesión a la paupérrima situación económica y social que vivimos
cotidianamente, y lo aceptamos como normal y corriente. Delegamos los poderes soberanos en los que
intentan perpetuar la desigualdad entre los puertorriqueños.
Hasta que no asimilemos la igualdad como un
derecho natural; rescatemos nuestra voluntad nacional y nuestra identidad de
humanidad, no superaremos la bancarrota moral y ética que nos suprime; mucho
menos la crisis económica y social que nos asfixia.
¡Levántate y anda!