jueves, 7 de noviembre de 2013

La cultura boricua de la leche


por  Caronte Campos Elíseos



Arropado por el aburrimiento de una tranquila noche de Halloween, salí a dar un paseo.  Eran las 9:35 de la noche cuando me fui a un parque cercano, que a pesar de ser enorme y oscuro, comparte un largo tablado con la costa norte del país.  El mismo cuenta con seguridad para los transeúntes y unos cómodos gazebos (casi como capillas cristianas) para compartir buenos momentos.  Además de sus cómodos bancos marmoleados, posee unas áreas verdes muy extensas donde la brisa se torna agradablemente fría.  Mientras caminaba, encontré a un gran amigo de muchos años.  Compañero de muchas locuras de la infancia.  Era mi primera visita al parque, pero a juzgar por los saludos del personal de seguridad, mi gran amigo asistía con gran frecuencia.  La pregunta obligada para él era qué hacía a esas horas en un lugar tan oscuro, frio y desolado.  Fue parco en su respuesta al decir que era un refugio para su inadecuación social.  Me invitó a compartir su actividad nocturna, a lo que accedí rápidamente al saber de qué se trataba, lectura de viejos periódicos.  Por fortuna yo llevaba los míos propios, por lo que pudimos intercambiar impresiones acerca de los acontecimientos locales trascendentales.  Nos sentamos en una de las casetas con la pila de papel noticioso y las miradas sigilosas de los guardianes no se hicieron esperar.

Sin más, comenzamos a repasar las pasadas noticias.  Lo primero que encontramos fue la decisión en el tribunal federal sobre la leche puertorriqueña.  No es lo que usted está pensando, al menos no exactamente.  Es que un juez federal determinó en una sala que el pueblo de Puerto Rico le debe a las elaboradoras del preciado líquido blanco, nada más y nada menos que 250 millones de dólares.  Esto sin importar otras consideraciones que no fueran el capitalismo rampante y el llamado comercio interestatal, en una demanda de las únicas dos elaboradoras en la isla contra el gobierno.  En otras palabras, el juez federal tomó una decisión sin importar los efectos en toda la industria lechera del país y mucho menos sin pensar en el bolsillo de los puertorriqueños.  Al final del día, el tribunal prefirió hacerles justicia a dos familias ultra acaudaladas que mantienen un duopolio, que al resto de los 4 millones de habitantes.  La reacción de mi buen y nunca bien ponderado amigo, no se hizo esperar.  Se expresó muy a favor de ambos sistemas, tanto el económico como el judicial.  Incluso se mostró complacido con la intervención federal en el asunto, y la describe como importante y vital para que las fuerzas extranjeras mantengan la ley y el orden en nuestros asuntos.  Según él, el gobierno no debe controlar la forma y manera en que se hacen negocios, y que eso precisamente fue lo que provocó el desbarajuste lechero.  No pude aguantar mi molestia y fuertemente lo increpé sobre lo nefasto que puede resultar que un tribunal determine la escala de precios de un producto, y más aún, que dicho tribunal estipule jurisprudencia en detrimento de los intereses de todo un país.

No pasó mucho tiempo cuando llegó uno de los custodios del lugar para llamarme la atención por el alboroto.  Me miraba con suma perspicacia, como si estuviera sorprendido por mi presencia.  Le dije que la culpa era de mi acompañante, pero este me ignoró por completo y continuó con su ronda nocturna.  Seguimos ojeando los periódicos buscando algo interesante.  Conseguí ahora la noticia sobre la orden del Primer Circuito de Apelaciones de Boston, de detener la decisión del juez de la leche.  Con tono de satisfacción y hasta de burla le comento a mi compañero de lectura, “¡Qué leche tenemos!  Hasta un panel de jueces extranjeros reconoce lo ridículo y lo absurdo de la decisión en cuestión.”  El no pierde tiempo en refutarme y mostrarme su próxima noticia, la del gobernador de Puerto Rico llegando a un acuerdo monetario, un día domingo, con los abogados de las elaboradoras.  Riendo a carcajadas me dice: “¡Hasta Agapito sabía que no tenía más opciones, que no fuera pagarle a los poderosos!”  Algo molesto, le comento que no me sorprende la acción de este gobierno, que lo único que ha logrado es el arrepentimiento de los 12,000 incautos que votaron por él y le dieron la victoria.  El acuerdo nos libra del aumento de 14 centavos, pero nos cuesta 95 millones del fondo general.  Todavía el gobernador tiene la fuerza de cara de decir que nos libramos del aumento en el precio de la leche.  No sé de donde piensa que va a salir el dinero con el que va a pagar dicho acuerdo.  Ordeñando el fondo general, junto con lo que pagamos en impuestos, nos deja peor que el periodo de las vacas flacas.  Sin mencionar que el acuerdo no garantiza que dentro de cuatro años no se implemente un aumento forzado.  Ah, y haciendo caso omiso a la orden de Boston que evidentemente favorecía al gobierno, o al menos ganaba tiempo para buscar alternativas menos onerosas al erario público. 

Nuevamente se acerca el vigilante para llamarme a capitulo por el escándalo.  Un tanto molesto y con su mano en el gas pimienta, me indica que no son horas ni el lugar para tal comportamiento.  Siempre me habla en tono hostil, como si le molestara trabajar la noche de los disfraces.  Le pido disculpas por ambos, y continuamos con nuestro maratón de lectura al aire libre.  Escogí esta vez, la noticia sobre la renuncia del Superintendente de la Policía.  Mala selección de mi parte porque eso dio pie a que, la ya pésima compañía, continuara con su campaña de “bullying” psicológico.  He tenido que engullir su mofa y aguantar sus gritos y risotadas al celebrar la noticia.  No por la renuncia en sí, más bien por el contexto en que se da la misma.  Para esa fecha se había anunciado la imposición de un síndico para la fuerza policial, es decir, una persona que ostentará todo el poder decisional sobre ese cuerpo.  Así que la presencia y permanencia del Súper, se tornó académica.  Según mi impertinente amigo, es un ejemplo más de la necesidad de intervención federal en la isla.  Ya de manera irascible, trato de hacer que entre en razón (lo cual yo no he logrado conmigo mismo).  ¿Como es posible que exista persona alguna que esté de acuerdo con que retrocedamos en la historia, hasta el punto donde los dirigentes policiacos eran norteamericanos nombrados por el congreso estadounidense?  Esta es la muestra más evidente del déficit democrático que vivimos como colonia norteamericana.  A lo que en tono sarcástico respondió mi interlocutor: “Lo mejor es lo americano, está bien que traigan la gente de allá afuera.  Ojala y traigan hasta las vacas para que nos tomemos la leche de los americanos.” 

Tan encolerizado estaba por el comentario tan fuera de lugar y de tan mala leche, que casi nos vamos a los golpes.  Para suerte de ambos, llego el guardia palito, ya con la paciencia agotada y con el roten listo para nosotros.  Me indico que era mi última llamada y que la próxima iba a intervenir de mala manera, y que de ser necesario llamaría la policía municipal.  Por enésima vez me disculpo y prosigo tranquilamente buscando entre los periódicos algo menos controversial.  Mi amigo y yo acordamos no volver a discutir, y dejar la leche y la venida del policía americano en las manos del gobernador.  Luego de ese pacto de paz, me muestra la próxima noticia.  Esta vez del Capitolio, donde estuvieron aprobando 15 millones de dólares para remodelar la casa de las leyes.  En esta ocasión estuvimos de acuerdo en que estos senadores abusadores están totalmente enajenados de la realidad boricua.  Están desligados de la vida cotidiana del puertorriqueño promedio.  Es más, están desvinculados de las necesidades del pueblo.  Mientras el tiempo pasa y las promesas incumplidas se acumulan en el olvido, estos sujetos se sirven con la cuchara grande.  Al tiempo que el desempleo se dispara, los salarios no alcanzan para nada por lo elevado de los precios, los costos de los servicios básicos por las nubes, la clase profesional y preparada abandonando el país, muchos comiendo atún enlatado para no gastar de más y otros tantos solapando el hambre con esperanzas; estos elementos del desgobierno solamente piensan y actúan conforme a su propia realidad.  Realidad creada por ellos mismos con nuestros votos e indulgencias.  Se burlan de nosotros mientras nos echan el jugo de vaca en la cara.  Tristemente, mientras eso ocurre, nosotros todos estamos ocupados con la eliminatoria del programa de vida real de turno; con quien canta, baila o actúa mejor; o en el peor de los casos, con cualquier otra idiotez diseñada para distraernos de la realidad y de las cosas de envergadura. 

Solo cuando miramos las facturas, los precios en el mercado o en la gasolinera; o cuando pagamos por algún bien o servicio, es que nos damos cuenta que nos están violando a nuestras espaldas.  Pero estos gobernantes tienen la leche de que el boricua solo piensa en vengarse durante el próximo cuatrienio.  “Que abusen ahora, decimos, que yo me vengo el día de las elecciones.”   En el ínterin, nos quedamos de rodillas recibiendo lo que a ellos les plazca darnos.  Llegado el día de las elecciones después de cuatro largos años, estos políticos tienen la leche (nuevamente) de que salimos a escoger la misma basura para que nos gobierne.  Y este ciclo se repite infinitamente.  Esa es la cultura boricua de la leche, nos tragamos lo que el bipartidismo ha introducido en nuestros cuerpos y nuestras mentes.  Vivimos embelesados frente al televisor o el computador, esperando que los cambios lleguen por cuenta propia.  Hasta que no apaguemos el televisor y la computadora, y encendamos el pensamiento crítico, sin fanatismo y con discernimiento, seguiremos nadando en el producto lácteo de otros.   

Mi compañero de lectura hace un alto en este instante y me dice que está muy bien el discursito comunista, pero que esto es un ejemplo más de la necesidad y de lo imperativo que resulta una intervención federal hasta en el mismo corazón del gobierno colonial.  Esta vez sí que no aguanté más y agarre una tabla con alguna especie de epitafio que encontré en el piso del parque y quise arremeter contra él.  Justo en ese momento apareció el oficial ya armado y me indicó que tenía que abandonar el lugar.  Le cuestioné si me tenía que ir yo solamente o si también iba a desalojar del parque a la persona que me acompañaba.  Este me respondió con voz temblorosa y apuntándome con su pistola: “¿Caballero, usted está loco? Usted no está en un parque, esto es el cementerio municipal, y usted ha estado aquí solo toda la noche.”  Asombrado, espantado, y aturdido, salí de allí cual noche de brujas.

¡Levántate y anda!

lunes, 4 de noviembre de 2013

Carlos Esteban Cana en el Sexto Maratón Cultural “Al aire, libre”, en Nueva York: las tres piezas que compartió con la audiencia

Entre los múltiples eventos culturales en los que participa Carlos Esteban Cana en la ciudad de Nueva York, se destacan festivales, presentaciones de libros, encuentros poéticos, maratones de lectura, obras teatrales, entre otros.  Además de cubrirlos y documentarlos como parte de su ardua tarea de periodismo cultural, el autor participa en los mismos con sus propias creaciones.  Aquí, para los lectores de Sólo Disparates, nos comparte las piezas con las que deleitó a los presentes en el Sexto Maratón Cultural “Al aire, libre” en Nueva York.      



Tu casa

Tu casa es la misma;
sigue Allí...
bloque de concreto
inmóvil, pero indómita;
no es necesario
que desmayes por ella.
El escritor Carlos Esteban Cana junto al novelista
Eduardo Lalo y el poeta Luis Rodríguez
en una actividad reciente en el Americas Society.
Tu casa es la misma;
sigue Allí...

Yo también,
brizna perceptible,
permanezco
en sus recónditas fisuras,
presente y ausente

camino por sus
cortos y largos pasillos,
aprieto luz en sus ventanas
hacia esos linderos lejanos
de mis adentros,
con mis ojos
fijados a las ramas,
empeñados
y decididos a dibujar
el flamante arco

antes de irte
a tus cercanas metrópolis,
distancia establecida
por vigorosas alas en tus pies,
tienes visión suficiente
para ver difuso tu reflejo


de Crepusculario del laberinto



Silueta difusa

Silueta difusa,
has tratado
una y otra vez
arrebatarme;
provocar mi exilio
ante su aparente inercia

Armada de un taladro infame
llegaste hacerle un orificio profundo,
y ella, impávida,
no puso resistencia

Como siempre ves todo
cual carrera desenfrenada,
no dudaste en gritar,
era tuya la victoria

Segura esperabas  
la herida-abierta
en el espacio vacuo...
destejido el hilo
por las ruinas
y los telúricos escombros
la ausencia matiza el fondo

Sin embargo
el primer-rayo de luz
(entre aromáticas especias)
sorprendió el aura a tus espaldas:
y esta fuerza que late
transforma tu silueta difusa
en genuinas esperanzas

de Crepusculario del laberinto



Hacen falta ojos para ver

Faltan ojos para ver tantas estrellas;
estuve un tiempo limitado en tierra
y ya me siento nuevamente
inseguro
con cierta extrañeza
por ver sólo el horizonte sin límites, reducido
Despierto poco a poco
todo fue un sueño;
lo bueno es bastante breve

La nao se pone en camino
me ocupa lo mismo
subir y bajar el velamen,
coserlas y repararlas
bajo un calor sofocante

El viento fuerte del este
a toda velocidad mueve,
la tripulación silba
All Together Now
y el mareante vaivén
trae gratos recuerdos

Paso revista sobre los víveres,
todo está calculado…
la alquimia se instala
en el alma continuamente transformada
y después de tantas travesías
la práctica metamorfosea experiencias
en conocimientos

Lo que antes parecía imposible
ahora Es

inmenso deseo de continuar el viaje

La proa apunta hacia esa dirección


de Hacen falta ojos para ver

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Carlos Esteban CanaComunicador y escritor.  Nació en Bayamón, Puerto Rico, pero se crió en el pueblo costero de Cataño.  Fundador de la revista y colectivo TALLER LITERARIO, publicación alternativa que marcó la última década de creación literaria boricua en el siglo XX.  Ha trabajado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña como Coordinador Editorial, Director de Prensa para la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico y como Coordinador de Medios para el Encuentro de Escritores De-Generaciones.  Su periodismo cultural ha sido publicado en periódicos y publicaciones como Dialogo, Cayey, CulturA, El Nuevo Día, y Resonancias, entre otras.  Fue parte del colectivo El Sótano 00931.  Colaboro con el poeta Julio Cesar Pol, junto a Nicole Cecilia Delgado y Loretta Collins, en la antología Los Rostros de la Hidra.  

Su periodismo cultural es reproducido en diversos espacios y bitácoras cibernéticas, con columnas como: Breves en la cartografía cultural; Aquí allá y en todas partes; Crónicas urbanas y el boletín En las letras, desde Puerto Rico, en bitácoras como Confesiones, Sólo Disparates: buscando la luz al final del túnel, Panaceas y placebos, Boreales, Revista Isla Negra y en periódicos como El Post Antillano.  Tiene tres libros publicados: Universos (micro-cuentos); Testamento (antología poética; una selección de 46 cuadernos) y Catarsis de maletas (cuentos).  Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y desarrolla la plataforma multi-mediática Servicios de Prensa Cultural.  Para Carlos Esteban Cana profesar creación y cultura es como recibir oxígeno; vehículos que le permiten ejercer su libertad.

martes, 29 de octubre de 2013

Testamento de Carlos Esteban Cana

por  Caronte Campos Elíseos



Aprovechando los días que tengo de lucidez pasajera, y la poca cordura que la situación del país permite, he terminado de leer (por fin), Testamento.  Este es el libro más reciente de mi autor favorito (y colaborador permanente de este espacio), Carlos Esteban Cana.  Lo recibí como obsequio a la salida de mi última estancia terapéutica.   El libro contiene una selección de una centena de poemas, escogidos de toda su obra contenida en 29 cuadernos.  Siempre es bueno hacer un paréntesis entre toda la bazofia que se lee a diario, para dar lectura a algo refrescante.  En ese sentido, esas letras me han servido como panacea  apalabrada en medio de todas las calamidades cotidianas.  Por tal motivo, y con ánimo de esparcir una muestra del arte poético del autor, quiero compartir con ustedes, nuestros fieles lectores, cinco de los poemas que se han convertido en mis favoritos.  Uno por cada una de las secciones que componen el poemario.  Claro está, lo recomendable es que cada cual tenga la oportunidad de obtenerlo y así seleccionar su propio “top five”.



Parte I
Agradezco
Reflexiones “post-mortem”
de un joven Werther posmoderno

Agradezco las manos impunes de mis asesinos
porque ellas me libraron de mi eventual suicidio.
No sé qué razón tenían para lastimarme con tanta crueldad,
pero me quitaron el suplicio de vivir respirando tu olvido,
por eso, que no es poco, benditas sean las manos
de mis propios asesinos.    



Parte II
No quiero escapar como Janis  

No quiero escapar como Janis
tampoco quemar mis arterias como Hendrix
ni seguir los pasos de Morrison
¿acaso estas veintisiete palabras conjuran

el amplio deseo del suplicio?



Parte III
El dolor y la soledad

El dolor y la soledad han sido fieles,
tras la partida no hay día que se resguarden,
ni calor intenso ni lluvia frenética y desproporcionada
que les anime a tomar alguna licencia
por vacaciones o enfermedad. 
Incluso ahora mientras tecleo aquí están
asegurándose el tono irreverente de mis versos,
fruto insolente de su consejo mordaz,
yo, por mi parte, no doy más
ruego indulgencia si este poema deja
cierto sabor a decepción y desconcierto.




Parte IV

Cuando algún fortuito lector

Carlos Esteban Cana

Por los días en que serás ausencia
con mi verso canto tu belleza
cual si fuera arrullo musical;
rio caudaloso tras la cascada.

Por los días que no estarás presente
el aura violeta que te habita describo
utilizando la lira virtuosa y celebro tu presencia.

Y cuando ambos cenizas seamos,
tu y yo, antes alfa, después omega,
por mandato inexorable y celestial,

no serás un fantasma del pasado
pues algún ser fortuito leerá
tu hermosura eterna en el poema. 





Parte V
Día Cuatro

Estos tirabuzones me están despedazando
pero una voz dice que no podrán
destruirme y prevaleceré.
La luz del día acaricia mi rostro
a pesar del hoy que me agobia; 
ondas, truenos, rayos,
uno a uno van cayendo muy cerca
muy cerca de mi cuerpo...
Cierro los ojos, ignoro el ruido
Y soy libre: construí el éxtasis. 







Tenga en consideración, usted que me lee, que estos cinco poemas los escogí según mis propios criterios (que son algo disfuncionales).  Tal vez cada uno podrá encontrar en las letras de Testamento, alguna poesía con la cual pueda identificarse o establecer alguna relación con hechos, eventos o situaciones en sus propias vidas.  De lo que estoy completamente seguro  es que al menos, como yo, encontraran una frase que se convierta en parte esencial de su filosofía de vida... 

¡Qué importa el dolor cuando hay certeza!


Para adquirir Testamento en la Web visita: Librería NG.com

lunes, 14 de octubre de 2013

Locura que no se cura


por  Caronte Campos Elíseos



Después de pasar varias horas (37 para ser exactos) vagando por las calles de San Juan, sin que nadie me reportase como desaparecido legalmente y sin que se haya activado la alerta ámbar, finalmente llegué a mi hogar.  Las monedas que dejaron los pocos samaritanos no fueron suficientes para comer y beber.  Deshidratado, hambriento y deprimido, busqué algo de alimento por toda la casa.  Encontré de la vez anterior, algo de comida china en el microondas.  Me senté a merendar y mientras lo hacía, ojeaba los periódicos de días anteriores.  De verdad que pasan muchas cosas de envergadura mientras nos encontramos del otro lado de la línea de la cordura.  Obama con su actitud bélica queriendo bombardear un país extranjero, porque estos se bombardean ellos mismos;  Obama, el mismo que quiere intervenir en gobiernos exteriores, enfrentando el cierre de su propio gobierno continental;  García Padilla, en reuniones de emergencias con las casas acreditadoras, las mismas a las que les había dicho con prepotencia y carácter: “Me vale” lo que digan;  García Padilla, enfrentando la inminente o quizás omnipresente quiebra estatal, y la posible intervención del gobierno federal para evitar otro Detroit;  Yolandita abandonando la competencia de MQB;  Y por otro lado, el rapero Tempo llegando a Puerto Rico después de doce años de ausencia forzada, acogido como todo un héroe nacional.

Luego de esa sobredosis de noticias sobrecogedoras, decidí desconectarme e irme a dormir una siesta.  Para poder descansar placenteramente, agarré la mitad de la cerveza que había dejado sobre la mesa antes de salir la última vez, y me suministré doble dosis de mis calmantes favoritos.  Quedé dormido más rápido de lo que esperaba, por lo que la ducha que tanto deseaba desde que desperté en aquella banqueta, tuvo que esperar hasta que saliera del coma inducido.  Apenas eran las tres de la tarde y la hamaca en la parte trasera de mi residencia, era por mucho, más cómoda que la madera de La Princesa.  Quizás fue eso lo que provocó que sintiera los sueños (o pesadillas tal vez) tan reales como mi propia existencia.  Es que tan pronto como mis ojerosos ojos se cerraron, comencé a sentir la presencia de estos seres a mi alrededor.  El presidente sin gobierno, el gobernador sin crédito, la bailarina sin pista y el prócer juvenil sin reputación, todos sentados conmigo en un cónclave para exponer, evaluar y resolver todas las crisis existenciales de cada cual.  Esto, a modo de “terapia grupal” con el fin de que sus estados emocionales tuvieran el menor impacto posible entre la sociedad civil.  Todo en el ambiente cerrado, seguro y controlado de la hospedería que me recomendara un “un gran amigo” hace algún tiempo. 
  
Siendo yo el único presente con algo de cordura y sensatez en la mesa redonda convocada, y teniendo el “señority” (por aquello de seguir practicando mi inglés) en materia de control de emociones, no tuve más remedio que tomar la batuta y la dirección de los trabajos.  Inicié por estipular unas reglas básicas para el buen entendimiento de los asistentes.  En realidad solo tres normas regirían la gran reunión: 1) Respetar el orden establecido para hablar, según el mecanismo seleccionado;  2) No interrumpir al deponente de turno durante su disertación;  3) Dirigirse a mi desde ese momento como, Su Eminencia Reverentísima (Lo decidí de esa manera, dado que entre los presentes ya había un presidente).  Procedí de inmediato a llamar a Univisión, quienes eran los encargados de recibir las llamadas de los votantes empedernidos, y las cuales decidirían el orden a seguir.  Así las cosas, por el nivel de popularidad el orden establecido fue el siguiente: el primer turno le tocó a la única mujer del grupo; el segundo y tercer puesto, fueron para el presidente y el gobernador, respectivamente; y el último lugar para el intérprete recién llegado.  Al notar que este servidor no había recibido ni siquiera un voto, increpé a la gerencia del canal al respecto.  Por su parte ellos aseguraron que en efecto había recibido yo un voto, pero que éste fue invalidado.  Aparentemente ningún candidato podía votar por sí mismo.  En vista de que no obtuve ningún turno para expresarme (like always) impuse una cuarta norma: como moderador del encuentro puedo intervenir cuando estime pertinente.  Con la anuencia de los presentes, dimos por comenzados los trabajos.

La dama del baile comenzó por expresar lo mal que se sentía por lo sucedido.  Como los medios (a los cuales pertenece hace décadas) han aprovechado sus problemas familiares por motivos económicos. Al principio todo era conveniente.  Estábamos en los medios, decía, nos entrevistaban todos los días, nos dedicaban titulares, en fin, hasta cierto punto nos beneficiamos de la exposición mediática.  Incluso hasta nos cayeron varios “guisitos”.  Alegaba estar cansada de todo el asunto y de las continuas intromisiones en su vida personal y familiar, y por tal motivo abandonó la competencia.  En este instante irrumpió en un llanto incontrolable, por lo que tuve que pedir a los ujieres del lugar que le aplicaran doble dosis de lo calmantes que yo tanto disfruto (aprovechando la pausa para solicitar dosis extra para mi)

Después de esta escena novelesca, continuamos con la agenda establecida.  Esta vez tocaba el turno al primer presidente negro.  Este comenzó su ponencia haciendo énfasis en su frustración y decepción de ser presidente de una nación tan grande.  Según sus palabras, no era fácil complacer a tanta gente.  Era muy difícil saber qué hacer para satisfacer los deseos de todo el mundo.  Fue entonces cuando entendió que las promesas que había hecho en su campaña eleccionaria, y por las que fe elegido, eran imposibles de cumplir.  El tiempo pasaba y cada vez más la gran metrópoli se veía amenazada por la crisis económica y la creciente fuerza de países enemigos.  Ante ese panorama espinoso para cualquier servidor público con buenas intenciones y deseos de trabajar (recordemos que de buenas intenciones están construidas las muros del infierno), tuvo que tomar decisiones no muy populares. 

Así las cosas, las piedras angulares de sus discursos esperanzadores comenzaron a desintegrarse.  Quedaron atrás las peroratas sobre traer los soldados a casa, dejando atrás a Irak y Afganistán.  Quedó atrás el cierre de la base de Guantánamo y así también el cumplimiento con los Derechos Humanos Universales.  Con aparente molestia, el presidente vociferaba lo malagradecidos que son sus conciudadanos.  Se olvidaron de los fondos para el rescate de la economía y de todas las gestiones y políticas para asegurar la seguridad y hegemonía del país.  ¿Qué pensaron que significaba, “Yes, we can”?, se cuestionaba el gobernante entristecido, al tiempo que comenzaba a explicar su mensaje detrás de esas palabras.  Al parecer las personas no entendieron del todo mi propuesta.  Más claro no canta un gallo: Si podemos seguir combatiendo el terrorismo; Si podemos seguir apresando sospechosos de terrorismo; Si podemos ganar las guerras; Si podemos invadir Siria, Libia, y Corea del Norte; Si podemos espiar las comunicaciones de todo el orbe, incluyendo los nacionales.  Y encima de todo me culpan ahora, se lamentaba el señor presidente, por el cierre parcial del gobierno con el retraso en algunos servicios a la ciudadanía y por alcanzar el tope de la deuda del país.  Pero lo peor de todo para él, es el hecho de que los republicanos le dejaron en la mano el proyecto símbolo de su presidencia.  El Plan de Salud Universal con el que pensaba limpiar su imagen maltrecha y la de su insípida gestión gubernamental.  Víctima de la histeria y consiente del poder que posee, abrió su maletín negro e intentó presionar el botón rojo que leía: “nuclear protection”.  En cuestión de segundos la seguridad del centro hospitalario (supongo que es de hospitalidad) intervinieron y evitaron que el señor presidente se hiciera daño a sí mismo.  Lo vistieron con una de esas lindas camisas blancas con mangas largas de cortesía (de esas que yo tengo varias en casa), para controlar sus impulsos.

Como moderador de esta cumbre, ejercí mi autoridad ilimitada y procedí a confiscar el maletín en cuestión (uno nunca sabe cuándo pueda necesitar ese tipo de terapia).  Una vez estabilizado el ambiente sobrio y tranquilo, dimos paso al tercer orador.  El gobernador de la isla estrella (o será isla estrellá) comenzó su participación recordando a los presentes que gran parte de los problemas que ha enfrentado su gestión gubernamental los heredó de la pasada administración.  El primer mandatario hizo mención de sus recientes ataques nerviosos provocados por las recientes amenazas contra su vida (tiene record de amenazas recibidas en un año).  Todas estas injustificadas, según dijo, porque desde que el comenzó su ejecutoria, la isla ha recobrado su resplandor y su encanto.  Para él todas sus acciones han resultado en una baja significativa en el desempleo, en la criminalidad, en los costos de servicios básicos (como la luz, agua y transporte).  También mencionó el aumento en los empleos asalariados y la mejoría en la actividad económica.  Se mostró algo compungido al hablar sobre la tendencia local de polarizar la atención hacia la pobre gestión en materia de educación, la pobre asepsia en el ámbito de la salud (lo que casi provoca el cierre de algunos hospitales) y la gran importancia que dan todos a la opinión de las casas acreditadoras sobre el crédito y los bonos del país.  Después de varias horas hablando, nos percatamos que el honorable gobernador repetía su discurso cual libreto a través de algún apuntador.  Una vez retirado el instrumento, el distinguido orador entro en una especie de trance, como si estuviera perdido en el espacio (casi tanto como yo)

Aprovechamos el momento vergonzoso para dar paso al siguiente orador.  Vestido a la última moda, con sus joyas, gafas y tenis carísimas, se levantó de su asiento. El cantante comenzó con un tono fuerte y elevado.  Estaba disgustado por todo el tiempo que pasó en el exilio.  Mientras estaba fuera del país solo pensaba en los salarios, regalías, dividendos, estipendios y comisiones dejados de devengar.  Por una fabricación de caso por parte de las autoridades, estuvo doce años alejado de sus negocios, de las tarimas y de sus seguidores.  Para el, según hablaba, lo más difícil será recobrar su posición y su respeto en el mercado, el mismo del cual fue removido.  Pero aseguro estar preparado para dar la batalla en ese duro campo.  Algo muy raro sucedió durante su ponencia, ya que no podía mover su boca.  Era como si se hubiera paralizado o hubiera sufrido alguna especie de derrame cerebral. 

Ya que la sesión se había extendido por demasiadas horas, y después de tanta exposición situaciones críticas, yo necesitaba una dosis de antidepresivos con alcohol.  Ejercí mi autoridad plena para decretar un receso en los trabajos.  Acordamos regresar temprano en la mañana para reiniciar nuestra ardua tarea.  No sin antes yo asegurarles a los participantes que este servidor no descansaría hasta encontrar la luz para su oscuridad permanente.  Con esa nota de positivismo absurdo, nos fuimos a descansar.  En esta parte el sueño se tornó muy extraño.  De las habitaciones de los participantes se escuchaban gritos.  Como si todos estuvieran recibiendo alguna especie de tortura.  De la habitación de la bailarina gritaban: “A camerinos, a camerinos”.  De la del presidente se escuchaba una voz que gritaba cada vez más fuerte: “No, we  can’t. We can’t”.  Los agentes del servicio secreto que vigilaban la puerta solo se miraban y reían.  Del pequeño cuarto del gobernador se escuchaba a este decir: “Are you talking to me?... pues me vale!  De la habitación del rapero solo se escuchaba música fuerte, reggaetón o algo así, pero salía mucho humo por las ventanas.  Algo extraño sucedía en mi cuarto.  Oscuro, frio, en un silencio profundo.  Al parecer todavía estaba yo bajo los efectos de los somníferos recetados.

Ya muy temprano en la mañana hice mi entrada al salón de reunión.  Discurso en mano me dispuse a comenzar los trabajos de clausura del increíble junte.  Agradecí a todos los presentes por su asistencia y por permitirme ser pieza clave en la solución de sus problemas emocionales.  Continué mi presentación ante la audiencia diciendo: Queridos hermanos, compatriotas, amigos míos… socios en este infinito caminar sin rumbo; me dirijo a ustedes con mi promesa cumplida de dedicar toda la noche a la búsqueda de una solución a sus inclementes problemas mentales.  He estudiado minuciosamente cada uno de sus tétricos panoramas, y he llegado a un diagnóstico certero.  Ustedes padecen la locura que no se cura.  Esta condición permanente es un símbolo de su incompetencia, una marca de su ineptitud, y una burda evidencia de su ambición y apatía por los demás.  Han vivido ensimismados (justo como yo) olvidándose del pueblo al que se deben, al que prometieron velar por sus intereses, y al que han pretendiente representar ante el mundo.  Se han lucrado de todas las adversidades, problemas sociales, y vicisitudes que pasa el ciudadano común, haciendo de esto un sistema lucrativo para los ricos y poderosos. 

La desesperación en la sala era evidente.  Así que proseguí sin demora: Pero no teman mis pequeños saltamontes.  En este soliloquio vengo darles una buena nueva, una noticia que os llenara de mucha fe y esperanzas a todos ustedes.  La locura que no se cura no es una epidemia.  La locura que no se cura es una pandemia de grandes proporciones que se ha apoderado de todo ser humano sobre la faz de la tierra.  Se ha esparcido como pólvora por todo el globo, a tal grado que no existe nadie que pueda librarse de ser contaminado.  Su mejor característica es que, al no ser una condición somática tarda mucho en ser detectada.  Y el hecho de que gran parte de la población la padezca, la hace pasar como normal y corriente.  El ser racional y pensante que pueda todavía ejercer su libertad de criterio y utilizar su sentido común sin contagiarse, se enferma de apatía e indiferencia.  Es decir, no tiene salvación la raza humana.  Salgan a ese mundo real a continuar haciendo lo que hasta hoy.  Algunos de ustedes, a engañar las masas con utópicas promesas, alimentando falsas expectativas entre los incautos.  Aceitar la máquina del sistema capitalista que ha distribuido nuestros recursos de la manera menos equitativa posible. Desarrollando y esparciendo así, injustas hambrunas, muertes, y enfermedades incurables.  Otros han servido de testaferros para los intereses de los poderosos.  Actuando en detrimento de sus propios hermanos, sirviendo como lacayos de los invasores y extranjeros.  Los demás han contribuido a la enajenación general, con sus dramas, con sus actuaciones y novelas en los medios.  Dando de la manera más vil la estocada final a las aspiraciones de todo un pueblo.  Con su baile, botella y baraja han sumido las mentes de los más ingenuos en un mundo de fantasías.  Juglares modernos que inducen a sus seguidores a pensar y asumir lo que está mal como correcto, y lo que es justo y necesario presumirlo fuera de moda.

En este preciso momento no sé si por lo intenso del discurso o por el calor del precinto, comienzo a sentirme un poco mareado.  Aun así, decido continuar con la ponencia: Así que hermanos iluminados, no tienen nada de que temer.  Al final del día, todas esas masas que hoy los critican, los persiguen y los señalan, pertenecen a la misma claque que votan por ustedes, que los siguen en sus caravanas, que asisten a sus conciertos y compran sus discos.  Son locos empedernidos que no quieren saberse curados (entre los cuales me cuento).  No quieren un antídoto para su padecimiento visceral.  La locura que no se cura domina sus corazones, sus mentes y sus sentimientos, haciendo que se manifieste lo peor de cada uno ellos.  Hasta que no encuentren la voluntad perdida entre las sombras, para reclamar el bien común; hasta que no abandonen la desidia y la inercia para tomar partido activo hacia un mejor futuro; hasta que no encuentren su conciencia ciudadana y actúen conforme a ésta; hasta que llegue el día en que no se dejen cautivar por programas televisados, diseñados para hipnotizar sus mentes, y hasta que no dejen de avalar conductas antisociales por puro fanatismo; hasta ese preciso instante, seguiremos siendo meros observadores de nuestra propia vida…


Con gran alboroto y a la fuerza abren las puertas del salón de conferencias.  Entran todos los participantes (los mismos que pensé estaban escuchando mi diatriba), todos menos la bailarina quien había abandonado la convención molesta y sin previo aviso.  Irrumpieron con las fuerzas de seguridad nacional, las escoltas y guardaespaldas.  Exigiendo mí arresto por ejercer la psicología sin licencia médica.  Un equipo especial como el que encontró a Sadam Hussein y a Bin Laden en el fin del mundo, me extrajo por las salidas de emergencia.  A partir de ese momento, ya no recuerdo nada.  Sólo que desperté a las tres de la mañana en la hamaca de mi casa, con un maletín negro a mi lado.

¡Levántate y anda!