Haciendo un paréntesis en el drama eclesiástico de la reciente elección del nuevo Papa, quisiera hacer una reflexión personal, sobre lo que debería significar dicho evento. Entre la euforia de algunos que celebran de forma muy emotiva, y de otros que dentro de su escepticismo, no dan validez a esa figura, el día de hoy la iglesia tiene un nuevo dirigente. Pero, ¿qué efecto debería tener la selección del primer Papa Latinoamericano en nuestras vidas? En mi opinión muy personal, pienso que eso va a depender de las ejecutorias del nuevo Pontífice, tanto en el entorno clerical, como en el laicado.
A lo largo de mi vida como cristiano practicante, conocí muchos
seminaristas, monjas, y sacerdotes.
También fui testigo de muchas actitudes, comportamientos, y situaciones
que en aquel momento, si bien no eran cónsonas con la vida cristiana, yo no las
entendía en su fondo. Al sol de hoy,
puedo entender muchas de ellas, y explicar otras. Aunque la inmensa mayorías de ellas no tienen
justificación.
Ciertamente, y no debe ser un secreto para nadie, gran parte de los
hombres que ofician misas en la actualidad, no están del todo de acuerdo, o al
menos conforme, con muchos de los dogmas que se ven en la “obligación” de seguir y respetar.
Esto, si quieren cumplir con el llamado que dicen, El Señor les puso en
su corazón. Puedo asegurar que esto lo
he escuchado de los propios internos, en secreto de confesión. Este llamado a seguir una vida de caridad y
servicio a los demás, aunque esto signifique dejar su país natal y su núcleo
familiar. Estos mismos dogmas, a mi
entender, son los que han erosionado la capacidad de la iglesia de atraer
nuevos seminaristas y nuevos candidatos a las filas de reclutamiento sacerdotal. El reto, en ese sentido, es reevaluar las
políticas, normas y reglamentos que rigen la vida hierática. Incentivar los predicadores ya ordenados para
evitar la deserción y la fuga de capital humano, y de cierta manera, hacer
atractiva para los nuevos prospectos, la vida dedicada al clero.
El nuevo pontífice tiene ante sí, una iglesia envuelta en la vorágine de
acusaciones, señalamientos, y críticas, ocasionadas por el comportamiento
anti-cristiano de algunos de sus representantes. No cabe duda, que la situación amerita un
análisis exhaustivo por parte de la curia, si se quiere, para encontrar las
causas y/o motivaciones para tales comportamientos, y a su vez, las posibles
soluciones para los mismos. La ya
desgastada imagen de la iglesia romana, quizás no aguante unos cuantos lustros más,
antes de que la realidad de los tiempos la obligue a tomar medidas drásticas
para menguar el éxodo de feligreses (no
necesariamente hacia otras religiones).
Las medidas afirmativas que se tomen en los próximos años serán de vital
importancia para reconstruir la fe de sus fieles seguidores, rescatar el
respeto de las demás facciones del cristianismo, y tal vez cambiar la
perspectiva de muchos no creyentes. Es
precisamente, la aparente inacción de la alta jerarquía, la que ha socavado la
credibilidad de la iglesia de Cristo. A
tal grado que la ha llevado a perder su fuerza ética y moral en cierto temas de
interés social.
A grosso modo, estas son dos de las áreas en las que el Papa Francisco,
tendrá que invertir esfuerzo y energía de su ya longeva vida, si es que en
realidad quiere obtener resultados diferentes a los hasta ahora obtenidos por
el tradicionalismo católico. Es
imposible, y hasta ilógico, pensar que se puede traer a la iglesia, con sus dos
mil años de doctrina y tradición, por los pelos hasta la actualidad de nuestros
días. No se puede esperar más de lo que
realmente pueden dar, ni crear falsas expectativas en cuanto a cambios
radicales y resultados expeditos. Por el
contrario, la “santa sede”, peca por
demonizar todo lo que se le anteponga.
Solo resta esperar, que el recién entronizado Papa, utilice su poder
(político, económico, dogmático) para dar inicio a los tiempos de verdaderos
cambios.
El poder de la figura Papal, el cual considero, no viene a través de una
regla dictada por otros, sino gracias a la gran influencia que este ejerce
sobre una gran parte de la población global, tiene la responsabilidad de responder a las
necesidades de su feligresía y a las de toda la humanidad. Y debe ejercerse con un enfoque holístico y
no polarizado en el pasado. Así lo hizo
su fundador, al elegir a un judío, pescador y pecador, para erigir Su
Iglesia.
Por mi parte no espero mucho, he perdido la fe en ese sistema
doctrinal. Pienso que un buen comienzo
pudiera ser, transparencia y cooperación en los casos de violaciones de ley y
de derechos en las iglesias alrededor del mundo, en especial en casos donde hay
menores envueltos. Cambios dirigidos a
la participación más activa de la mujer en las celebraciones y trabajos
eclesiásticos, son necesarios para ambos entornos. Amén de las modificaciones a la vida que
deben llevar los sacerdotes y predicadores, la cual dista mucho con los de la
vida romana contemporánea. La lista de
deseos internacionales es extensa. Los
reclamos globales son aún más. Las
acciones deben ser terrenales y humanizadas, no esperar señales providenciales
para entonces, y solo entonces, actuar conforme a las enseñanzas del Cordero.
El poder de cambio necesita voluntad, necesita determinación y valentía
para comenzar una revolución hacia nuevos modelos, nuevos estilos y nuevas
visiones. Es el momento de hacerlo, de
darle un principio a tan ardua tarea. Es
imperativo, no solo para los católicos creyentes, sino para todo el pueblo de
Dios.
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