lunes, 8 de septiembre de 2014

Aquí, allá y en todas partes: Graciela Rincón Martínez o la capacidad del poeta de dar sentido a la existencia

por Carlos Esteban Cana



Cuando un grupo de escritores reflexionaba acerca de la actualidad y el futuro de la poesía latinoamericana en un conversatorio del pasado Festival Latinoamericano de Poesía Ciudad de Nueva York, escuché detenidamente las palabras de Graciela Rincón Martínez, poeta colombiana con una singular poética ecológica. A juicio del editor y escritor Carlos Aguasaco, la obra de Montes representa una neo vanguardia pues le presta su voz a seres que en apariencia parecen no estar presentes y que, sin embargo, sí lo están y son más que necesarios; una propuesta que está generando una nueva conciencia en los lectores.

Por lo anterior, queremos traer a los lectores de “Aquí, allá y en todas partes”, en la bitácora “Buscando luz al final del túnel”, las impresiones que compartió Graciela Rincón Martínez en tal conversatorio ante un auditorio integrado por profesores, estudiantes y amantes de la poesía que se dio cita en el Center Worker Education del City College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Esto ocurrió el 10 de octubre de 2013. Con estos pensamientos suyos quiero incluir una de sus poesías más conocidas, la primera pieza de su libro “El árbol que me habita”, titulada LA RAÍZ.


Graciela Rincón Martínez: “Yo pienso que mientras haya vida en el planeta habrá poesía, y que convivirá con muchos géneros. Y seguirá siendo un canto, un canto de juglar o el canto de un intelectual. Pero siempre va a existir la poesía. Pienso que continuará siendo algo íntimo, y que así como hay espacio para poetas sociales, también habrá lugar para poetas que canten su propia realidad”.
“Yo les escribo a los árboles, a quienes considero unos seres maravillosos, compañeros de nuestro devenir. Cualquiera preguntaría: “Bueno, pero… ¿cómo puedes estar cantándole todo el tiempo a los árboles? Con dos o tres o cinco poemas podrías agotar el tema. ¿No?”. Sin embargo, para mí cada uno de ellos es un Ser, y es un Ser a quien canto un poema muy especial. Pienso que así como yo les canto a ellos, muchos poetas querrán cantarle uno a las montañas, otros a los propios árboles, con su estilo y su propia visión de mundo, porque el poeta siempre estará dándole sentido a la existencia”.  

EL ÁRBOL QUE ME HABITA

LA RAÍZ 

I.

Desde la cuna escucho
la voz desnuda de la tierra.

Del jardín de mi infancia
escapan diminutas criaturas vegetales.

Y en las noches, la risa de las frutas
se mezcla con las canciones de mi madre.

Desde todos los lugares del mundo
los árboles me llaman.

Corro a su encuentro.

De nacimiento soy
árbol por dentro.

II.

Antes de ser árboles
eran ángeles.
Cuando pecó
la tierra con el sol
cayeron en una lluvia
verde y transparente.

Huyeron con una ala sola
y la anidaron en el cuerpo
sin vida del planeta.
Y siguieron pecando
naciendo ríos
pájaros y almendros.

Antes de ser árboles
eran ángeles
y cayeron en manzanos
y dejaron a Dios sin paraíso.

III.

Momentos que han caído
al sinfín de las ausencias.

Acuarelas que pinta la memoria:

Mi madre espantando
el pájaro de la tempestad
con un palo de padrenuestros.

Mi padre
escondiendo el huerto
de los ojos de los conejos.

Ana, abuela de risa de canario,
bajando del día pedazos de luz
para alumbrar las noches.

Las gitanas leen
la suerte de los pájaros.

Lujuria de magnolias
y yerbabuena,
perdición en la
carne de la piñas.
borracheras
con cóctel de azahares.

Mi niñez
patio de eternidad
con aroma a guayabas.

IV.

Inquilina de la aurora
creció mi sangre
en esa casa de espejos
que sonreían
a la tímida niña.

Miradas y pasos,
siluetas que aprisiona
y dibuja la voz antigua
de la campana del pueblo.

Danza de libélulas
era la vida
cuando aún el tiempo
no había enterrado sus uñas.

V.

Guayacánes desterrados
de la cima de lejanos bosques
me acompañan.

Parientes son entre sí
los muebles de mi casa.

Con el río de mis lágrimas
resucito sus ramas.

A lo lejos un pájaro canta.

VI.

Nadie me dijo adiós
se fueron cayendo
como hojas muertas.

Un vendaval de ausencias
arrasó mi bosque
cicatrizando la raíz del alma.

Pero un huerto
me nació en la sangre
que me invade y espera,
conversa conmigo
y me renace.
Levanta los brazos
y me abraza
cobijando
mi desamparo.

VII.

En esa ciudad
ellos todavía conversan
y los soles pasan
por su puerta.

Aún mi padre trae la alegría
en sus bolsillos
y fluye luz del vientre
del huerto de naranjos.

Aún hierve la noche
en un fogón de astros
y mis cinco hermanos
oran con mi madre.

Aún soy niña
y no escucho
la procesión.
La muerte se llevó mi casa.

VIII.

Un árbol
río caliente de tierra por mis venas,
torrente sin fronteras
convierte mi carne en azahar.

Que me hable
en el susurro de sus hojas,
y develé los misterios
de su intimidad.

Que sonría y
confunda su esencia con la mía,
Naranjo que desde la infancia me habla
y aún me espera para conversar.

Un árbol
sólo un árbol para conversar.

IX.

En el paraíso no me nombres,
no le cuentes a Dios de mi existencia.
Prefiero esta tierra con sus árboles.
Dile a ese extraño señor
que si se hastía de florecer los huertos
me entregue las llaves de la creación.

X.

Llegó la muerte
y la soledad
cantó a la nada.

Rompiendo puertas
y abismos
se pasó la vida.

Con tantos muertos izados,
tanta cicatriz,
ya no existo.

Ignoro si me habita
una niña, una anciana
o un árbol huérfano.

XI.

Ahora que hablo sola
que mi voz revienta la neblina
y camino al revés
calles sin pasos.

Ahora que no hablo
que habito en lejanías
que soy sólo de viento
luz de sangre,
sé sonar
una campana
que despierta y habla
con la tierra.

XII.

A los designios
del dedo de la nada,
siega pertinaz y sucesiva
solamente los árboles ganaron la batalla.

Cuando los miro
cargados de música,
una tenue llovizna
de esperanza me recorre.

Y en la lumbre de su sombra
reclino mi oscuro cansancio,
de lo que fue feliz
y ya es olvido.

Cuando la soledad me llaga
y una niña asustada
se asoma a la ventana,
en su cuerpo de hojas
me refugio,
sonrío
me abrazo
florezco
y me renazco.

XIII.

Ya no existe
aquella música.

Una oscura
fragancia de silencio
se mueve entre las sombras
de la gran ciudad que habito.

Mas sobre el vello de la tierra
sigo persiguiendo hormigas
y abrazo al maíz
como a un amigo.

He desafiado la arquitectura
de las llaves terrenales,
mi firmamento es vegetal,
y un olor a pomarrosas
me persigue.

Mi reino es de
árboles sin nombre
que conmigo comparten
soledades.

Mi idioma la lengua
secreta de la tierra
enraizada en los astros,
luz de las primeras aguas.

Al viento
le quité los brazos

sin edad camino
sus caminos.

XIV.


Por atajos de nubes
y soles carpinteros
de la casa celeste

bajan árboles,
hablan conmigo
de la ciudad del alba.

*****
Graciela Rincón Martínez nació en El Socorro, Santander, Colombia. Hija y novia de los árboles. Ejerce su profesión de abogada. Ha participado en encuentros poéticos en los cuatro continentes e incluida en múltiples antologías. En el año 2000 obtuvo el premio nacional de poesía femenina con el libro “Me está llamando un árbol “, festival que en el 2001 otorgó premio fuera de concurso a su poemario “Los Ojos del sur”. “Del Caminante. Canto Primero”, fue reconocido con Primera Mención Especial Premio Videncias, Ciego de Ávila Cuba, 2003. 
  
Libros:       

“La casa del viento”.  Edit. Jaime Vargas 2000; 
“Me está llamando un árbol”.  Edic. Museo Rayo 2001,
“Los ojos del sur”  Edic. Apidama 2001.
“Del Caminante, Canto Primero”. Edic. Abrace Uruguay 2003.
“Medio Siglo de noches”  Edic. Jaime Vargas 2004.
“Del caminante en la mitad del mundo” Ecuador, 2006.
“El árbol que me habita” Ediciones La Porte,  París 2007.
“Para que nazcan tréboles”
“De los oficios”

*****

jueves, 4 de septiembre de 2014

Anillos



     La amé desde que la razón me hizo soñar a la mujer perfecta. Me dediqué a buscarla en otros cuerpos hasta que un día, de forma inesperada,  se acomodó a mi lado en la librería. Comenzó a hablarme como si me conociera de toda la vida. Hablamos de Pablo Neruda y Mario Benedetti, de lo mucho que se tardaba en construirse el Tren Urbano y de su receta preferida para  hacer un buen “limber” de crema. Esa tarde se convirtió en noche y tuvieron que echarnos de la librería cuando se disponían a cerrar sus puertas. Intercambiamos números telefónicos y nuestras direcciones electrónicas. Nos despedimos con un apretón de manos, de esos en los que, en vez de apretar, acaricias.

     Estuve toda la noche y el día que siguió pensándola. Su rostro y su dulce voz me remontaban a placeres ocultos. A pesar de que no quería  lucir como un desesperado o abalanzado, la llamé. Y escucharla sonreír, al enterarse de que era yo quien hablaba, me conmovió. Luego de los saludos de rigor y de mencionar lo bien que la pasamos el día anterior le indiqué que la llamaba para invitarla a una tertulia de literatura esa misma noche. En ese momento nos enteramos que la casualidad hubiese hecho que nos conociéramos, pues ya estaba invitada por una amiga a asistir y precisamente estaba comprando una botella de vino que llevaría para la actividad. Nos prometimos brindar por el destino y aproveché para invitarla a almorzar. Accedió con gusto.

     En menos de una hora llegué a su encuentro. Ofrecí llevarla a varios restaurantes y ante su negativa explicó que ese día no se le antojaba nada sofisticado. En plena capital no escogió un restaurante de manteles blancos y copas de cristal, de hecho nuestro techo fueron las ramas de árboles y el almuerzo un par de “Hot Dogs” comprados a la orilla de la carretera. Satisfechos y felices dimos un paseo por la capital. Visitamos varias galerías en las que compartió conmigo su conocimiento sobre arte hasta que nos despedimos con la promesa aun viva del brindis.
     
     Fui el primero en llegar al apartamento donde se celebraría la actividad. Me correspondía llevar una bandeja de entremeses y se la entregué al anfitrión. Le ayudé a colocar las sillas y el atril desde donde se declamaría poesía, cuentos y ensayos. Poco a poco fueron llegando los demás invitados y comenzó la actividad con mi desespero de no verla llegar.  Las primeras  poesías de amor que escuché sólo me remontaron a su rostro y por primera vez en mi visita a ese tipo de actividad me aburrí. Sólo me encantó escuchar de boca de uno de los escritores - Carlos Ramón Cana - su escrito publicado en la edición numero cuatro de Taller Literario titulado: “El Ruiseñor y el almendro” que trata sobre un árbol derrumbado por inescrupulosos y un ruiseñor muriendo también en su defensa. Tal vez me satisfizo porque la tristeza del escrito competía a la par con lo que yo sentía al no verla entrar e iluminar aquella fiesta de palabras. No pude disimular más mis ansias de verla y sin que acabara la actividad me marché.

     Llegué a mi casa y me conecté a Internet. Le escribí un e-mail que denotaba mi preocupación de no verla en la actividad según lo planeado y expliqué mi insistencia en llamarla al celular que aparentemente estaba fuera del área de cobertura. Me quedé dormido sintiendo celos al pensar que tal vez alguien me ganó la partida, pero sabiéndome un enamorado platónico que exigía al universo se me concediera tan hermosa mujer.
    
     El ruido del teléfono logró despertarme. Al contestar descubrí que su linda voz era necesaria para mis amaneceres. Mientras escuchaba su disculpa me di cuenta que no hacia falta que lo hiciera, el sólo escucharla había renovado en mí la felicidad que creía perdida. Se excusó explicándome que la llegada de sus padres la envolvió y no pudo asistir. Según me explicó: vivía y trabajaba en la Gran Manzana.  Sólo llevaba dos semanas de vacaciones por acá. Debía volver al trabajo en varios días. El encuentro con sus padres se debía a que ellos volvían de un paseo en crucero por el Caribe, mismo que ella desistió de disfrutar porque no visitaba desde hacia varios años la isla y deseaba  pasarla en Puerto Rico. Esto me frustró sobre manera. Entendí que no tendría tiempo de conquistarla. Me sorprendió el hecho de que no me relatara los detalles el día antes. Bueno, yo tampoco le había preguntado, nuestra conversación fue tan amena que tales detalles pasaron desapercibidos. Estuvimos hablando por horas. El numero celular que me había dado era de tarjeta y no lo pensaba recargar así que me facilitó esta vez el numero telefónico de la casa donde se estaba quedando.
    
      Mi invitación al bosque forestal y a la playa en domingo fue tomada con algarabía. Cuando llegamos a una de las muchas cascadas del bosque, ella empapó su rostro del agua fría y cristalina. Admirados de la natural belleza y tranquilidad del lugar decidimos pasarla allí todo el día. Renunciando a nuestro pensamiento de incluir la playa en el viaje bordeamos las rocas y caminamos a favor de la corriente del río. A pocos minutos escogimos un buen lugar donde tender una sabana y sentarnos a platicar, leer poesía y consumir lo que ella misma preparó: pollo a la jardinera con un sabor tan extraordinario que le pregunté si trabajaba como “chef”. Entre dialogo y risas comenzaron las miradas furtivas. Miramientos que deduje eran de aceptación y me abalancé a robarle un beso. Su respuesta fue divina. Varios besos después mis manos buscaron palpar su cuerpo y un empujón me hizo saber que debía disminuir la velocidad. Luego de varias explicaciones que detuvieron mi animo de hacerle el amor allí mismo, me conformé con más besos, con perderme en su mirada y admirar su belleza.
    
      Le rogué al cielo que me diera la oportunidad de más tiempo para seducirla y como si me hubiese escuchado el mismo Dios y hubiese decidido que no, ella me explicó que debía regresar en los próximos cinco días y que no quería enamorarse. Le pregunté si estaba comprometida y su respuesta me robó una sonrisa. Ella mencionó que su relación anterior había sido año y medio antes y que esperaba que mis besos fueran parte de su próximo compromiso. Para demostrarle que mi interés era genuino me quité mi sortija de graduación y se la fui midiendo hasta dejarla en el dedo  pulgar que fue donde le sirvió. Ella me dijo que no podía aceptarla. Le indiqué que la conservara como un préstamo. Yo iría a buscarla, no sólo a la sortija sino también a ella, a la primera oportunidad. Recordamos que días antes habíamos prometido brindar por el destino y le quitamos la tapa al vino tinto. Debo confesar que le añadí al brindis algunas palabras. Brindé por sus ojos, por sus labios, por su hermosura y  su sonrisa. Ella Brindó por nosotros y supe que sería de ella para siempre.
     
     Luego de ese compartir en el río, nos convertimos en inseparables. Mi hermano me  consiguió un certificado medico que señalaba que sufría conjuntivitis y los días siguientes aproveché para estar con ella. Visitamos todos los puntos de interés y me llevó a conocer a sus abuelos. El día del aeropuerto ambos nos despedimos llorando con la promesa de escribirnos y volvernos a ver. Descubrí de lo que hablaba cuando dijo que se iría en cinco días y no quería enamorarse cuando extrañarla no fue para nada divertido. Comenzamos a escribirnos por Internet y hasta por correo. Llegaban cartas a diario con su perfume y yo no me detuve pues, ante esa mujer tan divina,  pude ser yo mismo sin pensar en que alguien me podría tildar de cursi. Palabras de amor, discos compactos, sorpresas envueltas. ¡Hasta le envié sus galletas preferidas por correo! 
    
     Transcurrieron dos meses y medio desde que ella partiera. La llegada de mis vacaciones fue un aliciente y la oportunidad de verla. Septiembre sería un mes que no olvidaría nunca. Mi intención era darle una grata sorpresa. Todo estaba, como decía el Chapulín Colorado, fríamente calculado.  Llegaría a la Gran Manzana el día de su cumpleaños. Después de algunos abrazos y besos le exigiría que me devolviera mi sortija de graduación. En su lugar le pondría un aro de compromiso justo en el momento de pedirle que fuese mi esposa.

Llegué a Nueva York de madrugada. Seguí las recomendaciones de un vecino que vivió muchos años allí y de tren en tren llegué hasta el edificio donde ella trabajaba. El trayecto fue largo y me arrepentí de no haber tomado un taxi. Cuando traté de entrar un guardia me detuvo y exigió mi identificación de empleado. En el poco inglés que aprendí en mis años de escolar le expliqué mis intenciones. Él me dijo que entendía mi situación, pero no podia dejarme pasar pues erán las ocho y cuarenta y cinco y aún no habrían al público. Que si deseaba esperara a que abriera el complejo de oficinas o que le diera la información de ella. Él trataría de que bajara hasta donde yo la esperaba y sería sorpresa de todos modos. Acepté que me hiciera el favor de conseguir que viniera a mí. Justo cuando le dije su nombre y número de piso escuchamos una terrible explosión seguida de gritos de pánico en la calle. El guardia  me empujó hacia fuera y volvió a entrar.
     Yo miré hacia arriba y la humareda que salía del edificio continuo era infernal. Asustado por la suerte de mi amada entré al edificio. Todos corrían hacia fuera y busqué su rostro entre la gente que salía. El guardia me reconoció y volvió a insistirme que saliera. Ante mi negativa se enfureció y comenzó a maldecir en inglés. Las palabras obcenas son lo primero que uno aprende de cada idioma y entendí cada uno de las que profirió. Le devolví algunos improperios que sólo lograron que comenzara a empujarme hasta la salida. No pude hacer nada contra sus empellones y furioso salí a buscar un teléfono público. Los cercanos estaban ocupados por transeúntes que explicaban la explosión a no sé quien y esperé desesperado a que liberaran alguno. Al conseguirlo la llamé y contestó ella misma. Al escuchar mi voz comenzó a decirme lo mucho que se alegraba de oírme y que me extrañaba.

     Las sirenas de los carros de bomberos o policias y los gritos de lamentaciones de los transeuntes opacaban lo que me decía y la interrumpí. Le pedí que saliera del edificio. Cuando le expliqué que acababa de ocurrir una explosión en el edificio de al lado se quedó callada demostrándome que no entendía lo que le decía. Resumiéndole le expliqué que había venido a visitarla y que estaba afuera. Ella comenzó a gritar de la felicidad y me dijo que bajaba enseguida. Le añadió un “te amo y ..."  lo demás no llegó a decirlo o no llegué a escucharlo. Justo en ese instante un avión secuestrado por terroristas se estrelló contra su edificio.

***
Angelo Negrón es narrador, bloguero y asiduo fanático de la twitteratura. Oriundo del pueblo costero de Cataño. A finales de la década del 80 funda y dirige la revista Senderos. Durante los años siguientes sus cuentos serán conocidos en las páginas de la revista Taller Literario. A raíz de esa experiencia entra en contacto con una serie de cuenteros de diferentes partes de Puerto Rico, entre ellos el escritor Antonio Aguado Charneco, que considera a Negrón como uno de los principales narradores de su promoción generacional. En la primera década del presente siglo comienza a publicar en la WEB su bitácora titulada Confesiones, en la que ha ido publicando algunas de sus piezas narrativas, que suman más de una centena. Al día de hoy su portal cibernético ha recibido más de 63,000 visitas, según diversos contadores de estadísticas. Su blog, a través de los años, se ha ido convirtiendo además en un espacio cibernético que ilustra el acontecer cultural boricua, y reproduce ocasionalmente el boletín “En las letras, desde Puerto Rico”. Recientemente fue incluido en la antología Cuentos puertorriqueños en el nuevo milenio, antología que recoge 50 cuentos de 50 narradores puertorriqueños contemporáneos, publicado por la editorial Libros de la Iguana. Durante el presente año circularán sus libros Causa y efecto (cuentos) y Ojos furtivos (novela), bajo el sello de Publicaciones Gaviota. Para Angelo Negrón escribir, más que ordenar palabras, es ordenar ideas. Al respecto manifiesta: “Es un juego muy serio, cuando escribimos emitimos señales que el lector tiene la posibilidad de interpretar de un modo u otro. Es ese proceso puede adoptar el rol del protagonista o ser un mero observador. Es aquí que se dinamiza el ejercicio y el lector ya no es un ente pasivo. Y entonces se puede convertir en parte de lo que lee, disfrutando u odiándolo, estando de acuerdo o no. Yo escribo para eso, aspiro a sembrar una "espinita" que duela o acaricie, poco o mucho, pero que, al final del camino, dé qué pensar”.

domingo, 31 de agosto de 2014

Aquí, allá y en todas partes: Iris Miranda o la capacidad de tomar en serio la poesía

por Carlos Esteban Cana


Con motivo de la presentación del nuevo poemario de la escritora Iris Miranda, bajo el enigmático título de Óptica del desierto y Flash Creatio, pasaremos revista sobre la trayectoria de esta poeta que comenzó a destacarse en el panorama de las letras boricuas durante la década de los 90’s.

Aunque Taller Literario, en sus diversos ejemplares o como parte del catálogo de poetas que la revista incluyó en la antología Los rostros de la Hidra (Isla Negra Editores), fue presentando el perfil de Miranda como creadora, no es hasta el 2007 cuando decide publicar su primer poemario bajo el título Noches de luna: embelesos y melismas (Orbis). Cuatro años después, en el 2011, da a la imprenta un segundo libro: Alcoba roja (Los libros de la Iguana-2011).

La poesía de Miranda se caracteriza por ofrecer un balance entre la metáfora presentada y el lenguaje utilizado. En sus piezas nada es forzado, quizás la sutileza es el recurso predilecto de la poeta para dar con la imagen de turno, a modo de pincelada. En sus dos primeros libros la danza sinuosa del amor, con sus encuentros y desencuentros, signan los tópicos que dan carácter orgánico a ambas propuestas.

En contraste, este nuevo título que se presentará el próximo martes 2 de septiembre, a las 7:00 p.m. en Plaza de la Cultura (ubicado en donde ubicaba la librería Borders en Hato Rey), Óptica del desierto y Flash Creatio, nace de una urgencia creativa, en la que salta a primer plano la indagación sobre la realidad del otro; búsqueda que inherentemente tiene cierta dimensión espiritual. El poemario incluye además un disco compacto, en el que la propia poeta declama 16 de sus piezas más emblemáticas.

Y para beneficio de los lectores de esta columna, que se focaliza en el proceso creativo de los artistas, compartimos unas breves reflexiones de la escritora Iris Miranda acerca de su estrecho vínculo con la poesía. 


Iris Miranda: El poema me busca o lo encuentro. Cuando me busca, me detengo, pongo pausa y transcribo los versos donde quiera que esté. Pero si el silencio es, mucho mejor para inspirarme. Escribo casi siempre de noche. Es el momento ideal para jugar con los versos. Reviso bien las maneras de decir porque me gusta decirlo “a mi manera”; todo llevado a la belleza de lo simple, lo melancólico, o bien del enredo, lo furioso”.

“Uso libretas para escribir lo que llamo prepoemas. Luego los releo y ahí comienza el pulido de las palabras. El resto del proceso, los dos o tres subpoemas que salen del primero, se mantienen vivos por un tiempo en la computadora. Finalmente, después de haberlos dejado descansar, finalizo el poema con el que más me guste. Aunque también he escrito poemas de un tirón y he quedado satisfecha”.


DATOS BIOGRÁFICOS - Iris Miranda es poeta puertorriqueña de la Generación del 80. Obtiene su grado universitario de Maestro en Arte en Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico. Al presente, se desempeña como Profesora de Lengua y Literatura en la Universidad Politécnica de Puerto Rico. Publica, por primera vez, sus versos en la revista Taller Literario del poeta Carlos Esteban Cana. Es autora de Noches de luna: embelesos y melismas (Orbis-2007), de Alcoba Roja (Los libros de la Iguana-2011), y de Óptica del desierto y Flash Creatio (Los libros de la Iguana-2013), este último ha llamado la atención del crítico literario Dr. Marcelino Canino, cuya reseña puede leerse en: http://opticadeldesierto.blogspot.com/2013/12/ojeada-un-poemario-de-iris-miranda-por.html.  Es miembro de la Junta de Directores del Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico y ha sido creadora y coordinadora de varios certámenes literarios por más de 20 años, entre ellos, el Certamen Literario de Poesía, Cuento y Ensayo de la Universidad Politécnica de Puerto Rico y el Premio Guajana (2010). Iris Miranda ha sido reconocida por su creatividad en dos de los certámenes Juan Antonio Corretjer de la American University (2009 y 2010) en poesía y cuento. Ha publicado en revistas electrónicas tales como la Revista Isla Negra de Gabriel Impaglione y Ensentidofigurado.com de la Editorial SM, en la sección Entremés [Letras Pequeñas] año 6 núm. 1 sept.- oct. y nov.-dic. 2012, entre otras. Y ha sido antologada en poesía en la edición especial de la Revista Boreales, Ejército de rosas (Marzo 2011) y en cuento, en Cuentos puertorriqueños en el nuevo milenio (Los libros de la Iguana- 2013). En el 2014, publica con la editorial Casa de los Poetas su primer libro de poesía para niños: Flor de Luna en edición bilingüe. Iris Miranda es poeta bloguera. Tiene varios espacios en la red, desde donde interactúa con sus estudiantes, o bien con sus colegas poetas, cuentistas y artistas: http://liricanocturna.wordpress.com, http://opticadeldesierto.blogspot.com, y http://rosesonfireselectedpoetry.wordpress.com.  Este último blog, contiene una selección de su poesía, traducida al inglés. Y también, administra un canal de YouTube para videopoemas de autores contemporáneos producidos por sus estudiantes: http://www.youtube.com/liricanocturna.

jueves, 28 de agosto de 2014

Aquí, allá y en todas partes: Amílcar Cintrón Aguilú y la poesía como encuentro

por Carlos Esteban Cana

En un reciente recital, el escritor Amílcar Cintrón Aguilú puntualizaba en la capacidad que tiene la poesía para provocar encuentros. No de otra forma se podía expresar el autor de “Como peces emplumados”, un poeta de largo aliento que ha dado piezas memorables, como el poema “Hallazgo” o la contundente “Oda al francotirador”, quien desarrolló una serie de talleres de escritura creativa que se alimentaban precisamente de ese intercambio que trasciende el yo para comunicarse con ese otro que muchas veces desconocemos o ignoramos.

Muchas anécdotas puedo narrar acerca del perfil creativo de este autor puertorriqueño, que conozco desde 1991, cuando ambos cursamos un taller de cuentos con el escritor Emilio Díaz Valcárcel. Sirvan estas líneas, sin embargo, como un pequeño homenaje a su amplia gesta como poeta, narrador, educador e historiador.

En esta columna que se ocupa del proceso creativo y como muestra de la obra poética de Amílcar Cintrón Aguilú, traemos a su consideración una pieza que se sirve de la tradición para describir una escena caribeña y denunciar. La misma se titula “Majestad Negra”, que la disfruten.

*****

Majestad Negra

Por la encendida calle antillana
en la ciudad de Santiago
bajan las negras
Tembandumba de la Quimbamba
-Rumba, macumba, candombe, bámbula-
entre poses bebidas de blancas máscaras.

De caderas y aureolas
culipandeándolas Reinas avanzan
calle abajo
calle arriba
en rítmico correr de pechos;
clave de nalgas
Amílcar Cintron Aguilú (Segundo desde la derecha) junto a LARO,
Eric Landrón, Tony Aguado Charneco, Carlos Esteban Cana
y Angelo Negrón del colectivo Taller Literario
meneos cachondos que las miradas zafrán.

Mirada centrada en miradas
cabeza alta, pupilas en llamada
cuerpos violeta, blancos
ceñidos como orugas regias,
el caderamen, masa con masa,
el baile triunfal de baco
por las calles empedradas de Yemayá.

Sus hijos marcan el ritmo
pasa el amor lejos del cetro papal,
las cadencias ancestrales
se profanan
acechando los cuerpos
frente a lujurias de dioses.

Ellas, en el altar del viejo hotel,
de lado la despintada catedral,
lucen plumas reales
al paso por las mesas…
Tembandumba de la Quimbamba.

Se sientan, con los ojos tientan paredes y espaldas
mientras, los dedos
corren sin permiso tierras nuevas.
Ebullen la cerveza, el vino,
rómulos y akanes de cabellos opacos, marchitos
panzas de impresos floreados
sombreros de paja, exploradores en caza
pierden sus miradas al fondo del bayú.
Recuerdan el trago, acarician sus gotas
la tersa suavidad de la juventud
que se toma a cuarenta grados prueba
en pequeños sorbos
y atracones de masas.

Amílcar Cintrón Aguilú
Las diosas caribeñas, desnudas se miran
se ven entonces ahogadas
brazando desesperadas por la superficie
el giro, en busca de los que impasibles
disfrutan los placeres del burbujeo.

Algo del maquillaje se descorre,
entre las cejas y el ojo asoma un ciervo,
algo se está perdiendo,
no es la virginidad, no la inocencia
tal vez cierto tipo de libertad
que sus padres esclavos guardaron
en coco, con lino y azahar
perfumado de pacholí secado
frente a la casa de tablas del solar;
llena de animales y yerbas,
el retrato de papá y mamá,
hermanos y sólo lo suficiente para andar.




Entre lo necesario y estos brazos
no combinan las sillas y mesas
en esta Mesa del Carnaval
de telas raídas
-Rumba, macumba, candombe, bámbula-
preciadas, presentadas
afamadas, mimadas
y sin estruendo el silencio de la sala,
las calendas desenfrenadas…
las caras engüeradas
en esta mascarada.

En el vaho la música
Tembandumba de la Quimbamba
sus ojos abren
-el salón amplio, estéril-
un cuerpo solo
y el alma derramada,
melao de la zafra
escalón a escalón…

La luna calurosa
refleja, muy tersa
en el bullicio de la ciudad
sus tenues rayos de plata
danzando como las olas
en la noche de la playa.


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Carlos Esteban Cana - es comunicador y escritor. Desde 1988 realiza periodismo cultural, con diez años de experiencia en la televisión pública. Sus trabajos han sido incluidos en algunas de las publicaciones y suplementos más importantes de Puerto Rico, entre ellas, Diálogo, CulturA, Cayey, Revista del Instituto de Cultura, 80 grados, El Post Antillano, Letras Salvajes, Cupey, La Revista, y En Rojo. Fundó la revista Taller Literario durante la década del 90. Se ha desempeñado como Coordinador Editorial para el Instituto de Cultura Puertorriqueña y perteneció a la Junta del Pen Club de Puerto Rico. Actualmente colabora en la sección Crítica de libros en Radio Universidad de Puerto Rico y publica el boletín cibernético "En las letras, desde Puerto Rico". Algunas de sus columnas seriadas, que se reproducen en diversos medios como las bitácoras "Confesiones" y "Buscando luz al final del túnel", son “Breves en la cartografía cultural”, “Aquí, allá y en todas partes” y “Crónicas urbanas”.  Residió en la Ciudad de Nueva York, donde participó de la vida cultural de la Gran Manzana. Cana es autor de tres libros: Universos (Isla Negra Editores, 2012); Testamento (Publicaciones Gaviota, 2013), y Catarsis de maletas (Publicaciones Gaviota, 2014). En la actualidad la red internacional Global Voices publica sus crónicas periodísticas.

viernes, 22 de agosto de 2014

Hipocresía Social

por Angel Parrilla


La muerte autoinfligida de una persona, mejor conocida como suicidio, puede analizarse de múltiples maneras.  Como yo veo las cosas, puede incluso llamarse homicidio social.  Soy una persona que lamenta todas las muertes, sin hacer distinción de persona.  Es por ese motivo que escribo sobre este tema.  La reciente muerte del famoso actor, Robin William, ha provocado en mí ciertos pensamientos.  Ver como el mundo se ha manifestado sobre la partida voluntaria de este mundo de Williams, me ha llevado a analizar y concluir algunas teorías. También me ha causado decepción, frustración, y hasta cierto punto, coraje.  Nada que ver en lo absoluto con el caso particular de Williams.  Más bien, algo generalizado.  Como escribí en líneas anteriores, soy del tipo de gente que lamenta todas las muertes, y quizás por tal razón miro siempre más allá de mis propias fronteras.  La inmensa mayoría de las personas que hoy lamentan la muerte del actor favorito de muchos,  han guardado silencio en lo relacionado a otras muertes.  Muchos de los que en estos casos su primera expresión  es clamando a Dios y a otros tantos dogmas religiosos, parecen no estar enterados de ciertos eventos, locales e internacionales, donde reina la muerte.  Al menos esa es la impresión que da su silencio, apatía o indiferencia.  Cualquiera que sea el caso, no deja de ser triste y lastimoso.  Mientras los puertorriqueños se desbordan en sentimientos de pésame por el intérprete de, Patch Adams, las cifras de suicidios en la isla continúa en aumento y las muertes en nuestras calles las inundan de sangre.  Ante este panorama muchos escogen la enajenación y se toma por normal y bueno que ese fenómeno se esté desarrollando en nuestro vecindario diariamente.  Paralelamente, todo el orbe parece ignorar las crueldades de las guerras, las invasiones, las pandemias y los genocidios.  

La libertad personal nos permite preocuparnos y ocuparnos de lo que mejor nos parezca.  Pero cada uno tiene que cumplir una responsabilidad social indelegable.  Responsabilidad que va más allá de las leyes y de lo establecido jurídicamente.  Incluso va más allá de los valores que pueda inculcar cualquier religión en su filosofía dogmática.  Se trata de la naturaleza, la moral y la razón de cada ser humano.  Me parece poco sincero expresar dolor y condolencia   sobre la muerte de un individuo, cuando nos hacemos de la vista larga en las demás instancias.  Instancias donde la muerte arropa y desuela pueblos y naciones enteras, incluida la nuestra.  Los recientes ataques a Irak, los bombardeos incesantes en Gaza, la epidemia del Ebola en África, la guerra infinita en Afganistán, las muertes buscando calidad de vida, en las fronteras de tantos otros países, son sólo algunos de los escenarios que cobran vidas de inocentes a diario.  No quisiera que me mal interpreten. No quiero decir que no se realicen ni se manifiesten, o que se contengan  las expresiones de duelo por Robin Williams y tantos otros que han aportado con sus respectivos talentos a la sociedad.  Lo que realmente quiero decir es, ¿por qué no hacerlo en todos los casos con la misma intensidad, fervor, indignación o cualquier otro sentimiento que emane de la moralidad pura de cada ser humano?  Todos, en su momento, hemos actuado con esta hipocresía social.

Todo lo anterior me lleva inevitablemente a evaluar si existe diferencia entre homicidios, asesinatos y suicidios. Sin querer entrar en cantidades que puedan ser consideradas masacres, exterminios, genocidios u holocaustos.  A mi parecer, la única diferencia entre estos es el mecanismo utilizado para efectuar el arrebatamiento de la vida a otra persona.  Y es que me parece que, como sociedad, somos igualmente responsables de velar por el bien común, lo que nos lleva a ser, tácitamente, cómplices de cada atentado violento contra la vida, incluso la propia.  Somos cómplices en la medida que consentimos, callamos o simplemente ignoramos la realidad de nuestro prójimo.  Más aún si pasamos de ser meros cómplices a ser activos colaboradores del detrimento social que nos afecta a todos como comunidad.  Al final del día, eso es lo que se refleja en la alta incidencia criminal que nos azota, sin entrar en el detalle de las mil y una maneras en que contribuimos a tal deterioro generalizado.  En la medida que una persona desarrolla tendencias delictivas; o se ve inducido a delinquir; o lo hace sin intención ni alevosía; o simple y llanamente se siente acorralado por las circunstancias sin encontrar más salida o refugio que la propia muerte; todos somos, moralmente como colectivo, igualmente responsables.
    
Concluyo mi análisis con la siguiente premisa: “cada asesinato, cada homicidio, incluso cada suicidio, es en realidad una muerte socialmente provocada”.  Ya sea de pensamiento, palabra, obra u omisión, somos responsables del estado actual de nuestra sociedad.  Quizás por indiferencia, apatía, enajenación, ignorancia, desinterés, o desidia, todos pecamos de hipocresía social.  Siendo esto último mutuamente excluyente con los valores realmente cristianos. 

¡Que Dios se apiade de nosotros y que descansen en paz y nos perdonen todos nuestros muertos, incluyendo a Robin Williams!       

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Angel L. Parrilla López - Nació en Rio Piedras.  Natural de Cataño, del Barrio Amelia, donde cursó toda su vida escolar.  Tiene un Bachillerato en Recursos Humanos, y una Maestría en Gerencia.  Por más de 20 años, fungió como Servidor en la comunidad, y asesor del Grupo de Jovenes Parroquial.