lunes, 2 de marzo de 2020

Entre epidemias y pandemias

por  Caronte Campos Elíseos


No estoy seguro si es que me encuentro (nuevamente) en el umbral de la locura, si es a causa de la oscuridad de mi intelecto, o es que simplemente soy víctima de algún maleficio emocional.  Pero en estos días de expectación global a causa del llamado Coronavirus, y más localmente, por la indignación por el asesinato de Alexa, me siento mentalmente sensible.  Entre noticieros amarillistas, analistas por segmentos de 4 minutos y un gobierno eminentemente incapaz, la vida transcurre con normal mediocridad.

Poco atento (como me caracteriza) a las noticias relevantes del país, ocupó mi atención toda clase de argumentos sobre el homicidio de la mujer transgénero.  Desde homofobia, intolerancia, incomprensión, apatía, discrimen, la indiferencia de algunos; conjugado todo con la preocupación por la seguridad, privacidad y derechos de otros.  No soy un ducho en los asuntos del idioma, definiciones y diccionarios, pero generó en mí cierta suspicacia el tema de la tolerancia.  En medio de la indignación sobre el comentado caso, surgía el llamado y el reclamo general hacia la tolerancia.  Si bien es cierto que la tolerancia es elemento fundamental y esencial para la buena convivencia, en ocasiones se desvirtúa su significado.  En todo crimen y/o crimen de odio que culmina en la perdida de una o más vidas, hay un problema de fondo y con raíz más profunda que la intolerancia.  El desprecio a la vida de nuestros conciudadanos, el derecho más fundamental de todo ser humano, es el germen de la descomposición social que experimentamos.  En mi opinión, se toleran gustos, tendencias, prácticas y… opiniones; pero la vida, propia y de otros, se respeta.  Según mi entendimiento (que no es muy ilustrado) el respeto y la dignidad humana no deben estar subordinadas a la tolerancia; esta vendría a complementar aquellas.
 
Por otra parte, tenemos el otro virus, el COVID19.  Hasta ahora, el resultado directo de esta pandemia para nosotros ha sido poner de manifiesto la incapacidad del gobierno.  La estulticia de nuestros gobernantes ha quedado patente sin necesidad de aplicar algún reactivo.  No saben de matemáticas, no saben de geografía y mucho menos de diagnósticos y medicina.  Nuestra salud está en manos de incompetentes que ni siquiera conocen sus funciones básicas y más elementales; el bienestar común.  El detrimento social que vivimos, tiene su máxima expresión en la actitud de la clase política.  La ineptitud de estos funcionarios frente a las grandes tragedias naturales, ha costado más vidas que cualquier otra enfermedad de temporada. 

Sospechosamente, cada vez que el gobierno norteamericano tiene su famoso censo cada decenio, este viene acompañado por una nueva amenaza global.  Tal fue el caso de la gripe porcina H1N1 hace exactamente una década.  Cualquiera diría que prefieren contar cadáveres que vidas, para luego esconderlos en vagones.  Mientras tanto, las megatiendas tienen una nueva época de bonanza, vendiendo a sobre precio artículos de primera necesidad.  Sin mencionar las grandes farmacéuticas que esperan ansiosas el descubrimiento de la vacuna que sirva de panacea; a la vez que medran de la crisis general.  Suponiendo que no crearon el problema en un laboratorio para luego mercadear la tan esperada cura.

Así discurre nuestra vida insular; entre epidemias criollas y pandemias globales.  Polarizamos la atención en distracciones y nimiedades, mientras se esparcen y reproducen como virus y bacterias mortales los problemas sociales.  El desprecio a la vida y los derechos fundamentales, el discrimen, la intolerancia, la indiferencia generalizada y el desapego individualista sirven de trampolín al desgobierno, a la apatía gubernamental y la corrupción institucional.  Padecemos el síndrome de Estocolmo.  Consentimos, y hasta nos convertimos en cómplices de los que tienen secuestrada nuestra voluntad y nuestro futuro.  El fanatismo político nos lleva a aceptar, incluso a justificar, las agresiones indiscriminadas del partido de turno en el poder; aunque esto sea la cosa más insalubre que puede sufrir un pueblo.

Pero este próximo noviembre se termina nuestra eterna cuarentena.  Llega el tiempo de vacunarnos contra los corruptos, parapocos y oportunistas.  Tendremos una nueva oportunidad de poner en remisión la descomposición social, salir de la eutanasia a la que nos han sometido y recuperar nuestra salud nacional. 

¡Levántate y anda!

domingo, 26 de enero de 2020

Tempestades

por  Caronte Campos Elíseos


En medio de tantos desastres tipificados como naturales, sin consideraciones serias sobre la influencia humana, tengo que admitir que me siento muy descompensado emocionalmente (casi tanto como siempre).  Aunque admito que donde habito permanentemente estamos exentos de tales manifestaciones, nos solidarizamos con nuestros hermanos del sur.  Ellos son las verdaderas víctimas de las tales fuerzas naturales.  No podemos imaginar siquiera la forma en la que se ha trastocado la vida de todos los que a diario viven la queja tectónica de la tierra. 

Se preguntarán por qué escribo en plural.  Es que al escribir estas líneas me hago acompañar por las 4,645 almas que sufrieron el embate de otra de las manifestaciones naturales.  Me refiero a los que perdieron la vida tras lo que hoy recordamos como Huracán María.  Y aunque hoy convergemos en nuestra empatía con todos los sureños, debo aceptar que protagonizamos un debate casi eterno.  El tema central de tal porfía es, si en realidad estas almas fueron víctimas del fenómeno atmosférico o de la ineptitud gubernamental.  Con la fe y el fanatismo que me caracteriza sostengo una posición:  la culpa de tales decesos es única y exclusivamente de la llamada Providencia.  Que, con su costumbre o pasatiempos de azotar la raza humana con devastaciones naturales, hace alardes de su omnipotencia.  Ellos por su parte, adjudican toda responsabilidad a la incapacidad del gobierno en turno. 

Yo sustento mi argumento con base en las catástrofes bíblicas.  Es decir, diluvios universales, graves sequías, plagas mortales, entre otros.  Eventos que probablemente pudieran ser catalogados como genocidios, holocaustos o exterminios.  Demás está decir que en este debate me encuentro en minoría.  El consenso de la mayoría apunta a la teoría de la culpabilidad gubernamental.  La hipótesis de las 4,645 almas que llegan a este mundo a destiempo, es que su prematura muerte es responsabilidad de la clase política.  Mi pensamiento aletargado no alcanza para tanto, por lo que solicito a los ponentes argumentos sólidos y profundos.  Solo así podría yo justipreciar la validez de los testimonios de los que perecieron durante y después de los eventos.

Uno por uno comenzaron a exponer su admonición: “Las muertes de todos nosotros se deben a la desidia y desapego de los políticos.  El desinterés y la insensibilidad por lo que le sucede al país fueron los protagonistas en esta tragedia puertorriqueña.  Por lo único que se preocupan y su único interés, es medrar a costas del pueblo.  Pendientes a recibir los fondos de la emergencia para calcular las partidas que se van a robar y a desviar.  Se concentraron, como siempre, en la forma y manera de lucrarse de las ayudas.  Se olvidaron, como siempre, de las necesidades apremiantes de la gente en medio del desastre.  Escondieron los suministros, dejaron expirar el agua embotellada, más de 18 meses sin servicio de energía eléctrica, 6 meses sin agua potable, contratos millonarios para los amigos y allegados, cierre de escuelas aptas uso regular y al sol de hoy, decenas de hogares con toldo azul.  Todo eso con el agravante de esconder nuestros cadáveres en vagones para ocultar su negligente proceder.”

Perdido en mis cavilaciones, buscaba explicaciones para defender lo indefendible.  La argumentación expuesta aparenta estar fundamentada y demostrada con los hechos.  Sin darme mucho tiempo para reflexionar, retoman su diatriba:

“Todo apunta a que los lideres político de este país, no respetan ni a los vivos ni a los muertos.  Mucho menos se preocupan por lo que les suceda a sus constituyentes, ni a los hijos de estos, y mucho menos a sus nietos.  Ven en todas las generaciones, el vehículo para perpetuar su acceso al poder y al dinero.  Cada cuatro años nos saludan, nos sonríen y nos estrechan las manos, solo para obtener el voto.  Voto que reciben cual cheque en blanco para apropiarse de todo lo que nos pertenece a nosotros por derecho.  Seleccionamos con ese voto a nuestro propio verdugo.  Hoy, la historia vuelve a repetirse con el terremoto y los temblores subsecuentes de enero.  La misma historia con diferentes protagonistas.  Hoy sufren la indolencia del gobierno los puertorriqueños del sur.  Una vez más, estos politiqueros hacen galas de su único interés, el lucro personal.  Volvieron a esconder los suministros, a dejar que el agua expirara, a mantener los refugiados a la intemperie, durmiendo en cajones y gramas; simplemente no hubo respuesta ante la situación de emergencia nacional.  Solo nos resta esperar el resultado final de estos eventos sísmicos, para que sepamos su costo real en vidas perdidas.”

La inmovilidad se apodera de mi tras tan devastadora exposición.  Siento como si estuviera viviendo una experiencia extaracorporal.  Desde ese espacio puedo apreciar como ambos escenarios son tan parecidos.  Lo peor de todo es que puedo ver como el contubernio entre los mafiosos políticos, la prensa manipuladora y los fanáticos poco educados, nos someterán a más tempestades institucionales.  El despertar del verano del 2019 se quedará letárgico tan pronto nos vendan sueños de ultramar.  Si estas experiencias emocionalmente traumatizantes no logran despertar las conciencias ciudadanas para ir a las urnas con responsabilidad y compromiso de cambio, seguiremos pagando nuestros errores electorales con las vidas de los nuestros.


¡Levántate y anda!   


lunes, 20 de enero de 2020

Recibimiento

por  Caronte Campos Elíseos


He sido convocado por una multitud para dar la bienvenida a esta dimensión del inframundo, y con la distinción que se merece, a un gran ser humano.  Hoy su alma transita por estos lares sin oraciones, óbolos y mucho menos penitencias.  Ha ganado su viaje hacia los Campos Elíseos por mérito propio, vida, obra y milagros.  No necesita indulgencias, rezos ni ofrendas para su entrada triunfal al paraíso.  Colaborador de este espacio, Luis A. Pérez Rivera, fue en vida lo que todo ser humano debe aspirar a ser antes de transcender a este plano.  

Buen hijo, mejor esposo, excelente padre, con gran sentido de amistad y familia.  Humanista, creyente, luchador incansable, no solo de sus propias batallas, sino también de las de los más desventajados.  A pesar de haber sido confinado a una silla de ruedas, avanzó a pasos agigantados hacia la consecución de sus metas y propósitos de vida personales, familiares y comunitarios.  Líder de comunidades que lo seguían por su compromiso y carisma; las cuales dirigía con sabiduría, empatía y su firme creencia en la justicia social.  Critico de un sistema que lo abandonó a su suerte desde temprana edad, demostró que se puede combatir y derrotar al mismo sistema, no solo con palabrerías, más bien con tenacidad, ejemplos y acciones concretas. 

Hoy, el mismo sistema que tanto combatió, lo empuja con desidia e inquina a nuestros brazos.  Lo recibimos con la certeza de que en su caminar por la tierra, ganó el gran maratón; que es una vida digna, dedicada y fiel a una ética, principios, valores e ideales.  Pero sobre todo con una Fe, que lo mantuvo y lo mantendrá de pie en nuestros corazones.  

 ¡Levántate y anda!    
   

sábado, 10 de noviembre de 2018

El arrepentimiento de dios

por  Caronte Campos Elíseos


En estos tiempos que parecen acercarnos cada día más al final de la humanidad, parecería justo y necesario pasar juicio sobre las razones del creador, para inhibirse.  Partiendo del supuesto de que existe, da la impresión de que se mantiene indiferente ante la hecatombe que enfrentamos sus hijos.  Para ser un dios bondadoso según las descripciones cristianas, se le podrían atribuir muchos adjetivos negativos.  Entre la indiferencia, la desidia y el desapego de lo que le sucede a su creación más amada, podríamos decir que hay, al menos, visos de maldad. 

Basta con pasar revista sobre acontecimientos históricos que, aunque lastimosos para la memoria de la civilización, encuentran paralelos en los tiempos modernos.  Se repiten cada cierto tiempo, perpetuando en un círculo vicioso la atrocidad social que vivimos.  Haciendo patente la ausencia del ser supremo que está supuesto a recibir las peticiones de armonía y de paz.  Esto hace de la omnipresencia, una burla y una falacia.

Desde el comienzo de nuestra era, cuando esta divinidad envío su hijo para que fuera asesinado; las torturas y muerte de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por salvar su prójimo y sus pueblos, son más recurrentes que en los tiempos bíblicos.  Hasta el sol de hoy, los que intenta de alguna forma u otra mostrar el camino, la verdad y la vida digna a sus semejantes, son inmolados sin persignarse.  En especial los que intentan luchar contra los imperios, las injusticias, la intervención y dominación de fuerzas extranjeras.  La inmensa mayoría de los pueblos tienen sus mártires por estas causas.

A partir de ahí, y hasta nuestros días, comenzaron las guerras de religión.  Cacerías de brujas, cruzadas, inquisiciones, persecuciones, y toda suerte de ultrajes en nombre de la adorada deidad.  Si la omnipotencia fuera tal como describen los antiguos escritos, no haría falta que el ser humano se enfrascara en estas empresas que él mismo pudiera ejecutar con un solo chasquido de sus dedos.  Siglos después, continúan las luchas por creencias religiosas, esotéricas y/o místicas.  Amén de las pérdidas de vidas que han provocado la falta de tolerancia por ideas políticas, prejuicios raciales, disparidad económica y de castas, entre otros promotores de desigualdad.

Este protagonista bíblico parece disfrutar a sus anchas cuando aparece algún personaje perturbado mentalmente, que usurpa su trono aquí en la tierra; y somete selectivamente al juicio final a ciertos feligreses.  Lo peor de todo es que, no bien ha salido el mundo de una dictadura, nace otra con más odio visceral hacia ciertos grupos.  Los casos de lesa humanidad son incontables, pero el régimen moderno más cruel por antonomasia, el nacionalsocialismo, ha encontrado en el actual gobierno americano, su mayor contendiente.  Con todas las señales claras y distintas, esta presidencia se perfila como la próxima tiranía neonazi.  A todas luces, la omnisciencia no le ha sido suficiente al todopoderoso para prever o evitar tales holocaustos.  Esperando por la celeste intervención, nos vemos condenados a pasar de genocidio en genocidio, sin la esperanza de que venga un salvador.  Nosotros creímos tener la bendición de la versión criolla del mesías, pero se transfiguró en el demonio que nos condenó al infierno que vivimos.                 

La providencial misericordia aparenta ser solo para los elegidos, porque el resto solo estamos llamados a vivir en la ignominia.  Las ciudades se convierten en purgatorios donde los inocentes expían el pecado de no poseer la santa gracia que poseen los hijos predilectos.  La pobreza, la hambruna, las pestes y enfermedades que se vuelven pandemias que arropan el orbe; sentenciando a la miseria, la mayoría de las veces, ya sea por exposición o falta de recursos, a los más desventajados.  El atributo del justo se ve cancelado por su negligente manera de administrar su divina justicia.  Mientras tanto, por poco más de dos milenios, los parroquianos continúan creyendo en un dios que los invita, extorsiona e intimida; solo con el pseudo poder de sus propias sagradas palabras escritas como única evidencia.  Escritas por otros hombres subyugados, estos escritos históricos caen, sin duda alguna, en una petición de principio. 

Para mí que soy un poco incrédulo y renuente a estos temas, me parece incongruente todo lo anterior.  La realidad que acá abajo vivimos, dista mucho de un dios infinitamente bueno y bondadoso. Cualquiera podría entender, y a groso modo, es lo que se desprende de la cotidianidad; que la idea de un súper genio supremo, piadoso, clemente y magnánimo; es mutuamente excluyente con el Estatus Quo.  Pero, la única manera de entender la actitud y la inacción del ausente rey de reyes es, extendiendo al cielo la máxima de que todos tenemos derecho a reivindicarnos y a segundas oportunidades. 

Así que, partiendo de la premisa (y para justificar lo injustificable) de que hemos recibido o simplemente poseemos una luz natural o facultad de razonamiento; debemos pensar (los que puedan), que desde el inicio de la humanidad hemos tenido la oportunidad y el conocimiento para entender, crear y desarrollar para todos, la mejor manera de vivir.  Esta facultad es la que nos debería arrojar luz sobre lo más justo y la mejor manera de convivir en justicia, paz e igualdad.  Esta idea clara y distinta, de que poseemos por naturaleza lo que muchos llaman sentido común, razón, entendimiento o inteligencia; es el primer argumento para no tener que esperar por fe, lo que podemos obtener por la propia capacidad mental e intelectual.  El segundo argumento es, que siendo seres independientes, o no dependientes de fuerzas etéreas, no deberíamos consentir el libre albedrío.  Más bien concebirnos enteramente dueños de nuestra voluntad.  A su vez, entender que toda volición conlleva unas consecuencias, y en el mejor de los escenarios, favorables resultados.  Lo que nos debería llevar a concluir que todas las concepciones que tenemos en nuestra mente, las podemos ejecutar como actos libres de la voluntad, sin intervención divina; asumiendo así toda la responsabilidad por actuar libre y voluntariamente. 

El tercer y último argumento por el que se puede justificar tal abstención del dios paternal, es el arrepentimiento.  No es para menos.  Observando atónito, desde el paraíso, cómo el hombre con todas las facultades que posee y de las cuales hace alardes; actúa con toda libertad, pero de manera insensata e irresponsable.  Arrepentimiento por haber creído con ciega fe, que seriamos capaces de mantener un orden y un balance saludable en todo lo creado.  Arrepentimiento por suponer que a través de todo desarrollo y evolución, siempre procuraríamos el bien común; y que a pesar de los avances tecnológicos, sociales, económicos, y de todos los sistemas conocidos, nunca habría tantos dejados atrás.

Lo que no puede ponerse en dudas es, que al final de los tiempos tendremos que rendir cuentas.  Ya sea a alguna deidad del firmamento o del inframundo, a la posteridad, a las próximas generaciones; o a nuestra propia conciencia individual y colectiva.  Tendremos que recapitular sobre nuestra contribución al bienestar o al estado actual de las cosas.  Seremos nuestro propio juez en ese gran juicio final sobre nuestras actuaciones u omisiones.  No es un misterio que la única forma de ganar indulgencias es aportando y colaborando para crear mejores condiciones para todos; y evitar ser parte de ese fanático rebaño, por el cuál esta tragicomedia será eterna, por los siglos de los siglos.

¡Levántate y anda! 

jueves, 6 de septiembre de 2018

Desigualdad

por  Caronte Campos Elíseos



A pesar de que me encanta mi nuevo vecindario, con su hábitat frío y oscuro, decidí quedarme un tiempo en mi habitación.  Me encanta su luz tenue, sus paredes revestidas de maderas acojinadas de color blanco y sus persianas enrejadas.  Disoluto, solo me hago acompañar de botellas añejas, periódicos viejos y los medicamentos recetados por pseudo doctores.  Lo único que alcanzo a escuchar a través de estas cuatro paredes, son los alaridos de alguna vecina desesperada. 

¡Al perecer no soy el único maníaco depresivo en esta vecindad!  No me extraña que tengamos un alto índice de desórdenes mentales, considerando que vivimos en un país donde todos los analistas y economistas han estado vinculados al gobierno.  Algunos han sido políticos, asesores, convictos por corrupción, y el que menos, ha sido beneficiario de algún lucrativo contrato de cifras pornográficas.  Son una plaga.  Están diseminados por todos los medios de comunicación;  todo el día, a toda hora; en radio, televisión y prensa escrita.  Después de haber medrado a costas del pueblo por años, amasando fortunas personales y desarrollado negocios con dineros mal habidos, hacen alardes de sus conocimientos en política partidista.  Al final lo que hacen es fungir como distracción, mientras sus consortes en el poder repiten la ecuación.  Los demás, los que el pueblo ya ha rechazado en las urnas, andan rondando como animales realengos que malean las cosechas de los que en realidad sí producen, buscando una nueva oportunidad para el pillaje.  No les importa utilizar o ser utilizados con el fin de generar ganancias.

Quizás muchos consideren estos pensamientos parte de mi absurda abstracción.  Pero como dice el viejo adagio: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.  Por eso, y desde hace mucho tiempo, vivo desconectado de todo lo que en este país hacen llamar, noticias y programas de análisis.  Lo único que logran estas producciones, es mantenernos como analfabetas funcionales.  Para evitarme esa tara moral, prefiero leer los viejos periódicos una vez han perdido la capacidad de embrutecerme (más de lo ya me hizo la propia naturaleza).

Los gritos de la chica de al lado cada vez son más penetrantes.  No estoy seguro si son por excitación o vejación.  ¡Estoy loco por conocerla! (Literalmente loco) 

De locos es lo que nos hacen pensar sobre la desmesurada deuda que ahora nos quieren cobrar con sudor y sangre.  Todos los comentaristas indolentes con acceso a un micrófono, una cámara o a una imprenta de circulación nacional, coinciden en que el pueblo tiene que pagar a todos sus acreedores.  Todos están polarizados en la cantidad de dinero exorbitante y la forma y manera en que debemos resarcir a los bonistas.  Ninguno habla sobre la legalidad de las emisiones de esa deuda; ninguno habla sobre el paradero de esos fondos mal utilizados, desviados y malversados; tampoco sobre la necesidad de auditar la deuda, y mucho menos sobre ajusticiar a los autores intelectuales y participantes de los esquemas para tal latrocinio.

El gobierno de turno solo juega al policía bueno y al policía malo con la junta colonial.  Aparentan defender los mejores intereses del pueblo, pero en realidad es una estrategia ancestral que da apariencias de paternalismo gubernamental.  Los publicanos de la junta han colocado a todos los ciudadanos en el paredón para despojarlos de todos sus bienes, tanto colectivos como personales.  Con una doble vara, mientras reducen y/o eliminan los presupuestos, los beneficios, los salarios; mientras aumentan los impuestos, la carga contributiva, y deterioran las condiciones laborales y de jubilación; ellos gastan y malgastan un presupuesto ya por naturaleza oneroso y que aumenta cada año.  Entonces, reservan las medidas de austeridad para el ciudadano promedio o común, mientras su calidad y estilos de vida suben como la espuma. 

Realmente la decoración en los muros de mi alcoba ha rendido frutos.  Estos pensamientos han logrado que me estrelle contra los cojines acolchonados.  Si no fuera por las metálicas puertas hubiera corrido como demente por todo el complejo.  Me asomo a las ventanas con todo y sus barrotes, para ver si logro ver la vecina.  Tanto alboroto me han inducido a desear su compañía.  Los ruidos y los gritos me tienen intrigado.  Admito que no logro concentrarme imaginándola golpeándose también contra sus paredes.

Entre muros y barrotes deberían estar los que hurtaron los vagones de la agencia federal, FEMA.  Tal pareciera que en lugar de robarlos, en realidad los desparecieron.  El propio gobierno y la misma agencia hicieron galas de su incapacidad para llevar los suministros a los más necesitados.  No sería de extrañar que, víctimas de su ineptitud, prefirieran esconderlos y hacer creer que en efecto, los llevaron a los más desventajados. Era mejor eso para la alta jerarquía gubernamental, que dejar entrever su desapego y apatía por los de la casta inferior.  La inexperiencia, la impericia, la estupidez; amén de los pobres recursos, la ineficiente estructura estatal, la mediocre respuesta ante la emergencia; la burocracia, y el oportunismo partidista,  azotaron, devastaron y desolaron al país con más crueldad e inquina que el propio huracán.  Es por eso que, a un año de los fenómenos atmosféricos (Irma y María), en lugar de hablar de reconstrucción y recuperación, estamos discutiendo la vergonzosa y desgarradora cifra de vidas perdidas.  La indiferencia hacia la existencia de sus constituyentes, llevó a las autoridades a contar en 64 la cifra de muertos.  A once meses de la tragedia, y según los estudios exhaustivos de entidades ultramarinas, suman sobre 4,000 decesos.  Y todavía no sabemos cuántos de esos cadáveres de hermanos puertorriqueños están encerrado en los famosos vagones de Ciencias Forenses, sin recibir cristiana sepultura. (Aunque mi fe no es teísta)

No sé qué sienten ustedes al atestiguar ese patético cuadro, pero sí puedo adivinar lo que sienten los que en medio de la emergencia nacional perdieron algún ser querido.  Seguramente lo mismo que siento yo con estas vestimentas que me inmovilizan y me hacen parecer impotente.  Ni el encierro, ni el alcohol, ni los medicamentos auto-recetados, logran enajenarme de la burda realidad.  Solo el amor que comienzo a sentir por la damisela contigua me brinda visos de esperanzas.

La realidad es, que el régimen que nos gobierna lo hemos elegido en las urnas por mayoría, desde los pasados 66 años.  Consentimos el puto Estado de Derecho que nos oprime.  Reiteradamente endosamos, cada cuatro años, políticos que fomentan la divergencia de clases en este país.  Utilizan el gobierno para beneficiar a una estirpe de arribistas en detrimento de los demás.  Amasan riquezas, acumulan propiedades privadas, desvían fondos, malversan dineros, delinquen impunemente, endeudan las próximas generaciones y nos condenan a la pobreza y la miseria.  No sienten ningún apego, empatía o adhesión a la paupérrima situación económica y social que vivimos cotidianamente, y lo aceptamos como normal y corriente.  Delegamos los poderes soberanos en los que intentan perpetuar la desigualdad entre los puertorriqueños.

Hasta que no asimilemos la igualdad como un derecho natural; rescatemos nuestra voluntad nacional y nuestra identidad de humanidad, no superaremos la bancarrota moral y ética que nos suprime; mucho menos la crisis económica y social que nos asfixia.

¡Levántate y anda!