lunes, 2 de marzo de 2020

Entre epidemias y pandemias

por  Caronte Campos Elíseos


No estoy seguro si es que me encuentro (nuevamente) en el umbral de la locura, si es a causa de la oscuridad de mi intelecto, o es que simplemente soy víctima de algún maleficio emocional.  Pero en estos días de expectación global a causa del llamado Coronavirus, y más localmente, por la indignación por el asesinato de Alexa, me siento mentalmente sensible.  Entre noticieros amarillistas, analistas por segmentos de 4 minutos y un gobierno eminentemente incapaz, la vida transcurre con normal mediocridad.

Poco atento (como me caracteriza) a las noticias relevantes del país, ocupó mi atención toda clase de argumentos sobre el homicidio de la mujer transgénero.  Desde homofobia, intolerancia, incomprensión, apatía, discrimen, la indiferencia de algunos; conjugado todo con la preocupación por la seguridad, privacidad y derechos de otros.  No soy un ducho en los asuntos del idioma, definiciones y diccionarios, pero generó en mí cierta suspicacia el tema de la tolerancia.  En medio de la indignación sobre el comentado caso, surgía el llamado y el reclamo general hacia la tolerancia.  Si bien es cierto que la tolerancia es elemento fundamental y esencial para la buena convivencia, en ocasiones se desvirtúa su significado.  En todo crimen y/o crimen de odio que culmina en la perdida de una o más vidas, hay un problema de fondo y con raíz más profunda que la intolerancia.  El desprecio a la vida de nuestros conciudadanos, el derecho más fundamental de todo ser humano, es el germen de la descomposición social que experimentamos.  En mi opinión, se toleran gustos, tendencias, prácticas y… opiniones; pero la vida, propia y de otros, se respeta.  Según mi entendimiento (que no es muy ilustrado) el respeto y la dignidad humana no deben estar subordinadas a la tolerancia; esta vendría a complementar aquellas.
 
Por otra parte, tenemos el otro virus, el COVID19.  Hasta ahora, el resultado directo de esta pandemia para nosotros ha sido poner de manifiesto la incapacidad del gobierno.  La estulticia de nuestros gobernantes ha quedado patente sin necesidad de aplicar algún reactivo.  No saben de matemáticas, no saben de geografía y mucho menos de diagnósticos y medicina.  Nuestra salud está en manos de incompetentes que ni siquiera conocen sus funciones básicas y más elementales; el bienestar común.  El detrimento social que vivimos, tiene su máxima expresión en la actitud de la clase política.  La ineptitud de estos funcionarios frente a las grandes tragedias naturales, ha costado más vidas que cualquier otra enfermedad de temporada. 

Sospechosamente, cada vez que el gobierno norteamericano tiene su famoso censo cada decenio, este viene acompañado por una nueva amenaza global.  Tal fue el caso de la gripe porcina H1N1 hace exactamente una década.  Cualquiera diría que prefieren contar cadáveres que vidas, para luego esconderlos en vagones.  Mientras tanto, las megatiendas tienen una nueva época de bonanza, vendiendo a sobre precio artículos de primera necesidad.  Sin mencionar las grandes farmacéuticas que esperan ansiosas el descubrimiento de la vacuna que sirva de panacea; a la vez que medran de la crisis general.  Suponiendo que no crearon el problema en un laboratorio para luego mercadear la tan esperada cura.

Así discurre nuestra vida insular; entre epidemias criollas y pandemias globales.  Polarizamos la atención en distracciones y nimiedades, mientras se esparcen y reproducen como virus y bacterias mortales los problemas sociales.  El desprecio a la vida y los derechos fundamentales, el discrimen, la intolerancia, la indiferencia generalizada y el desapego individualista sirven de trampolín al desgobierno, a la apatía gubernamental y la corrupción institucional.  Padecemos el síndrome de Estocolmo.  Consentimos, y hasta nos convertimos en cómplices de los que tienen secuestrada nuestra voluntad y nuestro futuro.  El fanatismo político nos lleva a aceptar, incluso a justificar, las agresiones indiscriminadas del partido de turno en el poder; aunque esto sea la cosa más insalubre que puede sufrir un pueblo.

Pero este próximo noviembre se termina nuestra eterna cuarentena.  Llega el tiempo de vacunarnos contra los corruptos, parapocos y oportunistas.  Tendremos una nueva oportunidad de poner en remisión la descomposición social, salir de la eutanasia a la que nos han sometido y recuperar nuestra salud nacional. 

¡Levántate y anda!

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