Recientemente se aprobó el Proyecto de Ley del Senado 238. En el mismo se prohibe el discrimen por razones de orientación o preferencia sexual, en toda gestión de empleo publica o privada. Dicho proyecto, como era de esperarse, recibió el apoyo y el beneplácito de la comunidad homosexual del país. Lo que no se esperaba, o al menos no se visualizaba con tan férrea intromisión, fue la oposición presentada por los grupos religiosos del país, y en un modo especial, la de los cristianos. Esto a pesar de que el proyecto todavía tiene que pasar el cedazo de la Camara de Representantes, ya que nunca se respetó la voluntad del pueblo de cambiar a un sistema compuesto por una sola cámara.
Estos grupos tuvieron la desfachatez de actuar como ente conductor de injusticia, discrimen e intolerancia. Se inmiscuyeron en el proceso legislativo, totalmente ajeno al quehacer pastoral, vilipendiando la ya maltrecha imagen de la división de Iglesia y Estado. Intentaron usurpar al Poder Legislativo su independencia al pretender hacer política pública, presentando análisis y estudios exhaustivos sobre los efectos de la medida en cuestión, y sometiendo enmiendas a dicho proyecto con el fin de cambiar su exposición de motivos, e influenciar la opinión del resto de la población haciendo creer que ellos representan la mayoría absoluta.
Es en ese instante que la gente comienza a pensar, a decir y escribir, que Puerto Rico tiene el gobierno de Sodoma y Gomorra porque se aprueba una ley que otorga derechos a un sector claramente marginado, en ocasiones de forma disimulada y tácita. Pero ese mismo gobierno nos sube los impuestos, baja la calidad de los servicios que ofrece y encima los encarece, nos roba el dinero que tributamos para fines comunes y nos resta beneficios. Atenta contra los envejecientes, los estudiantes, los trabajadores y contra los cerca de 15,000 niños maltratados en esta isla. Explota nuestros recursos, vende y regala nuestro patrimonio y nuestros bienes, ofrece educación y servicios de salud mediocres, y está dirigido por una banda de ineptos, con poca o ninguna educación y preparación académica, que son solo un enjambre de anencefálicos que su único fin en el servicio público es el lucro personal.
Ante toda esta barbarie, ante toda esta injusticia, ante ese mismo gobierno carente de un mínimo sentido de ética, moral y compromiso con el pueblo que ciega y confiadamente los elige, estos cruzados tardíos no hacen frente. No protestan, no muestran resistencia, y mucho menos hacen acto de presencia para demandar y reclamar la justicia para todos. Pero una vez se ve amenazada alguna de las columnas que sostiene su malograda institución, salen como bestias en el Coliseo Romano a devorar a sus nuevas víctimas.
Es tiempo de separar el trigo de la cizaña. Ya es hora que los religiosos entiendan y tengan claro cual es su rol dentro de la sociedad en la que se desenvuelve cada una de sus religiones. Es imperativo que se atempere su homilía a la realidad de los tiempos, y no a sus caducados dogmas que ya actúan como propulsores de éxodos, alejamientos y como principal motivo de distanciamiento entre su dios y su pueblo. El mero hecho de estigmatizar a los supuestos pecadores, no hará que el supuesto pecado desaparezca. No le compete a la curia intentar hacer por vía legal o jurídica, lo que no han podido lograr por vía divina o doctrinal.
Si la iglesia insiste en esta práctica, de querer imponer su posición y su opinión al pueblo a la trágala, está dirigiéndose a una caída estrepitosa, y quién sabe si a su desaparición autoinfligida. Es nuestro deber y salvación el no permitir que los intereses de ciertos sectores, en especial los de esos cruzados tardíos, nos desvíen del camino y nos lleven de regreso al pasado.
¡Levántate y anda!