por Angelo Negrón
Manteniendo
la foto ocho por diez de una niña en alto, la dama de alta sociedad utilizaba
sus dotes de líder comunitaria ante el ejecutivo de productos enlatados que
había aceptado su visita. Parte del pesado cuerpo del ejecutivo descansaba
sobre sus codos en el escritorio de roble exportado de Eslavonia y se esmeraba
en no desviar la mirada. El magnetismo proveniente del escote de la señora, lo
hacía fracasar a cada intento. Aquel semblante pequeño y voz aguda no le parecía
estar acorde con el enorme pecho que logró desistiera de teclear más cifras
negras que rojas en la hoja de cálculo para atenderla.
Las comparaciones también atacaron a Diana. Los
espejuelos diminutos del presidente de aquella compañía no le parecían para
nada afines con el ancho rostro y cuerpo regordete que parecía castigar los
botones de la camisa Yves Saint Laurent. Pero ella estaba allí para algo más
que hablar de moda y fisonomía. Necesitaba conseguir apoyo
para el pueblo palestino ante el Estado de Apartheid y de ocupación que es
Israel y la disimulada, pero para nada efectiva mirada de aquel hombre sobre su
piel no la haría renunciar a su propósito.
— Mire a esta niña — dijo levantando
unos centímetros más la foto. Ella podría
ser su hija, su sobrina o su ahijada. Su nombre es Ranan Yousef Arafat y tenía
tres años cuando fue masacrada por los ataques aéreos israelíes en Gaza. ¿Es
justo?— Cuestionó con inicial angustia.
— Para nada es justo, pero tenemos aquí un
grave problema — dejó escapar el ejecutivo con un vaho
al café de las diez de la mañana— Si bien
las Naciones Unidas han reconocido a Palestina como estado observador, los Estados
unidos de Norteamérica está de acuerdo con Israel; y yo debo estar acorde con
lo que dicta la nación más poderosa del mundo — repitió lo que le contó su
secretaria cuando le sirvió el café.
Acostumbrado
a participar en el desarrollo de la política comercial de su empresa para
aumentar las ventas, los márgenes netos y la cuota de mercado, optimizando los
resultados de sus redes de distribución las noticias del mundo exterior no le
interesaban y máxime si ese mundo era más allá del charco donde estaba su
compañía, la de sus clientes o suplidores.
—
Al gobierno norteamericano y al israelí lo que le importa es imponer su
predominio para apoderarse de los recursos naturales que tienen los países del
mundo, pero más allá de eso, aquí lo importante es la paz para todos por igual— dijo preocupada, pero planificando que decir
para que aquel ser cooperara con su causa benéfica. Ya se había percatado de
que hablar de religión, de las diferencias de opinión o de las causas políticas
no daría buen resultado. Aquella mirada esquiva que comenzaba a perder interés
en las palabras de la mujer y de su escote comenzó a preocuparle.
— ¿Tendré que soltarme el botón de la camisa
y enseñar más para que se interese el muy pervertido?— Pensó.
A
sus recuerdos llegaron palabras tales como
responsabilidad social o pública escuchadas en algunos cursos de capacitación
que recibió por parte del “Succes
Organization Seminars” que no era otra cosa que parte de un multinivel para
vender batidos y pastillas para rebajar en la que había fracasado como
representante de ventas.
Se
disponía ya el directivo a despedirse sin dar un sólo centavo cuando Diana
comenzó a recoger las fotos que ya había dispersado en el escritorio.
— ¡Amado Jesús, perdóname, pero esto lo hago
por ti! — se dijo para convencerse. Persuadida se inclinó lo necesario para
renovar el interés de la plática al dejarse ver un poco más. Guardaba las fotos
cuando su mirada atravesó los pequeños espejuelos hasta llegar a los
entretenidos ojos del ejecutivo.
— Debe recordar usted que su compañía tiene
una responsabilidad pública con el mundo, con este país y con este pueblo. Si
usted hace la donación que le he solicitado, no sólo hará una buena obra, lo
promocionaré como auspiciador de oro este año. En todas las actividades que
tengamos en la comunidad, y mire que son muchas, estarán dispuestos carteles de
sus productos y del nombre de esta maravillosa compañía que se preocupa por el
futuro de todos.
Del
interés por el escote, el millonario pasó a relacionarse con las palabras de la
mujer. Ya escuchaba con atención cuando la mujer dijo palabras melodiosas que le
parecieron mágicas.
— Recuerde también que todo lo que done a
esta noble causa podrá reclamarlo en sus impuestos.
— A la verdad que usted tiene un gran
corazón en el pecho — dijo feliz el hombre de la corbata. Apretó un botón
en su intercomunicador y su secretaria entró a la oficina junto con un olor
intenso a esmalte de uñas. Recibió instrucciones para hacer un cheque a nombre
de aquella mujer, darle pancartas logos, cruza calles y cualquier otra cosa
necesaria para el bien promocional.
Al Conseguir
lo que buscaba, Diana se puso de pie, arregló el botón de su blusa y extendió
su mano en un saludo afectuoso y agradecido. Él, Convencido de lograr un gran
acuerdo de promoción que lo ayudaría a bajar los impuestos, se despidió
volviendo su pesado rostro al ordenador para ver el reporte de la bolsa de
valores.
La
secretaría cumplió todo lo ordenado y le dijo en más de una ocasión que estaba
sorprendida con lo logrado por la humanista mujer pues ella misma recibía miles
de cartas y varias visitas al día de personas buscando donaciones.
—Las cartas terminan en el archivo
cuarenta y tres — dijo orgullosa señalando el
bote para la basura— y las personas
reciben la misma historia siempre: Ya el presupuesto de donaciones se acabó.
Le
ayudaron a cargar todo hasta el auto. Más que su escote, hablar de exención de impuestos
la había salvado. Se dirigió al banco, depositó el cheque y fue al centro comunitario
donde se reunirían esa tarde las damas cívicas de Cielo Alto. Preparó los
visuales, colocó las pancartas promocionales del auspiciador de oro y esperó a
las demás. Las nueve sillas se llenaron. Diana era la más joven y atractiva,
pero todas tenían su encanto. Después de los saludos de rigor y la invocación
solicitó que apagaran la luz y exhibió videos y fotos del desastre en Palestina.
Videos de niños destrozados por las bombas israelíes, casas fragmentadas, niños
jugando entre escombros o blandeando la bandera Palestina. Mientras, Diana
explicaba todo lo que el ejecutivo no quiso escuchar.
La
rabia y la impotencia se apoderaron de aquel grupo, pero Diana les daba
esperanza en cada palabra. Cada una colocó
en una mesa sus alcancías de cartón con fotocopias a color de Ranan Yousef Arafat, la niña que tenían de
símbolo para sus recolectas. Los recipientes fueron volcados y contabilizados
en las mesas. Se llenó la hoja de depósito y las palabras de despedida de Diana
las conmovieron de nuevo.
— Aquí estamos en pie de lucha, cansadas,
pero no vencidas. Este dinero va a servir para que la igualdad prevalezca
siempre. En la Franja de Gaza el pueblo palestino sufre, y aquí nosotras
sufrimos con ellos. Pero tal como siempre hemos hecho, en Cielo Alto,
buscaremos una noble causa que defender. En el año dos mil diez fue el
terremoto de Haití el que captó nuestra atención, hoy es esta guerra que le
quita al mundo hombres y mujeres de bien. Mañana enviaremos todos los fondos
recolectados, incluyendo la generosa donación de nuestro auspiciador de oro, y que
se escuche nuestro cantico desde Belt Lahia hasta Rafah, desde el mar mediterráneo
hasta Israel. Alimentaremos a todos los niños y niñas que este tiempo de
recolectas, rifas y eventos nos permita. Tesorera y secretaria, llenen las
actas por favor. Mañana mismo comenzaremos a recolectar para enviar más.
Esforcémonos y que dentro de siete meses, en junio, tengamos más de lo que hemos recolectado
nunca. Salgamos, luchemos, seamos libres y liberemos. Ya lo dijo Muin Basisu,
ese poeta nacido en Gaza: “Mientras haya en el muro una página en blanco y no
se derritan los dedos de mi mano. Aquí, alguien pulsa un mensaje a través del
muro”.
A
pesar de ser tan pocas, el aplauso fue estrepitoso. Todas se retiraron a
descansar con la seguridad de que al otro día, durante y después de su jornada
normal de trabajo, buscarían la manera de recolectar para causas loables que
las conducirían al paraíso prometido y a la satisfacción personal.
Diana llegó a su hogar. Su esposo se había quedado dormido viendo Hawaii
cinco cero y los niños se peleaban por el turno a jugar Call of Duty en su “exbox”
tres sesenta. Ella siguió de largo hasta el cuarto de baño. Llenó el jacuzzi y
añadió fragancias y abundante jabón liquido. Apretó el interruptor para crear espuma
y burbujas. Al desnudarse y ver sus pechos reflejados en el espejo, pensó en el
ejecutivo.
— Si me ve ahora se babea. ¿Firmaría el
cheque más rápido? No creo— se convenció— escapar de impuestos fue su motivación
principal.
Se hundió en aquella agua revitalizadora.
Media hora después, estando todavía media sumergida y pensando en lo que debía hacer al otro día,
su esposo abrió la puerta. Sonrió.
¿Qué hay de nuevo amor? — dijo
él mientras se desnudaba para incluirse en el hidromasaje y al inicio de algún
juego amatorio. Los dedos de ella comenzaban a arrugarse por el largo rato bajo
el agua y rechazó los avances de él.
— ¡Jesús — ripostó — debo descansar!
La
miró con el gesto que tanto le gustaba: Una carita de misericordia que la
convencía de lo que fuera y a pesar de haber comenzado a secarse con la toalla,
volvió al jacuzzi. Antes de besarlo le contó sobre lo recolectado. Este mes,
las chicas y yo hemos reunido unos treinta grandes, Hoy las alcancías llegaron
abarrotadas y los sobres algo mullidos. Sumamos más de ochocientos dólares,
pero tuve mejor suerte que eso, logré que un reconocido avaro nos donara cinco
mil dólares para nuestra causa.
Su
esposo Jesús le recordó al tacaño empresario, pues en lugar de estar pendiente
a lo que le decía, parecía perdido en sus pezones. Tomó agua con la boca y la
disparó al rostro de él que salió del marasmo. Las carcajadas alertaron a los
niños que tenían claro no molestar a sus padres cuando estaban bañándose.
— Te decía que hemos recolectado unos
treinta y seis mil — dijo sonriendo.
— Eres la mejor para los actos benéficos, no
cabe duda, además, eres la más hermosa — aseguró.
— Esperaba escucharte decir: La única
hermosa — mencionó picara—Es hora de
un buen descanso, las muchachas seguirán por mí; hoy las invité a recolectar
para tener todo preparado para el próximo verano.
— ¡Listo! Eso suena a vacaciones en Disney
y todo a nombre de los niños palestinos — dijo
tratando de divisar el ombligo femenino debajo de la espuma del jabón.
— Así es, — añadió ella — mañana al colegio, Carlitos
toma su último examen, dejamos pagada la matricula del próximo semestre de una
vez. Luego nos vamos para ese crucero de diez días por el mediterráneo que me
prometiste.
Al
regresar, compramos los regalos de
Navidad, ellos quieren una consola de juegos nueva y un televisor más grande,
¿Qué quieres tú?
— Los aros pa’l carro — indicó
mientras pasaba su dedo índice por el muslo de ella — ¿Y tú, que le pedirás a Santa?
— Me conformo con un reloj, no sé, puede
ser un Rolex parecido al de Wanda Rolón…
— ¿Sigues con el plan primero ah? — dijo
él cerrando los ojos como soñando.
— ¡Claro que sí! Tendremos nuestra propia
iglesia. Esto de buscar nuevas causas, llenar alcancías y visitar ejecutivos me
tiene hastiada…_________________________________
Angelo Negrón (New Jersey: Junio 15 1969 a Enero 1970 - Puerto Rico: enero 1970 al presente). Definitivamente puertorriqueño. Sus cuentos han sido publicados en la revista y colectivo Taller Literario y en Revista Púrpura. Tiene varios libros inéditos de relatos a los que le ha dado por título: Montaña Recuerdo, Entre el edén y la escoria, Sueños mojados, Confesiones y Causa y efecto. Además una novela de próxima publicación titulada: Ojos furtivos. Mantiene el Blog: Confesiones