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domingo, 5 de abril de 2020

Virus

por  Caronte Campos Elíseos


Acostumbrado a las frecuentes cuarentenas entre cuatro paredes; revestidas de cojines blancos, tenues luces, fríos pisos y silencios sepulcrales; este encierro cuasi voluntario me parece acogedor.  La soledad no me molesta, de todas formas, ya se había apoderado de mi vida (si es que esto puede llamarse vida).  El distanciamiento social y el comportamiento asocial son para mí, rutinas diarias.  Vivo entre pilas de viejos periódicos, botellas y frascos de contenidos prescritos.  Con mucho tiempo para perder durante este periodo, he practicado meditaciones oscuras y experimentado visiones nocturnas (algunas de ellas bajo los efectos de la sobriedad).  Como fanático de las ciencias ocultas y las artes misteriosas, he intentado con todos mis recursos, que no son muchos, entender los mensajes recibidos en tales transes.  Todos hacen referencias o iban en dirección de nuestra burda realidad.

Admito que no soy un ducho en materias sociales y políticas.  Y con el babélico lenguaje de los medios de comunicación y de los propios políticos, es una tarea ardua razonar entre líneas.  No tengo ninguna expectativa de poder explicar o lograr que alguien entienda lo que, aun yo no tengo claro.  Es muy probable que todo esté directamente relacionado a la situación actual.  Pienso que debo estar poseso por el estrés, la ansiedad, los nervios, el miedo o por todas las sustancias psicotrópicas que me recetan.

Prisioneros, a nivel global, por un virus que ha puesto en jaque, imperios y potencias; intereses y capitales económicos; parece ser que la fe es lo primero que se ha perdido.  Las iglesias cerradas, los cultos virtuales, la comunidad dispersa; todo sintomático de los últimos tiempos.  Aeropuertos vacíos, puertos y fronteras cerradas; acciones y mercados en picada; banca, farmacéuticas y comercios paralizados; el gas, el petróleo y otras producciones, sin demanda.  Mientras tanto, la naturaleza regenerándose; el ambiente restaurándose, el aire purificándose y las aguas limpiándose.  Aparentemente, con el virus de la humanidad contenido, la creación (cosmológica o providencial) entró en una remisión espontánea, con expectativas de regeneración natural. 


La primera baja en esta nueva guerra, es el mito del sistema capitalista como gendarme de todos, incluyendo los más desposeídos. 

Con todo y la cuarentena, la carga viral de la corrupción no parece ceder.  Los síntomas son cada vez más evidentes.  Paralelamente al aumento de casos positivos y al lento pero consistente crecimiento de muertes asociados al Coronavirus, los parásitos de la putrefacción gubernamental no dan tregua.  Con la ilusión de libertad legalmente restringida, estos gérmenes patógenos continúan medrando de nuestro sistema casi colapsado.  El caso más reciente de la apatía de estos endoparásitos, es la afrenta contra la salud del pueblo.  En plena embestida de la pandemia, no faltó ocasión para tener que enfrentar el más reciente caso de corrupción.  La desaparición (hasta el sol de hoy) de cerca de 500 pruebas de COVID-19 (que probablemente las ocultaron para su grupúsculo), la otorgación de contratos millonarios a los amigos del alma, los empleos sobre remunerados para los hijos talentosos de alguien ya sobrevalorado; son la mortal terapia que le recetan a la moribunda economía, a nuestra salud (física y emocional) y a nuestra estabilidad nacional.

Todo esto, con sectores aun convalecientes por los pasados eventos ya conocidos.  Las muertes tras el paso del Huracán María, la desviación de los Fondos de Recuperación, la pobre respuesta tras los temblores, los refugiados de los terremotos abandonados a su suerte; los almacenes de suministros ocultos y los almacenes de medicamentos expirados.  Amén de los tiranos golpistas auto-condecorados, disfrazados de progresistas.  Estas lacras han invadido todo nuestro cuerpo y nuestra mente, envenenando así nuestra alma.  El peor de los efectos secundarios, es la connivencia de los fanáticos miopes que están enfermos y lo ignoran, ya que no presentan síntomas de dignidad.  El ciego respaldo a las estructuras totalmente corruptas, a las que la gobernadora actual responde, ha sido letal.  Peor que con el Coronavirus, por cada elector virtuoso y con conciencia, existen legiones de contaminados con la pústula mental.  Las probabilidades de recuperación son mínimas ante tan tétrico cuadro. 
       
Tantos años de politiquerías, abusos, expolio y profetas asesinados, no han servido para romper el círculo vicioso de esta recidiva.  La medicina más eficaz durante esta cuarentena podrían ser grandes dosis de moral, inyectada directamente a las venas de nuestro ser colectivo.  Es posible que nos ayude a curarnos del virus del olvido histórico, del servilismo heredado, de la indiferencia y del individualismo.  No suelo dejar ver la poca fe que tengo en una cura definitiva; pero espero que este tiempo de confinamiento valga para educarnos.  Que podamos vivir una verdadera palingenesia y resucitar así la conciencia y el orgullo nacional perdidos.  

¡Levántate y anda!


viernes, 20 de marzo de 2020

Confinamiento

por  Caronte Campos Elíseos


Ya en el quinto día de la cuarentena por la pandemia del Coronavirus (mejor conocido como Covid-19) el cual se aloja en nuestro sistema respiratorio, siento que me vuelvo loco.  No es nada extraño, ya que rara vez logro reconocer la línea fina que divide lo que siento y lo que realmente soy.  A veces quisiera entender, y muchas otras, prefiero no hacerlo.  La realidad es que nunca entiendo nada en absoluto.  En esta ocasión me solidarizo con la directriz del gobierno al confinamiento en nuestros hogares.  Siguiendo libre y voluntariamente al pie de la letra, el llamado al aislamiento social.  Los que me conocen saben que vivo esa práctica asocial desde mi nacimiento.  En estos momentos de muerte y desolación global, es justo y necesario acatar la orden y proteger la vida (si es que esto puede llamarse vida)

Lo que no es justo es la otra reclusión de la que hemos sido vistimas por los pasados 68 años.  Me refiero al arrebatamiento de nuestra voluntad política y autoestima nacional.  A diferencia de la clausura actual, aquella ha sido implementada de manera subrepticia.  Paulatina, a veces disimulada, casi imperceptible.  La mayoría no sabe que vive en un perenne encierro instaurado por el poder ultramarino, y mantenido por los cipayos insulares.  ¿A qué me refiero se preguntarán mis asiduos lectores?  Pregunta que, en efecto, confirmaría mi teoría de que vivimos enajenados de esta burda realidad. 

El virus que nos ha condenado a este arresto domiciliario, ha puesto de manifiesto los síntomas de tal sistema político.  La dependencia de los especialistas del CDC de Atlanta (Control y Dominación Colonial, por sus siglas en ingles), la escasez de inventario de artículos de primera necesidad; la importación del 85% de lo consumible, el control delegado de los puertos y aeropuertos, un sistema de salud de tercer mundo, funcionarios sin preparación ni compromiso en posiciones sensitivas y el abandono de los más necesitados.  Amén de una clase política que superpone la ambición y el pillaje por encima de la salud del pueblo.  La combinación de todos estos elementos ha mantenido este país en una violenta coma inducida. 

Tal condición nos mantiene respirando artificialmente.  No permite que lleguen a nuestros pulmones los aires de libertad, dignidad y orgullo nacional.  A través de la eutanasia nos mantienen confinados; presos y condenados a una cadena perpetua voluntaria, a la que servimos de manera voluntaria con el trapo’e voto cada cuatrienio.  A diferencia del Coronavirus gripal, este Coloniavirus se aloja en nuestra mente.  Nos paraliza, incapacita y recluye en el Statu Quo en el cual vegetamos.  Afortunadamente para ambos virus existen alternativas para evitar su propagación y minimizar sus secuelas.  Para el primero, basta con una cuarentena de 15 días (lo cual numéricamente es de locos).  Para el segundo, voluntad e instrucción.  Dicho de manera más antiséptica: ¡Quédate en casa y libera tu mente!

¡Levántate y anda! 


lunes, 2 de marzo de 2020

Entre epidemias y pandemias

por  Caronte Campos Elíseos


No estoy seguro si es que me encuentro (nuevamente) en el umbral de la locura, si es a causa de la oscuridad de mi intelecto, o es que simplemente soy víctima de algún maleficio emocional.  Pero en estos días de expectación global a causa del llamado Coronavirus, y más localmente, por la indignación por el asesinato de Alexa, me siento mentalmente sensible.  Entre noticieros amarillistas, analistas por segmentos de 4 minutos y un gobierno eminentemente incapaz, la vida transcurre con normal mediocridad.

Poco atento (como me caracteriza) a las noticias relevantes del país, ocupó mi atención toda clase de argumentos sobre el homicidio de la mujer transgénero.  Desde homofobia, intolerancia, incomprensión, apatía, discrimen, la indiferencia de algunos; conjugado todo con la preocupación por la seguridad, privacidad y derechos de otros.  No soy un ducho en los asuntos del idioma, definiciones y diccionarios, pero generó en mí cierta suspicacia el tema de la tolerancia.  En medio de la indignación sobre el comentado caso, surgía el llamado y el reclamo general hacia la tolerancia.  Si bien es cierto que la tolerancia es elemento fundamental y esencial para la buena convivencia, en ocasiones se desvirtúa su significado.  En todo crimen y/o crimen de odio que culmina en la perdida de una o más vidas, hay un problema de fondo y con raíz más profunda que la intolerancia.  El desprecio a la vida de nuestros conciudadanos, el derecho más fundamental de todo ser humano, es el germen de la descomposición social que experimentamos.  En mi opinión, se toleran gustos, tendencias, prácticas y… opiniones; pero la vida, propia y de otros, se respeta.  Según mi entendimiento (que no es muy ilustrado) el respeto y la dignidad humana no deben estar subordinadas a la tolerancia; esta vendría a complementar aquellas.
 
Por otra parte, tenemos el otro virus, el COVID19.  Hasta ahora, el resultado directo de esta pandemia para nosotros ha sido poner de manifiesto la incapacidad del gobierno.  La estulticia de nuestros gobernantes ha quedado patente sin necesidad de aplicar algún reactivo.  No saben de matemáticas, no saben de geografía y mucho menos de diagnósticos y medicina.  Nuestra salud está en manos de incompetentes que ni siquiera conocen sus funciones básicas y más elementales; el bienestar común.  El detrimento social que vivimos, tiene su máxima expresión en la actitud de la clase política.  La ineptitud de estos funcionarios frente a las grandes tragedias naturales, ha costado más vidas que cualquier otra enfermedad de temporada. 

Sospechosamente, cada vez que el gobierno norteamericano tiene su famoso censo cada decenio, este viene acompañado por una nueva amenaza global.  Tal fue el caso de la gripe porcina H1N1 hace exactamente una década.  Cualquiera diría que prefieren contar cadáveres que vidas, para luego esconderlos en vagones.  Mientras tanto, las megatiendas tienen una nueva época de bonanza, vendiendo a sobre precio artículos de primera necesidad.  Sin mencionar las grandes farmacéuticas que esperan ansiosas el descubrimiento de la vacuna que sirva de panacea; a la vez que medran de la crisis general.  Suponiendo que no crearon el problema en un laboratorio para luego mercadear la tan esperada cura.

Así discurre nuestra vida insular; entre epidemias criollas y pandemias globales.  Polarizamos la atención en distracciones y nimiedades, mientras se esparcen y reproducen como virus y bacterias mortales los problemas sociales.  El desprecio a la vida y los derechos fundamentales, el discrimen, la intolerancia, la indiferencia generalizada y el desapego individualista sirven de trampolín al desgobierno, a la apatía gubernamental y la corrupción institucional.  Padecemos el síndrome de Estocolmo.  Consentimos, y hasta nos convertimos en cómplices de los que tienen secuestrada nuestra voluntad y nuestro futuro.  El fanatismo político nos lleva a aceptar, incluso a justificar, las agresiones indiscriminadas del partido de turno en el poder; aunque esto sea la cosa más insalubre que puede sufrir un pueblo.

Pero este próximo noviembre se termina nuestra eterna cuarentena.  Llega el tiempo de vacunarnos contra los corruptos, parapocos y oportunistas.  Tendremos una nueva oportunidad de poner en remisión la descomposición social, salir de la eutanasia a la que nos han sometido y recuperar nuestra salud nacional. 

¡Levántate y anda!

sábado, 10 de noviembre de 2018

El arrepentimiento de dios

por  Caronte Campos Elíseos


En estos tiempos que parecen acercarnos cada día más al final de la humanidad, parecería justo y necesario pasar juicio sobre las razones del creador, para inhibirse.  Partiendo del supuesto de que existe, da la impresión de que se mantiene indiferente ante la hecatombe que enfrentamos sus hijos.  Para ser un dios bondadoso según las descripciones cristianas, se le podrían atribuir muchos adjetivos negativos.  Entre la indiferencia, la desidia y el desapego de lo que le sucede a su creación más amada, podríamos decir que hay, al menos, visos de maldad. 

Basta con pasar revista sobre acontecimientos históricos que, aunque lastimosos para la memoria de la civilización, encuentran paralelos en los tiempos modernos.  Se repiten cada cierto tiempo, perpetuando en un círculo vicioso la atrocidad social que vivimos.  Haciendo patente la ausencia del ser supremo que está supuesto a recibir las peticiones de armonía y de paz.  Esto hace de la omnipresencia, una burla y una falacia.

Desde el comienzo de nuestra era, cuando esta divinidad envío su hijo para que fuera asesinado; las torturas y muerte de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por salvar su prójimo y sus pueblos, son más recurrentes que en los tiempos bíblicos.  Hasta el sol de hoy, los que intenta de alguna forma u otra mostrar el camino, la verdad y la vida digna a sus semejantes, son inmolados sin persignarse.  En especial los que intentan luchar contra los imperios, las injusticias, la intervención y dominación de fuerzas extranjeras.  La inmensa mayoría de los pueblos tienen sus mártires por estas causas.

A partir de ahí, y hasta nuestros días, comenzaron las guerras de religión.  Cacerías de brujas, cruzadas, inquisiciones, persecuciones, y toda suerte de ultrajes en nombre de la adorada deidad.  Si la omnipotencia fuera tal como describen los antiguos escritos, no haría falta que el ser humano se enfrascara en estas empresas que él mismo pudiera ejecutar con un solo chasquido de sus dedos.  Siglos después, continúan las luchas por creencias religiosas, esotéricas y/o místicas.  Amén de las pérdidas de vidas que han provocado la falta de tolerancia por ideas políticas, prejuicios raciales, disparidad económica y de castas, entre otros promotores de desigualdad.

Este protagonista bíblico parece disfrutar a sus anchas cuando aparece algún personaje perturbado mentalmente, que usurpa su trono aquí en la tierra; y somete selectivamente al juicio final a ciertos feligreses.  Lo peor de todo es que, no bien ha salido el mundo de una dictadura, nace otra con más odio visceral hacia ciertos grupos.  Los casos de lesa humanidad son incontables, pero el régimen moderno más cruel por antonomasia, el nacionalsocialismo, ha encontrado en el actual gobierno americano, su mayor contendiente.  Con todas las señales claras y distintas, esta presidencia se perfila como la próxima tiranía neonazi.  A todas luces, la omnisciencia no le ha sido suficiente al todopoderoso para prever o evitar tales holocaustos.  Esperando por la celeste intervención, nos vemos condenados a pasar de genocidio en genocidio, sin la esperanza de que venga un salvador.  Nosotros creímos tener la bendición de la versión criolla del mesías, pero se transfiguró en el demonio que nos condenó al infierno que vivimos.                 

La providencial misericordia aparenta ser solo para los elegidos, porque el resto solo estamos llamados a vivir en la ignominia.  Las ciudades se convierten en purgatorios donde los inocentes expían el pecado de no poseer la santa gracia que poseen los hijos predilectos.  La pobreza, la hambruna, las pestes y enfermedades que se vuelven pandemias que arropan el orbe; sentenciando a la miseria, la mayoría de las veces, ya sea por exposición o falta de recursos, a los más desventajados.  El atributo del justo se ve cancelado por su negligente manera de administrar su divina justicia.  Mientras tanto, por poco más de dos milenios, los parroquianos continúan creyendo en un dios que los invita, extorsiona e intimida; solo con el pseudo poder de sus propias sagradas palabras escritas como única evidencia.  Escritas por otros hombres subyugados, estos escritos históricos caen, sin duda alguna, en una petición de principio. 

Para mí que soy un poco incrédulo y renuente a estos temas, me parece incongruente todo lo anterior.  La realidad que acá abajo vivimos, dista mucho de un dios infinitamente bueno y bondadoso. Cualquiera podría entender, y a groso modo, es lo que se desprende de la cotidianidad; que la idea de un súper genio supremo, piadoso, clemente y magnánimo; es mutuamente excluyente con el Estatus Quo.  Pero, la única manera de entender la actitud y la inacción del ausente rey de reyes es, extendiendo al cielo la máxima de que todos tenemos derecho a reivindicarnos y a segundas oportunidades. 

Así que, partiendo de la premisa (y para justificar lo injustificable) de que hemos recibido o simplemente poseemos una luz natural o facultad de razonamiento; debemos pensar (los que puedan), que desde el inicio de la humanidad hemos tenido la oportunidad y el conocimiento para entender, crear y desarrollar para todos, la mejor manera de vivir.  Esta facultad es la que nos debería arrojar luz sobre lo más justo y la mejor manera de convivir en justicia, paz e igualdad.  Esta idea clara y distinta, de que poseemos por naturaleza lo que muchos llaman sentido común, razón, entendimiento o inteligencia; es el primer argumento para no tener que esperar por fe, lo que podemos obtener por la propia capacidad mental e intelectual.  El segundo argumento es, que siendo seres independientes, o no dependientes de fuerzas etéreas, no deberíamos consentir el libre albedrío.  Más bien concebirnos enteramente dueños de nuestra voluntad.  A su vez, entender que toda volición conlleva unas consecuencias, y en el mejor de los escenarios, favorables resultados.  Lo que nos debería llevar a concluir que todas las concepciones que tenemos en nuestra mente, las podemos ejecutar como actos libres de la voluntad, sin intervención divina; asumiendo así toda la responsabilidad por actuar libre y voluntariamente. 

El tercer y último argumento por el que se puede justificar tal abstención del dios paternal, es el arrepentimiento.  No es para menos.  Observando atónito, desde el paraíso, cómo el hombre con todas las facultades que posee y de las cuales hace alardes; actúa con toda libertad, pero de manera insensata e irresponsable.  Arrepentimiento por haber creído con ciega fe, que seriamos capaces de mantener un orden y un balance saludable en todo lo creado.  Arrepentimiento por suponer que a través de todo desarrollo y evolución, siempre procuraríamos el bien común; y que a pesar de los avances tecnológicos, sociales, económicos, y de todos los sistemas conocidos, nunca habría tantos dejados atrás.

Lo que no puede ponerse en dudas es, que al final de los tiempos tendremos que rendir cuentas.  Ya sea a alguna deidad del firmamento o del inframundo, a la posteridad, a las próximas generaciones; o a nuestra propia conciencia individual y colectiva.  Tendremos que recapitular sobre nuestra contribución al bienestar o al estado actual de las cosas.  Seremos nuestro propio juez en ese gran juicio final sobre nuestras actuaciones u omisiones.  No es un misterio que la única forma de ganar indulgencias es aportando y colaborando para crear mejores condiciones para todos; y evitar ser parte de ese fanático rebaño, por el cuál esta tragicomedia será eterna, por los siglos de los siglos.

¡Levántate y anda! 

jueves, 6 de septiembre de 2018

Desigualdad

por  Caronte Campos Elíseos



A pesar de que me encanta mi nuevo vecindario, con su hábitat frío y oscuro, decidí quedarme un tiempo en mi habitación.  Me encanta su luz tenue, sus paredes revestidas de maderas acojinadas de color blanco y sus persianas enrejadas.  Disoluto, solo me hago acompañar de botellas añejas, periódicos viejos y los medicamentos recetados por pseudo doctores.  Lo único que alcanzo a escuchar a través de estas cuatro paredes, son los alaridos de alguna vecina desesperada. 

¡Al perecer no soy el único maníaco depresivo en esta vecindad!  No me extraña que tengamos un alto índice de desórdenes mentales, considerando que vivimos en un país donde todos los analistas y economistas han estado vinculados al gobierno.  Algunos han sido políticos, asesores, convictos por corrupción, y el que menos, ha sido beneficiario de algún lucrativo contrato de cifras pornográficas.  Son una plaga.  Están diseminados por todos los medios de comunicación;  todo el día, a toda hora; en radio, televisión y prensa escrita.  Después de haber medrado a costas del pueblo por años, amasando fortunas personales y desarrollado negocios con dineros mal habidos, hacen alardes de sus conocimientos en política partidista.  Al final lo que hacen es fungir como distracción, mientras sus consortes en el poder repiten la ecuación.  Los demás, los que el pueblo ya ha rechazado en las urnas, andan rondando como animales realengos que malean las cosechas de los que en realidad sí producen, buscando una nueva oportunidad para el pillaje.  No les importa utilizar o ser utilizados con el fin de generar ganancias.

Quizás muchos consideren estos pensamientos parte de mi absurda abstracción.  Pero como dice el viejo adagio: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.  Por eso, y desde hace mucho tiempo, vivo desconectado de todo lo que en este país hacen llamar, noticias y programas de análisis.  Lo único que logran estas producciones, es mantenernos como analfabetas funcionales.  Para evitarme esa tara moral, prefiero leer los viejos periódicos una vez han perdido la capacidad de embrutecerme (más de lo ya me hizo la propia naturaleza).

Los gritos de la chica de al lado cada vez son más penetrantes.  No estoy seguro si son por excitación o vejación.  ¡Estoy loco por conocerla! (Literalmente loco) 

De locos es lo que nos hacen pensar sobre la desmesurada deuda que ahora nos quieren cobrar con sudor y sangre.  Todos los comentaristas indolentes con acceso a un micrófono, una cámara o a una imprenta de circulación nacional, coinciden en que el pueblo tiene que pagar a todos sus acreedores.  Todos están polarizados en la cantidad de dinero exorbitante y la forma y manera en que debemos resarcir a los bonistas.  Ninguno habla sobre la legalidad de las emisiones de esa deuda; ninguno habla sobre el paradero de esos fondos mal utilizados, desviados y malversados; tampoco sobre la necesidad de auditar la deuda, y mucho menos sobre ajusticiar a los autores intelectuales y participantes de los esquemas para tal latrocinio.

El gobierno de turno solo juega al policía bueno y al policía malo con la junta colonial.  Aparentan defender los mejores intereses del pueblo, pero en realidad es una estrategia ancestral que da apariencias de paternalismo gubernamental.  Los publicanos de la junta han colocado a todos los ciudadanos en el paredón para despojarlos de todos sus bienes, tanto colectivos como personales.  Con una doble vara, mientras reducen y/o eliminan los presupuestos, los beneficios, los salarios; mientras aumentan los impuestos, la carga contributiva, y deterioran las condiciones laborales y de jubilación; ellos gastan y malgastan un presupuesto ya por naturaleza oneroso y que aumenta cada año.  Entonces, reservan las medidas de austeridad para el ciudadano promedio o común, mientras su calidad y estilos de vida suben como la espuma. 

Realmente la decoración en los muros de mi alcoba ha rendido frutos.  Estos pensamientos han logrado que me estrelle contra los cojines acolchonados.  Si no fuera por las metálicas puertas hubiera corrido como demente por todo el complejo.  Me asomo a las ventanas con todo y sus barrotes, para ver si logro ver la vecina.  Tanto alboroto me han inducido a desear su compañía.  Los ruidos y los gritos me tienen intrigado.  Admito que no logro concentrarme imaginándola golpeándose también contra sus paredes.

Entre muros y barrotes deberían estar los que hurtaron los vagones de la agencia federal, FEMA.  Tal pareciera que en lugar de robarlos, en realidad los desparecieron.  El propio gobierno y la misma agencia hicieron galas de su incapacidad para llevar los suministros a los más necesitados.  No sería de extrañar que, víctimas de su ineptitud, prefirieran esconderlos y hacer creer que en efecto, los llevaron a los más desventajados. Era mejor eso para la alta jerarquía gubernamental, que dejar entrever su desapego y apatía por los de la casta inferior.  La inexperiencia, la impericia, la estupidez; amén de los pobres recursos, la ineficiente estructura estatal, la mediocre respuesta ante la emergencia; la burocracia, y el oportunismo partidista,  azotaron, devastaron y desolaron al país con más crueldad e inquina que el propio huracán.  Es por eso que, a un año de los fenómenos atmosféricos (Irma y María), en lugar de hablar de reconstrucción y recuperación, estamos discutiendo la vergonzosa y desgarradora cifra de vidas perdidas.  La indiferencia hacia la existencia de sus constituyentes, llevó a las autoridades a contar en 64 la cifra de muertos.  A once meses de la tragedia, y según los estudios exhaustivos de entidades ultramarinas, suman sobre 4,000 decesos.  Y todavía no sabemos cuántos de esos cadáveres de hermanos puertorriqueños están encerrado en los famosos vagones de Ciencias Forenses, sin recibir cristiana sepultura. (Aunque mi fe no es teísta)

No sé qué sienten ustedes al atestiguar ese patético cuadro, pero sí puedo adivinar lo que sienten los que en medio de la emergencia nacional perdieron algún ser querido.  Seguramente lo mismo que siento yo con estas vestimentas que me inmovilizan y me hacen parecer impotente.  Ni el encierro, ni el alcohol, ni los medicamentos auto-recetados, logran enajenarme de la burda realidad.  Solo el amor que comienzo a sentir por la damisela contigua me brinda visos de esperanzas.

La realidad es, que el régimen que nos gobierna lo hemos elegido en las urnas por mayoría, desde los pasados 66 años.  Consentimos el puto Estado de Derecho que nos oprime.  Reiteradamente endosamos, cada cuatro años, políticos que fomentan la divergencia de clases en este país.  Utilizan el gobierno para beneficiar a una estirpe de arribistas en detrimento de los demás.  Amasan riquezas, acumulan propiedades privadas, desvían fondos, malversan dineros, delinquen impunemente, endeudan las próximas generaciones y nos condenan a la pobreza y la miseria.  No sienten ningún apego, empatía o adhesión a la paupérrima situación económica y social que vivimos cotidianamente, y lo aceptamos como normal y corriente.  Delegamos los poderes soberanos en los que intentan perpetuar la desigualdad entre los puertorriqueños.

Hasta que no asimilemos la igualdad como un derecho natural; rescatemos nuestra voluntad nacional y nuestra identidad de humanidad, no superaremos la bancarrota moral y ética que nos suprime; mucho menos la crisis económica y social que nos asfixia.

¡Levántate y anda!


domingo, 24 de junio de 2018

Dos caras

por  Caronte Campos Elíseos



Disfrutando de la tranquilidad que me brinda el Valle de los Reyes, donde ahora pernocto cómodamente, me encontré con un buen vecino.  Me invitó a una cena en un lugar atípico, sin importarle mi apego a la distimia.  Al contrario, me comentó que le agradaba la compañía de alguien con quien podía identificarse grandemente.  Durante el banquete disertaba sobre su lucha.  Según él, su lucha es una eterna contra los elementos externos que pueden malear una raza.  Vivía engolfado buscando la manera de purificar la suya.  Mostraba simpatía por la segregación, la separación, la eliminación de especímenes contaminantes, entre otras estrategias de supremacía racial.  Mientras saboreaba los manjares que servían en aquel mítico lugar, yo en silencio me escandalizaba por las expresiones vertidas por mi humilde anfitrión. 

Continuaba el comensal argumentado y enarbolando las ideas sobre como una nación puede conseguir su pureza y llegar a ser la culminación de la perfecta obra de Dios.  A mí me sonaba más como un pensamiento chovinista y anacrónico que a un simple pensamiento patriota.  No niego que los argumentos y explicaciones expuestas por mi acompañante sonaban harto interesantes y hasta con cierto sentido común y lógica.  La aspiración de que un país sea completamente soberano y libre de toda influencia e intervención extranjera, después de todo no suena tan descabellada.  Al final, todos los pueblos merecen ser dueños de su propio destino.

Pero la conversación comenzó a ponerse un tanto incomoda y extraña, cuando el camarada comenzó a alabar la gestión de la administración del presidente Trump.  Incluso lo llamó, hermano distímico.  Hablaba con odio de la antigua política americana y sus antecedentes y continuaba diciendo:

“Esa joven nación, que surgió gracias a un grupúsculo de sediciosos y rebeldes, siempre ha actuado con dos caras.  Pretendiendo siempre que son los redentores del mundo, como si fueran el pueblo elegido por Dios.  Estoy cansado de escuchar ese cliché de los pueblos elegidos.  Los norteamericanos, similar a los judíos, se autoproclaman los salvadores del mundo, los defensores de la democracia, los guardianes de los derechos.  Conforme a estos preceptos, han criticado, invadido, bombardeado, oprimido, aislado, bloqueado y asfixiado, países enteros; incluyendo, pero sin limitarse, a sus respectivas poblaciones, sociedades y desarticulado sus políticas y economías internas.” 

Continuaba con su diatriba:

“Los Estados Unidos han logrado esconder sus verdaderas y únicas intenciones con efectividad.  Lograron la desaparición de los indios nativos con las famosas reservas.  Mantienen la supresión de los afroamericanos después de años de instituir la segregación de los negros e hispanos.  En la Segunda guerra mundial acometieron contra los campos de concentración nacionalsocialistas, pero en su territorio continental instituyeron los campos de concentración para ciudadanos japoneses.  Luego contra Cuba por supuestas violaciones de derechos humanos.  Apoyaron gobiernos de dictadores asesinos en Latinoamérica.  Invadieron Kuwait, Afganistán, e Irak, por intereses meramente económicos sin considerar bajas civiles y daños colaterales; con el supuesto interés de llevar la democracia occidental.  So pretexto de los bombardeos del gobierno iraní a sus propios ciudadanos, bombardearon sínicamente a Irán.  Facilitaron dinero, armas y soldados para propiciar guerras internas en otros países.  Incluyendo Nigeria, donde la emprendieron contra el grupo extremista que secuestraba niñas para violarlas y mantenerlas como rehenes y esclavas.” 
   
En este punto ya tenía miedo de preguntar, hasta tomé mis medicamentos psicotrópicos:

“¿En que se relaciona con todo eso la política del nuevo presidente gringo?”

“Muy sencillo y elemental”, replicó.  “Donald Trump es la burda realidad del pensamiento e ideología norteamericana.  Los presidentes antecesores invirtieron esfuerzos y recursos para esconder lo que a todas luces es, históricamente, la verdadera mentalidad gringa.  Hoy lo vemos abandonar todos los tratados comerciales, desertar de las Organizaciones Internacionales y sus respectivos comités; lo vemos tomando decisiones unilaterales.  Implementando medidas y aprobando leyes para promover el retorno del capital a su territorio nacional; en contra de los principios de la globalización.  Reuniéndose y entablando relaciones estrechas con los archienemigos históricos de su país. Se le ve indiferente hacia las necesidades genuinas de los países vecinos y sus propios territorios. Amén de la apatía con la que trata a los ciudadanos de su bastión colonial en el Caribe.  Se maneja con actitudes y conductas racistas y totalitarias.  Cual caprichoso empedernido, levantando muros y barreras para aislarse del resto del mundo.

Yo que tiendo a ser aficionado a la locura, ya estaba escandalizado por lo que escuchaba.  En este punto ya estaba poseso por el terror a levantarme de la mesa.  Por los modales que me caracterizan y por no ser anticlimático, riposté con otra pregunta:

¿Y eso le parece a usted lo más sensato? 

“Me parece el comportamiento más natural y lógico de las razas superiores.  Pero su obra maestra, sin lugar a dudas, es su política de cero tolerancia en los asuntos fronterizos.  El mecanismo más rápido y eficaz para eliminar una especie, es impedir su reproducción.  Sus acciones proactivas en separar los niños y niñas de los padres al cruzar las fronteras, colocan la especie inmigrante en el precipicio de la extinción.  Todo esto con impunidad ante la inacción e indiferencia de una sometida y mancomunada comunidad internacional.”

Perturbado mentalmente (como siempre) y luego de escuchar un golpe a puño cerrado sobre la mesa y perversas carcajadas que llegaban al cielo (o  tal vez al infierno), noté que la ilusión óptica había desaparecido.  Solo me quedaba el mal sabor de la comida recalentada, las botellas vacías de Federweisser, un libro autografiado que lleva por título: Mein Kampf; y la horrenda noción de que estamos viviendo bajo un régimen neonazi extemporáneo en nuestro hemisferio.

¡Levántate y anda!


sábado, 12 de mayo de 2018

Valle de lágrimas

por  Caronte Campos Elíseos


Decidí cambiar de morada al no poder sobrellevar los recuerdos defectibles de mi vida amorosa, luego de que otros reclamaran su derecho de “Prima Nocte”.  Amén de los daños que sufrió la vieja estructura por los azotes huracanados.  Es así como llegué a lo que es mi nuevo vecindario en, El Valle de los Reyes.  Admito que es un lugar muy tranquilo y acogedor.  Ya instalado en lo que será mi nuevo hogar, intento retomar en mi vida la cotidianidad y normalidad que me caracteriza.  Fue bastante fácil por lo poco del mobiliario, y lo accesible que estaban mis viejos periódicos, los brebajes de la tierra y los medicamentos para sortear la realidad.  Durante todo este tiempo de solaz tuve la oportunidad de reflexionar sobre los últimos eventos.   

El huracán puso de manifiesto y a la vista de todos, la verdadera cara de este país.  Es probable que muchos ya conocían esa triste realidad.  Pero los que vivimos sumidos en nuestros propios mundos (Netflix con sus series, deportes de equipos importados, barras y chinchorreo, baile, botella y baraja, entre otras amenidades), no sabíamos que nuestra patria estaba en tal decadencia.  Al cejar los vientos, las aguas volver a sus cauces, y con los árboles y techos en el pavimento, encontramos otro país.  Quedamos absortos ante la pobreza, el hambre, la miseria y el abandono del gobierno.   El ciclón se llevó lo que nos quedaba de ese espejismo de primer mundo que disfrutábamos.  Un mes sin agua, dos meses sin gasolina, tres meses incomunicado, cuatro meses esperando un toldo, cinco meses de salchichas y mezcla de sándwich; seis meses de desesperanza, siete meses sin luz, ocho meses de depresión y toda una vida de locura.  Esa es mi historia.  Igual a la de otros cientos de miles puertorriqueños. 

No bien había pasado el huracán, el gobierno encendió su maquinaria.  Claro está, luego de que el Superintendente de Seguridad nos advirtiera que durante la emergencia, podíamos morir esperando por ellos.  Inmediatamente se acuarteló el gabinete de confianza del gobernador Rosellito.  En las primeras horas luego de calmada la tempestad, comenzaron a reclamar las ayudas federales de FEMA.  La intención clara era repartirlas, pero no a los damnificados, sino a los amigotes más cercanos al ejecutivo.  Ya lo dice el viejo adagio: “El que lo hereda no lo hurta”.  El dinero para la restauración del sistema eléctrico, para las comunicaciones; los fondos para alimentos, enseres y viviendas; las ayudas para las carreteras, los hospitales y las escuelas, y hasta los toldos azules, parecía que se las había llevado el viento.  Hasta la Junta de Supervisión Colonial brillaba por su ausencia.

Ausencia es lo que predomina en mi nuevo vecindario, los vecinos parecen estar ausentes en el Valle de los Reyes.  Al igual que los policías que sufrieron la epidemia del “blue flu”.  En plena emergencia, una gran parte de los policías decidieron protestar por la pérdida de beneficios laborales.  Esto sucedía no sin dejar las carreteras sin control de tránsito durante el día y sin seguridad en las noches.  Pero que importa, al final, todos tenemos derecho a protestar.  Además, en un país donde la tasa de desempleo ronda el 13%, esto sirvió para que las personas sin hogar se emplearan en los semáforos sin luz, al menos por un plato de comida, una botella de agua fría y/o unas monedas sueltas.

La calma tras la tormenta no duró mucho.  Reapareció la famosa Junta de Supervisión.  Y cuando todavía hay puertorriqueños durmiendo bajo toldos azules y cielos estrellados, comiendo pan con jamonilla y sin el servicio de electricidad, comienzan a azotar al pueblo con sus planes de reducción, recortes y austeridad; y a inundarnos con sus controles fiscales y presupuestarios.  Mientras tanto, el gobierno continúa con su rol de policía bueno, haciéndonos pensar que le hacen frente y oposición a la comisión imperialista en favor de sus constituyentes.  Nada más lejos de la realidad (excepto mi propia existencia).  El ejecutivo y el legislativo siguen a sus anchas repartiendo el poco flujo de caja que nos queda en contratos jugosos para sus secuaces y damiselas con puestazos.  

¿Qué obtenemos nosotros de todo este latrocinio?  Reducción en las pensiones, cierre de 220 escuelas y privatización de unas docenas adicionales, una reforma laboral luctuosa, aumento en la matrícula de la Universidad del Pueblo y el cierre de varios de sus recintos, venta de la Autoridad de Energía Eléctrica después de décadas de abandono de su infraestructura, impuestos hasta en las comprar por internet, entre otras medidas draconianas.  No estoy seguro si es por mi trastorno ciclotímico o por este panorama poco alentador que sufro de estados de ánimos variables.  Confieso que comienzo a sentirme como el Faraón de este lugar.

Este sentimiento fue reforzado cuando las legiones de maestros, empleados públicos, estudiantes, pensionados, y todas las víctimas directas o indirectas de la connivencia entre junta y gobierno, salieron a protestar en un paro nacional.  Por supuesto que allí estaban para emboscarlos, los que no hacia tanto tiempo habían abandonado sus deberes y responsabilidades en reclamo de sus propios derechos.  Allí, le hicieron una encerrona, macanearon y rociaron con gases, a todos los que salieron a defender los derechos de los que no se atreven siquiera rezongar.  Simultáneamente, los “Iluminatis” de la junta declaraban su incapacidad de vivir y mantener su monárquico estilo de vida con la miseria con la que pretenden que los jubilados sobrevivan su vejez.

La clase política nacional solo se le ocurre llevar a votación si queremos o no la famosa junta.  Incluso hasta el ala de izquierda es presa de esa burda triquiñuela.  Parecen olvidar que en los fueros concedidos por la metrópoli a esta vieja colonia, no incluye el poder decisional sobre tales asuntos.  El barómetro de la moral puertorriqueña está en sus niveles más bajo.  Y entre el reconocimiento de la legislatura al Conejo Malvado, las series televisivas sobre el maltrato de menores como supuesto paliativo para nuestros males sociales, seguimos siendo nosotros mismos nuestro propio verdugo.  Las huestes de los partidos principales cierran filas con sus dirigentes.  Apoyan a ciegas sus candidatos sin importar sus méritos ni su historial.  Llevando de esta manera reincidentes en la corrupción gubernamental al poder.  Luego, estos mismos nos condenan a todos sin importar los colores de afiliación, a perecer en el paredón del desgobierno. 

Volver a esta nefanda realidad me drena espiritualmente.  Vuelvo a mi sarcófago son la voluntad desecha.  Esperando que algún día esta horda de electores se libere de la momificación de la que todos hemos sido víctimas por los silos de los siglos.  Llegado ese momento, nos pondrán en el camino correcto para abandonar así, este valle de lágrimas.

¡Levántate y anda! 

jueves, 20 de julio de 2017

Hogar, dulce hogar

por  Caronte Campos Elíseos


Muchos se preguntaran el motivo de mi aparente ausencia y notable abandono de las letras.  Como es de conocimiento general, estuve inmerso en la planificación de mi boda con la mujer perfecta.  Esto último porque parece haber leído el manual de la perfecta cabrona.  Demás está decir que mi matrimonio duró lo mismo que un baño de leche de coco en el ascensor de Guaynabo.  La mujer no pudo lidiar con mis manías, vicios, malas mañas y enfermedades mentales (que no son un secreto para nadie), y al tercer día se levantó de entre los cuerpos y abandonó sus promesas y votos.  Gritó a los cuatro vientos que no me amaba, que vivió ese triduo engañada por mi críptico magnetismo y que tenía que huir de tal secuestro. Admito que fueron los tres días más maravillosos de mi existencia.  Pero el día cuarto se advino la debacle emocional y espiritual.  Abandoné todas las cosas que teníamos en común: los muertos, los cementerios, las letras, etc.  Me refugié en los placeres, los vicios, los apetitos.  Me vi sumido en las drogas recetadas, el alcohol y la locura.  Estuve internado en repetidas ocasiones donde me cambiaron el vestido de gala por la camisa de fuerza.  En otras palabras, retomé mi vida cotidiana.  Basta ya de hablar del amor de mi vida; todavía pensar en esos efímeros recuerdos es doloroso.  Amén del amor que todavía siento por la que todos llaman, La Catrina.  

Abandonado el cautiverio en el que estuve refugiado por algo más de un año, regreso al mundo real.  Caminando el mismo oscuro sendero, llego a la antigua morada.  La misma casa que alberga todos los recuerdos de mis vidas.  Grato fue llegar y divisar los únicos seres fieles (e inanimados) que me acompañan en cada periodo de mi existencia; las pilas de periódicos viejos, las botellas del elixir mágico en nada anónimo y los frascos de las cápsulas que hacen las veces de óbolos para cada uno de mis viajes.  En fin, una vez dentro de la fría estructura que sirve de guarida para mi actitud asocial, y poseso por la locura de siempre, no tuve más remedio que exclamar ese cliché de las figuras y adornos domésticos en cada hogar de este país: “Hogar, dulce hogar”.


¡Levántate y anda!