por Caronte Campos Elíseos
He vuelto después de una larga ausencia y quiero compartirles una experiencia reciente, y que fue la causa de mi retraimiento. Como todos los que me conocen saben, no soy un fanático de las fiestas navideñas. Esta aversión al tiempo de adviento y celebración proviene de su directa relación con los ritos religiosos. Por mi ateísmo empedernido, cuando llega esta temporada me retiro a vivir y sobrevivir lejos de la sociedad. Cual ermitaño furibundo, vagaba en las noches por las calles del interior sin dirección. Una madrugada fría, se apareció frente a mí un espíritu que según el mismo comentó, era un enviado para iluminarme y convencerme sobre la verdadera natividad.
He vuelto después de una larga ausencia y quiero compartirles una experiencia reciente, y que fue la causa de mi retraimiento. Como todos los que me conocen saben, no soy un fanático de las fiestas navideñas. Esta aversión al tiempo de adviento y celebración proviene de su directa relación con los ritos religiosos. Por mi ateísmo empedernido, cuando llega esta temporada me retiro a vivir y sobrevivir lejos de la sociedad. Cual ermitaño furibundo, vagaba en las noches por las calles del interior sin dirección. Una madrugada fría, se apareció frente a mí un espíritu que según el mismo comentó, era un enviado para iluminarme y convencerme sobre la verdadera natividad.
Comenzó por resumir una larga lista de profecías
sobre un tal mesías. Continuó con una
ristra de razones por las que era necesario un salvador para el mundo. También hizo referencia a la hermandad, la
solidaridad y la esperanza que trae consigo esta temporada. Acto seguido, cual espíritu chocarrero me
llevó por los altos cielos a ver varias estampas tradicionales de la
época. Durante el viaje, seguía con su
discurso admonitorio sobre mi actitud y proceder antisocial.
Como experto regidor de escenas, me llevo a
visitar una fiesta familiar. Era la
noche del 24 de diciembre, y a todas luces la numerosa familia disfrutaba unida
de la “noche buena”. Un ambiente de
algarabía, frenesí y adulación. Se
avistaban regalos, se escuchaba música y había comida en demasía. El espíritu me invitaba a reflexionar sobre
aquella hermosa estampa. “Esto es lo que
promueve la inminente llegada del niño rey”, decía. Añadía, con brillo en sus ojos, que en todos
los hogares puertorriqueños se estaba celebrando el nacimiento del niño
dios. “Esto es lo que te pierdes
alejándote de la sociedad. Te privas de
tan bella experiencia y tan hermosas bendiciones”, me dijo. “Pero Ángel o Arcángel”, le contesto yo:
“Todo ese escenario grávido de fraternidad y armonía, son simplemente falsas
apariencias. Ya las familias no se
reconocen como tal. Están carcomidas por
el deterioro social. La propia sociedad
ya no sabe el verdadero significado de familia.
Para mí es algo luctuoso, porque está cargado de hipocresía. Todo lo que ves ahí es puramente
anodino. Las personas que ves ahí, ya no
piensan en la unidad. Solo piensan en la
gula, la bebe lata, y lo único que inculcan en los menores es la espera de los
regalos más caros y de moda. Este pueblo
sigue borracho de baile, botella y baraja.
Ya ni la sangre pesa más que el agua.
Los hermanos se matan, las madres maltratan sus hijos, los padres violan
sus hijas y lo que se vive es una guerra continua por quien está mejor que el
otro. Ya no existe respeto por la vida.
La criminalidad y la inseguridad se han importado hasta el seno del hogar. Se olvidaron ya del verdadero significado de
la navidad”.
“Tu corazón está peor de lo que yo pensaba”,
replicó algo decepcionado. Como un
celaje salimos de allí hacia otro escenario análogo. Una iglesia grande, centenaria,
decorada. La estampa del pesebre
iluminado, el árbol con adornos de cristal y el coro celestial eran los
acompañantes perfectos en aquel templo atestado. “¿Todavía piensas que no hay fe y que se
olvidó el verdadero significado del belén?”, me cuestionó con gracejo el simpático
serafín. Tuve que contestar de forma
adusta su cuestionamiento. “¿Tú crees
que esto es así el resto del año? La inmensa
mayoría de estas personas no visitaran una iglesia al menos hasta semana
santa. Muchas están aquí por compromiso,
otras por apariencias y otras por conveniencia.
Basta con ir a una misa del tiempo ordinario para ver la realidad de la
iglesia actual. El pecado se ha
apoderado de los corazones de todos los parroquianos. Pero claro, ese es el resultado de las malas
acciones y las pobres reacciones de los representantes de dios en la
tierra. La iglesia ha perdido adeptos
por su falta de transparencia, por su connivencia con los pecadores internos, y
por su insistencia y actitud retrógradas en temas de actualidad. Sin mencionar su parquedad en temas
políticos, sociales y de bien común escudándose en la división de iglesia y
estado. Haciéndole el juego a los
gobiernos a cambio de exenciones contributivas.
Ni siquiera el poder divino ha podido diezmar la involución social que vivimos y
experimentamos a diario.”
Saltan lágrimas de los ojos del desilusionado
querubín. Con un chasquido de sus dedos,
me transportó a otro lugar. Aparecimos
en una especie de festival al aire libre.
Parecía una fiesta patronal de los años noventa. “No es eso que piensas”, me dice el espíritu como
si pudiera escuchar mis pensamientos.
“Estamos en una fiesta de pueblo por motivo de la navidad. En todos los municipios, los gobiernos
promueven también la tradición. De esta
manera mantienen viva su verdadera razón de ser, servir de puente entre la
sociedad y la religión. Ya aborrecido
por los viajes y mareado por las alturas, exploté contra el pobre Ángel. “Tú no ves desde tu trono en los cielos que
en Puerto Rico se vive un verdadero infierno.
Tú no te das cuenta de que la navidad es utilizada para entretener al
pueblo embriagado de festividades, para poder expoliar sistemáticamente sus
bolsillos. Mientras los ciudadanos
comunes son entretenidos con bombos y platillos, en las grandes esferas se
tejen sacrilegios contra la voluntad, los derechos y el bienestar de todos los
feligreses. Los políticos con sus
tendencias sibaritas aprovechan la polarización de la ciudadanía para aprobar
leyes en detrimento de sus constituyentes.
Al final del día, nosotros como pobres incautos no reaccionamos ni en defensa
propia. Seguimos consintiendo y
subscribiendo el mismo sistema cada cuatro años, cada domingo, y cada navidad.”
En ese preciso instante, la brisa navideña se
tornó ventolera de tormenta. Sentí estar
dentro de un tornado. Las palmas y los
árboles se torcían hacia la misma dirección en que se retiraba, como alma en
pena sin cumplir su misión, aquel mensajero celestial. Aquel vendaval a penas me permitía abrir los
ojos. Cuando por fin se calmaron los
vientos, desperté y me encontraba solo, en el mismo refugio de donde intentó
liberarme aquel querube enviado.