por Caronte Campos Elíseos
He vuelto después de una larga ausencia y quiero compartirles una experiencia reciente, y que fue la causa de mi retraimiento. Como todos los que me conocen saben, no soy un fanático de las fiestas navideñas. Esta aversión al tiempo de adviento y celebración proviene de su directa relación con los ritos religiosos. Por mi ateísmo empedernido, cuando llega esta temporada me retiro a vivir y sobrevivir lejos de la sociedad. Cual ermitaño furibundo, vagaba en las noches por las calles del interior sin dirección. Una madrugada fría, se apareció frente a mí un espíritu que según el mismo comentó, era un enviado para iluminarme y convencerme sobre la verdadera natividad.
He vuelto después de una larga ausencia y quiero compartirles una experiencia reciente, y que fue la causa de mi retraimiento. Como todos los que me conocen saben, no soy un fanático de las fiestas navideñas. Esta aversión al tiempo de adviento y celebración proviene de su directa relación con los ritos religiosos. Por mi ateísmo empedernido, cuando llega esta temporada me retiro a vivir y sobrevivir lejos de la sociedad. Cual ermitaño furibundo, vagaba en las noches por las calles del interior sin dirección. Una madrugada fría, se apareció frente a mí un espíritu que según el mismo comentó, era un enviado para iluminarme y convencerme sobre la verdadera natividad.
Comenzó por resumir una larga lista de profecías
sobre un tal mesías. Continuó con una
ristra de razones por las que era necesario un salvador para el mundo. También hizo referencia a la hermandad, la
solidaridad y la esperanza que trae consigo esta temporada. Acto seguido, cual espíritu chocarrero me
llevó por los altos cielos a ver varias estampas tradicionales de la
época. Durante el viaje, seguía con su
discurso admonitorio sobre mi actitud y proceder antisocial.


Saltan lágrimas de los ojos del desilusionado
querubín. Con un chasquido de sus dedos,
me transportó a otro lugar. Aparecimos
en una especie de festival al aire libre.
Parecía una fiesta patronal de los años noventa. “No es eso que piensas”, me dice el espíritu como
si pudiera escuchar mis pensamientos.
“Estamos en una fiesta de pueblo por motivo de la navidad. En todos los municipios, los gobiernos
promueven también la tradición. De esta
manera mantienen viva su verdadera razón de ser, servir de puente entre la
sociedad y la religión. Ya aborrecido
por los viajes y mareado por las alturas, exploté contra el pobre Ángel. “Tú no ves desde tu trono en los cielos que
en Puerto Rico se vive un verdadero infierno.
Tú no te das cuenta de que la navidad es utilizada para entretener al
pueblo embriagado de festividades, para poder expoliar sistemáticamente sus
bolsillos. Mientras los ciudadanos
comunes son entretenidos con bombos y platillos, en las grandes esferas se
tejen sacrilegios contra la voluntad, los derechos y el bienestar de todos los
feligreses. Los políticos con sus
tendencias sibaritas aprovechan la polarización de la ciudadanía para aprobar
leyes en detrimento de sus constituyentes.
Al final del día, nosotros como pobres incautos no reaccionamos ni en defensa
propia. Seguimos consintiendo y
subscribiendo el mismo sistema cada cuatro años, cada domingo, y cada navidad.”
En ese preciso instante, la brisa navideña se
tornó ventolera de tormenta. Sentí estar
dentro de un tornado. Las palmas y los
árboles se torcían hacia la misma dirección en que se retiraba, como alma en
pena sin cumplir su misión, aquel mensajero celestial. Aquel vendaval a penas me permitía abrir los
ojos. Cuando por fin se calmaron los
vientos, desperté y me encontraba solo, en el mismo refugio de donde intentó
liberarme aquel querube enviado.
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