lunes, 26 de enero de 2015

El espíritu de la Navidad

por  Caronte Campos Elíseos


He vuelto después de una larga ausencia y quiero compartirles una experiencia reciente, y que fue la causa de mi retraimiento.  Como todos los que me conocen saben, no soy un fanático de las fiestas navideñas.  Esta aversión al tiempo de adviento y celebración proviene de su directa relación con los ritos religiosos.  Por mi ateísmo empedernido, cuando llega esta temporada me retiro a vivir y sobrevivir lejos de la sociedad.  Cual ermitaño furibundo, vagaba en las noches por las calles del interior sin dirección.  Una madrugada fría, se apareció frente a mí un espíritu que según el mismo comentó, era un enviado para iluminarme y convencerme sobre la verdadera natividad.

Comenzó por resumir una larga lista de profecías sobre un tal mesías.  Continuó con una ristra de razones por las que era necesario un salvador para el mundo.  También hizo referencia a la hermandad, la solidaridad y la esperanza que trae consigo esta temporada.  Acto seguido, cual espíritu chocarrero me llevó por los altos cielos a ver varias estampas tradicionales de la época.  Durante el viaje, seguía con su discurso admonitorio sobre mi actitud y proceder antisocial. 

Como experto regidor de escenas, me llevo a visitar una fiesta familiar.  Era la noche del 24 de diciembre, y a todas luces la numerosa familia disfrutaba unida de la “noche buena”.  Un ambiente de algarabía, frenesí y adulación.  Se avistaban regalos, se escuchaba música y había comida en demasía.  El espíritu me invitaba a reflexionar sobre aquella hermosa estampa.  “Esto es lo que promueve la inminente llegada del niño rey”, decía.  Añadía, con brillo en sus ojos, que en todos los hogares puertorriqueños se estaba celebrando el nacimiento del niño dios.  “Esto es lo que te pierdes alejándote de la sociedad.  Te privas de tan bella experiencia y tan hermosas bendiciones”, me dijo.  “Pero Ángel o Arcángel”, le contesto yo: “Todo ese escenario grávido de fraternidad y armonía, son simplemente falsas apariencias.  Ya las familias no se reconocen como tal.  Están carcomidas por el deterioro social.  La propia sociedad ya no sabe el verdadero significado de familia.  Para mí es algo luctuoso, porque está cargado de hipocresía.  Todo lo que ves ahí es puramente anodino.  Las personas que ves ahí, ya no piensan en la unidad.  Solo piensan en la gula, la bebe lata, y lo único que inculcan en los menores es la espera de los regalos más caros y de moda.  Este pueblo sigue borracho de baile, botella y baraja.  Ya ni la sangre pesa más que el agua.  Los hermanos se matan, las madres maltratan sus hijos, los padres violan sus hijas y lo que se vive es una guerra continua por quien está mejor que el otro.  Ya no existe respeto por la vida. La criminalidad y la inseguridad se han importado hasta el seno del hogar.  Se olvidaron ya del verdadero significado de la navidad”.

“Tu corazón está peor de lo que yo pensaba”, replicó algo decepcionado.  Como un celaje salimos de allí hacia otro escenario análogo.  Una iglesia grande, centenaria, decorada.  La estampa del pesebre iluminado, el árbol con adornos de cristal y el coro celestial eran los acompañantes perfectos en aquel templo atestado.  “¿Todavía piensas que no hay fe y que se olvidó el verdadero significado del belén?”, me cuestionó con gracejo el simpático serafín.  Tuve que contestar de forma adusta su cuestionamiento.  “¿Tú crees que esto es así el resto del año?  La inmensa mayoría de estas personas no visitaran una iglesia al menos hasta semana santa.  Muchas están aquí por compromiso, otras por apariencias y otras por conveniencia.  Basta con ir a una misa del tiempo ordinario para ver la realidad de la iglesia actual.  El pecado se ha apoderado de los corazones de todos los parroquianos.  Pero claro, ese es el resultado de las malas acciones y las pobres reacciones de los representantes de dios en la tierra.  La iglesia ha perdido adeptos por su falta de transparencia, por su connivencia con los pecadores internos, y por su insistencia y actitud retrógradas en temas de actualidad.  Sin mencionar su parquedad en temas políticos, sociales y de bien común escudándose en la división de iglesia y estado.  Haciéndole el juego a los gobiernos a cambio de exenciones contributivas.  Ni siquiera el poder divino ha podido diezmar  la involución social que vivimos y experimentamos a diario.” 

Saltan lágrimas de los ojos del desilusionado querubín.  Con un chasquido de sus dedos, me transportó a otro lugar.  Aparecimos en una especie de festival al aire libre.  Parecía una fiesta patronal de los años noventa.  “No es eso que piensas”, me dice el espíritu como si pudiera escuchar mis pensamientos.  “Estamos en una fiesta de pueblo por motivo de la navidad.  En todos los municipios, los gobiernos promueven también la tradición.  De esta manera mantienen viva su verdadera razón de ser, servir de puente entre la sociedad y la religión.  Ya aborrecido por los viajes y mareado por las alturas, exploté contra el pobre Ángel.  “Tú no ves desde tu trono en los cielos que en Puerto Rico se vive un verdadero infierno.  Tú no te das cuenta de que la navidad es utilizada para entretener al pueblo embriagado de festividades, para poder expoliar sistemáticamente sus bolsillos.  Mientras los ciudadanos comunes son entretenidos con bombos y platillos, en las grandes esferas se tejen sacrilegios contra la voluntad, los derechos y el bienestar de todos los feligreses.  Los políticos con sus tendencias sibaritas aprovechan la polarización de la ciudadanía para aprobar leyes en detrimento de sus constituyentes.  Al final del día, nosotros como pobres incautos no reaccionamos ni en defensa propia.  Seguimos consintiendo y subscribiendo el mismo sistema cada cuatro años, cada domingo, y cada navidad.”

En ese preciso instante, la brisa navideña se tornó ventolera de tormenta.  Sentí estar dentro de un tornado.  Las palmas y los árboles se torcían hacia la misma dirección en que se retiraba, como alma en pena sin cumplir su misión, aquel mensajero celestial.  Aquel vendaval a penas me permitía abrir los ojos.  Cuando por fin se calmaron los vientos, desperté y me encontraba solo, en el mismo refugio de donde intentó liberarme aquel querube enviado.

¡Levántate y anda!

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