por Caronte Campos Elíseos
Recibimos otro año, como siempre llenos de esperanzas. Yo, como no tengo fe ni en mí mismo, mucho menos en el resto de la humanidad. Por tal motivo no puedo dejarme llevar por las emociones de estas fechas festivas. Debido a mi parálisis cerebral en ciertos temas, no dejo de pensar siempre en lo peor. Y es que, mientras unos se ahogan en comida, nadan en alcohol, danzan hasta el cansancio, cantan villancicos agudos y venden sus almas al diablo para tener el “cash flow” para gastar en demasía, yo sigo escuchando en mi cabeza el arpa funeraria de nuestra propia masacre.
Recibimos otro año, como siempre llenos de esperanzas. Yo, como no tengo fe ni en mí mismo, mucho menos en el resto de la humanidad. Por tal motivo no puedo dejarme llevar por las emociones de estas fechas festivas. Debido a mi parálisis cerebral en ciertos temas, no dejo de pensar siempre en lo peor. Y es que, mientras unos se ahogan en comida, nadan en alcohol, danzan hasta el cansancio, cantan villancicos agudos y venden sus almas al diablo para tener el “cash flow” para gastar en demasía, yo sigo escuchando en mi cabeza el arpa funeraria de nuestra propia masacre.
Entre
Santa Claus y sus venados, la noche buena, el nacimiento del supuesto mesías y
salvador (que no pudo salvarse así mismo); la despedida de año con sus malos recuerdos,
la llegada del nuevo año con sus nuevas ilusiones y los reyes magos con sus
obsequios sinceros, el país entero está en la misma sintonía de
celebración. Empero, en lo que soy fiel
creyente, es que existe una realidad paralela en la que se entretejen toda
suerte de trucos y tretas en contra del pueblo.
Los autores de estas maquinaciones son los mismos políticos por los que
votamos cada cuatro años. Los mismos que
en iluminadas caravanas, regalan dulces y balones plásticos a todos los
incautos en su camino. Esta misma
poliarquía es la responsable de que, desde el propio principio de año
comencemos con un aumento en algunos peajes del país, la puesta en efecto de un
impuesto a la gasolina, menos seguridad pública, más desempleo y más pobreza.
Después
de las fiestas, de las felicitaciones, de los besos y abrazos, volvemos a
nuestra cotidianidad. Esa que nos hace
ignorar nuestro triste presente. Esa que
nos mantiene atados sin expectativas reales de futuro. Esa vida rutinaria que nos priva de poder
identificar los personeros que medran a costa de nuestro porvenir. Esos que nos hipnotizan con baile, botella y baraja, mientras ejecutan su
connivencia para lucrarse de nuestro desdén.
Hasta que no cambiemos nuestro talante electoral por una forma sesuda de
elegir nuestros representantes, seguiremos celebrando navidad tras navidad, año
nuevo tras año nuevo, la misma vida sin paz ni prosperidad.
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