martes, 17 de diciembre de 2013

Desapego cultural

por  Caronte Campos Elíseos




Siempre encuentro a alguien que piensa que soy un desequilibrado mental, o que soy   un desajustado emocional.  Tampoco falta quien piensa que soy un loco con graves problemas de adaptación social.  Algunos me ven y se alejan por otro camino.  Otros, me gritan epítetos como, maniaco, psicópata, o lunático (aparentemente a modo de insulto).   Otros pocos, muy pocos, se acercan a decirme que estoy enfermo y que necesito ayuda profesional.  Solo porque evidentemente, he llegado al “borderline” de mi personalidad.  Tal vez porque cuestiono todo lo que sucede a mí alrededor, y critico todo aquello que me parece “fuera de lugar”.  Quizás también por el hecho de que pierdo mí tiempo escribiendo solo disparates para este espacio.  Para ser objetivo, quizás el hecho de que visite un psiquiatra, un psicólogo y un psicoanalista, y que además consuma cantidades ingentes de químicos recetados, validen todas las etiquetas que me adjudican mis críticos.  También debo admitir que algunas de mis costumbres pueden resultar un tanto extrañas.  No es muy común que una persona guste de leer periódicos con varias semanas de retraso.  Tampoco es muy habitual ver a alguien vagar en las noches y en mala compañía por los cementerios del país, o por las murallas de San Juan con pensamientos suicidas.  No es por justificarme ni nada de eso, pero toda esa patología no surge de la nada, y tampoco se da en un vacío.

Toda esta falta de fe en la gente, mi desconfianza hacia el prójimo, y la animadversión hacia la humanidad, es el resultado de la manera en que vivimos actualmente.  Es un mecanismo de defensa contra los estilos de vida contemporáneos, las costumbres modernas, y contra los excesos de la nueva cultura.  Cuando hablo de cultura no me refiero al mundo de las artes, las letras, la música, el teatro,  ni la pintura.  Estos son los únicos que mantienen una “scintilla” de cordura y sensatez.  Más bien me refiero a los actos y actuaciones, a los comportamientos y actitudes, a los sentimientos y pensamientos adoptados a través del tiempo, y que ya forman parte integral de nuestra cultura, tradiciones, idiosincrasia e identidad nacional.  No quiero generalizar porque se de muy buena tinta, que hay quien se ha inmunizado contra el germen patógeno de la corriente neoliberal postmoderna y sus respectivos virus.  Pero evidentemente, nuestra realidad y nuestra cotidianeidad están matizados con un desapego cultural cada vez más incontenible.  Hemos institucionalizado en nuestras vidas el desapego de los valores que una vez nos identificaban como pueblo.  La isla ha perdido su encanto y ya no es un destino turístico seguro, y el puertorriqueño ha perdido su carácter hospitalario del cual tanto alardeaba.  La prueba más clara y evidente de la magnitud del desapego que sufrimos como pueblo, es el apagón de la laguna bioluminiscente.  Nunca se hizo sentir ni pizca de indignación por el mal manejo de nuestros recursos naturales.  Amén de la intolerancia hacia los semejantes, la discordia entre familiares y amistades, sin mencionar la incontenible incidencia criminal en todas las clasificaciones delictivas; y la ola de violencia domestica que tantas vidas de mujeres inocentes ha cobrado.

Para hacer el cuento largo, corto, y no aburrirlos con tanta bazofia apalabrada, me voy a limitar a narrar (a manera de chisme) lo que me sucedió mientras preparaba mi cena de “acción de gracias” y meditaba sobre la disyuntiva social que vivimos.  Aunque no tengo mucho que agradecer, ni siquiera a quien o a que agradecer, después de haber seleccionado un jamón de pavo empacado y un vino de frutas barato, me dispuse a preparar la mesa para uno.  No bien terminaba de colocar el plato desechable sobre el madero repleto de lecturas en agenda, algún incauto osado tocó a mi puerta.  Para mi sorpresa, era una vieja compañera de estudios doctorales en materias extrañas.  La doctora, quien parece no envejecer y mantener su figura juvenil y su pelo lacio amarillo como el sol, se atrevió a saludarme como en los buenos tiempos, con un beso en la mejilla.  No quise ser descortés (tal vez sí) al no mencionar palabra alguna, pero ella por iniciativa propia se invitó a entrar, y de paso, también a cenar.  Le advertí sobre el rico y suculento pseudo menú, a lo que accedió sin contemplaciones.  Observando todo como si se tratara de una inspección en Siria sobre armas peligrosas, me cuestionó sobre el maletín negro con las siglas, EEUU-NSA.  Le respondí de manera parca, que era un obsequio de un viejo amigo de viajes.

Sentados a la mesa, me convertí en víctima de un intenso interrogatorio. Ya en la catástasis de la entrevista, y sumergidos en la embriaguez, comencé a confesar el porqué de mi vida cuasi ermitaña.  Le explicaba yo a la doctora, que mi retirada hacia el anonimato es causado por el desapego social generalizado.  El desapego de la vida, de la comunidad, de la solidaridad.  En fin, un desapego de todo lo que se relaciona a la universalidad y el pluralismo.  Un desapego de la diversidad del ser humano y lo que nos caracteriza como humanidad.  Situación que ha servido como agente conductor de la intolerancia, el individualismo, el egoísmo, incluso ha fungido como detonante del hedonismo y el egocentrismo imperante.  No existe ya la esencia de una colectividad abierta para todos y todas en igualdad.  Solo quedan reminiscencias de lo que alguna vez fue una cultura de unidad y hermandad.  La cohorte de los buenos tiempos ha fallecido, y las nuevas generaciones han caído presas del sistema global dominante.  Un sistema que nos sumerge miserablemente en su juego y nos convierte en piezas claves de su supervivencia, despojándonos de nuestros valores y nuestro sentido de sociedad.  Con el consumismo, la libre competencia, la multiplicidad de oportunidades para realizar los sueños; y la venta por todos los medios de comunicación masiva, de ideas y estilos de vida diseñados para polarizar las mentes débiles hacia unas falsas expectativas, este sistema nos ha inducido a institucionalizar el desapego de todo lo realmente genuino y verdadero.

La doctora solo se limitaba a mirarme directamente a los ojos y a tomar sus repetidas copas de vino cada vez más llenas.  A tal grado que me vi en la obligación de abrir mis reservas de vinos de frutas, guardadas para alguna ocasión especial.  No cabe duda que esta era lo suficientemente especial, ya que la doctora me seguía atrayendo igual que en los tiempos de nuestros cursos de ciencias ocultas.  Yo continuaba con mi disertación (no sin antes tomar mis pastillas para los nervios también con un poco de vino) sobre la cultura actual puertorriqueña y las devastadoras consecuencias del desapego instaurado en todos los ámbitos de nuestra vida colectiva.  El mismo que nos ha llevado a tolerar y a aceptar conductas equivocadas.  Incluso nos ha empujado hasta el punto de avalar y justificar comportamientos atípicos contrarios a las civilizaciones de avanzada, y a pasar por alto e ignorar las actuaciones inmorales y antisociales de los sectores más favorecidos por el propio sistema.  Tal es el caso de la corrupción gubernamental y la administración pública.  Salimos a escoger los dirigentes del país cada cuatro años, a sabiendas de que hay que escoger entre todos a los menos malos.  Mientras tanto, toleramos toda clase de abusos y maltrato institucional.  Toda acción, toda palabra, toda ley aprobada no tiene otro objetivo que lacerar la ya maltrecha clase media del país.  Sin mencionar que las oportunidades de una mejor calidad de vida para la clase que se encuentra por debajo del nivel de pobreza, no figura entre los verdaderos planes políticos, ocultos bajo las plataformas de gobierno oficiales.  Pero eso nos vale madre, y continuamos con nuestras vidas y nuestra actitud apática.  Claro, mientras esto no nos toque directamente a nosotros.  Esa cultura del desapego nos ha llevado a realizar que no existe injusticia hasta que ésta toque nuestra puerta.  Ya nadie piensa en los problemas del prójimo y mucho menos en la solidaridad. 
    
Ella solamente escuchaba con aparente interés.  Con sus ojos achinados por el vino, y con un tono más sensual que al inicio, me comentaba que le agradaba lo enigmático de mi pensamiento, y mi interesante personalidad al filosofar tan vehementemente.  Como yo la conozco y recuerdo sus antiguas jugarretas, la ignoro y continúo con mi aburrida alocución (aunque pensando que ella también se vería muy sexy sobre la mesa).  En fin, ruego por que se aleje la tentación para poder retomar la línea de pensamiento.  Esta vez recalco las razones para mi vida en el retiro de cualquier contacto con la gente.  Todo el mundo, todo el bendito pueblo puertorriqueño ha adoptado el desapego como cultura.  Nos hemos aclimatado, a tal grado que lo vemos como bueno y normal, la "mala leche" hacia los demás.  No tenemos ningún tipo de consideración hacia los vecinos, las amistades, los compañeros, y muchas veces ni hacia la propia familia.  Hemos decidido, abiertamente, ser parte integral del sistema que nos sumerge sin contemplaciones en la miseria ética y moral.

En este punto se muestra un poco inquieta.  Cuestiona si yo tengo alguna solución a este mal diseminado socialmente.  A su vez se queja del calor que recorre todo su cuerpo, y pregunta si puede quitarse alguna prenda de ropa.  Como yo soy loco, pero no tonto, accedí inmediatamente.  Procedo a contestar su interrogante diciendo que yo no poseo un remedio inmediato para la pandemia del desapego que nos consume.  Este está tan arraigado culturalmente, le digo, que no vislumbro salvación alguna.  Es como una escena post apocalipsis.  Todo el mundo pensando en su propio bienestar y adorando un solo dios, el dinero.  Un sistema basado en la obtención de bienes materiales para uso personal, relegando las relaciones humanas e interpersonales.  Hasta que el puertorriqueño no desarrolle una conciencia ciudadana, basada en la ética, la moral y la solidaridad; hasta que no asuma un rol participativo y combativo ante los problemas sociales, dando la batalla para erradicar su origen; hasta que no recuerde como era su idiosincrasia en mejores épocas y decida redescubrirla para las nuevas generaciones; hasta que no derroque el sistema que burdamente fomenta las actitudes individualistas, consumistas y egoístas; hasta que no destierre ese desapego cultural entronizado en los corazones, que solo cosecha apatía, discordia y enajenación; hasta ese momento, no tendremos un futuro por delante.



En este instante la dama embriagada dio un salto sobre la mesa. Se acercó con ojos lujuriosos y respiración acelerada.  Caímos al piso de mi sala enredados entre besos, caricias y abrazos.  De esa noche no recuerdo mucho más, solo que al despertar encontré su cuerpo elástico, estirado y desinflado a mi lado.  Al fin y al cabo, siempre supe que ella era una mujer vacía.

¡Levántate y anda!   

1 comentario:

  1. Maniqueo, nihilista,multifóbico ,exégeta, misántropo....un ser humano a la búsqueda de si mismo, de sus faltas.....para crecer como ser humano y hallar al final la tranquilidad ...o no...sólo a través del amor probablemente. Un abrazo desde Barcelona.

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