Siguiendo
los consejos de un amigo de la infancia, Von
Willebrand, decidí retirarme para hacer una sabática. Me había recomendado una región al centro de
Rumania, donde hay hermosos castillos perfectos para el retiro. Al llegar al lugar noté que estaba
prácticamente deshabitado. Solo un pobre
y longevo hombre encontré en las cercanías.
Este me dijo que ese lugar había sido olvidado por dios, y que había
llegado al final de la historia. También
me comentó que en ese sitio despoblado ya no queda rastro de vida ni gota
alguna de sangre. En pocas palabras me
dijo: "Aquí ya no existe la humanidad". Siempre me ha parecido curioso que el ser
humano invente toda clase de historias para escenificar el fin del mundo. Cuentos, leyendas, relatos, armagedones y
hasta apocalipsis, forman parte del imaginario colectivo sobre el final del
mundo. “Hollywood”, los Mayas, la
ciencia, las religiones, y alguno que
otro necrófilo (como lo soy yo), tienen sus versiones personales sobre el tema. Para mí (que no acostumbro ser muy realista),
la realidad es que el mundo, así como lo conocemos, está en las postrimerías de
su existencia. Ciertamente, en esta
coyuntura histórica ya existen muchos mundos personales o individuales que, de
alguna manera u otra, se han derrumbado o han terminado.
Mientras
caminaba por el desolado camino, llegué a un hotel de antigua apariencia. No habiendo anfitrión en la recepción,
procedí a instalarme y acomodarme. Justo
a tiempo porque ya caía la noche, y aunque en el lugar no había energía eléctrica,
encontré varias velas (rojas y blancas).
Aprovechando el silencio perturbador, la soledad y la luz de las velas,
pude meditar en lo dicho por el solitario hombre. Si echamos una mirada a los recientes acontecimientos
confirmaríamos la expresión anterior sobre el final de la humanidad. Esto es más que evidente si consideramos y
evaluamos cada suceso con sus respectivos efectos. Incluso, al analizar todo el espectro
internacional, hallaríamos un patrón poco alentador para la raza humana. Guerras, crisis financieras, quiebras
nacionales, contaminación, violaciones de derechos humanos, racismo, discrimen,
xenofobia, negación de derechos civiles, choques diplomáticos, carreras
armamentistas, luchas fronterizas, sanciones económicas, divisiones políticas,
sistemas de castas, temblores, tsunamis, simulacros desalentadores, y toda
suerte de enfrentamiento de todos contra todos.
Para
evitar que mi depresión inconsciente se agudice, limito mi análisis al ámbito
tropical de la isla asociada. Y es que
pareciera que el final de la humanidad tuviera su génesis en la isla
estrella. Mientras la mayoría de los
pueblos del mundo han ido despertando del hipnotismo globalizado que los ha
mantenido subordinados al sistema imperante del capital, el boricua continua
ofuscado con el sueño americano. Las
revueltas, las protestas, las huelgas, las revoluciones alrededor del mundo,
son indicios de liberación mental. No
obstante, los puertorriqueños no logran romper las cadenas de la dependencia
federal. Es obvio que el sometimiento
sistemático a las estrategias neoliberales ha rendido frutos. La idiosincrasia hospitalaria y amigable de
la que hacían galas los boricuas ya es historia. Se ha apoderado de nuestra identidad, la
indiferencia, el egoísmo, la apatía, la ambición, la pereza, la dependencia y
la enajenación. Vivimos, cada uno en su
zona cómoda, esperando que todo se resuelva por arte de magia. Mirando la televisión a ver si transmiten la
solución a todos nuestros dilemas culturales, económicos y sociales.
Mientras
este tétrico panorama pasa por mi mente, escucho unos fuertes golpes en la
puerta principal. Caminando a oscuras
por los pasillos, me dispongo a abrir.
Es el hombre misterioso del pueblo.
Me dice que me asegure de cerrar muy bien las puertas y ventanas del
motel. Quiero hacerle algunas preguntas,
como por ejemplo, ¿porque todo el lugar está a oscuras? ¿Porque no hay más nadie
en la ciudad? Sin mediar más palabras da
media vuelta y se retira. Vuelvo a la habitación,
no sin antes cerrar todo como indicara el siniestro personaje. Enseguida pienso que este hombre vive en su
propio mundo. Tal como lo hace cada
puertorriqueño y puertorriqueña. El
individualismo arraigado en cada corazón de los boricuas los ha llevado a vivir
en solitario. Es decir, a ninguno le
importa nada en lo absoluto que no sea de carácter personal. Cada uno vive encerrado en su propio mundo,
en su propia burbuja. Totalmente
indiferentes y aislados de las situaciones y realidades que afectan al universo
de los habitantes en la isla.
Esto se ve reflejado en el
comportamiento y en el pensamiento individual de cada uno. Todos viven ensimismados en sus propias
realidades. Las mismas que han sido
fomentadas sistemáticamente por los gobiernos, los gobernantes y sus
respectivas políticas. Tanto a nivel ultramarino
como a nivel local. Ya a ninguno le
importa lo que afecta al hermano, al vecino, ni a ningún otro
conciudadano. Se vive sin entender que
lo que golpea cada mundo personal, es lo mismo que embiste y estremece el macro
de la sociedad puertorriqueña. La época
de bonanza financiera, de vanguardia económica y tecnológica, de ser pioneros y
ejemplo para el resto del Caribe y las Américas, está en el pasado y en el
olvido. Actualmente las supuestas
ventajas que nos brindaba el estar asociados a la mayor potencia económica y
militar del orbe, han quedado desenmascaradas.
Vivimos un extremo deterioro de la calidad de vida, y eso es una
realidad generalizada.
Escucho
un ruido en las afueras del castillo. Con temor me asomo por una ventana. En medio de la oscuridad atenuada solo por la
luz de la luna, solo pude ver al velador del pueblo caminando en las cercanías
y una bandada de murciélagos revoloteando cerca de los árboles. Escena que me parece simbólica de la relación
entre bonistas, políticos y trabajadores locales. Los altos costos para poder llevar una
"vida digna mínima", a la que suponemos todos tenemos
"derechos", han provocado la decadencia social actual. Todo provocado por las casas acreditadoras
que le han impuesto a los mediocres políticos toda una gama de exigencias, so
pretexto de préstamos y clasificaciones inventadas para expoliar las arcas
públicas. Con la excusa de conseguir
capacidad de venta para los bonos emitidos, implementan acciones que actúan en
detrimento de la población en general.
Al final de la jornada y luego de los cargos por servicios, intereses
pagados, comisiones onerosas, estipendios usureros, contratos banales, costos
operativos y la tasa de corrupción, lo percibido para los programas sociales es
exiguo. Mientras tanto, las medidas
impositivas gravan hasta el sudor de las frentes para sustentar el esquema del
mercado y el incremento artificial de la deuda.
Como
reacción en cadena, los servicios de las agencias públicas, o sea, del pueblo,
se encarecen. La luz (que dicen bajará
para el 2019); el agua (supuestamente potable según los estándares manipulados
de la EPA); la transportación publica (con su retrasos en rutas por horas); los
peajes (con sus carreteras privatizadas y caracterizadas, sumado a las vías
atestadas sin planificación), son ejemplos de cómo el invento de los términos
economía e inflación rinden sus frutos a los supuestos inversionistas sin
aversión al riesgo. Los mal llamados
grandes intereses (mega-tiendas, farmacéuticas, súper cadenas comerciales), los
empresarios y hombres de negocios, también tienen su turno en este juego
financiero. Utilizan su poder pecuniario
para manipular voluntades políticas débiles.
Con su sistemita de comprar conciencias, se aprovechan de las exenciones
contributivas, de los programas de reducción de gastos operativos (reembolso de
nóminas, descuentos en costos de energía y acueductos) y de las ventajas que
les ofrecen el actual derecho laboral, para
abusar impunemente de la fuerza trabajadora local. Este escenario transcurre ante la pasividad
de los puertorriqueños, que son los que lo sostienen con su jornada de trabajo
diaria y su aportación al estado. Al
menos los que se cuentan en la tasa de participación laboral, que actualmente
ronda le cuarenta y un porciento (41%), es decir, 1.2 millones de personas de
las 2,880,000 en edad productiva.
Siento
que me sube la presión por tan cruel realidad.
Pienso salir a comprar algún medicamento que me ayude a dormir y a
alejar estos duros pensamientos. De
paso, pienso, compro algo decente para tomar.
Al abrir la puerta, me llevo el susto de mi vida. El caballero misterioso estaba ahí, parado en
la puerta. Me entrega unas pastillas (no
habían de las azules) y una botella de la aquella bebida extraña. Me dice que no hay nada cercano a donde ir. Todavía espantado, le doy las gracias y
vuelvo a cerrar la puerta, esta vez con el cerrojo. Este panorama de negocios cerrados me
recuerda la avalancha de quiebras, de negocios y personales, que causó la
crisis boricua. Como efecto dominó se
disparó la tasa de desempleo, que alcanza el 15% (178,000 personas), al menos
los que están registrados en el Departamento del "Trabajo". Esto deja la carga del país en los hombros de
apenas, 1,005,000 puertorriqueños que actualmente trabajan. Todo este tétrico escenario ha ocasionado la
erosión de la estabilidad social y la perdida de la moral nacional. La criminalidad ya no se detiene ni siquiera
ante los más indefensos e inocentes niños o ancianos. El ejército se ha consagrado como la única
salida de la pobreza para los sectores más desventajados. Y ni hablar del narcotráfico, la trata de
personas, y la venta ilegal de armas.
Estos sectores son los únicos que ofrecen empleo con remuneraciones
altas, rápidas, y libre de impuestos.
Claro está, resultado de las actuaciones de los sectores económicos
aventajados, que solo buscan el incremento de capitales en detrimento de las
condiciones de empleo y de vida de sus empleados, que en su inmensa mayoría son
a tiempo parcial. Razones de sobra para
el ingente aumento de la emigración de profesionales y la fuga de capital
humano y pensante hacia más y mejores oportunidades.
El
sistema educativo del país funciona como centro de adoctrinamiento. El gobierno enseña a los más jovencitos lo
que les conviene a los políticos.
Asegurando de esta forma, que los adultos piensen, crean y consientan lo
que a su sistema le conviene y favorece.
Los estudiantes que no se aclimatan a este proceso, la ciencia les
inventa condiciones mentales atípicas.
Autismo, déficit de atención e hiperactividad son solo algunas de
estas. Los etiquetan como locos o
inadaptados, los medican y los registran en el programa federal Título I, para
separarlos de la llamada corriente regular, y así evitar que afecten el
adoctrinamiento en masa. La instrucción
es absurdamente mediocre y hasta los maestros y su retiro han sido vapuleados
por el canibalismo neoliberal. Estas
tendencias neoliberales son las que, diseminadas por los vampiros financieros,
han eliminado del vocabulario local la solidaridad, la justicia y la
igualdad. Los únicos que están vacunados
contra la crisis económica y fiscal en este país son los jueces. Ciertamente por lo que a todas luces fue una
muestra más de las deficiencias de los estatutos vigentes. Poniendo a los interesados en un caso
judicial a decidir sobre el mismo. De
esta manera salvaron los togados su retiro "digno y seguro". Mientras, el retiro de los educadores pende
de un fallo de estos, que son los mismos que justificaron con la emergencia
nacional, los despidos de más de 8,000 personas.
Despierto
algo mareado y atolondrado. Solo
recuerdo que tomé los medicamentos del frasco que ahora está vacío. Me siento débil y confundido. Me dispongo a salir a desayunar. El reloj marca casi las 11 de la mañana. Al salir encuentro justo en la entrada una
bandeja de comida. Solamente contenía un
pedazo de pan (algo viejo por cierto) y otra botella de la bebida autóctona del
lugar. Incluía una nota que decía que no
iba a encontrar mucho más si salía.
Supuse que era del único ser que he visto desde mi llegada. Mientras comía el suculento festín, pensaba
en cuanta gente en nuestra isla tiene menos de lo que yo estaba saboreando en
ese instante. La pobreza, el hambre, la
desesperación y la impotencia se han apoderado de los hogares boricuas. El efecto en la salud mental y emocional de
la población es inconmensurable. Para
colmo de males, la crisis afecta hasta el propio sistema de salud pública. Los servicios y las atenciones a los medico
indigentes son paupérrimos. Los hospitales
privados se niegan a recibir a los portadores de la tarjetita del
gobierno. La respuesta del estado,
secundando por los sistemas de comunicación y los medios de información masiva,
es bombardearnos con politiquerías y pendejerías partidistas. Los estudios televisivos se han convertido en
circos mediáticos. Nos entretienen con
espectáculos de la vampi, maripily, y ni hablar de la rosa de Guadalupe. Desviando la atención hacia temas en
apariencia apremiantes, como lo es la contaminación del agua y el aire, pero
que se utilizan como subterfugios para evadir responsabilidades por la
situación endémica del país.
Me
falta el aire y siento que me asfixio.
El reloj marca las tres de la tarde.
Salgo a caminar para despejar mi mente.
Diviso una especie de capilla religiosa (eso intuyo por la cruz en el
domo). Recuerdo las cosas que he leído
sobre el nuevo papa de la iglesia. Entro
con actitud sigilosa. No hay un alma en
el templo. Veo al apocado hombre que me
ha atendido todo este tiempo, frente a la mesa revestida de blanco que está
sobre las escalinatas. Con temor le
pregunto desde la distancia, ¿quién es?; ¿cuál es su nombre?; ¿su edad?; ¿por
qué no hay nadie más en el poblado? Me
contesta a través del sistema de sonido con una voz de ultratumba, que me vaya
tan pronto como pueda. Ni corto ni
perezoso, abandono el templo sagrado invadido por el miedo. Después de todo, nunca he sido un hombre de mucha fe.
Llego al hotel a toda prisa.
Cierro todo cuanto puedo, hasta con los viejos muebles intento obstruir
el paso por las puertas. Primera vez que
entro a una iglesia y tengo está espantosa experiencia. Me tranquilizo pensando que no se compara lo
sucedido con las experiencias de las víctimas de los sacerdotes pedófilos. Ellos sí fueron al edificio sagrado llenos de
fe y esperanzas, con deseos de servir, y se encontraron con que los
representantes de dios en la tierra, les hicieron vivir un infierno. Todo ese maltrato institucional que hoy
quiere esconderse detrás del derecho canónico.
Maltrato que muchos religiosos quieren solapar negándose a cooperar con
las autoridades civiles. Hasta cierto
punto es entendible, porque para estos testaferros del cielo la única justicia,
es la justicia divina.
Toda
esta demagogia nos perpetúa en la crisis económica ya decenal. Vivimos sin entender lo que es obvio que
sucede en nuestras propias narices. Nos
vale madre el déficit estructural y el descalabro fiscal. Al final del día, pensamos, eso les toca a
los mediocres políticos que escogemos cada cuatro años. Estamos encadenados y condenados a ser
siempre las víctimas de nuestra propia negligencia y dejadez. Padecemos la Locura que no se cura. Sumidos en nuestra propia estupidez,
siguiendo el juego de los dueños del mundo.
Sin percatarnos que lo que ha colapsado son nuestros mundos individuales
y colectivos. El mundo de los
profesionales con maestrías y doctorados sin empleo; el de los maestros y su
retiro amenazado; el de los niños maltratados; el de los empleados a tiempo
parcial con salario mínimo; el de los hogares sin sustento diario; el de las
cientos de personas que han perdido sus hogares; el mundo de los que no tienen
lo necesario para llevar una vida digna; el de los marginados por el sistema;
el de los pobres; el de los que viven en la miseria; el de los discriminados
por cualquier motivo; el mundo de los ancianos en soledad; el de los enfermos
abandonados por el sistema; el de los presos y adictos sin un proceso decente
de rehabilitación. El mundo que todos
conocemos como Puerto Rico, que lo han saqueado y continúan saqueando desde
hace más de 500 años. Esos son los
mundos colapsados gracias a que nos hacemos de la vista larga ante la constante
involución social que padecemos.
Frustrado
el propósito del viaje por los mismos pensamientos desmoralizantes de siempre,
decido regresar a mi dulce hogar (muy parecido a este hospedaje). Recojo todas mis pocas pertenencias y me
dispongo a salir por la parte de atrás, para no ser visto por el siniestro
personaje del templo. Al abrir la puerta
encuentro una nota escrita en un papel por el tiempo amarillento. Escrita con una especie de tinta roja, leía
lo siguiente: "Von Willebrand es el verdadero responsable de la hemorragia
que sufrimos y la desolación que vivimos".
Enseguida recuerdo que fue él mismo el que me recomendó que viniera a
este lugar. No tengo la menor idea del
propósito de su invitación. Al momento
doy un salto y me llevo otro susto de mayor magnitud, cuando siento una mano
fría en mi hombro. Abro mis ojos llenos
de asombro. Acto seguido escucho la
macabra voz nuevamente que me dice: "¡Caballero, caballero, despierte! Su vuelo a Rumania ha despegado. Usted ha perdido su avión... y su avión se ha
perdido".
¡Levántate
y anda!