por Caronte Campos Elíseos
Ya en el quinto día de la cuarentena por la pandemia del Coronavirus (mejor conocido como Covid-19) el cual se aloja en nuestro sistema respiratorio, siento que me vuelvo loco. No es nada extraño, ya que rara vez logro reconocer la línea fina que divide lo que siento y lo que realmente soy. A veces quisiera entender, y muchas otras, prefiero no hacerlo. La realidad es que nunca entiendo nada en absoluto. En esta ocasión me solidarizo con la directriz del gobierno al confinamiento en nuestros hogares. Siguiendo libre y voluntariamente al pie de la letra, el llamado al aislamiento social. Los que me conocen saben que vivo esa práctica asocial desde mi nacimiento. En estos momentos de muerte y desolación global, es justo y necesario acatar la orden y proteger la vida (si es que esto puede llamarse vida).
Ya en el quinto día de la cuarentena por la pandemia del Coronavirus (mejor conocido como Covid-19) el cual se aloja en nuestro sistema respiratorio, siento que me vuelvo loco. No es nada extraño, ya que rara vez logro reconocer la línea fina que divide lo que siento y lo que realmente soy. A veces quisiera entender, y muchas otras, prefiero no hacerlo. La realidad es que nunca entiendo nada en absoluto. En esta ocasión me solidarizo con la directriz del gobierno al confinamiento en nuestros hogares. Siguiendo libre y voluntariamente al pie de la letra, el llamado al aislamiento social. Los que me conocen saben que vivo esa práctica asocial desde mi nacimiento. En estos momentos de muerte y desolación global, es justo y necesario acatar la orden y proteger la vida (si es que esto puede llamarse vida).
Lo que
no es justo es la otra reclusión de la que hemos sido vistimas por los pasados
68 años. Me refiero al arrebatamiento de
nuestra voluntad política y autoestima nacional. A diferencia de la clausura actual, aquella
ha sido implementada de manera subrepticia.
Paulatina, a veces disimulada, casi imperceptible. La mayoría no sabe que vive en un perenne
encierro instaurado por el poder ultramarino, y mantenido por los cipayos
insulares. ¿A qué me refiero se
preguntarán mis asiduos lectores?
Pregunta que, en efecto, confirmaría mi teoría de que vivimos enajenados
de esta burda realidad.
El
virus que nos ha condenado a este arresto domiciliario, ha puesto de manifiesto
los síntomas de tal sistema político. La
dependencia de los especialistas del CDC de Atlanta (Control y Dominación Colonial, por sus siglas en ingles), la escasez
de inventario de artículos de primera necesidad; la importación del 85% de lo
consumible, el control delegado de los puertos y aeropuertos, un sistema de
salud de tercer mundo, funcionarios sin preparación ni compromiso en posiciones
sensitivas y el abandono de los más necesitados. Amén de una clase política que superpone la ambición
y el pillaje por encima de la salud del pueblo.
La combinación de todos estos elementos ha mantenido este país en una
violenta coma inducida.
Tal condición
nos mantiene respirando artificialmente.
No permite que lleguen a nuestros pulmones los aires de libertad, dignidad
y orgullo nacional. A través de la
eutanasia nos mantienen confinados; presos y condenados a una cadena perpetua
voluntaria, a la que servimos de manera voluntaria con el trapo’e voto cada
cuatrienio. A diferencia del Coronavirus
gripal, este Coloniavirus se aloja en nuestra mente. Nos paraliza, incapacita y recluye en el
Statu Quo en el cual vegetamos.
Afortunadamente para ambos virus existen alternativas para evitar su propagación
y minimizar sus secuelas. Para el
primero, basta con una cuarentena de 15 días (lo cual numéricamente es de locos). Para el segundo, voluntad e instrucción. Dicho de manera más antiséptica: ¡Quédate en
casa y libera tu mente!