Siempre encuentro a alguien que piensa que soy
un desequilibrado mental, o que soy un
desajustado emocional. Tampoco falta
quien piensa que soy un loco con graves problemas de adaptación social. Algunos me ven y se alejan por otro
camino. Otros, me gritan epítetos como,
maniaco, psicópata, o lunático (aparentemente
a modo de insulto). Otros pocos,
muy pocos, se acercan a decirme que estoy enfermo y que necesito ayuda
profesional. Solo porque evidentemente,
he llegado al “borderline” de mi personalidad.
Tal vez porque cuestiono todo lo que sucede a mí alrededor, y critico
todo aquello que me parece “fuera de lugar”.
Quizás también por el hecho de que pierdo mí tiempo escribiendo solo
disparates para este espacio. Para ser
objetivo, quizás el hecho de que visite un psiquiatra, un psicólogo y un
psicoanalista, y que además consuma cantidades ingentes de químicos recetados, validen
todas las etiquetas que me adjudican mis críticos. También debo admitir que algunas de mis
costumbres pueden resultar un tanto extrañas.
No es muy común que una persona guste de leer periódicos con varias
semanas de retraso. Tampoco es muy habitual
ver a alguien vagar en las noches y en mala compañía por los cementerios del
país, o por las murallas de San Juan con pensamientos suicidas. No es por justificarme ni nada de eso, pero
toda esa patología no surge de la nada, y tampoco se da en un vacío.




Ella solamente escuchaba con aparente interés. Con sus ojos achinados por el vino, y con un
tono más sensual que al inicio, me comentaba que le agradaba lo enigmático de
mi pensamiento, y mi interesante personalidad al filosofar tan
vehementemente. Como yo la conozco y
recuerdo sus antiguas jugarretas, la ignoro y continúo con mi aburrida alocución
(aunque pensando que ella también se
vería muy sexy sobre la mesa). En
fin, ruego por que se aleje la tentación para poder retomar la línea de
pensamiento. Esta vez recalco las
razones para mi vida en el retiro de cualquier contacto con la gente. Todo el mundo, todo el bendito pueblo
puertorriqueño ha adoptado el desapego como cultura. Nos hemos aclimatado, a tal grado que lo
vemos como bueno y normal, la "mala leche" hacia los demás. No tenemos ningún tipo de consideración hacia
los vecinos, las amistades, los compañeros, y muchas veces ni hacia la propia
familia. Hemos decidido, abiertamente,
ser parte integral del sistema que nos sumerge sin contemplaciones en la miseria
ética y moral.
En este punto se muestra un poco
inquieta. Cuestiona si yo tengo alguna
solución a este mal diseminado socialmente.
A su vez se queja del calor que recorre todo su cuerpo, y pregunta si
puede quitarse alguna prenda de ropa.
Como yo soy loco, pero no tonto, accedí inmediatamente. Procedo a contestar su interrogante diciendo
que yo no poseo un remedio inmediato para la pandemia del desapego que nos
consume. Este está tan arraigado
culturalmente, le digo, que no vislumbro salvación alguna. Es como una escena post apocalipsis. Todo el mundo pensando en su propio bienestar
y adorando un solo dios, el dinero. Un
sistema basado en la obtención de bienes materiales para uso personal,
relegando las relaciones humanas e interpersonales. Hasta que el puertorriqueño no desarrolle una
conciencia ciudadana, basada en la ética, la moral y la solidaridad; hasta que
no asuma un rol participativo y combativo ante los problemas sociales, dando la
batalla para erradicar su origen; hasta que no recuerde como era su
idiosincrasia en mejores épocas y decida redescubrirla para las nuevas
generaciones; hasta que no derroque el sistema que burdamente fomenta las
actitudes individualistas, consumistas y egoístas; hasta que no destierre ese
desapego cultural entronizado en los corazones, que solo cosecha apatía,
discordia y enajenación; hasta ese momento, no tendremos un futuro por delante.
En este instante la dama embriagada dio un
salto sobre la mesa. Se acercó con ojos lujuriosos y respiración acelerada. Caímos al piso de mi sala enredados entre
besos, caricias y abrazos. De esa noche
no recuerdo mucho más, solo que al despertar encontré su cuerpo elástico,
estirado y desinflado a mi lado. Al fin
y al cabo, siempre supe que ella era una mujer vacía.
¡Levántate y anda!