Primeramente, quiero pedir disculpas a todos los lectores a nombre mío. En la pasada publicación perdí la cordura que me caracteriza (la poca que aún conservo). Tanto, que muchos se acercaron a mí diciendo que en ese escrito, no era yo el que escribía. Prometo hacer todo lo posible por evitar esos lapsus mentales, que cotidianamente sufro. Admito que me sentía como poseído por algún espíritu realengo. Al comentarle todo esto a un gran amigo escritor, de nombre René, me recomendó sin ambages, buscar ayuda. Como es de conocimiento público, hace algún tiempo despedí a mi psicólogo. Más bien, el me dio de alta, y de paso, le dio pa' bajo a mi novia. Pero eso es historia vieja. No sabía a qué tipo de ayuda se estaba refiriendo mi viejo amigo. Lo último que mencionó fue algo parecido a un método, alguna especie de ayuda espiritual. No sé mucho de espiritismo ni nada por el estilo. Supuse que estaba sugiriendo a algún profesional que me expulsara el espíritu que me tiene poseso hace mucho tiempo. Así que, dejando a un lado mi ateísmo arraigado, salí una mañana directo a la iglesia más cercana. Quería una iglesia católica. Esto porque son las que más seguidores tienen y las que más rápido despachan los feligreses, luego de varios cánticos y un par de recolectas. Llegué a la que está frente a la plaza pública. Con algo de temor, entré sigiloso. Parecía no haber nadie allí presente. Solo veía las estatuas, las velas, las flores y los instrumentos musicales. Aunque nadie los tacaba, me parecía escuchar los cantos grecorromanos de las damas de cintas rojas.
Sentí el ambiente algo fúnebre para ser la casa de lo que llaman un dios vivo. Me desplacé casi hasta el fondo, cuando sentí una mano sobre mi hombro. Después del grito desesperado, volteé a ver qué cosa me estaba tocando. Con tantas noticias sobre los clérigos, esos toques por la espalda pueden ser muy peligrosos. En efecto, un hombre vestido de monje estaba allí. Me cuestionó sobre mi visita al lugar. Le comenté que me recomendaron buscar ayuda profesional. Me dijo: "entra ahí y arrodíllate". Amenacé con golpearlo y salir huyendo (pensando en las víctimas de abusos, maltratos y violaciones). Me pidió que me tranquilizara, que tuviera fe y que cooperara. Era solo un confesionario y él iba a estar del otro lado de la pared. Me contuve y decidí darle una oportunidad. Hice lo que me pidió aunque no entendía. ¿Para que estar del otro lado de la pared si ya vi su rostro? Al momento me dijo cuatro cosas y me volvió a pedir que tuviera fe. Lo interrumpí abruptamente. Lo primero que le confesé fue que, precisamente eso es lo que no tengo, fe. Que no soy creyente, cristiano, dogmático y mucho menos religioso. Ahora era el cura el que aparentaba estar espantado.
Comencé mi diatriba cuestionando los discursos hipócritas de la iglesia. Promover una fe religiosa donde su principal precepto es la antropofagia. Al menos eso predican al hacer galas de que consumen el cuerpo del dios que es mitad ser humano. De ese doble discurso es que nace mi aversión a las religiones, mi ateísmo visceral y el odio tan arraigado hacia la humanidad. No logro entender cómo se puede instruir a amar al prójimo cuando se come frente a un altar carne humana, y se presenta como la salvación. El ser humano es una maraña de contradicciones. No puedo tener confianza en un ser tan despreciable. El monje perturbado me regaña. Su principal argumento es que somos hechos a imagen y semejanza del dios creador (el mismo que se meriendan en cada misa). También adujo a que somos hijos de la divinidad, que somos seres diversos y que no somos perfectos en nuestro proceder. Además me recordó que yo formo parte de la misma humanidad a la que aborrezco y a la que hay que amar como a uno mismo. Lo increpo repentinamente. Entonces resulta que el altísimo que se jacta de perfecto y de que nos creó a imagen y semejanza, nos hizo diferentes a todos y carentes de perfección. Otra cosa que no me hace ningún sentido.
Lo primero que me pidió el ataviado clérigo fue tener fe y amar al prójimo. Pero como tener fe en el único animal (eso somos todos y todas) que tiene el don único de razonar, pero actúa en detrimento de su propia especie y del resto de la creación. Actúa como las sinnúmeros de especies existentes, por instinto. Y cuando usa el razonamiento y el sentido común, lo hace para beneficio individual exclusivamente. El sacerdote parece haber quedado sin respuestas o argumentos. Yo, continúo despotricando contra la raza humana. Esta creatura solo utiliza el don de pensamiento, palabra, obra y omisión para desarrollar toda clase de artilugio para beneficio y lucro personal a costa de los demás. Es la única especie que vive dañando su entorno, contaminado su ambiente y destruyendo su hábitat. Es el único que con su voluntad y libre albedrío ha afectado el balance natural de las cosas. El confesor parece ni inmutarse.
Insisto en la capacidad destructiva del hombre. Ese que en sus adentros continúa siendo bárbaro, cavernícola, y retrogrado. Y en el caso de los católicos, caníbales. Propenso por naturaleza a la auto-destrucción. Basta con mirar sus ejecutorias sobre la tierra. En la actualidad es el único que libra guerras por extensiones territoriales, motivaciones religiosas, económicas, políticas y/o expansionistas (o todas las anteriores). El único que desarrolla y disemina virus, epidemias y enfermedades mortales. El agente catalítico del calentamiento global y las alteraciones climatológicas. El único ser capaz de generar batallas bacteriológicas, químicas, nucleares a grandes distancias o a quemarropa. La realidad es que nosotros, y solamente nosotros somos los artífices de nuestra realidad actual. Pero para colmo de males, tenemos la capacidad de enajenarnos (en especial yo) de esa realidad tan patente en el diario vivir. Seguimos nuestras vidas como si nada estuviera pasando. Como si no fuéramos nosotros mismos, víctimas y victimarios. Mientras tanto, sigue la producción de toda suerte de mecanismos, procesos, productos, objetos e inventos que deterioran la calidad de vida de todos y la estabilidad del planeta entero. No conformes con eso, viajamos al espacio con el mismo espíritu colonizador de siempre, a contaminar el resto de la galaxia. Olvidamos que ha sido nuestra raza la que ha promovido los grandes genocidios, holocaustos, cruzadas, cacerías de brujas, masacres, matanzas y demás derramamientos de sangre. Muchos de ellos por la simple tendencia y debilidad humana por poder, la dominación, la avaricia, el reconocimiento y a meros caprichos. Le cuestiono al párroco cómo es posible tener fe y amar a en un ser tan despreciable. Percibo que el hombre ha quedado patidifuso con mi extensa disertación. Eso no me detiene ni me impide seguir fustigando al prójimo.
Estos hijos del gran poder divino nunca están conformes. En su incesante búsqueda por el "bienestar", el resultado siempre es fatal. Puesto en la tierra para dominarla, se ha encargado de consumirla hasta el punto de destrucción. No queda agua suficiente para todos, y la que existe está contaminada. El aire ya no es puro. Especies extintas y otras en proceso por nuestra negligencia. El desbalance perfecto para nuestra propia desaparición. Sin embargo, y simultáneamente, nuestros corazones se tornan grises. Solo producen indiferencia, apatía, parquedad, distanciamiento. Como si ese tsunami de barbarie nunca fuera a tocar nuestras puertas. Brotan los sentimientos individualistas, personalistas y egoístas. Cada uno en su mundo, en su trinchera, a la defensiva contra los propios hermanos. ¿Cómo mantener la fe en este tétrico panorama? Para mí no es posible por mi propio escepticismo. Soy un fiel creyente de que todo ese comportamiento es endógeno e inherente del propio ser humano. Pareciera que al único que le queda una chispa de fe, es al propio ser supremo de las alturas y que ustedes (con infinidad de motes) tanto veneran. Esa fe divina que emana del cielo, y que insiste en repoblar y sobrepoblar el orbe con seres humanos imperfectos, aun sabiendo (según los dogmas religiosos) todo el resultado con antelación. El silencio del eclesiástico ya es perturbador, considerando el tiempo que lleva mi ponencia cargada de odio y resentimiento.
Ignoro el hecho de que ha caído la noche y las velas de todo el templo se han apagado. También ignoro el suave repicar en el campanario. En ese ambiente frio y tenue, comencé a reconocer que es inspirador que el responsable de que el hombre camine sobre la faz de la tierra como un "ser pensante y racional" tenga todavía un rayo de esperanza. Aun cuando sus propios "hijos" lo niegan (más de tres veces), cuando aparentan ser seguidores, creyentes o discípulos, y aun cuando aparentan seguir todos sus mandamientos (aunque sea por una hora los domingos), continúa restituyendo (setenta veces siete) la especie. Es como si a pesar de tener conocimiento previo de las decisiones y acciones que estos nuevos enviados van a tomar en su vida sobre la tierra, el supremo sigue creyendo en su creación. Una fe divina por parte del todopoderoso, de que en algún día, en algún momento, la humanidad reivindicara su propósito de vida. Eso para lo que en realidad fue creado y para lo que está llamado. Y descubrirá entonces su verdadera naturaleza. Siento al instante un gran alivio en mi corazón. Agradezco al sacerdote la atención prestada y toda la ayuda.
Definitivamente no soy el mismo ser humano que cuando entre a esa iglesia oscura y vacía. Al no recibir respuesta del interlocutor, me dispuse a cruzar la pared de madera que nos separa. Al fijarme veo al anciano cura, dormido y babeando. La tertulia no fue tan buena para él, como lo fue para mí. Quiero saber su nombre para poder agradecerle su ayuda posteriormente. Diviso un anillo de oro con un grabado. Al retirarlo de su dedo con cuidado, coloco un dólar en su mano en solidaridad con la costumbre católica. Ya en la calle, pude leer el grado que leía: T. Merton.
¡Levántate y anda!