Después de la caótica experiencia en un hospital local, salí rumbo a mi dulce hogar. Agradecido primeramente, porque no fui víctima del ébola ni del chinkungunya. Ambas epidemias se han expandido como pólvora. Una en África y la otra en Puerto Rico. La diferencia simple entre ambas es que, teniendo nosotros el capital, los avances médicos, tecnológicos, estratégicos e informativos para evitar la propagación, en cuestión de semanas tenemos miles de contagiados por el mosquito. Menos mal que es la segunda la que nos toca. Imagine si fuera una enfermedad mortal como la primera. A juzgar por el desempeño incompetente de nuestro Departamento de Salud, sin mencionar su bajo presupuesto que no alcanza para las pruebas necesarias, los muertos por la enfermedad se contarían por miles. Acelero el paso tratando dejando atrás esos pensamientos pesimistas provocados por mi bacilofobia. Luego de estar al borde de la muerte en un centro hospitalario con escases de personal y paupérrimas facilidades, lo que necesito más es rodearme de cosas positivas y dejar atrás la negatividad.
Hablando de epidemias o de cosas positivas, en el camino de regreso a casa me topé con un grupo de personas. Un grupo de estas personas que visten de trajes largos, chaquetas, maletines y sombrillas en mano desde las 8:00 de la mañana. De puerta en puerta reparten tratados, biblias de bolsillos, te dicen que el señor te bendiga y te invitan a sus templos o iglesias. Muchos de ellos por ser tan cercanos al vecindario los has visto abofeteando a sus hijos de cinco años en el centro comercial adyacente. Hijos que han sido concebidos por carambola fuera del matrimonio por el pecado de la fornicación, y que son percibidos más como una obligación que como una bendición. Hijos a los que les proveen lo mínimo para vivir, sin incluir necesariamente el afecto y las atenciones que requiere todo ser humano de esa corta edad. Muchos de ellos pasando hambre, enfermedades, y sirviendo de esclavos domésticos realizando las tareas del hogar, legalmente inscritos en el registro demográfico como ciudadano. A estos grupos son los que le sobran la fuerza de cara y, según ellos, fuerza moral para ir al capitolio en una actividad divina dirigida por algún recolector de diezmos, y arremeter allí contra otros sectores marginados. Todo en supuesta defensa de la familia tradicional. Ese escenario no es otra cosa que una hipocresía cristiana y un doble discurso incompatible con los supuestos valores cristianos. Tales contradicciones son la raíz de mi profundo ateísmo y eclesiofobia intensa. Ese padecimiento es el que me empuja a cruzar la calle hacia el lado contrario de donde ellos se encuentran agrupados. Camino pegado a las paredes revestidas de pasquines añejos y amarillentos. Logro escapar ileso de ese entrampamiento religioso. Con el corazón acelerado a punto de infarto, llego al súper tren para retomar mi camino a casa.
Ya en la ruta del tranvía me siento apartado de todo y de todos. No lo suficiente como para no escuchar las conversaciones de algunos pasajeros. Específicamente los estudiantes que su tono de voz retumbaba por todos los vagones. Entre risas se decían unos a otros, que esperaban con ansias las próximas elecciones generales. Todos en consenso quieren ver ganar al candidato del partido azul. Esto, según ellos, porque de salir victorioso el decano y doctor en células madres, todas las leyes relacionadas con los derechos de autor quedaran derogadas. Lo cual los beneficia directamente a ellos en sus aspiraciones universitarias de sobresalir con ingenio prestado. Tienen la creencia, a juzgar por sus risas y carcajadas, de que se legalizará e institucionalizará el comunismo intelectual. Es decir, que no existirán los derechos de autor personales, sino que serán de propiedad general. Mientras veo pasar los arboles frente a mi cara a velocidad luz, pienso en esa posibilidad. Todo lo que los intelectuales, pensadores, autores, artistas, escritores, literatos o algún otros ser racional haya creado, nos pertenecerá a todos por igual. Así que lo que no pude aprender, entender ni componer antes por mi condición de déficit de inteligencia cognoscitiva, ahora lo obtendré por la vía electoral. La idea me gusta mucho. Esta debe ser mi oportunidad de convertirme en un famoso filósofo criollo. Creo que ya he encontrado también mi próximo candidato electoral, gracias a la disertación estudiantil en el tren.
Llegamos por fin a la estación de turno. Antes de seguir escuchando semejantes palabrerías, prefiero continuar mi rumbo caminando. Al bajarme me entregan una hoja suelta. En ella se anuncia el aumento de la tarifa para viajar por el tren. Un aumento de cien por ciento. Todas las acciones de este gobierno parecieran estar dirigidas a procurar el exterminio de la clase media, por medio del aumento en el costo de los servicios a la población. Tan absurdo es el asunto, que ya ni los subsidios ofrecidos a ciertos grupos de beneficiarios, son suficientes para sobrevivir en este país. Hasta los federales han optado por ofrecer su Plan Ocho para que los pobres puedan salir de los caseríos y vivir en casas o edificios decentes. En el peor de los casos, están dispuestos a dar el visto bueno para que tengan alberca común en cada residencial. Esto ha provocado la ira de la clase con "mayor poder adquisitivo". Peor aún, provoca que la clase media y trabajadora (si es que existe todavía) fustigue a los recipientes de tales dadivas gubernamentales. Esto logra polarizar la atención hacia los menos afortunados, mientras son las grandes mega tiendas las que más se benefician del esquema de incentivos. Pero detrás de esa cortina de humo, son las grandes empresas (las Big K, las WM, las paredes verdes, las súper farmacias y los mega hoteles) las que reciben millonarias sumas de dineros extraídos de los bolsillos del pueblo. Con el pretexto de que su operación es vital para la economía local y que son los principales creadores de empleos, reciben una fortuna de las arcas públicas.
Sin embargo, al final del día los empleos que crean no cumplen con los criterios para recibir tales cantidades de dinero. No cumplen en cantidad, en calidad ni en beneficios. Todo lo contrario, mantienen a la población que trabaja a jornada parcial o completa sumidos en una perenne miseria. Porque es más productivo y costo efectivo vivir con las migajas que ofrece el gobierno con sus mal llamadas ayudas económicas, que trabajar a tiempo completo para una multinacional comercial. Eso lo reconoce el legislador de apellido Natal que propone a los capitalistas del país, a modo de reto, que intenten vivir con los $133 semanales que deja un empleo a tiempo completo para una empresa privada. Ya es tiempo de que se reconozca la realidad de la clase media en peligro de extinción. Para ello no hay que realizar estudios exhaustivos o experimentos que no conducen a nada en lo absoluto. Basta con hacer el ejercicio que el Natal está haciendo (quizás solo por politiquería nada más). Claro está, es fácil pretender no tener dinero cuando se tiene un salario de alrededor de $60,000 al año (más beneficios), y sin importar como se pretenda vivir, el dinero llega por depósito directo a tu cuenta bancaria. Culmino estos pensamientos, antes de tener que comenzar a correr, reconociendo que me parece haber encontrado mi próximo candidato electoral.
Sin embargo, al final del día los empleos que crean no cumplen con los criterios para recibir tales cantidades de dinero. No cumplen en cantidad, en calidad ni en beneficios. Todo lo contrario, mantienen a la población que trabaja a jornada parcial o completa sumidos en una perenne miseria. Porque es más productivo y costo efectivo vivir con las migajas que ofrece el gobierno con sus mal llamadas ayudas económicas, que trabajar a tiempo completo para una multinacional comercial. Eso lo reconoce el legislador de apellido Natal que propone a los capitalistas del país, a modo de reto, que intenten vivir con los $133 semanales que deja un empleo a tiempo completo para una empresa privada. Ya es tiempo de que se reconozca la realidad de la clase media en peligro de extinción. Para ello no hay que realizar estudios exhaustivos o experimentos que no conducen a nada en lo absoluto. Basta con hacer el ejercicio que el Natal está haciendo (quizás solo por politiquería nada más). Claro está, es fácil pretender no tener dinero cuando se tiene un salario de alrededor de $60,000 al año (más beneficios), y sin importar como se pretenda vivir, el dinero llega por depósito directo a tu cuenta bancaria. Culmino estos pensamientos, antes de tener que comenzar a correr, reconociendo que me parece haber encontrado mi próximo candidato electoral.
Comienzo una carrera disimulada hasta que no me queda más alternativa que apretar el paso cual Culson en la Liga Diamante. La jauría de galgos en la calle me persigue a toda prisa. Si no tengo suerte para tratar con las personas, mucho menos para tratar con perros rabiosos. Cuando por fin logro escapar de mis victimarios, y ya con un mordisco canino en mi pierna, me detengo a respirar un poco de aire fresco. No veo la hora en que pueda llegar a mi dulce hogar. Hogar que cada vez es más cuesta arriba mantener. Los costos de luz, agua, teléfono, gas entre otros hacen que cada vez haya menos en la casa. Mi nevera parece la piscina de los caseríos. Solo tiene agua. Agua, repleta sedimento y contaminantes. Lo que le brinda un color amarillento no muy agradable a la vista y al gusto. Las indicaciones son sencillas, si no te gusta el color o el sabor, échale un sobrecito con tu sabor predilecto. Las autoridades amenazan con racionar el "preciado líquido" debido a la escasez de lluvia y a los bajos niveles de los embalses. No se preocuparon por dragarlos y ahora quieren dejar la población a secas. Tengo que cuestionar en estas instancias lo del "preciado líquido". Simultáneamente se advertía sobre la sequía y el eventual racionamiento, un movimiento comenzaba a propagarse peor que el virus Chinkingunya. El "Ice Bucket Challenge". Todo el mundo olvidó la sequía, los embalses, olvidaron el aumento de casi 100 por ciento en la tarifa básica, se olvidaron de los miles que mueren de sed diariamente, y comenzaron a echarse por encima baldes de agua helada. Demás está decir que unos solo requerían onzas, litros o galones, pero otros necesitaron camiones cisterna para su reto personal. En un aparente acto heroico, hasta los políticos aprovecharon los 15 minutos de publicidad para darse su frío chapuzón. Comienzan nuevamente la marejada de pensamientos ilógicos sobre la gestión gubernamental. Mientras nos cierran las llaves para una vida digna, les abren los grifos de los billetes a los industriales. El gobierno en su afán de recobrar lo que regala a los grandes interesados económicos, aumenta el costo de los servicios básicos o bien cesa en el ofrecimiento de algunos de estos. Tal es el caso de los maestros, los asistentes y la transportación para los estudiantes de Educación Especial del sistema público de enseñanza. Esta población de estudiantes que según los datos del propio Departamento de Educación, alcanza los 160,000 estudiantes diagnosticados. Recuerdo haber visto en algún lado parte de las vistas contra el representante del departamento encargado. La legisladora del partido verde ha sido muy incisiva con este asunto. Tal vez sea que tiene algún niño cercano registrado en el programa de Titulo I. De todas maneras, pienso, creo que he encontrado mi candidata electoral para el próximo cuatrienio.
Frío comienzo a sentir yo en pleno sol del mediodía. Mareos, náuseas, sudor y dolor muscular. ¡Maldito mosquito, ya me picó!, pensé primeramente. Luego, al mirar mi pierna adolorida, me percato de los dos orificios que los colmillos del pulgoso agresor me habían tatuado. Como si fuera poco, tengo que detener mi periplo hacia mi dulce hogar en el dispensario pueblerino más cercano. Supongo que estaré horas en una sala de espera. Allí me encontré con una situación atípica para mí. Al explicar a la mujer mi urgencia por una cura para las heridas, y mencionarle mi necrofobia avanzada, la doctora la emprendió en ataques verbales hacia mi persona. Epítetos como ignorante, bestia y animal iban acompañados de los alardes de erudición que ella poseía. ¡Por eso este país está como está. Coge un libro, ignorante y deja de escuchar a Daddy Yankie!, me gritaba a viva voz. Pude deducir del tono con el que vociferaba la doctora, que estaba molesta conmigo. Si bien tenía razón al adjudicarme todos esos adjetivos (amén de los que se le quedaron y los que no son publicables), la situación puso de manifiesto el estado de la salud mental, no solamente la mía, sino en todas las esferas sociales y económicas del país. No tengo más remedio que permanecer en el hospitalillo arriesgándome a que me envenene la desajustada doctora o me inyecte alguna oxitocina o sustancia mortal. El miedo a una necrosis me impidió salir despavorido y esperar por la histérica galena. Cuando al fin obtuve una venda y unas pastillas para el dolor, salí a toda prisa del lugar. Pensaba mientras caminaba, que no se puede culpar a la susodicha. No debe ser fácil bregar con gente como yo todos los días de la vida. Debe ser una ardua y drenante tarea.
Me dirigí a la parada de guagua más cercana. Era evidente que con una pierna herida no podría llegar a mi dulce hogar caminando. Una vez allí me siento lo más distante que puedo. Mi tendencia misántropa me obliga a ello. Allí comienzo a escuchar lo que comentan en voz alta los futuros pasajeros. Tengo que admitir que en ocasiones prefiero escuchar lo que dicen las voces en mi cabeza, que escuchar lo que habla la gente "normal". Muchos de los cuales se expresaban molestos y otros hasta llorando por la situación del alcalde de Rio Grande. Increíblemente, un funcionario acusado de corrupción cuenta con el apoyo y el beneplácito del puertorriqueño de a pie. No ha de extrañarnos entonces, que vivamos en un país donde la corrupción es la principal motivación para los funcionarios públicos. Ese germen es la semilla para la mayoría de nuestros problemas económicos y sociales. Pero para estos pobres incautos es peor la acusación que el propio acto. Un ejemplo más de cómo lo malo se torna bueno con el tiempo y la costumbre. Estamos acostumbrados a que nos cojan de pendejos cada cuatro años hablando con huecas promesas y demagogias, con las miras en los fondos públicos y en nuestros precarios bolsillos. Mientras tanto, esperamos por casi tres horas que llegue el próximo autobús.
Me dirigí a la parada de guagua más cercana. Era evidente que con una pierna herida no podría llegar a mi dulce hogar caminando. Una vez allí me siento lo más distante que puedo. Mi tendencia misántropa me obliga a ello. Allí comienzo a escuchar lo que comentan en voz alta los futuros pasajeros. Tengo que admitir que en ocasiones prefiero escuchar lo que dicen las voces en mi cabeza, que escuchar lo que habla la gente "normal". Muchos de los cuales se expresaban molestos y otros hasta llorando por la situación del alcalde de Rio Grande. Increíblemente, un funcionario acusado de corrupción cuenta con el apoyo y el beneplácito del puertorriqueño de a pie. No ha de extrañarnos entonces, que vivamos en un país donde la corrupción es la principal motivación para los funcionarios públicos. Ese germen es la semilla para la mayoría de nuestros problemas económicos y sociales. Pero para estos pobres incautos es peor la acusación que el propio acto. Un ejemplo más de cómo lo malo se torna bueno con el tiempo y la costumbre. Estamos acostumbrados a que nos cojan de pendejos cada cuatro años hablando con huecas promesas y demagogias, con las miras en los fondos públicos y en nuestros precarios bolsillos. Mientras tanto, esperamos por casi tres horas que llegue el próximo autobús.
Prefiero continuar mi peregrinación deambulando por las calles a continuar con la absurda espera. Por andar ofuscado en las sandeces que los demás conversan, no me había percatado que perdí mis alpargatas. Voy como Shakira, con los pies descalzos y la mordida rabiosa, en romería a mi dulce hogar. En el camino acepté un periódico de eso gratuitos que solo tienen varias páginas con noticias banales. En primera plana, el equipo nacional de baloncesto. A todas luces, no son ni la sombra de lo que fueron en el pasado. Esta participación solo puede compararse con la de Mar del Plata en 1995. En ese entonces hubo una rebelión por motivos económicos y algunos jugadores se negaron a salir a la cancha. Nueve jugadores estelares fueron sancionados. En este mundial fue distinto, aunque con el mismo resultado. Todos los jugadores salieron a jugar, pero no al nivel del baloncesto internacional. Ciertamente, la prioridad de esta isla estrella y su sistema educativo no es el deporte. Hemos visto como la totalidad de los países han mejorado sus habilidades deportivas, mientras nosotros quitamos presupuesto a los atletas y dejamos que las canchas se tornen puntos de ventas de drogas. Y ahora todos lloran y se preguntan qué pasó con la hegemonía de los 12 magníficos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ese es el reflejo de cómo la mediocridad institucionalizada y la cultura del desapego ha calado en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
¡Levántate y anda!
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