por Caronte Campos Elíseos
Luego
de la abrupta salida de la presentación de Ojos Furtivos, y cargado de
suministros de alcohol para varios días, deambule por las calles del Viejo San
Juan (otra vez). Llegué a un sitio conocido como la Garita del
Diablo. No sé a ciencia cierta, si el
hedor era endógeno
del lugar, o era propio de los días
míos vagando. Allí se encontraba,
solitario, un noble caballero. Aún más
extraño que encontrarlo allí a tan altas horas de la noche, era lo que estaba
haciendo. Tenía en su mano un tablero
con una especie de prisma. De manera
sincrónica, mientras miraba la tabla, parecía leer de los papeles. Parecía una práctica mundana. Al cuestionar lo que hacía, el grotesco
hombre me invitó a pasar. Con dificultad
pudimos acomodarnos en la garita diseñada para una sola persona. Antes de que pudiera cuestionar nuevamente lo
que hacía, me dijo que estaba evaluando el informe sometido al gobierno por la
famosa economista, Anne O. Krueger.
En
medio de la oscuridad, la vela apagada por el viento que soplaba tan fuerte
como si cargara espíritus chocarreros, lo primero que me dijo fue que esa mujer
era su hermana. Nunca pensé encontrar en
mi camino a alguien más lunático que yo.
Marcaban las tres de la madrugada cuando aquel chiflado comenzó a hablar
con su tablero de madera. Quedé
petrificado cuando el puntero triangular comenzó a moverse. Acto seguido el hombre entró en una especie
de trance. Como poseso por los espíritus
del viento comenzó a hablar sandeces.
Hablaba de la necesidad de reforma estructural y reformas fiscales. Hablaba también de la deuda pública, de la
credibilidad de las instituciones y las funciones del gobierno. Mientras gritaba toda suerte de términos
económicos en lenguas que yo no lograba entender, daba golpes contra la pared
de la garita. Daba zarpazos y rasguños como el mismisimo “Hugh Jackman”. Intente interrumpir para poder huir de aquel
demente. Mis esfuerzos fueron en vano ya
que nunca me permitió salir. Decía que
pronto vendría la respuesta del mas allá.
Que el señor de la oscuridad confirmaría las medidas presentadas por su
hermana, Anne.

Sentía
que tal situación me desgastaba el alma.
El hombre extendió su brazos cual mesías, y continuó con su mensaje
recibido desde el más allá. Decía que su
hermana tenía razón, que su informe económico iba a ser ensalzado por el inepto
gobierno y que pronto veríamos la implementación de las leoninas reformas. El tablero temblaba, el puntero giraba en el
aire, el viento soplaba malos augurios.
Todo era como una pesadilla en la garita. Continuaba el endemoniado hombre hablando
cual Emily Rose: “Vendrán los peores tiempos;
la decadencia, el hambre, la miseria, la pobreza, la escasez. Todo, a través de los elegidos para dirigir
el destino de este pueblo, pero que lo han conducido al final de los
tiempos. El país sufrirá las peores
penurias a manos de los que han escogido para delegarle sus poderes. Han votado reiteradamente por los que han
consentido los poderes plenarios de fuerzas diabólicas extranjeras. Pronto verán el gobierno incompetente y
sometido, suplicar a los dioses del mercado una prórroga para el pago de la
deuda. Un tiempo razonable para poder
expoliar más a los ciudadanos para poder entregarlo todo a los intereses
privados. Estos a su vez exigirán más
sacrificios que aseguren el retorno de su inversión. Entonces veremos estos falsos profetas, los
veremos peregrinar a Washington, la gran metrópoli usurera. Allí clamaran por una exención del salario
mínimo federal, so pretexto de fomentar más empleos. Más, muchos más, pero peores empleos y mal
remunerados para el pueblo. Nunca han
tenido la valentía de exigir la exención de las leyes de cabotaje, pero ahora
irán de rodillas a pedir que se castigue más a los trabajadores reduciendo los
salarios.”

De
pronto comienza a temblar la tierra.
Cierro mis ojos arropado por el miedo.
El mar azota la costa. El viento
grita risas demoniacas. Los truenos
retumban en mis oídos. De repente, una
intensa calma en medio de la tormenta.
Abro mis ojos lentamente. No hay
nadie conmigo en la garita. Estoy
completamente solo. En el piso, unas
ropas andrajosas, la tabla y el puntero.
Rasgado como por garras de osos, el informe de Anne O. Krueger firmado
con la sangre de la herida en mi cara, por su hermano Freddy. Recogí todos los pertrechos y remanentes de
vino, y me fui a casa.
¡Levántate
y anda!