por Carlos Esteban Cana
En esta columna desarrollada de forma exclusiva
para esta bitácora del editor Caronte Campos Eliseos, procuro arrojar luz
acerca del proceso creativo. Pasión que me ha llevado a explorar la narrativa y
la poesía por igual. En sintonía con esa delicia, que siempre termina resultando
algo misteriosa y elusiva, es que he ido compartiendo algunos de mis 80 cuentos,
154 microcuentos y no sé cuántas poesías (además de los ensayos y artículos
periodísticos en mis columnas, reproducidas en diferentes publicaciones
globales y cibernéticas, así como en el boletín: “En las letras, desde Puerto
Rico”). Lo anterior, sin embargo, se ha materializado, hasta la fecha, en tres
libros: Universos (microcuentos) Isla
Negra Editores; Testamento (antología
poética) Publicaciones Gaviota; y Catarsis
de maletas, que está próximo a circular y del cual trata este artículo.
Catarsis de maletas está integrado por doce cuentos realizados en un periodo de veinte años; una
antología que reúne narraciones de la serie inédita “Fragmentos del mosaico
humano”, así como del libro “Catania”
y algunas piezas sueltas.
Escribir cuentos no es un reto menor. Incluso, a
mi parecer, es más difícil hacer un excelente libro de cuentos que una buena
novela: dato que con el paso de los años he confirmado. Lo que comenzó en 1991,
en un curso titulado “Teoría y práctica narrativa” con Emilio Díaz Valcárcel, dio paso a una pasión desmedida por el
género.
Comencé entonces a devorar la obra de los
maestros: Quiroga, Borges, Maupassant, Cortázar, Gordimer. Y cada día, además,
me daba a la tarea placentera de leer un cuento realizado por un escritor
puertorriqueño. La colección de libros de cuentos boricuas que hoy tengo de
lado a lado en mi biblioteca se debe particularmente a esos años de formación. Paralelo
a eso vino el nacimiento de la revista Taller Literario, en la que un puñado de
cuenteros nos encontramos en una amplia mesa redonda. A causa de ese buen vicio
narrativo (ser un ‘tecato’ de la literatura, en palabras del insigne Antonio
Aguado Charneco) fue inevitable no acercarse a diversos talleres de creación
literaria y artística que complementarían y enriquecerían el proceso.
Pero todo eso no sería absolutamente nada sin la
lección que la propia vida ofrece al cuentero, al escritor. Hay que observar, escuchar,
oler, tocar y degustar con los cinco sentidos a su máxima potencia. Y claro,
para hacer alquimia de todas esas vivencias no puede faltar la intuición como
elemento esencial: brújula necesaria para calibrar de forma adecuada el
talento; vía imprescindible para llegar a un estilo propio que se precie de
cincelar con excelencia las piedras o los metales inherentes al género.
Catarsis de maleta: 12 cuentos y 20 años de historia cuenta además con la lectura del corrector (también guionista y
cineasta) Rodrigo López Chávez. La selección de lo producido con placer durante
dos décadas fue compleja, ya que muchos cuentos entrañables y significativos
quedaron fuera. Por lo anterior, aprovecho este preámbulo a la publicación de
tal antología, para compartir con ustedes una de esas historias. Se trata de
“Aire en cascadas”, un cuento escrito en 1994 y publicado dos años después en
el cuarto volumen de la revista Taller Literario. Que lo disfruten.
****
Aire
en cascadas
…por eso amo tus
cartas. Ellas me hacen idealizar; me mantienen a la expectativa, y siempre me
dan aliento. ¡Cuántas veces he deseado que vivieras a la vuelta de la esquina
para decirte vamos al cine o a cualquier otro sitio! Aunque te diré que, pese a
la distancia, te siento muy cerca, Julián... Han sido largos años de cartas,
pero ¡¡por fin!! Iré a visitarte. Siempre te dije que mis planes tenían alas y
que me llevarían muy lejos.
Llegaré el martes 20 de
junio –anótalo bien- en el vuelo 595 de Panam, a la una de la tarde.
Contando los días para
tan esperado momento, queda
Alessandra
* * *
Carmen Elena había
esperado esa carta desde hacía mucho tiempo. Luego de leerla, se acercó al
escritorio de madera; de la más grande de las gavetas, sacó una caja con mucho
cuidado y la abrió. Ya no tenía que leer los títulos de cada sobre amarillo…
Ella sabía que era el último sobre, el que no tenía nada escrito en la
cubierta, del cual tenía que tomar la carta, y, aunque esta vez no había por
que mecanografiar la fecha, la tuvo largo tiempo en sus manos.
En el aeropuerto no le
fue difícil reconocerla. No había cambiado mucho la que sonreía en la foto.
Carmen Elena se presentó: era amiga de Julián y la llevaría a encontrarse con
él.
Durante el camino
cruzaron muy pocas palabras. Alessandra estaba molesta, hubiera deseado ver a
su amigo desde el primer momento, pero iba olvidando el detalle ante la
cercanía del encuentro.
La llevó al lugar
favorito de Julián. Alessandra también lo conocía. Él le había escrito tantas
cartas desde allí. Era imposible que no hiciera referencia al sonido de las
olas, al contacto con la brisa, al azul del mar… Carmen Elena le entregó una
carta y dijo:
-Ésta es la última de
las locuras de Julián, léela. Pronto te encontrarás con él. Regreso en un
momento.
Alessandra sonrió.
Sentía que Carmen Elena quería mucho a Julián. Estuvo de acuerdo con ella, esta
manera de recibirla era una de esas ideas locas de su amigo. Pensó en seguirle
el juego, y comenzó a leer.
* * *
28 de
febrero de 1962
con mis recuerdos cerca del mar
Alessandra. ¡Mi amiga Alessandra!:
Después de cartas y cartas existe la
esperanza de volver a vernos. Lo sé por fe; porque creo en las vivencias que
construimos hace años en nuestros días universitarios. ¡Cómo olvidar tu sonrisa
cuando escuchaba aquel poeta que ofreció un recital al aire libre! Fue el primer
gesto amable que recibí en aquella universidad. Yo me sentía tan solo y
asustado, era la primera vez que estaba fuera de mi país, pero tú me hiciste
olvidar mis tristezas. Hasta me sacaste a bailar en el intermedio musical. Te
advertí que bailaba pésimo; eso no te importó. Amiga, es inevitable que ante
tal recuerdo acuda a mis labios una sonrisa.
Lo maravilloso fue que compartimos muchas
vigilias embriagados de café frente a los libros, o las escapadas para ver
aquellos estrenos de cine latinoamericano. Es rara la noche que no viene a mi
memoria las veces que buscábamos cuál era nuestra estrella acostados en la
grama; pedíamos tantos y tantos deseos que cualquier genio de lámpara se
hubiera quedado estupefacto ante nuestras ocurrencias. ¡Detalles inolvidables
de la vida cotidiana! Amables recuerdos de los tiempos idos.
Ahora se asoma la tarde y te escribo estas
líneas, quizás las últimas porque no habrá más necesidad de ellas. Ha llegado
el momento de ofrecerte disculpas por tantas invenciones; absurdas algunas de
ellas. ¿Nunca te preguntaste por qué mecanografiaba la fecha cuando todo lo
demás era de mi puño y letra? O acerca de los acontecimientos que te narro en
las últimas cartas, parece un poco inverosímil que entre aventuras y viajes, no
sacara tiempo para visitarte. Quisiera darte una razón válida, mas no la encuentro.
Todo comenzó en el momento de informarte, a través de una simple carta, que me
quedaba poco tiempo de vida: tengo un cáncer terminal. Intenté una y otra vez
hacerlo, sin embargo salieron cartas y cartas que no tocaban el tema; imaginé
cómo serían nuestras vidas; hasta me convertí en filósofo sobre el ser humano y
nuestra amistad. La idea de acompañarte un trecho más prevaleció. Sentía como
si el aire bajara en cascadas hasta mis pulmones, y no fui capaz de renunciar a
parte de lo más bello que he vivido. En fin, si hice que llegaras a este lugar
tan especial era para que conocieras algo más de mí.
Hace poco discutí con Carmen Elena, mi otra
gran amiga, hasta que nuestras lágrimas corrieron. Le había dado todas las
cartas con instrucciones bien específicas, pero estaba renuente a colaborar
conmigo. Le dije que era mi último deseo, y lo entendió.
Mañana ingreso al hospital y tengo miedo;
por eso te escribo estas líneas.
Asume este texto y todos los anteriores
como una amalgama de palabras sin sentido y detrás de ellas siente mi corazón.
Gracias por escucharme. Eres motivo de mi tranquilidad porque cuando te escribo
me siento muy bien.
Hasta siempre,
Julián
* * *
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Carlos Esteban Cana – Comunicador y escritor. Nació en Bayamón, Puerto Rico, pero se crió en el pueblo costero de Cataño. Fundador de la revista y colectivo TALLER LITERARIO, publicación alternativa que marcó la última década de creación literaria boricua en el siglo XX. Ha trabajado en el Instituto de Cultura Puertorriqueña como Coordinador Editorial, Director de Prensa para la V Feria Internacional del Libro de Puerto Rico y como Coordinador de Medios para el Encuentro de Escritores De-Generaciones. Su periodismo cultural ha sido publicado en periódicos y publicaciones como Dialogo, Cayey, CulturA, El Nuevo Día, y Resonancias, entre otras. Fue parte del colectivo El Sótano 00931. Colaboro con el poeta Julio Cesar Pol, junto a Nicole Cecilia Delgado y Loretta Collins, en la antología Los Rostros de la Hidra.
Su periodismo cultural es reproducido en diversos espacios y bitácoras cibernéticas, con columnas como: Breves en la cartografía cultural; Aquí allá y en todas partes; Crónicas urbanas y el boletín En las letras, desde Puerto Rico, en bitácoras como Confesiones, Sólo Disparates: buscando la luz al final del túnel, Panaceas y placebos, Boreales, Revista Isla Negra y en periódicos como El Post Antillano. Tiene tres libros publicados: Universos (micro-cuentos); Testamento (antología poética; una selección de 46 cuadernos) y Catarsis de maletas (cuentos). Actualmente reside en la ciudad de Nueva York y desarrolla la plataforma multi-mediática Servicios de Prensa Cultural. Para Carlos Esteban Cana profesar creación y cultura es como recibir oxígeno; vehículos que le permiten ejercer su libertad.
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