miércoles, 30 de enero de 2013

Aquí, allá y en todas partes: mi primer cuento ‘decente’


por Carlos Esteban Cana


Hace 22 años, en el 1991, participé junto a Amílcar Cintrón y Al Martínez, del taller de cuentos Escritura y Práctica Narrativa, que impartía en la facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico, el autor de Figuraciones en el mes de marzo, Emilio Díaz Valcárcel. Ese evento, junto a mi participación en la revista Senderos, que capitaneaba en Cataño el narrador Angelo Negrón, y mi ingreso a la Escuela de Comunicación Pública, donde conocí a quienes integraron eventualmente el equipo de redacción (Juan Carlos Quiñones, Rodrigo López Chávez y Joel Villanueva-Reyes), fueron los ríos tributarios que desencadenaron la presencia de Taller Literario en el panorama cultural boricua, eso sin mencionar al chamán que conocí en la barra del hotel El Convento, en medio de una peña literaria.

Varios cuentos salieron de ese primer taller. Aquí, sin embargo, en Solo Disparates, hogar cibernético del escritor, Caronte Campos Elíseos, quiero compartir el primer cuento que recibió la aprobación de Valcárcel y mis compañeros, después de varios intentos fallidos. El cuento se titula Una bala perdida, y terminó publicándose al año siguiente en la revista Camándula, que dirigía la escritora Ilia Arroyo. Creo que también en ese número de Camándula el poeta Noel Luna publicó uno de sus primeros trabajos.

Una bala perdida, es también el cuento que inicia el primer volumen de Fragmentos del mosaico humano. Serie que tiene como epígrafe la siguiente reflexión del psicoanalista Erich Fromm. Apunta el maestro: “El ser, si vive en condiciones contrarias a su naturaleza y a las exigencias básicas de la salud y el desenvolvimiento humano no puede impedir una reacción: degenera y perece, o crea condiciones más de acuerdo con sus necesidades”.

Sin duda que con el paso de los años y a través de mi propia experiencia he comprobado la gran verdad que guardan las palabras de este singular humanista. Bueno, solo me resta decir que a pesar del tiempo transcurrido, este primer cuento ‘decente’, aún, y lamentablemente, no ha perdido vigencia alguna. Con ustedes Una bala perdida.


Una bala perdida

     Camina de regreso a su casa. La luna apenas se deja ver escondida entre espesos nubarrones. Una gota,
como preludio, anuncia el torrencial aguacero que se avecina. Acelera los pasos. Escucha una detonación.
Debe ser un trueno. Oye otro y otro; una sensación única lo estremece, y cae al suelo. Siente, momentáneamente, una quemazón en la espalda. Sus dedos palpan la brea. Abre los ojos, y observa cómo un charquito –que cada vez se hace más grande- corre y llega a sus dedos. ¿Será la lluvia? Escucha ventanas cerrándose; ve luces apagándose; entonces, entiende lo que sucede.

     De su espalda brota ese líquido que reconoce al acercar sus dedos impregnados del mismo, pues la luz amarillenta del poste no es suficiente para corroborar su presentimiento. Comienza a arrastrarse, es corta la distancia desde esa esquina hasta la acera frente a su casa, donde está su automóvil, aunque Luciano se siente muy pesado.

     Se mueve con dificultad. Sigue en su empeño, mas no llega. ¿Cómo me puede suceder esto?

     Corre, por su cuerpo, un frío de pies a cabeza. La respiración es de ritmo acelerado. Sus lágrimas se confunden con la lluvia, y grita:

     -¡Auxilio!

     Un eco seco es la respuesta que recibe en aquella calle que sólo tiene salida a un caño. No le parece extraña la sorda conmoción que produce su alarido. En el pasado, él había emitido muchos sonidos de indolencia, ante gritos similares.

     -¡Ay, tengo que llegar; tengo que llegar!

     Estira la mano y, lentamente, apoya su cuerpo contra el baúl del carro.
Con mano temblorosa, saca unas llaves del bolsillo derecho de su pantalón, y –quejándose- llega a la puerta. Intenta meter la llave en la cerradura pero le parece que ésta se mueve, como jugando con las llaves, que caen al pavimento.

-¡Maldita sea!

     Hace un esfuerzo por doblarse por el que casi cae en la inconciencia. Lo intenta nuevamente, esta vez, alarga su brazo izquierdo, baja suave y las coge. Sube con la misma calma; la llave encuentra la cerradura y abre.

     Está empapado. Cada vez llueve más fuerte. Pretende hacer funcionar el auto, que pronuncia repetidos quejidos mecánicos, hasta que lo logra. Lo pone en marcha, y, para ver la carretera, acerca el rostro al cristal delantero, debido a la inutilidad de los limpia-parabrisas, ante el azote despiadado de la lluvia.

     -¿Se estará conmoviendo DIOS, de mi desgracia?- se pregunta y pasa su mano, manchada de sangre, por el cristal.

     Su herida late y produce un dolor agudo en cada movimiento. Sigue la avenida que bordea la playa, y se detiene en una intersección, sin decidirse hacia dónde ir: al centro de salud municipal (que se encuentra en esa avenida) o al hospital privado San Isidro, localizado en la ciudad vecina. Finalmente, opta por acercarse al municipal.

     Estaciona el carro frente al pequeño edificio, y ve en la entrada personas alrededor de un joven, tendido en el suelo, con el cráneo destrozado.

     -Lo tirotearon en el caserío- dice un hombre descamisado, alto y barrigón.

     -Pero, ¿quién lo trajo hasta aquí?- añade otro, barbudo y descalzo, con una bolsa de latas vacías a sus pies- se fue y no ha vuelto. ¡Jum! Éste revolú, me huele a que es por drogas.

     -¡Ay bendito!-interviene una enfermera-¡Aquí un muerto, pero allá adentro hay una vieja alcohólica con la pierna podrida, y un tipo que luego que lo asaltaron le dio un ataque cardiaco, y todavía la ambulancia no llega! Desesperado, al escuchar estos comentarios, arranca y se dirige a la ciudad vecina.

     -¡Dios mío, si llego a entrar, nunca me atenderían!

     Conduce en zig-zag, porque apenas distingue la carretera, a pesar de que ya no llueve. De repente escucha una sirena. La patrulla se interpone en su carril, y él frena bruscamente. Los guardias, con rifles en las manos, se acercan.

     -Su licencia de conducir- oye una voz ronca, y sólo puede extender los brazos hacia ellos. Le apuntan con los rifles, y Luciano emite un débil alarido.

     Los policías, que lo suponen ebrio, abren la puerta, y él cae. Al observar la espalda y el asiento cubiertos de sangre, ellos mismos lo trasladan a la sala de emergencia del San Isidro.

     Siente que las manos anchas que lo sujetan lo depositan en una silla. Aún tiene ante sus ojos el azul del biombo policiaco, y, con gran esfuerzo, lo primero que puede ver es un letrero, en el que se lee: Lo atenderemos según su turno de llegada.

     Desea moverse y no puede. Mira a su lado para pedir ayuda pero encuentra rostros inmutables ante su desgracia, y su tristeza emerge en un llanto silencioso.

     Recuerda su vida: es comerciante; vive solo, y tiene pocos amigos. Aún no entiende cómo esa bala perdida pudo encontrar destino en su espalda. Y pensar que nunca salgo a esa hora de la noche, piensa aludiendo a la reunión (organizada por los comerciantes ante el crimen imperante en el pueblo) de la que regresaba.

     No sabe cuánto tiempo ha pasado cuando lo colocan en una camilla. Una enfermera lo arropa con una sábana hasta el cuello, y le pregunta:

     -¿Su nombre?

     Él mira alrededor, moviendo su cabeza de lado a lado.

     -¿Su nombre, por favor?

     Le parece que algo le oprime el pecho, y no puede hablar.

     -Lucia... – es lo último que logra decir. La enfermera lo observa detenidamente.

     -Doctor.

     Un hombre gordo, calvo y con espejuelos se acerca lentamente.

     -Está muerto- dictamina y con la sábana que el cadáver tiene alrededor le cubre el rostro.

     La enfermera, tranquila, camina hasta la ventanilla de la sala de espera, y dice:

     -El próximo.
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Carlos Esteban Cana - Escritor y comunicador puertorriqueño. Ha cultivado el cuento, el micro cuento, y la poesía. Actualmente, sin embargo, se ocupa de darle forma a sus dos primeras novelas y a un volumen de ensayos. Colaborador de varias publicaciones impresas y cibernéticas, en Puerto Rico y otros países. Bitácoras y publicaciones alrededor del planeta, como Confesiones, del narrador Angelo Negrón, reproducen su boletín "En las letras, desde Puerto Rico".

Para el periódico cibernético El Post Antillano también publica su columna "Breves en la cartografía cultural". En verano del 2012, Carlos Esteban publica Universos, libro de micro-cuentos bajo el sello de Isla Negra Editores. Otros dos libros aparecerán durante el presente semestre. El primero titulado "Catarsis de maletas: 12 cuentos y 20 años de historia", ofrece una vista panorámica de una pasión que el autor ha desarrollado, por cuatro lustros, en el género del cuento. "Testamento" es el segundo de los libros mencionados, poemario antológico que reúne lo más representativo de su poesía; género del que Cana manifiesta: "Fue la propia poesía que me seleccionó como medio, como intérprete". Cana es conocido además por haber fundado la revista y colectivo TALLER LITERARIO, que marcó la literatura puertorriqueña en la última década del siglo XX en Puerto Rico.

martes, 22 de enero de 2013

El mensaje a través de la bola

por  Caronte Campos Elíseos


Hace unas semanas atrás, para ser exacto el Día de Reyes, sucedió en Puerto Rico algo muy interesante.  Los medios le regalaron a una ciudadana, a tono con el día, sus 15 minutos de fama.  Más bien, fueron cerca de tres días. Salió en los espacios noticiosos, en la radio y televisión, y en la prensa escrita. Tres días donde la criticaron, la señalaron, la juzgaron y condenaron. Luego vino la lapidación por parte del pueblo. Se olvidaron de esa máxima que dice: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Desde insultos hasta mofas recibió la pobre mujer.  Epítetos como: loca, bruta, negligente, mal agradecida, vaga, coge cupones, fueron solo algunos de los  utilizados para bautizarla.  

¿Por qué semejante descarga contra una persona, que hasta ese momento vivía en el anonimato?  Pues bien, todo se debió a unas expresiones que realizó en medio de una actividad ofrecida por el gobierno.  En dicha actividad, el gobierno ofrece dádivas a los niños, con motivo de la llegada de los Tres Reyes Magos.  En esta ocasión los niños tenían que entregar un dibujo para merecer recibir su obsequio.  Este año, el regalo tan esperado eran pelotas deportivas.  Esto según los organizadores, para fomentar el deporte en nuestros niños.  Pero sucede que las expresiones de la susodicha se dieron durante una entrevista. A esta mujer se le ocurrió decir, a modo de queja, que después de una larga espera en una fila kilométrica y con la niña enferma que apenas podía caminar; le dieron una “trapo e' bola”.  He aquí el génesis del empalamiento al que fue sometida durante el triduo.

Para variar, yo que siempre ando perdido, con el pensamiento en otro mundo, no entendí las razones para que los medios nuevamente se volcaran hacia un tema tan insustancial.  Porque para ser honesto, yo hubiera dicho lo mismo en ese momento. Y eso, que a juzgar por la biografía que se hizo de esta mujer, ella y yo somos bastante diferentes.  Yo soy un tipo común, un ciudadano promedio. Trabajo desde los 18 años, y siempre he pagado las contribuciones sobre los ingresos.  Rindo planillas y pago los impuestos como todos los puertorriqueños responsables, incluyendo el famoso IVU.  Pago mi préstamo estudiantil con el que costeé mis estudios de maestría.  Y si hubiese llevado a mi hijo de siete años y a mi hija de siete meses a dicha actividad, hubiesen recibido lo mismo que los demás: “una trapo e' bola”.  

El gobierno recibe todo nuestro dinero.  Dinero que debiera utilizarse para el ofrecimiento de los servicios básicos a la población. Servicios que por derecho, debemos recibir.  Pueden mencionarse entre los mejores usos para nuestro capital: una educación pública de excelencia, atención médica y de salud de calidad, bajos costos en las utilidades (agua, luz, telefonía); seguridad nacional, carreteras pavimentadas y sin riesgo de inundaciones, transportación funcional para evitar tapones innecesarios; infraestructura moderna que incluya áreas recreativas disponibles para el esparcimiento general, actividades que fomenten la cultura, las artes, los deportes, los valores, y la autoestima nacional; mejores y excelentes servicios en todas las agencias y corporaciones gubernamentales; iniciativas ambientales para mejorar la calidad de vida, estrategias locales para promover el trabajo y disminuir la deserción escolar, y legislación dirigida a bajar el costo de vida de las personas, incentivos para viviendas, ayudas para nuevos negocios, entre otros.


Pero los gobernantes que administran nuestras arcas, hacen exactamente lo opuesto.  Faltando a todo cuanto prometen cuando están en campaña, y juran cuando toman posición.  Malversan los fondos, malgastan los recursos, corroen las finanzas.  Se roban los chavos, se lucran de las posiciones que ocupan y abusan del poder en ellos delegado por los electores.  Solo velan por su bienestar y el de sus amigos, conocidos y cercanos.  Rescatan a los caídos en campaña y rechazados por el voto, con jugosos contratos y trabajos de asesoría.  Se dan vida extravagante, viven a todo lujo y comen lo mejor de la cosecha.  No carecen de nada y no le hace falta nada. Tienen acceso a todo lo que sus vida de políticos astutos y corruptos puede darles.  Todo esto aumentando nuestra deuda pública, e hipotecando nuestro futuro. 

¿En cambio, que recibimos?  Una educación pública que peca de no tener los recursos suficientes para ser efectiva.  Obligando a muchos a pagar una educación privada para sus hijos. Una tarjeta de salud que carece de empatía por los medico indigentes. Y que mantiene a cerca de 350,000 personas sin cubierta médica. Pobre seguridad en las calles, en los centros comerciales, en las fiestas de pueblo, y hasta en las propias escuelas. Servicios básicos carísimos (luz y agua), más que en la mayoría de los países vecinos.  Pésima transportación pública, que obliga a muchos a comprar vehículos, muchas veces sin poder, para transitar en carreteras en deplorables condiciones.  Áreas recreativas, canchas y parques, que la mayoría de ellas se han convertido en centros de distribución de drogas, y el resto se han convertido en estorbos públicos por sus malas condiciones.  ¿Es ahí donde quieren que los hijos de este país vayan a jugar con la bola que recibieron el 6 de enero?  ¿Así es que quieren fomentar el deporte?

Mientras, realizan su actividad de Reyes Magos para sentirse como héroes que dan al pueblo lo que merecen. Sin embargo, su única magia es hipnotizarnos y desaparecer nuestro capital.  Nos dan de las migajas que sobran de sus banquetes subvencionados con nuestro dinero.  Les dan a nuestros niños un regalo a cambio de un dibujo.  Lo que hace que por definición deje de ser un obsequio y se convierta en una transacción entre dos partes.  Estos malandrines, luego de asegurar su botín, nos reúnen en masa en un lugar inhóspito y en condiciones paupérrimas.  Lobos disfrazados de abuelitas solo para ganar nuestra deferencia.  Lo peor de todo, es que vamos como ovejas inocentes al matadero de la dignidad.  Llevamos nuestros niños a ese escenario, a recibir la trapo e' bola, como una burda imitación de un periodo especial.  Lo aceptamos como bueno, y lo justificamos.  Nos aclimatamos a la idea tanto, que al que se atreva criticar ese sistema, lo linchamos sin contemplaciones.  Habrá quien diga que muchos héroes del deporte comenzaron sus pininos con una simple pelota, lo cual es muy cierto. Pero también es cierto que, los tiempos y las condiciones no son las mismas del tiempo de Clemente, Piculin, o de otros grandes del deporte puertorriqueño. La sociedad en la que ellos se desenvolvieron ya no existe.

¿Cuál es la diferencia entre los anfitriones y la señora criticona?  Puede sonar como un disparate, pero la diferencia es abismal. Ella se mostró tal cual es, diciendo lo que pensaba y sentía en ese momento histórico. Ellos, por su parte, se muestran con diplomas (en la mayoría de los casos), con vocabularios domingueros, con buenas intenciones y con su pedigrí de gente.  Pero a nuestras espaldas, en ocasiones, otras, de frente y sin tapujos, nos mantienen como a los ladrones en las cruces romanas.

En mi opinión, la única que descifró el verdadero mensaje del regalo deportivo, fue precisamente, la mujer lapidada.  Lo que realmente había detrás de los bombos y platillos.  El mensaje que nos dice claramente, ahora lo puedo ver así, que mientras ellos llenan sus bolsillos y sus cuentas bancarias con nuestros billetes; mientras ellos y sus familias se dan la gran vida a nuestras costillas; mientras ellos y sus amigos tienen todo cuanto quieren, nuestros niños solo merecen... ¡una trapo e' bola!

¡Levántate y anda!