por Caronte Campos Elíseos
Viendo
escenas de la serie turca, Fatmagul, donde se muestra una casta social que
oprime a otra con el poder del dinero, y cómo manipulan a su antojo el sistema
de justicia para encubrir y limpiar las atrocidades cometidas por ricos y
poderosos, hacen que me pregunte: ¿Qué culpa tienen, Pablito Casellas y Ana
Cacho? Con ese pensamiento positivo, quedé
dormido casi inconsciente. En el sueño
me veía en medio de una gran fiesta acompañado por una hermosa mujer de impactante presencia, a la que todos
llamaban... La Catrina. Hombres y mujeres la miraban y admiraban. Su belleza llamaba la atención de los
presentes. Yo resulté ser la envidia de
todos los que allí se encontraban. Empero,
la imagen que proyectaba la hermosa y sensual dama, contrastaba con las cosas
que al oído me decía sin que otros pudieran escucharlas. Así me hablaba la excéntrica mujer:
- Por
muchos años ustedes lo puertorriqueños han criticado la mal llamada dictadura
cubana de los hermanos Castros. Siempre
orgullosos de su sistema democrático y su estrecha relación con el imperio más
poderoso del mundo. Haciendo galas de
supremacía sobre el resto de la América Latina que según ustedes, estaban
rezagadas en el tercer mundo. Que Puerto
Rico era el ejemplo a seguir, decían, para guiar al resto de los latinos por
los caminos de los avances y la prosperidad.
¡Nada más lejos de la realidad!
Puerto Rico yace bajo su propia dictadura criolla. Hace 64 años ustedes viven bajo el dictamen
de una mayoría políticamente esclavizada.
Unos pocos personeros de los intereses extranjeros y otros tantos más
con intereses económicos personales, han conspirado para someter al silencio la
voluntad del resto de la nación. El
alcance de la connivencia de estos sectores poderosos y pudientes se ha visto
reflejada en la realidad de los incautos electores. Mientras los primeros ejercen el poder
despóticamente y acumulan riquezas en detrimento de las necesidades básicas de
los segundos, se acerca el final de los
tiempos para la isla.
Yo
escuchaba asombrado. Comenzaba a sentir
angustia, depresión y vergüenza ajena.
Intenté ocultar mi estrés con tequila, sal y limón. La mujer continuaba con su frio y hediondo
aliento, susurrando sus penetrantes palabras:
El
fanatismo arraigado en las costumbres y tradiciones políticas de la masa ciega
de votantes, consiente la tragedia nacional.
La indiferencia frente a los abusos, excesos y a las actuaciones burdas
de los políticos ha investido de impunidad a los corruptos. Antes ocultaban sus intenciones de lucro y
medro personal; ahora saben que la ignorancia y el inmovilismo de los boricuas
no acarrean consecuencias para sus actos.
Aprueban impuestos, firman leyes a la medida de los de su casta, ignoran
las necesidades del pueblo y se roban los clavos de la cruz; y todo con la
bendición de la idiotizada mayoría.
Aumentan la luz y el agua, y le cortan los servicios a los hospitales;
privatizan las carreteras, y después de ocho horas de labores los trabajadores
tienen que soportar tres horas de congestión en el tráfico; embargan los
pequeños negocios, cuando son los megatiendas las grandes evasoras; las
condiciones de la salud, la educación y la seguridad pública son paupérrimas,
mientras los dineros del tesoro nacional son malversados. Conducen el país a una quiebra financiera y
moral, amenazan con cerrar el gobierno y sus instituciones de servicios para
luego querer compensar con un puente entre dos islas. ¿Y ustedes que hacen?
El
Baile, botella y baraja continuaban. La
gente a mi alrededor parecían enajenadas de esta realidad. El ambiente era carnavalesco. Me sentía como si estuviera inmerso en una
cripta fría y tétrica. Mientras yo
seguía tomando, entre ron y cervezas, veía el rostro hermoso de La Catrina, y
escuchaba sus carcajadas infernales que calaban hasta mi alma. Mientras danzábamos casi en un solo cuerpo,
me abrazaba fuerte y expelía sus agrias palabras:
- ¿Qué
hacen ustedes los puertorriqueños? Viven
sometidos al despotismo de la mayoría. Subyugados
a la tiranía de la masa de ignorantes, obtusos y cegatos que salen a votar cada
cuatro años. De esos que por puro
fanatismo político eligen los mismos corruptos y fariseos que abusan del poder
delegado en ellos para su propia conveniencia.
Esa caterva de incautos es la que, a través del tiempo, han silenciado a
los que intentan salir del rebaño y pensar diferente. Han consentido y encubierto hasta los más
viles asesinatos de los disidentes. Son
ellos, los que como perros esperando las migajas de la mesa, han servido de
lacayos y testaferros para los intereses de los gobernantes. Al final, al pueblo no le llegan ni las
sobras de tanta abundancia usurpada. Esa
mayoría, que dice que por ser mayoría manda, han condenado este pueblo a la ignominia
del colonialismo, al narco-estado, a la pobreza, a la miseria y la crisis
humanitaria más grande de su historia.
Han perpetuado un sistema que solo funciona para algunos y para otros es
inexistente. Esa mayoría insensata, es
la responsable de instituir un régimen de libertinaje político; y lo que es
peor, es la responsable de la ausencia de justicia e igualdad; son igual de
responsables del arresto de la libertad de pensamiento y palabra, del
razonamiento y el sentido común. Hasta
que no decidan utilizar estas últimas tres cualidades inherentes de todo ser
humano libre, repito, ser humano libre, seguirán de rodillas ante la voluntad
de la mayoría aplastante.
Caí
al piso, mareado de tanto baile y alcohol.
Entonces, abrí los ojos. No había
nadie a mi alrededor, estaba solo. Entre
latas y botellas, manteles sucios y bandejas vacías yacía mi cuerpo. Mas lo que es peor, mi voluntad y mi espíritu
destrozados por La Catrina.
¡Levántate
y anda!